me quejé en voz baja cuando empujé las pesadas puertas de la cafetería. El olor a comida me revolvió el estómago y evité hacer contacto visual con cualquier desconocido para que no se me notara, por la vergüenza involuntaria que sentía cada vez que eso me ocurría.

Llegué a la mesa donde se encontraban Zev y Neisan, y tomé asiento.

—He pensado en proponerle al entrenador echar a Xavier del equipo, lo digo en serio —escuché farfullar a Zev, con ceño fruncido y molesto.

—Siempre lo dices y luego te arrepientes —se quejó Neisan, engullendo su fritura—. Ya no lo soporto, es molesto.

—No, no, esta vez sí lo haré, cuando acabe las clases iré a ver al entrenador y le expondré mis razones. Estoy cansado de que no entienda lo que es trabajar en equipo, ni siquiera viene a los entrenamientos, ¡él lo ha de saber!

—Pero siempre encuentra una excusa. —Neisan puso los ojos en blanco—. Él me cae mal.

Mis labios formaron una línea y guardé silencio para escuchar esta pequeña reunión entre el capitán y el subcapitán. Conocía a Xavier, no tanto como a Dylan y Daniel, pero sí había cruzado alguna que otra palabra con él.

—¿Por qué no me apoyas tú? —Zev se dirigió a su mejor amigo.

—Te apoyo, pero quien toma las decisiones para consultarlas con el entrenador eres tú. Yo solo soy el subcapitán —respondió Neisan, encogiéndose de hombros—. No hace falta que te diga que tienes mi apoyo, ¿cierto?

Zev arrugó su entrecejo y le dio un golpe en el pecho al chico, haciendo que este se quejara.

—¡¿Qué dije?!

—Voy a reconsiderar cambiar de subcapitán —siseó Zev.

—¡Qué idiota! —le insultó—. Sabes perfectamente que yo…

Neisan quiso continuar, pero lo interrumpí.

—¿Por qué lo vais a echar? —le pregunté, colándome en su charla.

Mi mejor amigo se dirigió a mí, no sin antes ofrecerle una mirada de complicidad al otro chico.

—Porque es un mal compañero de equipo, solo ha ido a dos entrenamientos en lo que llevamos del mes y cuando asiste solo es para quejarse de mi liderazgo. Tampoco sigue las normas —contestó, soltando todo sin respirar.

—Y crea problemas —agregó Neisan.

Zev arrugó su cara y se volvió a mí.

—Supongo que está bien, claro —murmuré sin mucho más que decir.

—¿Ya has comido? —interrogó Zev. Yo negué—. Entonces compra algo de comer, después andas quejándote porque te duele el estómago y soy yo quien tiene que aguantarte el resto del día hasta que llegues a tu casa.

—Dios, tú también eres antipático —jadeé.

—Sí, también lo es —reafirmó Neisan.

—Los dos —nos apuntó molesto— haréis que me salgan más rápido las canas, ¿lo sabéis?

—Comeré después, ¿vale? Tengo clase en unos minutos y no pienso llegar tarde de nuevo. Solo venía a decirte que quizá no vaya al entrenamiento esta tarde porque necesito terminar unas tareas, estoy en un mal momento con el profesor Hoffman.

—¿Al salir de clase irás a tu casa?

—Sí, me iré sola, no te preocupes por mí, pero necesito llegar temprano.

—Solo avísame, ¿quieres?

—Lo haré, lo haré —repetí, poniéndome de pie—. Nos vemos, chicos. Suerte en vuestro entrenamiento y en el complot de echar a Xavier del equipo.

—Hasta luego —se despidió y me alejé.

—¡Cuídate, Hasley! —La voz de Neisan se elevó para que yo pudiera escucharlo, reí por ello y salí de la cafetería.

Por los pasillos, caminé hacia mi taquilla y saqué las cosas que necesitaría para mi siguiente clase. Odiaba Geografía, no entendía por qué tenía que estudiarla si no la necesitaría para mi carrera. Había cosas del instituto que todavía no entendía y, probablemente, nunca las entendería.

Al finalizar el día, recibí el glorioso ruido de la campanilla como una melodía perfecta. Alcé mi cabeza, que se posaba en el libro abierto con la imagen de Henry Parkes.

—Lo lamento —musité.

Guardé todo rápidamente, tanto que no me importó si el cartón de mi libreta se arruinaba al doblarse. Con la punta del pie empujé la silla saliendo del aula y, cuando pasaba la correa de mi mochila por encima para que quedase de lado, sin querer choqué con alguien.

—Mmm, yo… lo siento —me disculpé, alzando mi mirada.

Sentí mi boca secarse y al mismo tiempo como mi corazón comenzaba a bombear sangre a una velocidad increíble.

—No te preocupes —dijo Matthew y soltó una pequeña risa.

Tragué saliva al oír su voz suave como el terciopelo acariciando mis oídos y sentí mis mejillas arder de la vergüenza. Sus ojos verdes conectaron con los míos, fueron segundos que sentí como horas hasta que me di cuenta de que lo miraba como una obra de arte sin pudor alguno.

—El destino al parecer me escuchó —mencionó sin ocultar su sonrisa—. Justo estaba pensando en ti hace un momento, te prometo que lo hacía.

¿Qué? No sé si había escuchado bien o si era mi mente jugando conmigo, pero esto solo lograba ponerme más nerviosa que otras veces.

Parpadeé, confundida y emocionada.

—¿En mí? ¿Por qué?

Tuve suerte de que mi voz no temblara, porque podía jurar que mis piernas sí lo hacían.

—Quería proponerte una cosa. —Matthew se rascó su nuca, pensativo. —Bueno, no sé si querrás, pero tal vez te gustaría acompañarme a un nuevo local que han abierto por aquí, es de comida mexicana —propuso—. No sé si ya has salido de clase, también puedo esperarte, o si ya comiste también lo entenderé.

Esto no podía ser real. Lo que me estaba diciendo tenía que ser… ¡Oh, por Dios! ¡Matthew me estaba invitando a salir!

Sentía unas mariposas bailando en mi estómago de la alegría que me llenaba. No podía creer que de repente Matthew se fijara en mi existencia un día y al otro me invitara a salir. No sabía si realmente se había dado cuenta de mi presencia unos días antes o unas semanas atrás. Era la mejor amiga de Zev Nguyen, y Luke era un claro ejemplo de que sí podía conocerme.

—A-ah, sí. Ya salí de clase, y tranquilo… No he comido —contesté sin pensarlo y luego me arrepentí.

Él disimuló una carcajada y mis mejillas no tardaron en arder. No había sido buena idea decir lo último, al menos no de esa manera.

—Entonces salimos ganando los dos, es bueno saberlo. Espero que no te moleste, pero iré a dejar mis libros a mi taquilla y paso a por ti. ¿Te veo en la tuya?

—Sí, ahí nos vemos en unos minutos. —Sonreí.

Asintió con agrado y se dio la vuelta alejándose por el pasillo.

Dejé salir el aire de mis pulmones y fui corriendo directa a mi taquilla. Dentro de mí un montón de emociones crecían, no asimilaba lo que había ocurrido unos minutos atrás. ¡Por Dios!

Preferí guardar todo lo que no necesitaba y escogí solo lo necesario para los deberes. Al cerrar la taquilla, me asusté al ver a Luke apoyado de lado, mirándome fijamente.

—Mierda, Luke —maldije, llevando mi mano a mi pecho—. Me asustaste.

—Weigel —me llamó.

—¿Qué quieres?

—Quería enseñarte algo. —Se encogió de hombros.

El hecho de que él le hubiese restado importancia al asunto me dio la iniciativa de hacerlo yo también.

—¿Podría ser otro día? —rogué, suplicando en mi interior que no trajera ese carácter pesado.

—¿Por qué? —quiso saber, ladeando su cabeza.

—Hoy no puedo.

Miré a los lados del pasillo asegurándome de que Matthew no estuviera cerca de nosotros y presenciara la escena que teníamos él y yo.

—¿Esperas a alguien? —preguntó al darse cuenta de mis miradas.

—Puede ser.

—¿A quién?

—¿Te importa?

Él frunció sus labios y pensó.

—Creo que sí.

—Ya.

—Te prometo que será rápido.

Suspiré. No tenía idea de qué hacer, tal vez esto fuera una buena oportunidad para tratar más con él, pero de igual manera Matthew fue quien me invitó a salir. Ambas cosas no se veían todos los días.

—Luke, de verdad que no puedo —supliqué.

—Venga, ¿a quién estás esperando?

Quise responder y proponerle algo mejor para mañana u otro día; sin embargo, me quedé con la palabra en la boca porque alguien más lo hizo por mí.

—¿Estás lista, Hasley? — preguntó Matthew frente a nosotros.

Luke enarcó una de sus cejas, entendiendo lo ocurría.

—Ah, yo…

El balbuceo me puso nerviosa.

—Claro que lo está —Luke habló por mí—. ¿No es así, Weigel?

Dirigí mi vista al rubio, rogándole que no dijera nada más delante del chico que me gustaba. Sería muy injusto por su parte si lo hacía. Él sabía que me atraía.

Aunque me tragué mis palabras porque Luke movió sus ojos, señalando a Matthew para darme ese empujón de responder. Se había dado cuenta de que me encontraba en un bloqueo del cual necesitaba salir con urgencia.

—Sí, lo estoy.

—Bien. —Matthew alzó sus cejas, feliz.

Después de eso, los tres nos quedamos en silencio, y me cuestioné la razón por la cual Luke no se iba o nosotros no nos alejábamos. El ambiente se tensó e hice mi primer movimiento, poniéndome al lado del chico pelirrojo.

—¿Fumas? —le preguntó Luke a Matthew.

Mis cejas se juntaron, desorientada.

—¿Uhm? Sí, ¿cómo… cómo sabes?

—La cajetilla se ve por encima del bolsillo —explicó—. A Weigel no le gusta el olor del tabaco.

Yo lo miré incrédula y agobiada. Eso era muy hipócrita de su parte. De todos, el menos indicado para que dijese eso era él.

—¿De verdad? No tenía ni una idea —se disculpó él, empujando más al fondo la cajetilla que estaba en el bolsillo delantero de su cazadora.

—Claro, la acabas de conocer —explicó Luke, rascándose la punta de la nariz.

Lo asesinaría con mis propias manos. ¡No podía ser tan cínico!

¡Nosotros también nos acabábamos de conocer hacía poco tiempo, casi ni un mes!

—Basta —pedí—. No soy alérgica y tampoco me molesta, después de un tiempo se vuelve soportable. ¿Cierto, Luke?

A mí me fastidiaba el humo cuando fumaba, aparte de que era un poco insoportable cada vez que lo hacía en mi presencia por culpa de su actitud. Le divertían mi mal humor y mis gestos de asco.

—Oye, si no te agrada puedes decírmelo.

—No tengo ningún problema con ello —insistí.

El sonido de un móvil, el de Matthew, nos interrumpió, él se disculpó y fue a contestar a una distancia considerable. Yo miré enfadada a Luke, que, al contrario de mí, estaba serio, se acercó y me susurró cerca del oído.

—Eres patética.

—Shhh, solo cállate ya, Luke —gruñí y lo alejé con una de mis manos—. No me estás ayudando, si es que al menos lo intentas.

Puso los ojos en blanco y me apuntó.

—El sábado vienes conmigo —dijo. No fue pregunta ni propuesta, solo sonó como una orden.

—¿Qué te crees? ¿Que te voy a obedecer?

—El sábado vienes conmigo —repitió—. Promételo, Weigel.

—No.

—Promételo.

—Luke —sentencié.

—Weigel.

Sus ojos, junto con el tono de su voz al pronunciar mi apellido, me crearon una sensación extraña por la espalda. Suspiré cansada y asentí.

—Lo prometo —musité—. ¿Ahora puedes irte?

Él quiso tomar la palabra, pero no pudo porque Matthew regresó junto a nosotros.

—El entrenador —dijo, mostrando su teléfono—. Las fechas de los partidos.

Luke se acercó a mí y su nariz movió mi cabello.

—Dando explicaciones como si alguien se las hubiese pedido —susurró, casi inaudible solo para que lo escuchara yo.

Podía afirmar que no le agradaba en absoluto Matthew, se le veía en la mirada y en las palabras despectivas que utilizaba para dirigirse a él, ahora entendía el primer comentario que hizo cuando le confesé quién era la persona que me gustaba.

Respiré hondo y preferí terminar con esto.

—Nos vemos luego, Luke —me despedí.

Luke no contestó y tampoco quitó su sonrisa ególatra. Metió sus manos en los bolsillos de su pantalón pasando a un lado de Matthew y, cuando estuvo detrás de él, lo miró de pies a cabeza y luego a mí, se limitó a negar y continuó con su camino.

—Es un chico agradable —dijo sarcástico.

—Sí, claro —ironicé.

Algo que me agradaba de Matthew es que nunca intentaba meterse en problemas y era un gran chico, siempre tomaba las situaciones de forma relajada y sin preocupaciones. Cero dramas.

—¿Nos vamos? —inquirió.

Yo asentí sonriendo, con una actitud segura y decidida.

Por una parte, me sentía mal porque indirectamente había rechazado a Luke, pero él ni siquiera me había advertido: tal vez si lo hubiera mencionado antes habría reconsiderado la petición de Matthew, aunque probablemente habríamos tenido el mismo resultado.