ser novia de Matthew podía parecer un sueño para muchos… y hacía meses era el mío. Meses. Ahora ya no parecía lo mismo, y sé que todos creían que yo había ganado la lotería. Sin embargo, no era así. Las únicas veces en las que reía de verdad era cuando jugábamos a los videojuegos, y todo porque yo resultaba ser malísima en ellos.

Justo como ahora.

—¡Déjame ganar! —chillé una vez más, apretando cualquier botón de aquel control.

—Jamás en la vida —se carcajeó Matthew a mi lado y volvió a ganar.

—¡Esto es una broma! —farfullé dejando el control con cierto enfado sobre su cama.

Él volvió a reír y se puso de pie, me crucé de brazos echándole una mirada con el entrecejo fruncido. Habíamos decidido venir a su casa después de las clases, se suponía que veríamos películas, pero ahora nos encontrábamos jugando con algunos de sus videojuegos favoritos en su habitación.

Era como la quinta vez que me ganaba en menos de una hora. Era un desastre para eso: ni siquiera sabía qué botón servía para disparar, y estaba un poco frustrada porque él solo sabía reír cada vez que me quejaba. Aunque no podía negar que me divertía un poco escucharlo reír, nuestra relación estaba yendo un poco mejor, ya no me daba tantas excusas, se había vuelto más cercano que antes y cada vez que me veía seguía coqueteando aunque fuera su novia.

Matt se inclinó un poco hacia mí, clavando sus ojos verdes en mis iris azules con detenimiento. Su mirada era sarcástica y divertida. Yo seguí en mi posición, sin moverme, y él no apartó su mirada de mí. Con su dedo índice me tocó la nariz y soltó una pequeña risa.

—Vamos, no seas tan gruñona —murmuró burlón—. Jugaremos una vez más y te dejaré ganar, pero quiero un beso.

—¿Esa es tu condición? —cuestioné arqueando una ceja.

Él frunció los labios y ladeó la cabeza como si estuviese pensando en algo sumamente importante.

—Sí —afirmó, y una de sus tantas sonrisas coquetas se plasmó en su rostro.

—Eres un malvado —susurré entrecerrando los ojos.

—Ajá…

Acercó su rostro hasta el mío y besó mis labios, su toque era suave y lento, puso una de sus manos sobre mi mejilla, con su pulgar dio varias caricias a esta y se separó un poco.

—Te dejaré ganar dos veces por el solo hecho de que me ha encantado este beso —confesó con una pequeña sonrisa y volvió a besarme.

Mis manos se fueron hasta su cuello y profundicé el beso, él soltó un gruñido y me separé esbozando una sonrisa satisfactoria.

—Pero que no sea el mismo juego —advertí.

—Trato hecho —concluyó, irguiéndose de nuevo y alzando su mano. Matthew caminó hasta su consola y me miró—. ¿A cuál quieres jugar?

Me levanté de la cama y caminé hacia él, poniéndome a su lado y observando todos los videojuegos que tenía.

—Este me llama la atención —mencioné pasándoselo.

—Perfecto —sonrió.

Sacó el disco y lo intercambió con el otro.

Regresé de nuevo a la cama y me senté en posición de flor de loto tomando el mando entre mis manos, Matt se puso a mi lado y suspiró. Esperamos a que cargara y seleccionamos lo indicado, volvíamos a jugar y yo empecé con mis quejas. Maldita era la hora en que escogí este juego, me estaba desesperando y eso al chico lo entretenía.

—Eres un desastre en esto, Has —murmuró entre risas.

—Cállate —refunfuñé.

Aunque, después de todo, se dejó ganar y, a pesar de que yo lo sabía, me alegró, mirándolo con superioridad y sacándole la lengua de una forma infantil.

—¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó, tirándose de espaldas a la cama.

—No sé. —Copié su acción—. ¿Podemos ir a comprar algo de comida?

—No es mala idea —indicó—. Después podría dejarte en tu casa, ¿está bien?

—Por supuesto. —Asentí. Nos quedamos en silencio así, hasta que él se acercó hasta mí y comenzó a hacerme cosquillas—. ¡No, no, no! ¿Qué haces? ¡Detente! —Comencé a gritar, sus dedos me hacían cosquillas por todo mi cuerpo, me estaba quedando sin aire—. ¡Mat­thew, ya!

—¡Es divertido! —gritó. Yo trataba de alejarlo, pero era imposible, tenía mucha fuerza y me ganaba siempre; después de tantas súplicas para que se detuviera, lo hizo, levantándose de encima de mi cuerpo y la cama—. Bien, vamos a por comida, bebé.

—¿Bebé? —cuestioné burlona por la manera en que me había llamado.

—Sí, bebé —afirmó, mirándome con sarcasmo y diversión. Me reí.

Me puse de pie, arreglando mi blusa y mi cabello.

—Es chistoso el apodo.

Matthew se encogió de hombros restándole importancia, apagó todo y fue hasta el baño para salir en poco tiempo. Tomó su móvil, que se encontraba entre las sábanas, y se puso a mi lado, caminó hasta la puerta de su habitación y me miró.

—Son más divertidos los apodos de animales —confesó. Salí antes que él y cerró la puerta detrás de mí—. Esos de osito, leoncito, gatito o iguanita.

—¿Iguanita? —inquirí soltando una risa—. ¿Quién le dice a su pareja iguanita?

—Lo he escuchado, créeme. —Negué divertida y llegamos hasta el salón—. ¿Y tu mochila?

Miré detrás de mí y gruñí. Era cierto.

—Ugh.

—Tranquila, iré a por ella. Yo la llevo.

Sin esperar respuesta de mi parte, regresando a su habitación, solté un suspiro pesado y mordí mis labios. Apoyé todo mi peso sobre una de mis piernas y comencé a tararear una canción. Matthew regresó con mi mochila sobre su hombro y esbozó una sonrisa.

—Ok, vamos —indicó abriendo la puerta y saliendo.

En el camino comenzamos a hablar de muchos temas, desde la escuela hasta los gustos particulares de cada uno para entretenerse. Murmuraba cosas sin sentido y después explotaba entre carcajadas, ¿qué ocurría con él?

Sin duda alguna me hacía reír, causando que cubriera mi boca con ambas manos para después tratar de calmarme y recuperar mi ritmo de respiración normal.

—¿Qué vamos a comer? —pregunté, enrollando mis brazos alrededor de su torso.

—Mmm, no sé, ¿pizza? ¿Quieres helado? ¿O comida china?

—Comida china —repetí, y arrugué la nariz negando.

—¿No te gusta la comida china? —preguntó, con los ojos abiertos e incrédulo. Yo negué y dramatizó más sus acciones—. ¿Cómo puede no gustarte la comida china?

—Solo no me gusta. —Puse los ojos en blanco—. Mejor compremos pollo empanado.

—La comida china es deliciosa, pero me gusta más la japonesa —indicó, metiendo el dedo en la llaga. Yo reí—. Está bien, vamos a por pollo, ¿podemos comer en tu casa?

—Claro —accedí—, pero tengo que avisar a mi madre, no sé si está en casa.

—Lo que la señora quiera —dijo él.

—Por supuesto —la seguí.

—¿Tu madre tiene oficina propia o trabaja para algún hospital? —preguntó de repente—. Me refiero a si es independiente o le llegan pacientes que le mandan de sitios como escuelas, hospitales, centros de apoyo…

—Comprendo. Es parte de un centro de apoyo, aunque su consultorio pertenece a varias escuelas, y llegan chicos de diferente procedencia. Algunos se quedan y otros abandonan la terapia al segundo día.

—Te llevas bien con ella, ¿no es así?

—Tenemos una gran relación, se ha basado en la confianza y el respeto, ella es muy abierta conmigo, y si tengo problemas sé que puedo contárselos. Me gusta saber que, aparte de ser mi madre, también es mi mejor amiga.

—Es genial. Yo peleo todo el tiempo con mis padres, quizá por la mala relación que tuvieron con los suyos y que adquirieron la misma forma de ser.

—Pasar las costumbres de generación en generación. Fatal, ¿eh?

—Fatal.

Matthew sonrió de oreja a oreja y me envolvió en un gran abrazo.

—Te quiero, Has.

—Yo también.

—No toques esa pieza, es mía —advirtió Matthew apuntando una de las tantas que había.

—¡Por Dios! —reí—. ¡Hay muchas!

—No me importa —dijo como un niño pequeño, adoptando una posición más cómoda en el sillón—. Estás advertida, Hasley Weigel.

Puse los ojos en blanco divertida y centré toda mi atención en la película. Matthew estaba también con su mirada fija mientras seguía comiendo. Había avisado a mi madre y me había dicho que no estaba en casa porque seguía viendo más expedientes. Quería terminarlos en la oficina: no quería hacerlo en casa puesto que solo llegaría a dormir. Me preguntó sobre quién era y le respondí con alguna que otra mentira que me echó en cara, pero al final aceptó. El chico terminó de comer la última pieza y se quejó de que había comido demasiado, me levanté del sillón y recogí todo para llevarlo a la cocina con Matthew siguiéndome.

—Vengo a lavarme las manos —anunció cuando le ofrecí una mirada confundida. Le indiqué dónde hacerlo y él se dirigió allí. Después de tirar las cosas a la basura, me lavé las manos cuando él terminó—. ¿Puedo cambiar la película? Me aburrió esa.

Asentí, él salió de la cocina y yo me quedé, abrí la nevera en busca de un poco de refresco y tras beber regresé de nuevo al salón para encontrarme con Matthew terminando de poner la película.

—¿Cuál has puesto?

—Una comedia de Adam Sandler —me explicó—. Tienes demasiadas de él.

—Las tengo por Zev —informé—. Lo adora, dice que es su actor favorito —confesé. Siempre que salía una película de él, iba al estreno y también los días que aún seguía en cartelera, y además las compraba después.

—Genial —festejó.

Caminó hasta mí y me atrajo hacia su cuerpo con una de sus manos, juntó nuestros labios y me llevó con él hasta el sillón de nuevo. Su otra mano tomó mi mejilla para profundizar el beso, se sentó y así quedé yo encima de él. La mano que tenía en mi cintura bajó hasta mi cadera y empezó a trazar pequeños círculos sobre mi piel desnuda con las yemas de sus dedos.

—Sabes a pollo —comenté divertida y un poco incómoda.

Pero no se detuvo, al contrario: sin despegar sus labios de mi piel, recorrió desde la comisura de mis labios hasta mi cuello y bajó a mi clavícula. Poco a poco me recostó sobre el sillón quedando encima de mí. Sus labios se movían sobre mi piel y succionó la parte trasera de mi oreja.

—Ya empezó la película —mencioné, tratando de que se detuviera y regresáramos a nuestras posiciones.

Sabía lo que quería. Él estaba acostumbrado a eso, pero yo no estaba lista. ¿Quería tener sexo con Matthew? Tal vez sí, pero en un futuro, no ahora. Le quería decir que no estaba preparada para ello y que por favor comprendiera y respetara mi decisión.

Lo tomé de los hombros soltando un suspiro, armándome de valor para sacarlo de encima de mí, cuando se escucharon unos toques en la puerta. Jamás me había sentido tan feliz de oír aquel sonido. Él se detuvo y gruñó como un cascarrabias. Incorporándose, se dejó caer a un lado del sillón y me miró con una ceja alzada; me encogí de hombros respondiéndole que no sabía de quién se trataba. Me levanté arreglando mi blusa y caminé hasta la entrada.

—Hey —saludó Luke apenas abrí la puerta.

Yo fruncí el ceño. Confundida por su aparición, pude observar que sus ojos estaban un poco hinchados y rojos.

—¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

—¿Podemos hablar? —pidió, regalándome una sonrisa sin despegar sus labios y, a la vez, mirándome con pena.

Tomé una gran bocanada de aire y miré hacia el salón, donde Matthew se encontraba con sus ojos sobre mí, observándome con detenimiento. Mi nerviosismo comenzó a invadir mi cuerpo cuando él se paró y a pasos decididos se acercó hasta mí.

—¿Quién es? —preguntó detrás de mí.

Oh, Dios.

Los ojos de Luke se clavaron en el chico que estaba a mis espaldas y después regresaron a mí. Su semblante ahora estaba serio y vacío, sentí por detrás la mano del otro chico sobre mi hombro.

—Hola, Luke —saludó este. Su voz sonaba sarcástica dejando claro que la presencia del rubio le había desagradado, lo más probable por interrumpir la escena anterior.

—Jones —pronunció, y se dirigió a mí—. Entonces ¿podemos hablar?

Abrí un poco más la puerta y me giré para poder ver a mi novio y después al chico. Los ojos verdes de Matthew me miraban con dureza, dándome a entender que le dijera que no a Luke. Me sentí un poco mal y presionada por ambos. Si le decía que sí a mi amigo, mi novio se enojaría; por el contrario, Luke no se merecía esto. Sabía que él estaba mal, no podía dejarlo así.

Le miré un poco apenada y él enarcó una ceja, mirándome incrédulo sin poder creer lo que estaba tratando de decir.

—Matthew…

—Déjalo, Hasley —masculló—. Espero que lo que te tenga que decir sea más importante. Hasta luego.

Intenté abrir la boca, pero, antes de que hablara, Matthew ya se había alejado de mi casa hecho por completo una furia; eso no debió haber terminado así, aunque lo peor de todo era que no me sentía tan afectada o preocupada de que mi novio se hubiera enfadado.

Solté un suspiro y le indiqué a Luke que entrara, cerré la puerta detrás de mí y lo miré tratando de buscar su mirada, pero él no cedió.

—¿Qué pasó?

—He olvidado algo —murmuró apretando los labios en una fina línea, con la mirada perdida en sus pies.

—¿Qué cosa? —pregunté confundida, dando unos pasos hacia él.

Luke levantó su rostro haciendo que nuestros ojos se miraran. Se quedó en silencio unos segundos y pasó la lengua por sus labios.

—Qué se siente al ser feliz.