al final del día anterior, Zev se despertó con un poco de hambre. Pedimos pizza y comimos mientras hablábamos de cosas que salían al azar, sin ningún tema de conversación fijo, lo que me tranquilizó un poco al fijarme en que había olvidado por un pequeño instante la situación en la que se encontraba su familia.
Fue así hasta que mi madre llegó por la noche y lo saludó. Él le contó todo y tuve que irme a la cocina a fingir que lavaba los platos para que tuvieran esa pequeña charla privada. Lo escuché llorar y cómo mamá le brindaba algunas palabras de aliento.
Se hizo demasiado tarde, por lo que tuvimos que llamar un taxi. Me avisó cuando llegó a su casa y me comentó que su padre no se encontraba ahí. Aprovechó que sus hermanos dormían para hablar con su madre. Aún seguía sin saber lo que ocurrió después.
Al día siguiente, veinte minutos antes de que la clase empezara, yo ya estaba entrando en el aula. Mi mirada buscó rápidamente su cabellera rubia y di con él al fondo de una esquina, mirando hacia abajo. Dispuesta, caminé hacia donde él se encontraba y me senté en la silla vacía. Luke levantó la vista y frunció el ceño al verme.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, dejando de hacer garabatos en su libreta y cerrándola.
—Tomar asiento —indiqué, sonriéndole llena de burla.
—Eso lo sé, Weigel, no soy estúpido —gruñó, poniendo en blanco los ojos—. Me refiero a por qué te estás sentando aquí, a mi lado.
—Lo quiero hacer porque puedo y quiero. ¿Tienes algún problema?
Él sonrió.
—A la defensiva, ¿eh? —vaciló y continuó—: Si piensas que somos amigos, estás equivocada —atacó—. Sentarte aquí atraerá la atención y yo no quiero que se percaten de mi existencia.
—No dije que lo hiciera porque consideraba que éramos amigos, realmente no lo he pensado, ahora que lo dices. —Apoyé mi codo sobre la mesa y dejé caer mi mandíbula sobre la mano—. Igual no llamo tanto la atención si no tengo a mi querido amigo pisándome los talones. Así que, descuida, ninguno de los dos será el centro de atención —agregué, refiriéndome a Zev.
Y es que en realidad era cierto. La mayoría de las personas solo trataba de entablar una conversación conmigo por él, pues sabían que no tenía pareja, lo que se resumía en carne fresca en el mercado.
—Como sea… —Luke empezó a decir dejando la frase en el aire y miró hacia el frente pensativo. Volvió a mí y retomó la conversación—. ¿Por qué has llegado temprano?
—Excelente pregunta. Mi madre me ha despertado. Resulta que anda paranoica porque la llamaron desde dirección.
Me miró interesado o al menos lo fingía y, si era así, sinceramente, lo hacía muy bien.
—¿Dirección? ¿Qué has hecho? —preguntó.
—El profesor Hoffman me ha reportado por llegar tarde y no entrar a dos de sus clases esta semana. Es la primera y le da mucha importancia a la puntualidad. Lo que he dicho: él me odia.
—Idiota —susurró.
—¿Él o yo? —pregunté, no muy segura de a quién se refería.
Me miró divertido.
—Los dos.
—¿Sabes? Tus cambios de ánimo me asustan y no tengo ganas de descifrarte —respondí. Puse en alto mi cara y miré hacia otro lado.
Lo decía en serio. Hacía unos minutos andaba de mal humor preguntándome la razón de haberme sentado a su lado y ahora me miraba divertido, como si mi desgracia le agradara. Y tal vez así era.
—¿Descifrarme? —Echó una risa— ¿Qué? ¿Acaso soy algún tipo de código Morse o un puto puzle?
—No, solo lo pareces —dije, sin girarme a verlo.
—Ya.
Esta vez me atreví a mirarlo.
—¿Ya qué?
—Ya.
—¿Ya?
—La verdad es que a veces quieres ir contra las reglas pero no puedes. Realmente eres ingenua —respondió finalmente.
—Claro que no. No lo soy —me defendí.
—No, no lo eres —ironizó.
—Por supuesto que no.
—Ummm —musitó haciendo una seña con su mano sin interés.
Después de eso, ya nadie dijo nada. Puse mi mochila encima del banco y decidí usarla como almohada. Era muy temprano. Faltaban unos diez minutos para que empezara la clase. Mi madre me había despertado una hora antes de lo normal y me moría de sueño. Rápidamente algo hizo clic en mi cabeza y miré al rubio, quien se encontraba de nuevo garabateando algo en su libreta.
—¿Por qué llegas tan temprano? —volví a hablar.
Luke me miró sin emoción y cerró su libreta. Era esa libreta negra donde tenía escrita la lista de sus bandas favoritas.
—Preguntas mucho, Weigel.
—Ese es un… —Me detuve, pensando en alguna palabra correcta que pudiese definirlo—. ¿Defecto? No creo que sea un defecto, es búsqueda de información y es mejor preguntar que ser un completo ignorante.
—Y también hablas mucho.
—¡Eres un grosero! —exclamé.
—Y le añado lo delicado.
—¡Ugh!
—No, no, no —se rio—. Me retracto. Si lo fueras, no llegarías con una mancha de pasta de dientes en tu blusa al instituto.
—Solo fue una vez y…
—Jodeeer —suplicó, interrumpiéndome—. Créeme, me he dado cuenta, no ha sido una sola vez.
—¿Cómo sabes eso? —pregunté extrañada.
Tenía que admitir que daba miedo que supiera cosas de mí, sobre todo los pequeños detalles en los que la mayoría de las personas no solía fijarse. O era un acosador o alguien muy observador.
—Quizá esto responda tu pregunta y a la primera —habló, moviéndose con lentitud hacia mí—. Me gusta llegar media hora antes y sentarme el último para ver entrar por esa puerta a cada ser patético. Es divertido ver cómo unos se chocan con el marco de la puerta porque llegan casi con los ojos cerrados —confesó burlón—. Me gusta reírme de la desgracia de los demás.
—Creo que eso es… —No sabía cómo describir aquello—. ¿Raro? ¿Inhumano?
Él solo se encogió de hombros restándole importancia.
Estiró su brazo por debajo de su silla y sacó un refresco. Lo agitó repetidas veces haciendo mucha espuma; por un momento creía que explotaría. Luke lo abrió con cuidado, cerciorándose de no hacerlo completamente, esperando a que el gas saliese, y realizó la misma acción de nuevo. Tenía ganas de preguntarle por qué lo hacía. Sin embargo, recordé lo que me había dicho minutos atrás. Sus ojos se dirigieron a los míos y pude fijarme en cómo se elevaron las comisuras de sus labios. Las mejillas me ardieron.
Cogí mi orgullo y me giré hacia el otro lado para enterrar la cabeza entre mis brazos sobre la mesa.
Tenía mucho sueño. No debía haberme quedado viendo vídeos de cocina o sobre cotilleos de famosos, pero cuando empezaba con uno terminaba viendo unos diez más; luego no me fijaba en la duración de cada uno y, cuando ya me disponía a dormir, miraba el reloj marcar casi las tres de la mañana.
Qué caos de vida llevaba.
Escuché a Luke bostezar y luego su voz.
—Tienes unos ojos bonitos.
Yo me quedé congelada.
¿Qué había sido eso?
Pero, de pronto, mi cara ardió. Agradecí estar con la cara escondida entre mis brazos, haciendo imposible que él me viera así.
Respiré hondo y relajé el rostro para poder erguirme. Giré la cabeza hacia él a la velocidad de una tortuga.
—¿Qué?
—¿Ah?
—Eso ha sido extraño.
—¿Nunca te han hecho un cumplido?
—¿Se supone que debo darte las gracias?
—Solo si quieres. —Volvió a mostrarme esa sonrisa lánguida.
—Gracias —corté y miré al frente.
—¿Por qué simulas prestar atención cuando ni siquiera ha empezado la clase?
—¿Desde cuándo empezaste a hablar tanto? —cuestioné. Su sonrisa no desapareció.
Ambos nos quedamos en silencio, mirándonos. Mi cabeza pensó demasiadas cosas, pero ninguna fue una respuesta a mi propia pregunta. Mientras tanto, no tenía ni idea de lo que pasaba por su cabeza.
Después de un rato, habló:
—Weigel.
Enarqué una ceja, cuestionándolo.
—Luke.
—Esta vez no tienes manchada la blusa de pasta dental —se burló. Mis ojos se entrecerraron y le giré la cara.
—No me hables.
—Te voy a hablar.
—No.
—¿Cuántos años tienes? ¿Doce? —Tragué saliva y negué.
—Tengo diecisiete, ¿y tú?
—Era sarcasmo —indicó—, y tengo diecinueve. —Fruncí el ceño y lo miré, confundida.
—¿Diecinueve? ¿No deberías estar en la universidad?
—Sí, pero repetí un año.
—¿Por qué?
Él se quedó pensando.
—Me fui de viaje.
—¿Y sabías que repetirías?
—Sí.
Parpadeé, y más dudas aparecieron en mi cabeza.
—¿Preferiste viajar antes que pasar el curso? Luke jugó con su piercing, pensándolo.
—La vida solo se vive una vez. Los cursos puedo repetirlos al otro año; los buenos momentos y las mejores oportunidades, no. Esas llegan y se van.
—¿Es tu filosofía de vida? —reproché.
Se encogió de hombros y apoyó los codos sobre la mesa.
—Aunque ahora ya no sé si fue una buena decisión.
—¿Por qué?
—Repetir el año me hizo llegar justo hasta aquí. Tú siendo mi compañera de clase. Aunque mucho antes recuerdo que compartíamos otra clase, de las extracurriculares. ¿Cómo se llamaba? ¿Taller de caligrafía?
—¿Hablas de hace más de siete años?
—Tal vez.
—¿Éramos compañeros?
—Sí, tú eras la niña que se golpeó con la puerta. Entonces lo recordé.
Mis ojos se abrieron, sintiéndome avergonzada.
¿Cómo podía mantener eso en su memoria? Había ocurrido hacía muchísimos años, ni siquiera yo lo recordaba, y no querría que él lo hiciera.
Por Dios, qué mal.
—Creí que la puerta era de empujar.
Luke se rio.
—¿Acaso no sabías que tenías que tirar de ella? Estaba escrito.
—Qué humillación.
—Demasiado. —Lo miré enojada.
—Pero, si eres mayor, ¿por qué compartimos esa clase? ¿Desde qué año repetiste?
—Eso sería mucha información para ti, y ya tienes suficiente. Quédate con ella.
—¿Lo dices en serio?
Me regaló una última mirada de pocos amigos y miró al frente. Al mismo tiempo, la profesora Kearney entró saludando a todos con aquella característica dulce voz y sus labios rojos, dando por iniciada la clase.
Por esta ocasión, Luke había ganado.
Con mucho disimulo, eché un vistazo a lo que hacía él. Me fijé en que escribía cosas en su libreta, pero no era nada relacionado con la clase. Por el rabillo del ojo pude observar que dibujaba rayas y círculos sin ningún sentido, o al menos para mí no lo tenían. Algo llamó mi atención: una fecha. En medio de todo ese borrón pude distinguir una fecha. De golpe, cambió de hoja y comenzó a escribir.
«La gente debería dejar de ser entrometida, como tú, por ejemplo».
—¡Oye! —me quejé sin levantar mucho la voz.
Me dedicó una sonrisa demasiado falsa, para luego regresar a su semblante serio. Puso la libreta debajo del codo y colocó la barbilla sobre la mano, prestando atención a la señorita Kearney.
Luke resultaba ser más duro que una roca, tan cerrado y hostil. Ni su nombre me había dicho; si no fuese por Neisan no me hubiera enterado de su propia boca nunca.