me dedicaba a mirar por la ventanilla del coche abrazando mi mochila con ambas manos. Mientras tanto, mi madre me regañaba, pisando el acelerador.

—No puedes seguir llegando tarde —repitió. Su voz era elevada y de un tono molesto—. O comienzas a cambiar ese mal hábito o me veré con la obligación de quitarte todo tipo de distracción por las noches. Ya eres mayor para tomar en serio tus responsabilidades, Hasley Diane.

Apreté más la mochila contra mi pecho y miré a mi madre como cachorro regañado. Ella negó, remarcando su ceño fruncido.

—Lo haré, lo prometo…

—No quiero que me lo prometas, quiero que lo hagas. Demuéstralo.

Inflé mis mejillas, las cuales podía sentir calientes. Cuando mi madre se enfadaba me hacía sentir mal, pero, bueno, muchas veces era yo quien la provocaba.

Tal vez tendría que dejar en pausa mis series coreanas, o esos documentales que me hacían cuestionarme todo a mi alrededor, o igual las películas de romance empedernido. Eso sería una tortura; sin embargo, no solo ir a dormir temprano era un problema, el verdadero problema era cuando sonaba la alarma.

Para mi salvación, visualicé el instituto a unos metros.

—Iré a casa de Amy al salir del trabajo —mencionó—. Hay comida en casa y también dinero.

Redirigí mi mirada hacia ella.

—¿Para qué? —pregunté.

—Necesito salir a veces, Hasley —dijo, segura de su respuesta—. Tal vez el próximo fin de semana podríamos ir juntas y así saludas a Nico; podría darte consejos sobre despertar temprano.

Arrugué la cara.

Nico era el hijo de Amy, tres años mayor que yo. Tanto mamá como Amy solían decir que él y yo saldríamos cuando fuéramos mayores. Definitivamente nunca sería así. Y no porque fuera un mal chico, sino por el hecho de que no podía verlo con interés romántico.

—Él es igual de irresponsable que yo —le recordé.

—Ojalá dejes de reconocer que lo eres y trates de cambiarlo —farfulló—. Ya llegamos.

Apreté los dientes y bajé del coche sin ganas de continuar con aquello.

—Nos vemos por la noche. Hasta entonces —me despedí.

—¡Cuídate! —gritó.

Cerré la puerta y apresuré mis pasos hacia el casillero. El portero me saludó asintiendo y le devolví el gesto. No había muchos alumnos por los pasillos, por lo que supe que la mayoría ya estaban en sus respectivas clases. ¿Y yo? Yo tenía que humillarme otra vez —una de tantas— frente al profesor Hoffman.

Rebusqué el cuadernillo de Literatura y bufé frustrada. No podía haberlo olvidarlo en casa, todavía recordaba que lo había empujado hacia el fondo del casillero después de Geografía.

—¿Llegando tarde?

La voz de Luke me sobresaltó. Giré para verlo y gruñí, haciendo un gesto de disgusto. Él sonrió.

—¿Es tan difícil para mis oídos oír el maldito despertador? —farfullé y cerré de golpe el casillero—. Mi madre me va a matar si me mandan a dirección.

—Mira el lado bueno —él dijo, divertido—. Será una anécdota que podrás contarle a tus hijos.

¿Qué decía?

No tenía ningún lado bueno. Esto no sería una anécdota que les explicaría a mis hijos, si es que en algún futuro querría tener. Les daría una imagen falsa para chantajearlos y mostrarles que a su edad yo hacía las cosas bien… Mentira. Les diría que su madre era una irresponsable cabezota.

—No ayudas, Luke —murmuré sin ánimos.

—No intento hacerlo —admitió, encogiéndose de hombros para dejarme claro que le daba igual.

Suspiré.

Dejé caer todo mi peso sobre una de las piernas y me crucé de brazos, cansada de escucharlo. Ya no hacía falta que me apresurara a la clase de Literatura. La había perdido, tenía que resignarme y —posiblemente— aguantar otro aviso. Mi suerte era de todo menos buena ni justa.

Luke frunció el gesto y se rascó la punta de la nariz. De pronto, su expresión cambió a una de disgusto, como si algo le estuviera molestando. Eso me confundió y arqueé una ceja, cuestionándolo.

—¿Pasa algo?

—Huele a café —respondió. Él se acercó un poco a mí y me olfateó, como si fuera alguna clase de prueba de perfume—. Odio el olor a café, lo odio en general, el sabor, el color… Todo.

—Creía que el café y el cigarrillo eran buenos compañeros.

—Que sepas que no es así, al menos no para mí.

—¿Por qué? —dudé.

—Porque es… horrible. Mis padres lo toman por las mañanas y soportarlo es una tortura. No entiendo qué le encuentran de atractivo o delicioso al café.

Pensé un instante mi respuesta y la solté:

—Lo mismo que tú le encuentras de atractivo y delicioso a la nicotina.

Luke se quedó quieto y sus ojos se entrecerraron. Pude ver que elevaba la comisura de los labios. En ningún momento me arrepentí de lo que dije.

—Defensora del café, ¿eh? —fue lo único que dijo.

Me encogí de hombros.

Yo no era una fanática del café, ni siquiera sabía los tipos que existían o cómo se tomaban, pero mi madre sí. Cada mañana se tomaba el tiempo de preparar dos tazas de diferentes tipos de café, una para ella y una para mí.

Hoy no había sido la excepción, pero tuve que tomarlo sin importar lo caliente que estaba porque ya llegábamos tarde.

Luke suspiró y su vista bajó a mi blusa. Su sonrisa se ensanchó y, por la manera en que apareció su hoyuelo, supe que estaba aguantándose la risa.

—Weigel —musitó.

—Dime —respondí.

—Creo que en realidad necesitas un despertador eficaz —inició. Fruncí el ceño sin entender—. Te has puesto la blusa al revés.

Mis ojos se abrieron de golpe. De pronto, me sentí avergonzada y la cara me ardió. Me miré la blusa para confirmar lo que había dicho, y cuando lo hice, definitivamente quise que la tierra me tragara. Esta era una de las peores humillaciones que había tenido nunca, lo juro.

Volví a Luke, quien se mordía los labios, evitando a toda cosa echarse a reír.

—Dios…

—Y creo que esto es pasta. —Señaló la parte superior de mi blusa.

Ni siquiera quise comprobarlo. No. No. No.

«Trágame, tierra», pensé.

El rostro de Luke se suavizó, dejando a lado ese gesto burlón.

—Necesito… ir al baño —anuncié con un hilo de voz.

—¿Segura? ¿No tienes clase?

Parpadeé y negué.

—La tengo, pero he llegado tarde, el profesor no me dejará pasar. Él me odia.

—¿Quién es? —preguntó.

—Hoffman — respondí.

Ladeó su cabeza, pensando.

—¿Es el que te mandó la otra vez un aviso?

Me sorprendía que tuviera buena memoria… para algunas cosas, o quizá para las cosas que me terminaban molestando. No era la primera vez que recordara algo a favor de mi desgracia.

—Sí, es él.

Se mantuvo en silencio por varios segundos y luego volvió a hablar:

—Ve al baño. En menos de dos minutos necesito que estés enfrente del salón —ordenó, quise decir algo, pero Luke rápidamente agregó—: Hoffman… ¿Es el que tiene una calva, pero un bigote enorme?

Solté una risa pequeña y asentí. Él se alejó.

No esperé a que él desapareciera por el pasillo y corrí hacia el baño para poder cambiarme la blusa. Intenté no perder tanto tiempo, me limpié un poco la comisura de los labios y sujeté con fuerza la mochila, yendo hacia el aula como Luke me había pedido.

Desconocía en absoluto lo que planeaba, y no entendía por qué le hacía caso, como si en realidad me fuera a ayudar. Al principio dudé y no supe si continuar con aquello, pero después me dije que no perdía nada por intentarlo.

Caminé por el pasillo con paso rápido y, de pronto, me cogieron de un brazo, haciéndome girar. Los ojos azules de Luke conectaron con los míos.

—Se supone que cuando el profesor no se encuentra en el aula dando clase puedes entrar —informó—. No está.

—¿Cómo sabes que no está?

—Le he dicho una mentira, una pequeña, nada de lo que pueda culparte, ¿sí?

—¿Estás seguro?

—Lo estoy, casi como lo mucho que me gusta tu corte de pelo —Luke sonrió ampliamente—. ¿Te he dicho que pareces lord Farquaad?

Lo miré mal, enojada.

—Pesado —musité, liberándome de su agarre.

—¿Por qué? Al menos no he dicho lo que pienso de tu mochila con los pines de los Jonas Brothers —se rio—. Me sorprende que te sigan gustando.

—Deja en paz a mis pines y a mi cabello corto —siseé.

—Lo haré, pero porque quiero que entres al aula, o vendrá Hoffman y nos llevará a la dirección a los dos, a ti por llegar tarde y a mí por mentirle. Anda, ¡corre, Weigel, corre!

Decidí no decir nada al respecto y hui. Llevaba el alma en la boca cuando abrí la puerta, pero pude cerciorarme —como me había dicho anteriormente Luke— de que el profesor Hoffman no estaba.

Tomé asiento al fondo y me quedé en silencio, cabizbaja y con la mochila a un lado. Todavía no había nada escrito en la pizarra.

—¿Ya pasaron lista? —pregunté al chico de mi lado.

—No, aún no.

Asentí, dándole las gracias.

Bueno, por esta ocasión me había salvado, y había sido gracias a Luke Howland.

Al final de clase, procuré esa vez guardar el cuadernillo de Literatura a la vista para que no se me perdiera como por la mañana. O quizás habría sido mejor idea llevarlo siempre en la mochila.

—Hola, Hasley.

Me giré en el instante en que reconocí esa voz saludándome.

Matthew sonreía a medias, su camisa verde oscuro resaltaba el color de su piel y de sus ojos. Enmudecí por unos segundos y tragué saliva. Se me aceleraron un poco los latidos del corazón y respiré hondo antes de responder.

—Hola, Matthew.

—¿Cómo has estado?

—Bien, bien —repetí—. Es decir, estresada por las clases, pero bien. ¿Tú cómo te encuentras? ¿Qué tal las prácticas?

Él puso los ojos en blanco y bufó, dándome a entender que estaba cansado.

—Han sido muy complicadas, pero las disfruto. Me gusta lo que hago. —Revolvió su cabello con una mano y continuó—: Lo único que me pone de malas y se me hace difícil es cuando me presionan el entrenador y los profesores. Entregar las tareas en las fechas acordadas no se me da bien.

—Bueno, al menos tú no llegas tarde a las primeras clases —bufé.

—¿Problemas con el despertador?

—No tienes idea…

Dejé de hablar cuando sentí la mirada de alguien: al parecer, no fui la única, pues Matthew fue el primero en desviar la suya hacia un lado. Yo también lo hice.

Luke.

Se acercó a nosotros en menos de tres zancadas y se dirigió a mí.

—Weigel.

—Luke —saludé, sonriéndole a medias.

Su presencia no me agradaba justo en ese momento. Estaba interrumpiendo mi conversación con Matthew, lo hacía a propósito. No tenía dudas.

—Hey —dijo Matthew para hacerse notar. Luke lo miró ladeando su cabeza sin muchos ánimos y sentí un poco de pena por el pelirrojo—. Bien… Entonces me voy. Nos vemos, Has.

Alzó sus cejas en una vacilada y se acercó a mí para brindarme un beso en la mejilla. Evitó despedirse de Luke y prefirió irse de allí. Mi cara enrojeció y agradecí al cielo que él ya estuviera lejos, no quería ponerme en evidencia frente a él… O no de nuevo.

—Eres patética —recriminó al verme en tal estado.

Yo solo quería gritar.

—Cállate, por favor —pedí, cubriéndome la boca con las manos—. Es el primer contacto que tengo con sus labios, ¡por Dios!

—Eres patética —repitió.

Negué, divertida. Él no me arruinaría la felicidad que sentía en este momento. Su mala leche podía llevársela a otro lado.

Cuando estuve más tranquila, me giré hacia Luke, quien seguía con ese gesto de pocos amigos. Recordé el enorme favor que había hecho por mí y le sonreí amigable, no me quedaría sin darle las gracias.

—Sobre lo de hoy… Gracias, de verdad.

—Descuida. —Le restó importancia y meneó la mano—. ¿Tienes alguna otra clase? ¿O ya han terminado todas?

Me sentí confundida al principio, pero respondí.

—No —negué—. ¿Por qué?

—¿Quieres acompañarme a un sitio?

—Al menos debería saber adónde me llevarás para matarme —dramaticé.

—¿Qué? —rio—. Basta de esas tonterías, Weigel.

—¿Tonterías?

—Tonterías —reafirmó.

—Eres tan molesto —chillé.

—Comienzas a darme dolor de cabeza. —Se tocó las sienes y comenzó a caminar, alejándose.

Gruñí de mal humor y, a pesar de querer asfixiarlo, lo seguí.

En el camino, le hice muchas preguntas porque las dudas crecían poco a poco y luego había otras que nacían cuando él respondía las que quería. Las manzanas resultaban eternas cuando iba sola, pero en compañía de Luke eran menos largas.

No tuvimos que llegar hasta el lugar para saber hacia dónde nos dirigíamos.

Evité decirle a Luke que ya tenía conocimiento, esperé a que llegáramos al boulevard y pregunté:

—¿Para qué hemos venido aquí?

—Quería venir… contigo.

Se adentró más en el callejón y se detuvo en el tronco del árbol más grande, echó su cabeza hacia atrás, mirando el cielo. Yo lo hice también. Por la mañana se había nublado, casi avisando de que llovería, y ahora nuestra vista era un cielo azul despejado de nubes.

—¿Has escuchado aquella frase que dice que los árboles son el mejor amigo del hombre? —demandó, regresando su mirada hacia mí. Frunció el ceño. Claro que había escuchado algo así, pero no citado de esa forma.

—Son los perros, no los árboles, Luke —le corregí.

Él chasqueó la lengua.

—¿Podrías hacer el mínimo intento de darme la razón, Weigel? —gruñó y se sentó en una de las enormes raíces que sobresalían del gran árbol.

Me acerqué y copié su acción.

—Oh, ahora que lo recuerdo, Luke, también he escuchado esa frase —ironicé.

No contestó. Apoyó su cabeza contra el tronco del árbol y cerró los ojos, me removí un poco incómoda, aunque me dediqué a mirarlo: su nariz era respingada, la piel de su cara tenía algunas marcas, pero solo si lo mirabas detalladamente, el color de sus ojeras se pronunciaba junto al de sus labios, que se teñía de rosado. Ya lo había dicho, pero ahora lo reafirmaba, tenía un perfil hermoso, uno digno de fotografiar.

Y hablando de fotografías…

—Luke, tú no tienes ninguna red social activa, ¿cierto?

Él entreabrió un solo ojo.

—No, ninguna. Solo el correo institucional, si es que cuenta como red social.

—¿Por qué?

Volvió a cerrar el ojo y se encogió de hombros.

—Siento que es innecesario todo eso, no me importan las vidas de la gente, y es que a la mayoría le gusta publicar su intimidad…, su privacidad. Subir algo a internet es darle acceso a cualquiera para que se entere de tu vida. Aparte, ¿quién quiere ver fotos mías? ¿Para qué quiero ver fotos de otras personas? Me importa una mierda lo que estén haciendo, y sé que a ellos igual les importa otra mierda lo que yo haga.

No esperaba eso como respuesta. Solo un «no me gusta», pero me dio una razón completa, un porqué que justificaba más de lo necesario. Me sorprendí y me hizo replantearme muchas cosas: yo en ocasiones subía lo que me gustaba hacer y también fotos mías, aunque luego las eliminara.

—Pero cada uno es dueño de lo que haga con su vida —murmuró.

—Tú prefieres pasar desapercibido, ¿no es así?

—Un poco. Digamos que a algunos en el instituto les interesa saber lo que hago y lo que soy. Reinventar historias es un entretenimiento para varios.

Asentí convencida por lo último que dijo y le miré el pantalón. Estaba roto por las rodillas, pero era un corte que se deshilachaba, dando la impresión de que habían sido hechos por él. No parecían para nada roturas de fábrica.

Vi de reojo que sacó un cigarrillo y lo encendió, llevándoselo a la boca. Volví la atención al pantalón y deslicé mi mano hacia su rodilla para tirar de un hilo. Las yemas de mis dedos tocaron su piel y removió su pierna.

—¿Qué haces? —dijo de pronto.

Dirigí mi atención hacia él.

—¿Te los rompes? —pregunté—. Quiero decir, ¿los cortas a propósito o ya los compras así?

Tiré con fuerza del hilo hasta desprenderlo y escuché que se quejó.

—Solo este y otros dos —admitió, y giró su torso hacia mí, chocando su hombro con el mío.

—¿Tienes algún motivo?

—Estoy más cómodo cuando me siento, mis piernas son largas y algunos pantalones me aprietan por la rodilla, hago un hueco en el sitio y soluciona mis problemas.

Lo observé dar una calada profunda al cigarrillo y luego soltó el humo. La nube gris se perdió en el aire.

Nunca había fumado, veía a las personas hacerlo y a veces tenía curiosidad por probar. Sin embargo, algo en mí no estaba segura del todo. Lo único que quería saber era qué tenía de especial para que a muchos les gustara.

—¿Puedo probar? —solté.

—¿Qué?

—¿Puedo probar el cigarrillo? —formulé mejor la pregunta.

Luke parpadeó, confundido.

—¿Esto es en serio? No pienses tirarlo cuando te lo dé porque tengo una cajetilla casi llena.

—No quiero hacer eso, solo intentarlo. —Me reí.

Él seguía con ese gesto incrédulo, sorprendido y confundido. Todo en uno. Estaría igual. Quejarme día tras día cada vez que prendía uno era una gran razón por la que él estuviera de ese modo.

—¿Me darás? —insistí.

Echó un suspiro, rendido.

—Bien —aceptó. Me tendió el cigarrillo, pero, antes de que pudiera cogerlo, agregó—: Solo prométeme algo, Weigel.

—Dime.

—Por más calma que sientas al hacerlo, no recurras a él como un método de anestesia cada vez que te sientas mal —murmuró—. Tú no necesitas esta mierda.

Apreté mis labios y entendí por qué lo hacía él. O al menos ese significado me dieron sus palabras.

—¿Sí?

—Sí, lo prometo —asentí.

—¿Ya lo has hecho? ¿Sabes… fumar? —preguntó. Negué, Luke soltó una risa pequeña—. Solo aspira un poco, como si dieras un suspiro, y mantén el humo en tus pulmones durante unos segundos, ya después solo dejas que salga. Tiene que ser lentamente, ¿eh?

Le hice caso, asegurándome de no arruinarlo.

Fallé.

Apenas respiré un poco, me atraganté con el humo provocándome tos.

—Mierda —maldije.

—Tranquila, es normal que ocurra la primera vez —me animó—. Inténtalo de nuevo, pero esta vez procura no hacerlo tan acelerado, te desesperas y no está bien.

—Vale, vale.

Me tomé mi tiempo y, a pesar de que volvió a salirme mal el segundo intento, lo quise hacer de nuevo, y en la cuarta salió bien.

Le devolví el cigarrillo y se lo terminó. De pronto, me sentí mareada y con arrepentimiento, también débil y con un poco de sueño, no sé si eso era normal, pero mi cabeza palpitaba.

—¿Es posible que me maree tan rápido? —me quejé frotándome la sien.

—Lo es, sobre todo, cuando es la primera vez que lo haces y… no tan bien como se supone que debe hacerse —respondió—. Trata de no quejarte mucho, Weigel.

Ugh, imposible.

Ahora tenía un sabor feo en la boca, sentía la lengua áspera y todavía el humo irritaba mis vías respiratorias.

—Nada mal, pero sabe horrible —siseé.

—Eso dicen muchos —se mofó.

Dejé caer la cabeza sobre su brazo —podría decir que sobre su hombro, pero él era muy alto para alcanzarlo, incluso sentados—. Luke se quedó quieto, quizás analizándome o burlándose internamente por mis quejas en voz baja o mis muecas.

Mi corazón palpitaba más rápido de lo normal y estaba segura de que era por el cigarrillo. A pesar de la mala experiencia y de la —casi— agradable compañía de Luke, me encontraba en calma.

—¿Luke? —lo llamé.

Evité mirarlo, solo me aferré a su brazo.

—¿Estás bien?

—Lo estoy —respondí—. ¿Nosotros estamos bien?

Y quizá tuve que ser más concreta. Quise decirle que me refería a todas esas pequeñas quejas que nos lanzábamos mutuamente, o a que mis opiniones no afectaban a las suyas, ni siquiera a nuestros gustos de amar u odiar el café.

Esperé a que lanzara otra pregunta, pero no lo hizo. Luke se limitó a poner su barbilla sobre mi cabeza y respondió en voz baja:

—Sí, estamos bien, Weigel.