una vez más, nos encontrábamos en las gradas. Yo con mi sándwich en la mano y él con unas cuantas palomitas. Me preguntaba si había sido buena idea haber dejado a Zev con el equipo en cafetería para venir a hacerle compañía a Luke. Seguía sin tener respuesta.

—¿Solo comerás palomitas? —le pregunté, haciendo a un lado la servilleta que cubría mi sándwich.

—Sí, ¿por qué?

—¿No crees que es… poco saludable?

Él me sonrió con gracia.

—Comer palomitas no es lo único poco saludable que hago en la vida, Weigel.

Lo miré con los ojos entrecerrados. Luke mantuvo su gesto, entretenido y en espera de mi respuesta. Sin embargo, nada salió de mi boca. Hoy no estaba tan habladora como otros días.

—Bueno, aunque en realidad comer palomitas no es tan poco saludable —mencionó, ganándose mi atención—, no cuando son palomitas naturales, tiene sus beneficios para el sistema cardiovascular.

—¿Eso es verdad? —dudé.

Luke mordió su labio inferior con diversión y asintió.

Al inicio, me mantuve escéptica, definitivamente no creería a alguien que no iba a clase.

No tenía la pinta de ser un chico que leería artículos científicos o un simple quiz de datos curiosos.

—No me crees —declaró—. No te culpo, pero que sepas que a veces almaceno información de cosas innecesarias. También es entretenido perder el tiempo leyendo por ahí en internet, ya sea de cine, televisión, música…

Se encogió de hombros y después miró a su alrededor. Al cerciorarse de que no había nadie, sacó su cajetilla y cogió un cigarrillo para encenderlo.

Para ser sincera, al principio creí que estar con Luke no sería tan mala idea, quiero decir, que no lo vería consumir, quizá por incomodidad o falta de confianza en mí. Erré. Él seguía siendo una chimenea de dos patas.

Giré la cara para tomar una bocanada de aire por un segundo y volví a mirarlo.

—Música —retomé la conversación—, ¿qué cosas innecesarias de música sabes?

Elevó un poco su barbilla y soltó el humo lentamente.

—Años atrás una canción de rock solo podía durar tres minutos —murmuró pensativo.

—¿Por qué?

—Por los vinilos, ¿sabes lo que son?

—Sí, Luke —gruñí ante su pregunta.

—Ya, no me culpes —se defendió—, que no hayas escuchado algunas de las bandas que te enseñé me obliga a preguntarte. En fin, en esos tiempos no se podía grabar más de lo que te permitía por cara.

Él dio otra calada a su cigarrillo.

—Es… interesante, por un instante pensé que se debía a que la duración podría llegar a aburrirte.

—¿A quién le aburriría?

—A mí.

—Claramente tú no sabes mucho de música —vaciló.

—Es verdad, no mucho, pero más de cuatro minutos puede ser una tortura —le informé.

—Eso es porque todavía no conoces la buena música. —Le dio un pequeño golpe al cigarro para quitar la ceniza y carraspeó antes de continuar—. Solo necesitas… una buena guía.

—¿Y tú me la enseñarás? —pregunté.

Luke se quedó mirándome durante varios segundos y pude observar cómo la comisura de sus labios se elevó un poco, aunque rápidamente meneó su cabeza, ocultándome el gesto.

—¿Qué?

—Nada —dijo, y luego alejó el cigarro para ponerlo sobre la grada de abajo, y apagarlo con su zapatilla—. Es solo que esta mierda ya no sabe igual.

Fruncí el ceño y me sentí confundida ante su drástico cambio de tema. Por un lado, no sabía si preguntarle por su intento de esconderme aquella sonrisa o por su comentario del cigarrillo. Lo pensé por segunda vez y me decidí por la última opción, es decir, la primera no tenía sentido después de todo.

—Si sabe diferente, ¿por qué sigues consumiendo? —Mi voz salió baja y tranquila, pero sin perder ese tono de confusión.

—Su efecto es maravilloso.

Y ahí estaba ese lado burlón de él, como si su respuesta fuera concisa y clara ante mi pregunta. No le importaba en absoluto lo que pensara o si había captado bien a lo que se refería, solo… era él y ese carácter tan… despreocupado para algunas cosas.

—Te deja como volando —agregó. De pronto, su rostro se mantuvo serio y con la mirada perdida, como si sus pensamientos estuviesen fuera del lugar o lejos de la conversación que estábamos manteniendo.

En silencio, observé a mi alrededor y sonreí a medias.

Admitía que me comenzaba a agradar la compañía de ese chico, dejando de lado esa pequeña ironía y, a veces, el carácter lánguido que mostraba en los momentos en que se encontraba de mal humor.

Luke me denominaba «su chicle» porque no me despegaba de él, o eso había dicho ayer. Dos semanas desde que comenzamos a hablar y seguía sin saber mucho de él —bueno, casi nada—, solo hablaba y se quejaba de todo lo que odiaba. Si alguien era bueno para quejarse, ese era él.

—¿Cuál es tu última clase mañana? —preguntó de repente, sacándome por completo de mi burbuja pensante, y obligándome a mirarlo.

Sus ojos azules estaban sobre mí, esperando por mi respuesta.

—Ciencias Sociales, ¿por qué?

Por un segundo, creí que me respondería como yo lo hice por la manera en que sus labios se entreabrieron, pero no fue así, porque hizo todo lo contrario.

«Y quizá fue una de las primeras cosas a las que me acostumbré de él».

—Me tengo que ir —avisó, poniéndose de pie junto a su mochila para bajar las gradas.

Aunque pude cuestionar su actitud, sin embargo, supe que no tendría sentido hacerlo. El silencio fue mi aliado y una vez más me mantuve en el mismo sitio, observando cómo se alejaba y se perdía de vista.

Luke me daba la sensación de que algo en él estaba mal y bien al mismo tiempo, y no sabía si preocuparme por ello.