Actuaba orgullosa con Zev. Nuestra pequeña discusión había sido más fuerte de lo que pensaba y, aunque no me gustaba pelear con él, me molestaba demasiado que tuviera esa actitud.

Tal vez tenía sus razones para actuar de esa forma, pero no fue la mejor para advertirme sobre Luke.

Resoplé agotada cuando el profesor de Ciencias Sociales avisó que daba por finalizada la clase de hoy, dejé caer mi lapicero contra la mesa y guardé todo. El anillado de mi libreta se enredó con mi pulsera y puse los ojos en blanco para después tratar de arreglar el pequeño accidente. No tuve tanto éxito, ya que al instante de alejar mi mano me hice un rasguño en la piel.

Hoy estaba quejándome más de lo normal.

Salí del aula, me tocaba Literatura y después con la profesora Kearney. Lo bueno de las clases es que había un pequeño descanso de diez a quince minutos. Mi cuerpo se tropezaba con el de otros y oía cómo varios gruñían, traté de escabullirme de todo el bullicio y, cuando por fin dejé el pasillo principal, me di cuenta de que alguien me había manchado con algo de kétchup.

¡Oh, vamos!

Traté de quitar la mancha obteniendo como resultado una más grande. En realidad, era imposible ser más torpe. Maldije mil veces al aire y empecé a caminar por la parte contraria del pasillo principal, en donde el campo daba a las instalaciones de los edificios de Química.

Mi vista viajó hasta el lado derecho de las gradas por simple curiosidad y confirmé lo que por un segundo pasó por mi mente. El chico del día anterior y el culpable de mi pelea con mi mejor amigo se encontraba ahí. Debía parar mi curiosidad, pero al parecer fue más fuerte que mi cordura porque, en lugar de dirigirme a la clase de Literatura y no darla por perdida, fui hasta donde él se encontraba.

Pensé en muchas excusas para cuando me preguntase por mi presencia, pero, aunque no me funcionaran, no me arrepentía ni un solo segundo de estar acercándome.

—¿No se supone que tú tendrías que estar en clase? —preguntó Luke con el entrecejo fruncido cuando me vio subir.

—Supones bien, pero no tenía ganas de entrar. —Me encogí de hombros.

Luke me miró como si lo que le había dicho fuera lo más extraño del mundo. Él sacó de su bolsillo una cajetilla y a continuación un cigarro para llevárselo a los labios y encenderlo. Se acomodó sobre una de las gradas y estiró sus piernas. El cielo estaba azul y el aire seguía siendo fresco a la temperatura en la que nos encontrábamos.

—Así que, Luke, ¿por qué te gusta fumar? —pregunté, sentándome a su lado, pronunciando su nombre con lentitud mientras lo miraba con cierta incertidumbre.

—¡Vaya! Ya sabes cuál es mi nombre —se rio y dio una calada.

—No me costó mucho trabajo —admití—. Ahora contesta mi pregunta.

Él me miró vacilante.

—Ya. No esperes que responda a todas tus preguntas, Weigel, pero fumo porque me gusta, me quita el estrés.

Sí, eso es lo que la mayoría de las personas que consumían tabaco solían contestar. Nada fuera de lo común. Nada diferente a lo esperado.

—Hay otras formas, ¿lo sabes? ¿Lo has intentado?

—Sí, y no quiero. —Ladeó la cabeza dándome a entender que eso sería lo último que saldría de su boca.

—Eres un completo irracional —repliqué.

Él solo se encogió de hombros. Suspiré pesadamente.

No sería tan fácil averiguar más sobre él, no lo sería para nada. Lo observé por unos segundos, me gustaba cómo vestía. Traía una camisa de cuadros azules y debajo de ella una camiseta negra, la cual llamó mi atención: era un triángulo y en uno de sus lados salía como un arcoíris.

—¿Qué significa? —Mi dedo índice apuntó, él recorrió la dirección y enarcó una ceja de nuevo hacia mí.

—¿No lo sabes? —me preguntó incrédulo, y yo negué apretando mis labios—. Dios, ¿qué eres?

—¿Acaso eso es tan importante? —contraataqué.

—Eso tiene nombre y es una de las mejores bandas que pudo existir. Es Pink Floyd y la imagen es de uno de sus álbumes —defendió.

—Recuerdo haber visto algo parecido en…

—¿En una tienda de discos?

—No.

—¿Y?

—Clase de Física —murmuré.

—¿Ley de Snell?

—Supongo. ¿Dispersión de la luz?

—Ya —asintió—. Pero mi camisa representa un álbum de ellos.

—Ellos. ¿Ya se separaron?

—¿Qué te pasa? —Él parpadeó un par de veces y me miró durante varios segundos—. No puedes hablarme en serio.

—Al menos puedes intentar decirme qué música tocan, tal vez podría escucharlos y… —No pude terminar porque él me interrumpió.

—No es Michael Bublé. —Luke torció los labios.

—¡Michael Bublé es bueno! —defendí, chillando con el entrecejo fruncido.

—Para temporadas navideñas —dijo vacilante.

Yo abrí la boca, ofendida.

—Ahora estoy indignada —dije y miré hacia el frente. Mi mente pensaba rápido y lo volví a mirar confundida—. ¿Cómo sabes que me gusta?

—Sueles tararear alguna que otra canción de él en Historia. —Dejó salir un poco de humo.

Sentí mis mejillas arder de la vergüenza. No era que mi voz fuera la mejor para cantar y él ya lo sabía.

—Eso es vergonzoso —musité—. ¿Cómo lo conoces si se supone que no te gusta?

—No puede gustarme algo sin antes haberlo probado, en este caso escuchado. Aunque en realidad lo conozco porque mi madre pone en diciembre sus canciones —confesó esbozando una sonrisa lánguida.

—¡Mi madre también!

—Genial —dijo, y me enseñó su pulgar.

¿Había sido sarcasmo?

Guardé silencio sin saber qué otra cosa decir. Luke hizo chascar su lengua y me miró, yo mostré un gesto confundido ante su semblante. Estaba pensando. Hizo un puchero con sus labios y ladeó hacia un costado su cabeza durante unos segundos para después dirigir su vista a su mochila y cogerla.

De ella, sacó una libreta de espirales con un forro negro; en la portada se veía un cuadro blanco en donde tenía escrito algo que no pude alcanzar a leer, pues él ya la había abierto buscando una página. Pude ver que tenía rayas, dibujos y palabras obscenas. Luke se detuvo en una lista y dudó si debía mostrármela, pero al final accedió.

Mi mano la sujetó y mis ojos curiosos empezaron a leer.

—Son muchas bandas, pero solo conozco a John Mayer —le dije con una sonrisa de superioridad.

—Es lo que creí. —Soltó una risa y negó.

—¿Qué es gracioso?

Luke dirigió sus ojos hacia los míos y arrugó su cara, lamentándose en voz baja.

—Mira, John es un gran cantante, pero me ofende que no conozcas a nadie más en esta lista —habló incrédulo, apuntando su libreta—. Ni siquiera a Green Day. ¡Esto no puede ser real!

—Tal vez he escuchado una canción de ellos —jadeé—. ¡No soy una fanática de la música heavy!

—No es música heavy, Weigel —explicó con pausa, haciendo una seña con sus dedos, lleno de exasperación.

—¡Para mí todo lo ruidoso lo es! —bramé, agotada de la discusión.

—Pues tú eres heavy también porque eres muy ruidosa.

—¡Oye!

—Necesitas encontrar tu camino hacia la música verdaderamente buena.

—Eres un grosero. Es de mala educación criticar los gustos de otras personas solo porque sean diferentes de los tuyos, lo sabes, ¿no?

Él me ignoró, desviando su mirada a otro lado.

—Pregúntame de alguien más —insistí.

Luke suspiró.

—A ver… ¿Simple Plan?

Lo miré durante unos segundos tratando de recordar algo. Zev había hablado con Dylan sobre algo, aunque no sé si era sobre música. Nunca prestaba atención a sus conversaciones, pero lo haría de ahora en adelante.

Me mordí el labio. No, no sabía.

—¿Es un solista? —pregunté dubitativa.

—Esto es algo terrible —murmuró, poniéndose de pie para alejarse un poco como si estuviese cansado—. ¡Ellos cantan la intro de Scooby-Doo!

—¡El perrito que descubre misterios! —grité emocionada.

—Si fuera Zev, estoy seguro de que no serías mi mejor amiga.

—Eso me ofendió. —Me llevé la mano al pecho, intentando no darle importancia a su comentario—. Aunque Zev sí me quiere como amiga.

—¿Qué sabes tú? —Se acercó a mí, sonriendo de lado—. Quizá muy en el fondo se avergüenza de tus gustos musicales.

—Él me soporta —confesé.

Y era verdad. Zev me soportaba y yo a él. Así era nuestra amistad.

Escuché cómo musitó en un tono irónico algo ininteligible. Luke se alejó más y comenzó a caminar de un lado a otro, tal vez pensando… Me puse de pie, tomando mi mochila junto con su libreta y bajé las gradas.

—¿Estás bien?

—Lo estoy. ¿Me devuelves mi libreta? —pidió.

Yo se la tendí y la sujetó. Fue hacia su mochila y la levantó del suelo.

—¿Entonces? —pregunté.

Luke juntó sus cejas, sin comprender.

—¿Qué?

Me encogí de hombros y parpadeó. Comenzó a caminar en silencio y lo seguí, sin mucho más que hacer. Evité preguntar o pronunciar algo y él no se molestó en hablar. Luke no se dignó a contarme más de las bandas que escuchaba, pero, por lo que pude entender, amaba mucho la música, sobre todo aquellas bandas o cantantes que formaban parte de su lista en la libreta.

Era ese típico chico que caminaba entre los pasillos de alguna tienda de discos mientras murmuraba todo lo que pensaba.

Ambos estuvimos caminando por el instituto, hablando de lo mu­cho que mis gustos estaban alejados de los suyos. Igual mencionó que había hecho esa lista, la que me enseñó, hacía unos meses atrás, poniendo sus bandas favoritas en el orden en que se encontraban en su libreta. Me impresionaba la cantidad de nombres que almacenaba en su cabeza. Yo solo podía con una: Jonas Brothers.

Al final me había perdido la clase de Literatura con el profesor Hoffman. Y aquello me traería problemas.

Llegamos al pie de las escaleras de la planta baja y él se detuvo y se giró hacia mí, manteniendo su mirada sobre la mía durante breves segundos.

—Deja de mirarme —me quejé incómoda ante ello.

Una curva se creó sobre la comisura de sus labios.

—¿Por qué? —preguntó.

—Porqué es incómodo —respondí, y él me lanzó una mirada alegre, como si el simple hecho de verme así lo divirtiese demasiado.

Y quizá así era.

—Qué princesa me saliste, Weigel. —Su vista se desvió hasta la manga de mi blusa y lo que había empezado como una risa inocente se transformó en una estrepitosa carcajada—. ¿Qué demonios te ocurrió?

—En mi defensa, las personas que caminan por el pasillo principal deberían saber que no se puede andar con comida y también que son muy groseros —anuncié, tratando de tapar la mancha con mi mano.

—O tú deberías ser más precavida —sonrió—. Eres muy torpe.

—No soy torpe —defendí.

—¿Segura, Weigel?

Luke me miró vacilante al ver que no mencionaba nada. Fruncí el entrecejo y desvié mi vista al reloj que adornaba su muñeca. Al concentrarme, me fijé en una cicatriz que había en ella. ¿Acaso Luke se autolesionaba? La cicatriz venía desde una esquina de la palma de su mano hasta el otro extremo en forma diagonal; podía decir que medía como unos seis o siete centímetros de largo y era de un rosado leve que resaltaba en su blanca piel.

Al parecer, el chico se dio cuenta de que lo observaba, porque bajó rápidamente la manga de su camisa de cuadros azules, haciendo que yo perdiera contacto visual con la herida. Busqué sus ojos y lo miré confundida. Su rostro estaba tenso y sus pupilas dilatadas.

Quería preguntarle, pero me daba cuenta del gran letrero en la frente que decía un claro «no pronuncies nada». Jadeé ante la simple idea de Luke haciéndose daño. No creía que fuera capaz de hacerlo.

—Es mejor que vayas a clase —habló rompiendo el incómodo silencio que se había formado durante esa escena de miradas.

—Nos toca juntos —dije cautelosa, recordándole que debía asistir.

—No voy a entrar.

Respondía tan despreocupado y sin ganas de esforzarse en mentir, como si en verdad no le importaran todas las repercusiones que su falta de interés le pudiese acarrear.

—Pueden llamarte la atención —hablé mordiendo el interior de mi mejilla, sintiéndome un poco mal por su decisión, quizá con culpabilidad.

Posiblemente no quería entrar porque temía que le preguntase sobre la marca de su muñeca… O que lo siguiese irritando.

—Da igual, de todos modos, yo ya soy un caso perdido. —Se encogió de hombros. Por alguna razón, el que se hubiese llamado a sí mismo de tal forma me hizo sentir triste. No debía tener esos pensamientos sobre él—. Venga, que a los cinco minutos ya no te deja entrar.

—Bien —acepté rendida.

No podía hacer nada, él ya había hablado y no lo obligaría a que se presentara en la clase. Empecé a subir perezosamente los escalones, miré sobre mi hombro y él aún seguía parado al pie de las escaleras. Cuando estaba a punto de doblar la esquina, lo escuché hablar de nuevo:

—Weigel, solo cuido de ti.