ya he dicho que hacía muchas cosas por mi mejor amigo? Sobre todo, cuando supe que el divorcio de sus padres le afectaba más de lo que intentaba ocultar. Así que allí estaba yo, entrando a una fiesta de no sé quién, en no sé dónde. Solo daba las gracias porque los chicos, Neisan, Dylan y Daniel, habían aceptado venir.

—Esto no me gusta —chillé, mirando mi alrededor.

—¡Venga, Hasley! ¡Anímate! —exclamó Zev, alegre.

Me limité a girar los ojos y aferrarme a su brazo para perderme en el camino que había comenzado a trazar desde que entramos. Él intentaba encontrar a los demás chicos. Demasiada gente en la casa para poder respirar aire puro o beber un poco de agua fresca.

Me puse de puntillas para preguntarle una cosa al oído.

—¿Crees que habrá venido?

—¿Lo dudas? Por el amor de Dios, Hasley —se rio—. Matthew no se pierde estas fiestas. Aparte, nos invitó, o, para ser exactos, a ti. ¿Crees que no me he dado cuenta de que solo me está utilizando? Pero realmente no me molesta, mientras a ti eso te guste, ¿eh?

Bien, bien, tal vez no vine del todo por mi mejor amigo, fue un cincuenta y cincuenta: por un lado, quería hacerlo feliz con un poco de su ambiente —o lo que él fingía que le gustaba—, Zev no era un chico que saliera demasiado a fiestas, pero cuando asistía a una lo disfrutaba al máximo; y por otro lado… estaba Matthew.

Pero ahora en mi cabeza estaba lo que había dicho Zev. Yo solía pensar que era muy ingenuo con sus amistades, pero al parecer estuve equivocada todo este tiempo… Ya, bueno, yo soy la única ingenua, porque no se me había pasado por la mente que eso podía ser una razón desde que ambos eran tan amigos.

Para explicar un poco este tema, Matthew nos invitó a una fiesta que habían montado los integrantes de su equipo de baloncesto para celebrar algo. No sé qué pretendían estos chicos al hacer fiestas en días entre semana, pero de reojo me daba cuenta de que casi todo el instituto se encontraba aquí y nadie tenía cara de que les preocupara que mañana hubiese escuela.

Mis dos razones para asistir tenían nombre y apellidos: Zev Nguyen y Matthew Jones.

Finalmente, llegamos con los chicos y los saludé.

—¡Esto está a reventar! —Dylan alzó los brazos, un poco mareado por el alcohol.

—No creo que solamente haya personas del instituto aquí —dijo alzando sus cejas un chico rubio, de nombre Eduardo—. Os recomiendo que no vayáis al patio trasero, hay chicos vendiendo droga.

—¿Droga? —Mi ceño se frunció y no porque fuera algo que me interesara, sino porque se me hizo imposible no acordarme de alguien.

—No te separes, ¿vale? —Zev se dirigió a mí.

—Tranquilo, sé cuidarme —rechisté.

Sus amigos rieron, pero él no.

Con honestidad, había algo que odiaba mucho de Zev, y era esa pequeña (o gran) obsesión que tenía con protegerme. A veces me asfixiaba su forma de ser conmigo y la manera en que quería controlarme hasta el grado de decirme hacia dónde y cómo tenía que dar mis pasos.

Empezaron a hablar de muchas cosas de las cuales yo entendía poco. Descubrí que Daniel estaba en un intento de relación y que Dylan engañaba al chico con el que había estado liándose meses atrás. Mientras la conversación fluía con el paso del tiempo, los vasos con alcohol pasaban delante de ellos.

Si seguíamos a este ritmo, todos perderían la cordura y sería yo la única consciente, de eso estaba segura. Pero sabía que ninguno conduciría así. Se sumergían en su conversación y decidí dejarlos, probablemente Zev se daría cuenta dentro de media hora… o nunca.

Caminé entre todos los chicos que olían a alcohol, sudor, cigarrillos y, puede ser, a semen… ¿Acaso el semen tenía olor? Eliminé de mi cabeza, en definitiva, aquella pregunta tan absurda y me concentré en mi camino; busqué la mesa donde había varios tipos de bebidas y decidí llenar mi vaso con un poco de zumo de arándanos. Escogí uno que estuviera sellado para evitarme la paranoia de que pudiera contener algo.

Apoyé mi cadera sobre la mesa y miré al frente. Sería parte de todo aquel grupo de chicos bailando si tan solo supiera hacerlo. Sin nada más que hacer, observé mi vaso por unos segundos, los hielos chocaban entre sí creando pequeños movimientos en el líquido. Con esto podía confirmar lo aburrida que me encontraba.

Alargué un suspiro y regresé hacia donde había dejado a Zev. No supe si yo fui la que iba distraída o la otra persona, pero el zumo se derramó sobre mi blusa causando un jadeo de mi parte cuando los hielos tocaron mi piel.

—¡Mi culpa! —La voz de Matthew me heló. Él levantó las manos y me regaló una sonrisa de oreja a oreja. Mis labios se curvaron, nerviosa.

—Lo… —Y me silencié.

Sentí mis mejillas calentarse, viéndome con la obligación de taparme la cara.

—Iba pasando y es que… aquí arriba no se ve mucho —se burló, refiriéndose a nuestra diferencia de altura. Matthew era alto, no tanto como Luke, pero sí más que yo.

—No sé cómo sentirme al respecto.

—¿Enfadada? —propuso.

—No, no, no. Solo quería beber un poco de zumo y regresar con Zev, lo he dejado con los demás chicos.

—¿Quieres más zumo? Puedo ir a por él, ¿o quieres limpiarte primero?

—Limpiarme, estaba frío. —Separé un poco la blusa de mi piel y respiré hondo.

Matthew me cogió de la mano y quise gritar de la emoción. Caminamos entre las personas y subimos las escaleras, yo lo seguí sin ninguna intención de preguntarle adónde íbamos, aparte de que me encontraba todavía sopesando su agarre. En el camino, pude fijarme en que Zev me vio, pero no hizo nada.

Abrió una puerta y me quedé el pie de la entrada, confundida.

—Entra, la casa es de un amigo y este cuarto nadie lo ha usado. Al fondo hay un baño para que te seques.

La duda me asaltó y no sabía si ahora eso era una buena opción. Sin embargo, su sonrisa me dio confianza y acepté, la luz se encendió y miré la habitación. Todo acomodado sin ningún desorden, como si la planta baja fuera la única área que se usaba para la fiesta.

—Hay mucha gente, ¿no? —le cuestioné, mirándolo de reojo, sin ser capaz de hacerlo de manera directa.

—Sí, los invitados invitan a más personas, pero no es algo que nos moleste.

—¿Acostumbrado?

Matthew se encogió de hombros y su sonrisa se transformó en una traviesa.

—No me quejo. El baño está en aquella puerta. —Apuntó, recordándome a lo que habíamos venido.

—Gracias.

Entré al baño y rápidamente me limpié lo mejor que pude, tratando de quitar el líquido, que comenzaba a ponerse pegajoso. Me miré en el espejo por unos segundos, las ojeras eran tan visibles que ni con maquillaje se quitaban. Acomodé mi ropa y pasé un mechón de cabello detrás de mi oreja para después salir del baño.

Matthew se distraía con el móvil, tragué un poco de saliva antes de hablar.

—Listo —le avisé, inquieta.

Él alzó su vista y guardó el teléfono en el bolsillo de su pantalón, sus delgados labios se curvaron, se acercó acortando la distancia entre nosotros y mi pulso se aceleró. Yo no me alejé. El verde de sus ojos me hipnotizó, como si me atrapara en una burbuja en la que no me importaba lo demás.

—Ahora me siento menos culpable —admitió, inclinándose hacia mi rostro.

Sentí como mi piel se erizó, causando que mi respiración se entrecortara y me pusiera nerviosa. Su nariz rozó la mía, obligándome a cerrar los ojos, sabía lo que pasaría a continuación y no quería que se detuviera.

Por favor…

¿Ocurrió el beso? No.

La puerta de la habitación se abrió de golpe, dando paso a la música, y de repente me choqué contra una pared de realidad. Matthew se separó y maldije a quien arruinó este momento. Nuestro momento.

Mis manos se hicieron puños y quise golpearlo apenas lo vi. Luke se apoyaba de lado en el margen de la puerta con su mirada tan típica. Esto se estaba volviendo tan común para mí, desde que lo conocía había estado encontrándomelo en casi todos los lugares a los que yo iba. Podía comprender sus apariciones, pero en ocasiones todo parecía tan a propósito que jamás lo descartaría. No me imaginaba que él asistiese a fiestas como estas; por su forma de ser podía creer que no era de aquellos chicos.

Su cabello se revolvía, vestía con unos pantalones y un jersey negro.

—Buscaba un baño, lo siento por… —dejó la frase en el aire como si estuviese pensando en algo—. No, la verdad es que no siento nada, solo busco un baño en esta estúpida casa y me he equivocado de puerta.

—Nadie puede subir al segundo piso. —Matthew dio un paso al frente, dirigiéndose a Luke.

—Bien, nosotros somos nadie —indicó él.

—Sí, al parecer…

—Entonces ¿sabéis dónde hay un baño?

—Sí, aquí hay uno, puedes entrar si te urge tanto.

Luke no respondió y caminó frotándose la frente hasta el baño del que yo había salido hacía unos minutos.

—Definitivamente hay mucha gente —se burló Matthew.

—Te encuentras a cualquiera, ¿no? —Enarqué una ceja, refiriéndome a Luke.

—¿Sorpresa?

—No —me reí.

Luke salió del baño y se puso enfrente de nosotros dos.

Quería golpearlo.

Elevé mi vista para hacerle saber con mi cara que me había cabreado su presencia, pero apenas miré su rostro todo tipo de enfado se esfumó.

Mis labios se separaron de la impresión y noté un sentimiento indescifrable en el pecho, el lado izquierdo de su cara mostraba un claro moretón cerca de su ojo, al igual que un pequeño corte en su labio. Di unos pequeños pasos, acercándome para mirarlo mejor.

—¿Qué te pasó? —me atreví a preguntarle.

—Un pequeño accidente que ocurrió ayer. —Luke tocó la herida y me miró.

—¿Te duele? —Las preguntas salían por sí solas. ¿Me preocupaba? Lo hacía, y odiaba admitirlo.

—No, ya no.

—Bien, voy abajo —anunció Matthew—. Ojalá te recuperes, Luke.

Quise decirle algo, pero nada salió de mis labios. Lo miré apenada y solo me dedicó una sonrisa a medias antes de salir de la habitación, dejándome a solas con Luke.

—¿Estabas a punto de besarte con él? —me preguntó.

—Creo que sí. —Mordí mi labio y me alejé.

—No lo vuelvas a hacer.

—¿Perdón?

—No lo hagas, tómalo como un consejo, Weigel. —Se encogió de hombros y puso todo su peso sobre una de sus piernas.

—No me hacen falta consejos, sé lo que hago —contesté irri­tada.

—Sé lo que te digo, pero, si no quieres aceptar mis consejos, me importa un carajo. Tienes suerte de que no sea de las personas que dicen «te lo dije». —Luke tenía un filo en sus palabras.

Era muy directo y crudo, manteniendo siempre sus palabras claras y sin colarse ningún tartamudeo. Me llegaba a sorprender que tuviese las palabras correctas y que soltara todo lo que pensaba, sin enseñar ningún rostro de arrepentimiento.

—Te detesto. —Por fin, después de unos segundos en silencio, fue lo único que salió de mi boca, sin quitarle o sumarle nada a él.

—El sentimiento es mutuo. —Pasó su lengua por el labio lastimado.

Sus ojos se dirigieron a mi blusa, estiró uno de sus brazos y sus dedos rozaron la tela.

—¡No toques! —reprendí.

—Quítate la blusa —murmuró mirándome a los ojos.

—¿Qué dices?

No podía comprender lo que me pedía, de hecho, no entendía sus monosílabos. Tenía que adivinar qué era lo que intentaba decir con ellos, pero resultaba tan difícil. Él no me ponía nada en bandeja de plata.

—Sigues húmeda y a causa de eso te puedes pillar un resfriado, te daré mi jersey —explicó—. Y no te niegues, porque terminaré siendo yo el que te lo ponga a la fuerza. ¿Entendiste, Weigel?

¿Se preocupaba por mí?

¡Por Dios! Yo nunca lo entendería.

Me había llamado tonta hacía unos minutos y ahora trataba de cuidarme. Vale, seguía teniendo ganas de querer golpearlo. Preferí no decir nada al respecto, Luke se quitó su jersey para tendérmelo, dudé unos segundos, haciendo que arqueara una de sus cejas, lo tomé de mala gana y fui al baño.

—¿Adónde vas? —Lo escuché preguntar.

—Al baño. ¿Piensas que me quitaré la blusa enfrente de ti?

Luke puso los ojos en blanco y se acercó a la ventana.

Sin tardar, me quité la blusa rápidamente y pasé mis brazos entre el jersey de Luke. Su olor se impregnó en mis fosas nasales, me parecía extraño que me agradara, la prenda albergaba comodidad y me hacía entrar en calor. Por supuesto, me quedaba demasiado grande.

Salí y la mirada del rubio me escaneó de pies a cabeza una vez que se giró de nuevo.

—Te ves tan diminuta. —Los ojos de Luke se veían cautelosos y muy en el fondo notaba que escondía una sonrisa.

—Es claro que tú eres más… —Mi voz se fue apagando cuando me fijé con mucho cuidado en sus brazos.

Mi cuerpo se estremeció.

La piel de sus brazos era presa de unos claros moretones. Los hematomas se podían ver fácilmente debido a su piel pálida; los círculos eran diluidos en tres colores. Me acerqué al chico hasta que dejé de oír cualquier ruido alrededor de nosotros. La música que hacía unos segundos me atormentaba fue sustituida por los latidos de mi corazón y los suyos, aunque sonase muy increíble, y acompañada de su respiración entrecortada, al igual que la mía. Mis ojos no daban crédito a lo que mostraba como un tatuaje.

Acerqué mi mano con delicadeza y miedo a que Luke me alejara, diciéndome que no lo tocara, pero supe que no lo haría cuando no se movió, dándoles acceso a mis dedos para hacerlo. Pasé mis yemas por encima de los círculos amoratados como si la porcelana más fina y frágil del mundo estuviera ante mí. Recibí un quejido por parte de Luke y retiré rápido mi mano.

—¿Te duele mucho? —pregunté por lo bajo.

—Estos de aquí solo un poco. —Señaló los hematomas de su brazo, restándole importancia a los demás, pero sabía que mentía.

Y es que me di cuenta de que Luke siempre me había mentido.

—¿Qué te ha ocurrido?

—Ya te he dicho, tuve un pequeño accidente.

Luke quiso reír, pero, en lugar de eso, su rostro se tornó en un gesto dolorido.

—¿Pelea de chicos malos marcando su territorio? —bromeé recibiendo un ceño fruncido de su parte.

—A veces me preguntó por qué te sigo hablando —me dijo girando sobre su mismo eje—, siempre obtengo la misma respuesta.

Detestaba ser tan necia y preguntona. Me armé de valor y volví a hablar.

—Solo quiero saber qué te ha ocurrido.

—Solo fue un maldito accidente, estoy bien.

—Luke…

—¡Deja de insistir, Hasley! —elevó la voz, interrumpiéndome.

Mi interior se removió al oír que me había llamado por mi nombre. Se sintió diferente, como si yo fuese la mala.

—B-bien —balbuceé.

Recompuso su rostro y negó, arrepentido.

—No quise gritarte, no quería. Perdón.

—Fue mi culpa.

—No, no lo fue. Jamás te sientas así. Nadie debería gritarte ni hacerte sentir culpable por ser así, tan preguntona.

—Ya no sé qué pensar…

—Ni yo. —Tragó saliva y suspiró—. Acompáñame afuera, solo un momento.

Luke me tomó de la muñeca para salir de la habitación y bajar las escaleras. Esquivamos algunas personas o simplemente él era demasiado grosero y terminaba empujándolas, pero procurando de que yo no chocara con ninguna.

—¿Adónde vamos? —lo interrogué cuando me di cuenta de que estábamos dejando el lugar.

—Lejos de aquí.

Existían cosas por las cuales Luke me molestaba y una de tantas era que creía que tenía poder sobre mí o de decidir por mí.

—Pero Zev… Vine con él, debemos irnos juntos —informé, queriendo soltarme de su mano. Él no cedió.

—Weigel, Zev será el último en llevarte a casa, está demasiado borracho para conducir. Dudo que la mitad de los que han asistido a esta fiesta vayan mañana al instituto —explicó sin detenerse.

Odiaba que tuviera razón. La última vez que me alejé de mi amigo fue cuando iba por el sexto vaso de refresco con licor y yo sabía que no estaría en excelentes condiciones para ir al volante. Probablemente terminaría durmiendo encima de Dylan y creyendo que me habían hecho algo malo mientras la culpa lo invadía, pero si algo le pasaba jamás me lo perdonaría.

—¿Y si le ocurre algo? —jadeé tan solo de pensarlo—. No puedo dejarlo.

Luke detuvo su caminata cerca de una moto y, por ende, también yo. Él se apoyó en ella y se cruzó de brazos.

—¿Ocurrirle algo? —preguntó irónico—. Weigel, es el capitán del equipo de rugby, prácticamente cualquier persona se tiraría al suelo para que él no se ensuciase, por favor. No le pasará nada.

—Solo quiero asegurarme de que estará bien.

Luke sacó de su bolsillo un cigarrillo y lo encendió.

—Lo estará.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Te lo prometo, ¿vale?

Rendida, bufé y puse los ojos en blanco.

—Espero que así sea.

Él palmeó el asiento de la moto y dio una calada para después soltar todo el humo.

—¿Te has subido a una antes?

—Sí —admití.

El verano pasado le habían regalado una a Nico —el hijo de Amy— por su cumpleaños. Amy era la mejor amiga de mamá desde hacía muchos años, ambas se conocieron en la universidad. No se veían mucho, pero solían salir a jugar al ajedrez o ir algunos fines de semana al club con otras amigas.

Aprovechaba cada oportunidad para usar la moto, llevándome a mí de pretexto. El único problema aquí es que no sabía cómo Luke se comportaba encima de una.

—No eres el tipo de personas que piensan que la calle es su propia pista automovilística personal, ¿cierto?

Luke hizo un mohín divertido que poco a poco se transformó en una risa burlona. Deshizo el cruce de brazos, apoyándose en la moto, se inclinó hacia el frente quedando a unos centímetros de mi cara. Aun así, seguía siendo un poco más alto que yo.

—Si estás conmigo, me veo en la obligación de evitarlo.

Su sonrisa se hizo de lado, haciéndolo parecer tímido, sus ojos se veían demasiado brillantes por la tenue luz del faro que iluminaba el vecindario y por la de la luna. Después de todo, si había algo que me gustaba de Luke eran sus ojos. Quería tocar su rostro.

—Lo primero de todo, ¿has tomado o fumado… eso?

—¿Eso?

—Sí… —murmuré—. Marihuana.

Él sonrió.

—No, es el segundo cigarro de tabaco que fumo en el día.

—¿Y se supone que debo creerte?

—Juro que digo la verdad.

Me mordí los labios y entrecerré los ojos, acusándolo.

—No te llevaría conmigo si estuviera drogado o borracho, ¿vale? Puedes estar segura de que no he hecho nada de eso.

—Está bien.

—Venga, súbete y trata de no aferrarte a mi pecho, es demasiado incómodo.

Desenganchó el casco y me lo puso; él hizo lo mismo con el suyo y perdí todo tipo de contacto visual cuando se levantó de la moto para montarse en ella. Dudé unos segundos, aún insegura de dejar a Zev en aquella casa, pero bastó solo un momento para que diera un suspiro y me subiese detrás de Luke. Le daba gracias al Señor por haberme puesto unos vaqueros.

—Trata de ser suave —susurré enrollando mis brazos en su pecho.

Él soltó una pequeña risa que causó que frunciera el ceño.

—Pensé que era una ironía.

Después de decir eso, soltó una fuerte carcajada haciendo vibrar su espalda, lo que yo sentí en una de mis mejillas, que se encontraba apoyada en su ancha espalda.

—Eres un… —Él me interrumpió por segunda ocasión en la noche antes de que le pudiera decir lo que pensaba.

—Sujétate —avisó para emprender el recorrido. Sentí que rio, aunque no sabía si era eso o la vibración que transmitía la moto hasta su espalda.

Nadie volvió a mencionar nada. Luke seguía conduciendo y yo intentaba no ejercer mucha fuerza en mi agarre. El aire fresco de Sídney hacía contacto con la piel de mi rostro al grado de llegar a sentir fría mi nariz. La moto se detuvo y yo me separé de Luke desorientada.

—Esta no es mi casa —protesté al ver que se trataba de unos apartamentos.

—Eso lo sé, no me has dado tu dirección. ¿Piensas que la adivinaré? —habló girando su cabeza para poder verme con el rabillo del ojo.

—¡Te la di el día que me fuiste a buscar para ir al callejón! —chillé recordándole—. ¡Te burlaste de mi calcetín!

Dio una gran carcajada.

—¡Pucca! —mencionó en un grito. Trató de tranquilizarse y cuando dejó de reír volvió a hablar—. No la recuerdo, solo dámela de nuevo.

Solté un gruñido y le volví a dar el nombre de mi calle.

Minutos más tarde se detuvo, pero esta vez, a diferencia de la otra, pude visualizar mi casa. Bajé de la moto y Luke se inclinó, sacó otro cigarrillo y lo prendió.

—Tercero.

—¿Qué?

—Es el tercer cigarro que fumas en el día.

—Cierto, pero… ¿sabes que es ya jueves? Son más de las doce.

Y caí en la cuenta de lo que acababa de decirme.

—¡Ugh! ¡Eres un mentiroso!

Él dio una calada y soltó el humo hacia arriba, reprimiendo una risa.

—¡Pero he sido sincero!

—¡A tu manera! —exclamé—. ¡Nos vemos! ¡Gracias por traerme!

Comencé a alejarme y escuché que gritó mi apellido varias veces.

—¡Weigel!

—¡¿Qué?! —Me giré.

—El casco.

Mis ojos se abrieron y las mejillas me quemaron de la vergüenza, me desabroché el casco como pude y me acerqué para dárselo; antes de sujetarlo, él habló.

—¿No me invitarás a pasar?

—Oh, vamos, ¿de verdad quieres? —La pregunta salió irónica porque ambos sabíamos la respuesta.

—Tienes razón, mejor no te molestes en repetirlo.

—Buenas noches —dije de mala gana.

—Weigel… —Su voz ronca me obligó a detenerme, no fue el tono, sino la manera en que había arrastrado mi nombre—. Mañana me acompañarás después de clase a un sitio.

—¿Es pregunta o afirmación? —pregunté.

—Si quieres hacer algo bueno por ti, vendrás. —Luke apagó el cigarro y encendió la moto—. Si, por el contrario, decides no hacerlo…, será una lástima.

—Me molestas —siseé.

—Bien, entonces mejor me voy para que deje de molestarte. Mañana me dices.

Sin darme tiempo de decir algo más, se marchó. Me quedé ahí parada en el mismo sitio mientras observaba cómo se alejaba, llevándose con él mi calma.

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