había comenzado el mes de diciembre y me encontraba en la habitación de Luke. Hacía unos días había ido una tienda de vinilos y decidí comprarle tres, ¡no sabía que eran tan caros! ¡Sobre todo si no eran remasterizados! ¡Había gastado mi dinero de la semana… y no tenía mucho!
Luke y yo habíamos quedado en que juntos llegaríamos a la meta. Así que él compró otros por su parte… Solo teníamos un problema, o, bueno, yo lo tenía. Mis discos no eran de la música que él solía escuchar.
—¿Cuántos nuevos? —pregunté, sentándome en la cama.
Se sentó también y sacó la caja donde estaban los suyos. Apenas la abrió, el olor a nuevo llegó a mi nariz. El papel se veía en perfecto estado y no era necesario preguntar dónde los había comprado para saber que fueron conseguidos en internet.
—Seis —respondió, sacando cada uno.
Yo me cohibí al ver que esos habían costado más que los míos. Y no supe si enseñar lo que tenía…
—¿Son nuevos? Quiero decir, ¿son edición especial?
El ceño de Luke se frunció.
—No, solo son… discos.
—Oh…
Intentó coger la bolsa donde estaban los que yo había comprado y la alejé, avergonzada.
—¿Qué pasa?
—No sé si te gustarán, son bandas de las cuales no tengo idea de si te gustarán… ¡y se me ha colado uno en español!
—Muéstrame.
—¡No!
—Venga, Weigel.
—¡No vayas a reírte!
Él negó y me tendió la mano para que le diera la bolsa, yo accedí. Me arrastré hacia atrás sobre su cama. Sacó el primero. Quise ocultarme debajo de su sábana.
—Simon & Garfunkel, The Animals… —Su ceño se frunció—. ¿Mocedades?
—¡Te lo conté!
—¿Por qué escogiste ese?
—¡No sé! —me avergoncé. A los segundos, una duda vino a mi cabeza—. ¿Escuchas canciones en español?
—Lo hago —asintió—. ¿Julio Iglesias?
Negué.
—¿Qué escuchas? ¿Jonas Brothers?
—Los Jonas Brothers tienen buenas canciones.
—Y películas.
Reprimí una sonrisa y lo señalé.
—Tres más seis… nueve —conté—, nueve más quinientos nueve son… ¿quinientos dieciocho?
—Son quinientos dieciocho —aseguró—. Vamos a escuchar uno de los que compré.
Luke escogió uno, apenas pude leer que ponía Hoobastank. Se puso de pie y fue hasta el tocadiscos. El reloj que tenía en su escritorio indicaba que eran las ocho de la noche.
—Quiero… que escuches una canción en específico —murmuró colocando el disco.
La melodía comenzó a sonar encerrándose en la habitación de Luke. Mis ojos no se alejaban de su cuerpo, del que solo podía ver el perfil. La letra empezó con una frase característica. Él se rascó el tabique de su nariz y comenzó a balancearse de un lado a otro con una mano en el bolsillo de sus vaqueros.
Su rostro estaba serio, sus ojos me hacían sentir cálida; en cambio, los míos comenzaban a picar, iba a llorar, estaba a punto. Agrandé aún más mi sonrisa, mis mejillas las sentía calientes, lo más seguro es que estuvieran coloradas. Intenté bajar la mirada, pero la mano de Luke en mi mentón lo impidió.
Sus labios se unieron con los míos, creando un beso suave. Me había acostumbrado a su tacto, a la forma en que sus labios acariciaban los míos, de una forma singular y curiosa. Él se alejó para volver a mirarme con amor.
I’ve found a reason for me
To change who I used to be
A reason to start over new
And the reason is you
Comenzó a balancearse conmigo de un lado a otro, yo solté una risita porque me pareció gracioso, vino a mi mente el recuerdo de la vez que bailamos «Wonderwall», como dos completos tontos, porque eso éramos, unos tontos. Quizá dos tontos enamorados.
Puse mi cabeza en su pecho oyendo con una tranquilidad increíble la canción, pues cada palabra era una posibilidad de estar en el cielo. O, bueno, ya lo estaba junto a Luke. Sentí cómo su respiración chocó con mi oreja y después sus labios acariciaron mi lóbulo.
Empezó cantando en un murmullo, causando que yo cerrara los ojos. Él dejó un inocente beso sobre la parte trasera de mi oreja y continuó con su tarareo melodioso. La letra de la canción me hacía sentir especial y el trato que Luke me estaba proporcionando solo complementaba la escena.
Lo quería mucho. Lo amaba con cada partícula de mi cuerpo. No quería dejarlo ir, nunca.
Abrí mis ojos cuando sus fríos dedos tocaron mi mejilla, fue suave y tierno. A pesar de la temperatura de su piel, sentí ese acto tan cálido. Tuve un contacto directo con sus ojos azules.
Escuchar la canción con su voz fue suficiente para que mi corazón doliera y las palabras, que amenazaban con salir de mi boca ante el simple recuerdo de saber lo que ocurriría dentro de un tiempo, me traicionaron.
—No quiero que te vayas… —susurré, y la primera lágrima salió dándole paso a las otras.
—¿De qué hablas? —Me miró confundido.
—De irte lejos de Australia, con tu hermano —sollocé, él soltó un suspiro.
—¿Cómo te enteraste? —cuestionó en un tono suave.
—No importa cómo, solo no quiero… —Humedecí mis labios y me di cuenta de lo que estaba haciendo, me comportaba egoísta con él porque, al final de todo, Luke merecía estar lejos—. Pero si estarás mejor no puedo impedírtelo, solo quiero que olvides todo lo que una vez te hizo daño y, si para eso necesitas irte, ten la seguridad de que estaré de acuerdo solo por ti, porque quiero que seas feliz…
—Hey, oye… —me interrumpió y chasqueó la lengua varias veces—.Para ser feliz te necesito a ti, ¿entiendes? Tú eres mi sonrisa.
—Pero… —Una vez más, él me interrumpió.
—Y, sí, dejaré Australia —afirmó—. Pero no es para siempre, solo iré a un centro de rehabilitación, quizá solo sea un año, y voy a regresar.
—Te echaré de menos.
—Todavía no me voy. —Soltó una risita.
—Es que solo pensarlo me da nostalgia.
—Quiero que sepas algo —susurró—. Si me voy fuera de la ciudad para ir a un centro de rehabilitación es por ti.
—¿Qué?
—Porque quiero ser una mejor persona para ti, porque quiero tener un futuro a tu lado por el resto de mi vida. —Él tomó una inhalación profunda y después exhaló—. Weigel, quiero algo serio contigo. Te dije que te amo, y siempre lo haré, en esta vida y en mil más. Hasley, lo hago y no me arrepiento, y, si eso implicase dar mi vida por ti, lo haría, lo haría sin pensarlo porque la mía siempre será la tuya, porque siempre se tratará de ti, siempre ha sido así. —Y, en lugar de sonreír, mis sollozos aumentaron más. Luke me abrazó haciendo pequeñas caricias en mi espalda intentando calmarme. Ahora solamente existíamos los dos. El espacio se redujo y me sentí completa. Tomó mi rostro entre sus manos y besó mis ojos para después hacer lo mismo con las mejillas, eliminando así las lágrimas que estaban allí.
—Jamás había querido algo con tantas fuerzas como lo hago contigo —murmuró Luke.
—¿Sabes que te amo? —Acaricié su mejilla.
Él no respondió, solo volvió a besarme, pero ahora de una forma intensa. Tomó mi nuca y llevé mis manos hasta su cabello, enredando mis dedos y tirando de ellos. Sentí el borde de la cama y, después, sin darme cuenta, Luke estaba encima de mí. Era increíble cómo las cosas podían cambiar en un corto tiempo, de un momento melancólico a estar besándonos sobre su cama. Sus labios besaron mi cuello y bajaron hasta mi hombro, desnudando la piel de este para dejar allí un tierno beso. Regresó a mi cuello y succionó, haciéndome gemir.
Su mano se fue hasta debajo de mi blusa y la levantó poco a poco, y esa noche no hice nada para detenerlo, prometí entregarme a él de la forma más sincera y él me tomó de la forma más bella.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —Luke preguntó por tercera vez, yo reí y asentí.
—Estoy muy nerviosa, pero sí, sí quiero. Él dio un suspiro y miró hacia abajo.
—¿Es seguro esto? —cuestionó girándose para verle la cara al señor.
—Sí, chico —afirmó este.
—Bien —asintió volviendo su mirada a mí. Le ofrecí una pequeña sonrisa y me la devolvió—. No sé en qué momento dije que quería hacer esto, estoy loco.
—¿Tienes miedo? —reí.
—Sí —afirmó, pero prosiguió negando varias veces—. Me refiero a ti, Weigel. No por mí, solo no quiero que te pase nada.
Agrandé mi sonrisa e intenté ocultar mis mejillas, que posiblemente ya estuvieran sonrojadas. Luke había dicho aquella vez que quería saltar de un acantilado, estábamos a punto de hacerlo, el aire a esa altura era muy fuerte y, a pesar de que fuera cálido, transmitía un poco de frío. La marea estaba tranquila, no tenía sensación de que estuviera brava.
—Entonces… ¿van a saltar o no? —preguntó el señor, claramente desesperado por Luke.
—¡Espéreme un segundo! —farfulló Luke—. ¡Aaah, Dios! —chilló, y di una gran carcajada, él me lanzó una mirada fulminante para luego dirigirse al hombre—: Cinco minutos, que pasen los que siguen y prometo tirarme sin más idioteces.
El hombre suspiró y accedió a la petición de Luke, el chico levantó su pulgar y se alejó un poco de allí, lo seguí incrédula pidiéndole con una mirada que me explicara qué acababa de ocurrir hacía unos segundos.
—Prometo que lo haré —mencionó. Buscó en su pantalón y sacó de allí un rollo blanco—, solo necesito relajarme. —Sin más que decir, lo encendió para dar una profunda calada.
—¡Luke! ¡No puedes hacer eso en público! —reproché al rubio.
—Cállate, Weigel —espetó echando el humo a mi cara.
Giré los ojos y me crucé de brazos, Luke en este momento se estaba comportando tan tonto. Aunque todo mi mal humor se fue por la borda cuando me di cuenta de algo, últimamente me decía esas dos palabras con tanta frecuencia y me resultó gracioso.
—¿Por qué te ríes? —interrumpió Luke. Me di cuenta de que lo estaba haciendo y regresé a un semblante más serio—. Luego dices que el bipolar soy yo.
—Me he dado cuenta de algo. Es gracioso que me has dicho en más ocasiones «cállate, Weigel» que «te quiero» —respondí arqueando una de mis cejas.
—Bueno, entonces, mis «cállate, Weigel» serán mis «te quiero» para ti. Tómalo o déjalo —se burló volviendo su vista al rollo.
—Eres odioso.
—Cállate, Weigel —sonrió.
—Madura —murmuré.
—Mira… —se acercó a mí—, yo no soy el que llega con la ropa manchada o al revés.
Me sonrojé una vez más y lo quise asesinar en ese instante.
—¿Sabes que comienzas a molestar?
—Pero aun así me amas y yo a ti. He de admitir que mi vida se basa en eso y lo digo en un sentido literal.
—Ahora me intentas persuadir. Eres genial —reí.
—No, no —negó—, gracias a ti por seguir aquí conmigo. —Se mantuvo en silencio unos segundos y puso los ojos en blanco—. Demasiado romanticismo en un solo minuto, vamos ya.
—¡Oh! ¡Arruinas los momentos! —reproché, y él soltó una carcajada—. ¿Ya terminaste? —bufé de mala gana.
—Creo que sí. —Dio una última calada y lo lanzó al mar. Estaba a punto de decirle que eso era contaminación cuando tomó mi mano y gritó—: ¡Corre, Weigel!
—¡No! ¡Para!
Pero era muy tarde, Luke ya había saltado del acantilado conmigo. Lo único que pude escuchar fue «no te sueltes de mi mano», antes de que nuestros cuerpos se hundieran.