si algo había aprendido después de conocer a Luke fue que hasta la persona más rota puede construir un castillo de sueños, de esos que nacieron desde la infancia, pero se murieron en la adolescencia. Es algo que sucede mucho cuando conocemos esa parte dura de la vida, esa que conocemos como la realidad.
Él no estaba roto, a él lo habían destruido…
—En mi lista de sueños tengo planeado bailar en un centro comercial sin importarme nada.
—¿Tienes una lista de sueños? —se burló Luke.
—La tengo.
—Ya. ¿Por qué quieres bailar en un centro comercial?
Apreté mis labios y me encogí de hombros.
—No lo sé.
—¿No lo sabes o no quieres decírmelo?
Yo guardé silencio, continuando con nuestro camino.
Nos dirigíamos hacia el boulevard. Habíamos faltado al instituto y, aunque eso me traería consecuencias con mi madre, me dejé llevar, creyendo por un segundo que había valido la pena. Ayer, después de que Luke se tranquilizara, ambos nos quedamos en el mismo lugar, hablando un rato. Él evitó continuar con el tema de su padre y yo lo respeté. La herida de su labio se seguía notando, menos que antes, pero permanecía visible.
—Soy alguien a quien le importa mucho lo que las demás personas piensen. A veces me gustaría hacer algo sin tener en cuenta las opiniones o los comentarios. Además, no sé bailar —reí—, creo… Creo que es hacer dos cosas en una sola.
—Te diré algo —respiró hondo—, hagas las cosas bien o mal siempre hablarán de ti. Lo que importa es que tú sepas quién eres.
Le sonreí, y él me devolvió el gesto.
—Ahora —continuó—, no sé qué es más ridículo, el hecho de que tengas una lista de sueños o tu propio sueño.
Mi boca se abrió, indignada. Luke se echó a reír.
—Bueno, al menos uno ya se hizo real —presumí.
—¿Ah, sí? Dime, ¿cuál? —inquirió elevando la comisura de los labios.
—Hacerte reír —confesé.
Por un segundo pensé que su rostro cambiaría por completo a uno de pocos amigos.
Su rostro sí cambió, pero, en lugar de eso, su sonrisa se agrandó y pude fijarme en el color rosado de sus mejillas, causando que su hoyuelo se remarcara.
—Estás loca, Weigel. —Volvió a reír.
—¡Y dos veces! —chillé emocionada.
Nuestras carcajadas se unieron, creando un perfecto sonido para mis oídos. Sabía que la suya hacía ese momento aún más especial. Él se detuvo intentando recuperar su respiración y, una vez que lo consiguió, habló:
—Interesante. Cuéntame. ¿Cuáles son tus otros sueños en esa lista?
—¿Estás seguro? Te aburrirá —advertí—. Te conozco, eres todo menos paciente. No somos nada iguales y terminarás ofendiéndome.
—¿En qué concepto me tienes? —gruñó, juntando sus cejas—. Venga, ahora quiero escucharlo.
Entrecerré mis ojos unos segundos. Tomé una bocanada de aire y lo solté de golpe.
—Bien —acepté—. Practicar paracaidismo y buceo, escribir un poema en sueco, viajar en una furgoneta hippy, ir a París, también a Seúl, aprender a tocar algún instrumento, plantar mi propio pino o algún árbol, ser rociada con pintura en polvo… —Enumeraba cada uno de ellos con mis dedos. Luke solo sonreía enternecido, sus ojos tenían una pizca de diversión, me prestaba toda la atención, me escuchaba y eso me hacía sentir feliz—. Crear un columpio como el de Heidi, ese largo y alto; también hacer un muñeco de nieve y que dure semanas sin ser destruido, no dormir durante cuarenta y ocho horas; bañarme en una cascada; me gustaría encender fuegos artificiales…
—Espera —me interrumpió—. ¿Nunca has encendido uno? —preguntó Luke, yo negué—. ¡Por Dios, Weigel!
—¡Mi madre los detesta! —me defendí.
—¿Solo los has visto cada vez que es Año Nuevo?
—Sí, ¿tú ya encendiste alguno?
—Varios, de hecho, mi hermano mayor tuvo un accidente con uno de ellos —se rio—. Necesitas un poco de adrenalina en tu vida, lo digo en serio.
—Tal vez… ¡Oh, me falta uno! No es un sueño, se podría considerar propósito, pero he querido juntar quinientas veinte rosas.
—¿Rosas?
—Sí, es algo cursi.
—¿Por qué?
Yo hice una mueca, no muy segura de contarle.
—Ya hablaste, ahora dilo —exigió. Y verlo de esa manera me sorprendía, a Luke no solía interesarle nada, y que ahora quisiera saber algo de mí que podría ser ridículo me dejaba perpleja.
—En China el número 520 significa «te quiero», algunas personas suelen enviar quinientas veinte cartas, rosas o incluso peluches a quienes quieren para hacérselo saber. Mi propósito es conseguirlas para recordar que me quiero —murmuré, apenada—. Me amo y soy suficiente.
Él sonrió de lado. Las mejillas me ardieron, no podía creer que hubiera dicho eso en voz alta. Tanto tiempo me lo había guardado para que ahora se lo dijera a alguien como Luke.
—Es un propósito bonito —animó—. Tal vez lo aplique también yo.
Reprimí una sonrisa.
—Valdrá la pena. —Asentí—. Ahora te toca a ti, ¿cuáles son los tuyos?
—Yo no tengo sueños —respondió.
—¿Por qué?
—¿Para qué tener sueños? Muchos suelen romperse; un sueño es algo que es inventado para tener alguna meta con la cual seguir adelante y darle sentido a tu patética vida. ¿De qué sirve vivir a base de mentiras? Los sueños fueron creados para ocultar la realidad de uno. Los humanos somos imbéciles y crédulos.
—Uno se cumplió y fuiste tú quien lo hizo.
—Claro —dijo con sarcasmo—. Qué casualidad que lo tenías en tu lista, ¿no?
—¡Bien! ¿Cómo llamarías tú a algo que quisieras cumplir? No sé, como tirarte de un puente o comer una galleta que nunca has probado. ¡Sé que tienes algo por ahí!
—No tengo nada en mente, ¡soy miserable! —exclamó.
—¿Miserable? ¡Todos tenemos sueños, Luke!
—No yo.
—Luke… —canturreé.
—¡Bien! ¡Me gustaría comer un space cake! —Me miró mal.
—¿Qué es un space cake? —pregunté confundida.
—Un pastel con marihuana.
—¡Oh, solo piensas en eso! —chillé golpeando su hombro, haciendo que él riera.
—Claro que no.
—¿Entonces? —Puse mis manos sobre mis caderas, en posición de jarras. Él lo pensó.
—Me gustaría nadar con delfines; conducir en una carretera sin ningún destino; cantar muy fuerte sin importar quién me mire; hacer un grafiti que tenga sentido; saltar de un acantilado; ir a un concierto masivo de rock y fumar marihuana en Ámsterdam —terminó en un tono divertido.
Seguimos caminando en dirección al callejón mientras hablábamos sobre cosas que salían. Luke respondía algunas de mis preguntas y él hacía otras. Me gustaba cómo empezábamos a tener una buena comunicación, no era una conversación de las que yo esperaba, pero al menos habíamos avanzado en algo. Llegamos a nuestro destino y nos sentamos en aquel árbol en el que habíamos estado la otra vez.
—¿Color favorito? —preguntó Luke tomando una de mis manos para jugar con los dedos de ella.
Me quedé en silencio pensando en su pregunta. Hacía algún tiempo le habría dicho que el verde, pero, por alguna extraña razón, ya no me agradaba tanto aquel color. Si tuviera que decidir justamente uno ahora, estaba segura de que era el azul; sin embargo, no era cualquier azul, era como el de sus ojos. Me gustaba el color de sus ojos.
—El azul.
Luke me miró durante unos segundos y sonrió.
—Igual es el mío —murmuró desviando su vista hacia otro punto no tan específico—. Un azul muy especial. —Pude ver que sonrió cuando su hoyuelo se marcó en su mejilla—. Uno que, aunque intentes combinar todos los azules del mundo, jamás podrás conseguir igualar.
No sabía por qué o tal vez sí, pero mis mejillas empezaron a arder y supe que ya habían tomado un tono carmesí que no podía ocultar. Apenada, bajé mi rostro por las propias ideas que giraban en mi cabeza, y tomaba un rumbo diferente al que solía estar habituada. Estaba confundida con mis sentimientos y era algo que no se podía detener, porque, al querer en positivo y al mismo tiempo de forma tan negativa, realmente resultaba frustrante tener que lidiar con ellos.
—Weigel —me llamó Luke, haciendo que volviera mi mirada hacia él.
—¿Luke?
—¿Confías en mí? Hace un tiempo dijiste que no, y entiendo, pero… fue un poco duro.
Desvió su mirada al instante en que lo dijo y siguió jugando con mis dedos, ahora con entusiasmo, como si estuviese nervioso por mi respuesta o apenado por lo último que había pronunciado.
Cuando me lo preguntó, apenas lo conocía y no negaba que hoy en día lo seguía haciendo, pero en el transcurso del tiempo me había mostrado tantas facetas de él… Y verlo llorar fue como la gota que me hizo saber que quería quedarme a su lado y poder ayudarlo, aunque no fuera mucho.
Pasé la lengua por los labios y suspiré entre ellos, observé por unos segundos cómo jugueteaba con mis uñas mientras con su pulgar hacía leves caricias en la parte inferior de mi mano.
—Apenas nos empezábamos a conocer —murmuré.
—¿Y hoy me conoces lo suficiente para hacerlo?
—Creo —titubeé.
—No, no lo haces, aunque no puedo negar que me conoces lo suficiente para herirme —confesó ladeando sus labios—. Eso asusta y puede sonar estúpido, pero créelo.
—¿Herirte? —reí—. ¿Por qué lo haría?
Él se encogió de hombros evadiendo mi pregunta, soltó mi mano y se levantó del suelo alejándose de mí a una distancia requerida, movió su pie impaciente y se giró dando tan solo tres zancadas para arrodillarse ante mí mirándome con tanta profundidad que pude sentir un choque de electricidad entre nosotros.
—Weigel, ¿te puedo pedir un favor? —preguntó impaciente. Su labio volvía a temblar y sabía que estaba entrando en uno de sus ataques de ansiedad.
Sí, fue un dato en el que también me fijé el día de ayer.
—Claro —hablé en un susurro esperando por sus palabras.
Entreabrió sus labios unos milímetros para poder hablar, pero no dijo nada, podía ver a través de sus ojos que se debatía con él mismo sobre si debía decirlo o no. Después de unos segundos, cogió una de mis manos y la llevó hasta su pecho tan delicadamente que lo sentí temblar.
—Rompe mi corazón si quieres, pero no te vayas. Nunca lo hagas.
Mis labios se entreabrieron y me fijé en cómo sus ojos se humedecieron, cerrándolos en el instante en que bajaba su rostro, ocultándolo de los míos.
Todo dio un giro tan inesperado que no sabía en qué instante o punto de la vida había pasado esto. Luke se volvió tan frágil ante mí como una hoja de papel. En tan solo unos días había estado hablando con él acerca de sus problemas y, aunque en realidad no dijese mucho, era lo suficiente para saber que lo que estuviese dañándolo se volvía más fuerte que los abusos de su padre. No supe qué decir en ese momento, por lo que solo hice lo que mi cuerpo me dio a reaccionar: quité su mano de la mía y lo abracé. Luke me devolvió el abrazo.
—No lo haré. Lo prometo.
Puse mi rostro entre su cuello y su hombro, aspirando su olor. No tenía un olor específico y era algo magnífico porque me hacía experimentar olores que solo él creaba. En su ropa todavía se podía sentir el aroma del tabaco o la marihuana y, a decir verdad, no me agradaba mucho, pero si trataba de él podía hacer una excepción.
Luke deshizo el abrazo y sonrió a medias, fue una sonrisa melancólica que me hizo sentir mal. No pude hacer nada más para que estuviera feliz. Hice una mueca y pasé mis dedos por su cabello observando cómo sus raíces eran de un color más oscuro, parecía como que se hubiera teñido el pelo y se estuviera quedando sin tinte.
—¿Tu padre fue el causante de los hematomas que tenías aquella vez que me diste tu jersey? —pregunté.
Luke parecía un niño a veces, cuando estaba triste y ya no aguantaba cargar con sus piezas rotas se abría de manera sincera con uno. No me gustaba aprovecharme de la situación, pero lo necesitaba.
Él me miró con un gesto serio, y fue suavizándolo un poco enseñándome uno más relajado. Negó.
—No lo hizo él, fue mi culpa.
Tragué saliva.
—¿Te autolesionas?
Silencio.
Y entendí.
—¿Por qué?
—Es… difícil de explicar.
—Necesitas ayuda, ¿lo sabes?
Él negó.
—He aprendido a controlar mi ansiedad. Solo sucede cuando comienzan mis ataques. Son muy raras las veces, pero lo he hecho bien estas últimas semanas. No me autolesiono, al menos no de manera consciente.
Cerré mis ojos unos segundos y me sentí mal por su situación, por la manera en que hablaba, normalizando todo como si en realidad no hubiera ningún problema.
—Tú… ¿has intentado ir a… terapia?
Luke carraspeó, agotado.
—Voy a terapia, Weigel —admitió—. Llevo meses asistiendo.
—¿Y saben lo de tu padre?
—No, no, no —repitió—. ¿Por qué contaría eso de mi propio padre?
Mi ceño se frunció.
—Porque lo que hace está mal. Te golpea, Luke. Que sea tu padre no le da el derecho a tratarte así, solo… mírate.
Sentí mi boca seca y mis ojos comenzaron a arder. Tenía un sentimiento de impotencia, de tristeza y de no saber qué hacer. Me ponía mal.
—Me mentiste sobre tu trabajo —declaré, volviendo a abrir mis ojos.
Luke pasó la lengua por sus labios y soltó un suspiro.
—No te mentí, trabajo ahí. No me gusta estar mucho tiempo en mi casa y mi padre me obliga a ir. Desde que mis hermanos y yo éramos pequeños, él ya tenía el destino de cada uno planeado. Quería que uno de mis hermanos tomara su lugar, pero no se pudo. Por eso ahora vive cada uno de sus días frustrado, jodiendo mi existencia, y creo que lo merezco.
—Claro que no —negué—. Es tu padre, eres su hijo, lo que hace no está bien. Espero que sepas que eso es un delito y que hay personas que te pueden apoyar…
—No, no entiendes. —Una lágrima se escapó—. Hasley, no quiero.
—¿Por qué?
—¡Porque no! ¡Porque es mi padre!
—Pero… —dije, y él me interrumpió.
—Por favor, no quiero hablar de esto —murmuró, cerrando sus ojos con fuerza—. Te juro que duele.
Intenté comprenderlo y asentí. Luke se puso a mi lado y apoyó su cabeza en mi hombro; podía oír su respiración, no estaba tranquila. Era un poco rápida.
—¿Quieres ir a mi casa? —me invitó.
—¿Qué? —pregunté confundida, alejándolo para mirarlo a la cara.
—Mis padres no están, podría enseñarte algo.
—¿Estás seguro? ¿No hay nadie en tu casa?
—Si no quieres ir, solo dilo —habló, poniéndose de pie.
¿Qué?
Ni siquiera me dejaba pensar y él ya comenzaba a huir. Quería al menos una explicación, así sabría si podría sobrevivir a la regañina de mi madre. Estaba segura de que esa vez me encerraría en el sótano sin comer, pero, aunque sonara tan dramático, ni siquiera teníamos uno.
Me levanté rápidamente y corrí haca él gritando su nombre; cuando estuve cerca, tiré de su brazo y puso los ojos en blanco.
—Está bien —acepté—. Voy a ir, ¿feliz?
—Uh-huh.
¿Era en serio? ¡Ugh!