luke me miró apenas cuando entré al aula, siguió con cuidado cada uno de mis movimientos, sus brazos firmemente flexionados por detrás de su cabeza mientras su espalda se encontraba apoyada en el respaldo de la silla. Yo solté un suspiro y con una absurda idea me dirigí hacia donde se encontraba para tomar asiento.

Él alzó una ceja, pero no mencionó nada al respecto. Llevaba un gorrito de lana color crema y de alguna manera me pareció adorable, sus ojos resaltaban más con ese color. Daba una imagen mejor de lo que en realidad era, no parecía ser ese quejoso e insoportable chico que solo hablaba para molestar.

—¿Cómo te ha ido en tu cita con Matthew? —Fue el primero en hablar.

Lo miré detenidamente. No estaba preguntando esto, ¿o sí? Mi situación con Matthew no le importaba en absoluto, aunque con Luke todo resultaba ser confuso.

—Bien, ha sido agradable salir —le contesté sin muchos detalles.

—¿Solo «agradable»? ¿No hay más? —insistió.

—Creo que no es de tu incumbencia, Luke —mascullé sin llegar a un tono despectivo.

Sus cejas se alzaron y sonrió divertido.

—Ya —aceptó—. Dejo de preguntar.

Me fijé en la cazadora de cuero que cubría sus hombros. Arqueé la ceja, un poco curiosa y confundida porque no estábamos en la época de frío. Por el contrario, hacía calor y él no usaba mucho esas cazadoras.

—¿Por qué la llevas? —cuestioné, apuntando con mi índice la prenda.

Él me miró meditando un rato y se incorporó, uniendo sus manos encima del pupitre.

—Ha ocurrido un accidente con la lavadora. —Para mi sorpresa, Luke respondió y, por si fuera poco, hizo un ágil movimiento, bajó una parte de la cazadora, mostrándome una mancha de tono rosado. No pude evitarlo, solté una risa—. Metí un calcetín rojo en la lavadora cuando lavaba la ropa blanca, eso me ha costado muchas camisetas.

Negué divertida aún, él me regaló una sonrisa a medias.

—Jamás debes combinar la ropa de color con la blanca —indiqué. Él se encogió de hombros y mordió sus labios—. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé, pero es que me confundí. Se coló y me jodió la ropa.

Me gustaba pensar en Luke como una persona independiente, me agradaba demasiado la idea. Si bien parecía que no necesitaba la ayuda de nadie —o, más bien, no quería—, también la pedía de vez en cuando.

Su voz a mi lado me hizo girar a mirarlo.

—Necesito tu dirección.

Parpadeé sin entender.

—¿Mi dirección? ¿Para qué?

Él se acercó a mi rostro quedando a una distancia corta. Me incomodé.

—¿Piensas que llegaré por arte de magia a tu casa? —Ese tono ronco me hizo sentir una pequeña sensación eléctrica detrás de mi cuello. Todavía sin entender, mantuve mi mirada sobre la suya—. ¿Lo has olvidado?

—¿El qué?

—Lo has olvidado.

Luke se alejó y volvió a apoyarse contra el respaldo de la silla, arrastrándola hacia atrás para poder estirar sus largas piernas por debajo de la mesa. Su gesto cambió a una expresión seria. Hizo una mueca y se pasó sus manos por el rostro. Sus ojeras eran visibles, ese tono rojizo un poco oscuro resaltaba en su piel, y, a pesar de ello, el azul eléctrico de sus ojos permanecía con brillo.

Jugó con su aro de metal en el labio y bostezó.

—Has prometido venir conmigo el sábado —declaró, mirándome sin expresión—. Mañana, Weigel.

Su recuerdo, obligándome a prometer que iría el sábado con él, vino a mi mente.

Demonios.

—Cierto —comprendí—. ¿Vas a pasar a buscarme?

—No sabrás llegar si te digo.

—¿Es algún lugar de mala muerte? —bromeé—. De esos en los que hay mucha gente tatuada, fumando y cuando ya están muy borrachos terminan arreglando sus líos con navajas, ¿es así?

Él frunció su nariz.

—Ves muchas películas, ¿no?

—Estoy buscando información —corregí—. Así que… ¿lo es?

—No —respondió.

—¿Cómo sé que es verdad? —refuté.

—Weigel, ¿confías en mí? —me preguntó.

¿Qué clase de pregunta era esa? La respuesta era muy obvia.

—No.

—Excelente. —Y se echó a carcajear.

No entendía la risa, pero había sido honesta. Apenas lo conocía hacía algunas semanas y la información que tenía de él era casi nula: solo su mal humor, su música y sus cigarrillos. Oh, también que no sabía lavar bien la ropa.

Luke se llevó las yemas de sus dedos hasta la comisura de sus labios.

Escuché que gruñó, y en segundos la parte posterior de su labio donde se encontraba el aro empezó a sangrar.

—¿Qué has hecho? —jadeé horrorizada.

—Tienden a resecarse, es normal —comentó pasando el dorso de su mano por su labio lastimado—. ¿Me darás tu dirección?

Dudé, pero al final accedí. Saqué de mi mochila una hoja de papel y un lapicero para anotar la dirección. Mientras escribía, pude sentir la mirada de Luke sobre mí.

—Es esta, espero que no te pierdas. —Se la tendí. Él me miró con una sonrisa triunfante y la cogió—. ¿A qué hora pasarás a por mí?

—Bien.

Sacó su móvil y empezó a buscar algo. Cualquiera creería que me estaba ignorando, sin embargo, prefería mantener la calma.

—A las cinco, ¿vale? —señaló.

—Vale —afirmé.

—Weigel, ni un minuto más ni un minuto menos. Soy muy puntual.

Mientras él me guiñaba un ojo, yo ponía en blanco los dos.

La maestra Kearney entró con sus labios rojos y saludó a todos. Aquella mujer pelirroja con pecas era envidiablemente hermosa y joven. Dos chicos habían sido mandados a dirección por faltarle al respeto, y otro grupo de pequeñas cabezas huecas mantenían sus comentarios desagradables a escondidas de ella.

Me giré hacia Luke para ver si formaba parte de aquel grupo, pero solo mantenía esa característica mirada vacía al frente, intentando poner atención a lo que la profesora estaba explicando. En automático, una sonrisa se dibujó en mi rostro y preferí continuar con la clase.

Pedirle permiso a mi madre después de estar castigada fue uno de los retos más difíciles. Después de dos horas de súplicas desde el móvil, ella accedió a regañadientes, diciéndome que solo esa vez me lo permitiría y que no habría próximas. Chillé como niña pequeña cuando lo dijo y le respondí con muchos «te quiero», los cuales ella ignoró.

Ahora estaba buscando por debajo de mi cama la pareja de mi zapato. Me parecía increíble que perdiera mis cosas en mi propia casa, tenía claro que era demasiado despistada, así como también que los adjetivos que me ponía Luke eran verdaderos.

Al momento de alzar la cabeza, no me fijé en la repisa y me golpeé.

—Auch, auch —me quejé, frotándome la zona dolorida.

Todo era culpa de Luke, si él no me hubiera dicho que fuese puntual no estaría como un torbellino buscando apresurada mis zapatos. Faltaban quince minutos para que dieran las cinco y realmente me sentía irritada. Me rendí tirándome en la cama mirando al techo. Mi móvil sonó avisando que había llegado un nuevo mensaje. Iba a verlo cuando hizo presencia el timbre de la puerta.

No podía ser Luke, faltaban unos minutos para la hora, y a Zev lo descartaba.

Me puse de pie con pesadez dirigiéndome a la puerta principal para abrir. Puse los ojos en blanco al ver de quién se trataba.

—También a mí me agrada verte —se mofó.

—Cállate, Luke —pedí. Él solo rio. Quiso dar un paso al frente, pero, al instante, se lo negué al ver que llevaba un cigarrillo en la mano—. No puedes pasar con eso a mi casa, ¡la atufarías!

Luke elevó las manos en forma de inocencia y dio un paso atrás. En unos segundos, recorrió mi cuerpo con la mirada para detenerse en mis pies.

—Lindo calcetín de Pucca —se burló.

—Al menos no lo junto con la ropa blanca —ataqué y él me regaló una sonrisa lánguida—. ¿Es posible que se te pierda el otro zapato en tu propia casa?

—Bueno, si se trata de ti…

—Mejor… Tú, shhh, no digas nada —dije fastidiada.

—¿No es aquel que está debajo de ese florero rojo de suelo?

Miré a Luke, que apuntaba a los tulipanes que se hallaban en la esquina, cerca de las escaleras. Rápidamente corrí a por el zapato y lo cogí para colocármelo. Alcé la vista y mis ojos se abrieron de par en par al verlo dentro de la casa.

—¡Te dije que no entraras con eso! —le grité.

Después de discutir unas cuantas veces con Luke terminamos saliendo de mi casa. Me dijo que iríamos de la manera tradicional, o sea, andando. Me quejé un par de veces y me ignoró, dejando por completo a la deriva mi propuesta de tomar un taxi y acortar más el camino. Le grité que a él esto se le hacía más fácil por sus malditas piernas, que eran demasiado largas, y se tomó en broma mis palabras.

—¿Está muy lejos? —inquirí con toda la intención de cabrear aún más a Luke, quien solo dio un suspiro, pero no se dignó a responderme.

Habíamos caminado mucho y, según él, estaba cerca. Después de unos minutos, él me tomó de la muñeca sacándome del camino.

—Entra por aquí. —Luke señaló una abertura en aquella valla de madera fea y podrida.

—¿Estás seguro? —dudé.

—Venga, Weigel —apuró, alentándome. No muy decidida y bajo presión, lo hice—. Ahora cierra los ojos.

—¿Qué?

—Sé que no confías en mí, puedo entenderte —apoyó—. Pero juro que no te haré daño, solo ciérralos y los abres cuando te diga, ¿puedes hacer eso?

Tomé una bocanada de aire y cerré los ojos. Sentí como Luke me cogió por los hombros indicándome el camino. Temblé por su tacto y no sabía si se trataba de los nervios o del frío que sentía cada vez que caminaba. Luke se alejó de mí y entré en pánico por unos segundos, aunque podía oír sus pisadas.

Tranquila, tranquila.

—Bien, abre los ojos —indicó. Escéptica, mis párpados se elevaron lentamente y enmudecí al mirar bien—. ¡Bienvenida al boulevard de los sueños rotos, Weigel!

Mi boca se abrió completamente. Estaba en un lugar que parecía como un callejón. Y no, no uno cualquiera; se llenaba de tupidos árboles de color lila. Jacarandas. Había otros de color verde con hojas rojas y el suelo era de arena y de un césped verde brillante que parecía artificial. Un lugar perfecto, casi surrealista.

—Guau —articulé, sin mucho más que decir. Estaba sin palabras.

—Lo sé —se rio Luke.

—Es demasiado… hermoso.

Luke me cogió de la mano para que yo avanzara.

—Todavía hay más, esto es solo la vista desde ahí.

—¿Son jacarandas?

—Sí —asintió—. Mira, cuando la luna se pone encima de aquel árbol —apuntó a uno que parecía el más grande de todo el callejón—, su luz se proyecta hacia aquel cristal que está colgando por la reja y ese árbol crea los colores de un hermoso arcoíris.

Eso me hizo recordar el dibujo de su camiseta y me llevó a un viaje al pasado, a la clase de Física. Mis ojos observaban cada cosa, sorprendida por que este lugar existiera, pero, sobre todo, por que fuera él quien me lo mostrara.

Me interesaba saber más.

—¿Cómo conoces este lugar? —cuestioné meciendo nuestras manos durante unos segundos. Luke no le dio importancia a ello, seguía con la mirada perdida a su alrededor.

—Venía con mi hermano cada domingo o cuando nuestros padres se peleaban —mencionó encogiéndose de hombros.

—¿Ya no venís ahora?

Sí, preguntaba demasiado. Sin embargo, no podía culparme; no podía mostrarme esto, contarme sobre su vida y esperar que yo me quedase callada.

Soltó nuestras manos y me sentí extraña.

—Solo yo.

—¿Y tu hermano? —pregunté.

—Él ya no está aquí. Se fue.

¿Se fue? ¿Adónde?

Esas fueron las primeras preguntas que quise hacer, pero tuve que morderme la lengua para evitarlo. No quería llenarlo de cuestionamientos, no era un tema que fuera de mi incumbencia: podía interesarme, pero no le haría responderme si no quería dar más explicaciones.

Así que cambié de tema.

—¿Cómo has dicho que se llama el lugar?

—Boulevard de los sueños rotos. Si conocieras a una de las bandas que te enseñé, sabrías que he adoptado el nombre de una canción.

—No es momento de echarme en cara eso —gruñí.

—No lo hago. —Metió sus manos en los bolsillos del pantalón y se encogió de hombros—. ¿A que es un bonito nombre?

—Es —hice una pausa— lindo. Si has sido tú quien le puso el nombre, ¿quiere decir que el lugar no tiene nombre?

—No, no lo tiene, ni siquiera sale en el GPS.

Ahora entendía por qué me había dicho que si me daba el nombre no sabría cómo llegar. Ni siquiera sabría hacia dónde ir.

Luke comenzó a caminar y lo seguí. Cada paso que daba en el callejón me gustaba más. Todavía seguía sin asimilar lo hermoso que era: los árboles, el césped, las flores, los colores, todo era fascinante. El nombre se repitió en mi cabeza y salió a relucir otra de mis dudas.

—Luke —lo llamé—, ¿por qué un lugar tan hermoso tendría como título la palabra «roto»? ¿No sería todo lo contrario?

Él se giró a verme, la profundidad de su mirada me obligó a detenerme.

—Esa es una excelente pregunta. Cuando un sueño muere, alimenta al boulevard.

—No entiendo.

—Cuando uno de tus sueños se rompa, lo entenderás.

Y terminé como al inicio: suspendida en la duda.

El sonido de mi móvil, indicando que alguien llamaba, me obligó a salir de mi burbuja. Lo cogí para contestar.

Zev.

—Hola.

—¿Dónde andas? —Fue lo primero con lo que me recibió.

—Fuera de casa, ¿ocurre algo?

—Hasley, hoy a las seis es el partido de Matthew.

—¿Qué?

Mi voz sonó incrédula.

—¿Dónde estás? Te mandé un mensaje.

Y recordé cuando sonó y Luke me interrumpió tocando el timbre. Observé al chico durante unos segundos, quien me miraba con su expresión tan común: inexpresivo.

—Te llamo luego —colgué y me acerqué, nerviosa—. Hoy es el partido de Matthew.

—Ya —sonrió—. Hasley, si quieres ya te puedes ir. Solo quería enseñarte esto.

—¿En serio?

—Claro. Él te gusta, deberías ir.

—¿Y si vienes conmigo?

—¿Y ver a unos idiotas disfrutando de humillar a otros? No, gracias, yo paso.

—¿No disfrutabas con las desgracias de los demás?

—Lo hago, pero esto es diferente.

—¿Diferente?

—Solo ve.

Me mordí el labio y preferí ya no volver a hablar. Me di la vuelta y comencé a trazar mi trayecto por el mismo camino por donde habíamos venido. Sentía una pequeña presión en mi pecho y no sabía descifrar qué era. Antes de salir del callejón, me giré hacia Luke, que se encontraba de espaldas. Mi teléfono volvió a vibrar, lo cogí para contestar. Sabía que se trataba de Zev.

—¿Hasley? —Su voz se proyectó al otro lado de la línea telefónica.

Seguía con la mirada sobre Luke y una parte de mí se removió. No podía hacerle esto. No a él, cuando se estaba abriendo de esta manera conmigo, un poco… más diferente. No es que fuera la mejor persona en el mundo con la que quisiera pasar un día entero, soportando su mal humor, pero, después de todo, Luke no era lo que yo tanto pensaba o lo que decían de él por los pasillos.

Y solo, quizá, podría quedarme a su lado.

—No iré, dile a Matthew que lo siento. —Y colgué.

Metí mi móvil en el bolsillo de mis vaqueros y corrí hacia Luke con el corazón en la boca, la respiración agitada y el ritmo cardíaco acelerado.

—¡Howland! —grité. Luke dio media vuelta y se mostró confundido—. Yo no me voy de aquí sin antes ver ese reflejo de la luna.

Él apretó los labios intentando reprimir una sonrisa.

—Eres un poco patética, ¿lo sabes?

—Lo sé, pero esta patética se quedará hoy contigo, ¿bien?

—¿Tengo opciones?

—No las quieres —murmuré.

—Tal vez no.

Sonreí sin esconder mi gesto y él me hizo una seña con su cabeza para que comenzáramos a caminar juntos. Lo había rechazado una vez, no podía hacerlo dos veces. Aparte, habría más partidos a los cuales asistir.

Debajo de ese cielo azul, ambos en silencio con el aire revolviendo mi cabello, Luke tomó la palabra para romper ese momento.

Y ese pequeño diálogo me hizo sentirlo más humano, y un no sé qué de tantos en nuestra historia.

—Gracias —susurró.

—¿Por qué?

¿Habéis visto esas miradas cómplices que parecen tocar el corazón del otro? Fue la misma que me dio en ese momento, como si los dos quisiéramos estar aquí.

—Por no dejarme solo.

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