las luces rojas y azules iluminaban el lugar, y las sirenas ensordecían sus oídos. La calle húmeda se reflejaba con los faros por la pequeña llovizna que había caído sobre la ciudad, algunos murmullaban alrededor y otros preferían correr lejos del lugar.

Los gritos de ayuda habían cesado y el tráfico colapsaba, varios automóviles hacían sonar su claxon con demasiada desesperación, aturdiendo a los presentes. Mientras los sanitarios ejercían su trabajo, los guardias de tráfico señalaban por dónde cruzar para que la congestión de vehículos disminuyera.

Pésima escena para estar protagonizándola.

¿Sabías que el último latido del corazón termina en el mismo punto en donde late el primero?

A veces la vida sorprende mucho, cuando unos presencian verla morir, otros están viendo nacer una nueva. Se dice que, por un primer llanto de un recién nacido, hay un llanto de quien nos ha dejado.

Igual se dice que muere más gente buena que mala.

Pero siempre sueles escoger la flor más bonita que encuentras en el jardín para arrancarla.

Y también ves los pájaros más coloridos siendo enjaulados.

La vida es efímera: corta, pasajera, no perdura e incluso puede terminar en un pestañeo. Nadie tiene idea de si se nace con un propósito, o si hay que encontrarle algún sentido, ¿no se puede solo vivir? Sí, vivir la vida, por muy redundante que suene. Solo olvidar la absurda idea del porqué y para qué naciste.

Hay que sonreír, sonreír sin que duela.

Hay que reír, reír sin llorar.

Hay que llorar, llorar sin temor.

Y hay que temer, pero temer sin callar.

Porque está bien, porque de todo eso se trata vivir, sentirse fuerte un día como Sansón y al otro tan débil que hasta respirar sea una tortura. Algunos creerán que es patético todo eso, sin embargo, no importa.

Una vez alguien dijo con su cigarrillo en la mano: «Deja que se rían de lo patética que creen que eres, a fin de cuentas todos terminamos igual, en un boulevard de los sueños rotos».