Capítulo η´ |8|
Άφροδίτη | Afrodíti | Afrodita

Necesitábamos ser precavidos. Necesitaba ser precavida o todos pronto se enterarían de mi secreto con Ares. Tenía que decírselo a Ares aunque se molestara. Una mano se posó en mi cintura, sacándome de mis pensamientos.

—¿Qué pasa?

—Tenemos problemas. —Volteé para verle—. Zeus está tratando de encontrar a Hefesto…

—¿Y eso qué tiene que ver con nosotros?

—Mucho. —Suspiré—. Zeus tiene a Hermes buscando su rastro y recopilando rumores, salgo yo en ellos. —Él frunció ligeramente el ceño, como si estuviera a punto de decir algo, pero no lo hizo y lo agradecí. Se avecinaba algo mayor—. Se dice que yo fui el último ser que tuvo contacto con él y por eso fui llamada ante Zeus.

—Mentira, tú no tienes nada que ver con él.

—No, no tengo.

—¿Y por qué están diciendo eso de ti?

—Alguien trata de encubrirse utilizándome como distracción…

Ares se paseaba con desespero de un lado para el otro llevándose las manos al cabello. Debía de andarme con cuidado de las cosas que diría en adelante, y esto solo eran rumores, no debería seguir esparciéndolos. Después de todo, era su madre.

—Hay algo más. —Ares se detuvo en seco y, antes de que me llenara el arrepentimiento, lo solté—: Hermes sabe de lo nuestro.

Era una cobarde, quizás, pero si tenía que poner a Ares en contra de Hera debía hacerlo con evidencias. Mismas con las que no contaba. Tampoco me arriesgaría a que tomara mi palabra y luego la cuestionara, terminando por desconfiar de mí. Apenas nos habíamos contactado de nuevo. Y para alguien que no pasaba sus últimos tiempos sin título fuera del Olimpo, creería lo que fuera menos que su madre fuera capaz de tal cosa.

Decidí dejar el tema en ese y solo ese punto. No dejé de repetirle a Ares que Hermes no diría nada. En efecto, no lo haría, yo tenía mis métodos. Puse todo lo que estaba a mi alcance para dar fe y legalidad de que no diría ni una palabra…

Aproveché la oportunidad que aquel silencio incómodo me daba para distraerlo. Me quité la túnica que traía y dispuse mi vestido ante los ojos de él y del bosque. Comencé a caminar sin ningún rumbo, pero sin motivos para permanecer en el bosque.

Me mantuve en silencio en todo el camino, sintiendo su mirada detrás de mí mientras me seguía.

—Admito que me tomaste por sorpresa, pero al menos podrías decirme qué estamos haciendo…

—¿Recuerdas el lugar? —pregunté.

—Por supuesto. Ya lo habíamos hablado.

—Pero ¿realmente recuerdas este lugar como yo lo recuerdo?

—¿Qué te hace pensar que yo no?

—Que yo he venido sola muchas veces.

Entrecerró los ojos y me alejé un poco mientras él comenzaba a acercarse.

—¿Eso qué significa? —Siguió caminando y yo retrocedí una vez más—. Yo no me he acostado con nadie desde que te vi en la casa de las hetairas. Y nunca, nunca he traído a nadie aquí.

Hice un encogimiento de hombros y me crucé de brazos.

—¿Cómo podría saber algo como eso? —Frunció el ceño pareciendo estar confundido y se detuvo para observarme. Enderecé la espalda con gran devoción haciendo que mi pecho participase en la conversación. Él arqueó una ceja y bajó la mirada exactamente a mi escote. Anzuelo mordido.

Por supuesto que él se había percatado de cómo lo estaba distrayendo, pero había algo en su mirada. Algo diferente. Mi intención de parecer verdaderamente seria fue completamente en vano y me había mordido el labio para evitar reír. Ares miraba mis labios, luego se sació de mi expresión entera antes de unirse a mí de manera amenazadora.

Entonces volteé lentamente dándole la espalda, esperando, hasta que se acercó lo suficiente para colocar su mano en mi abdomen, tentándome con llegar mi vientre.

—Dime, ¿qué piensas hacerme? —pregunté tomándolo de sorpresa. Sabía que lo había hecho, su mano se había detenido por unos segundos antes de volver a lo suyo.

—Muchas cosas.

—Por favor… —Jadeé cuando me acercó a él para sentirnos, para que tuviera el acceso que buscaba en mi cuello y colocar sus labios en este.

—Quisiera probarte.

Casi me delataban las ganas cuando sentí sus dientes enterrándose levemente en mi hombro al voltearme mientras retrocedía hasta que mi espalda quedó en el tronco del gran árbol. Aquel que casi cubría todo el bosque, mis intenciones y las suyas.

—Te ves… —paró en seco tras bajar su mirada nuevamente a mis pechos, apostaba a que su mano, a pesar de ser algo grande, no sería capaz de cubrir completamente el contorno de uno de ellos—. Te ves digna de toda admiración. —Mi respiración entrecortada hasta era consciente de dónde específicamente estaba: acorralada y sin importarme lo más mínimo. Porque quería algo que solo él podía darme…

—Supongo que deseas hacer algo al respecto.

Él apretó sus labios antes de decir:

—Sí, lo deseo… —Respiró profundo y cambió el destino de la conversación—. Pero no lo haré hasta que confíes en mí.

Parpadeé.

Sus labios interrumpieron mi confusión haciendo contacto con los míos. Lo estaba esperando con ansias. Lo deseaba. Ya no importaba cuántas veces tratase de convencerme de que no era lo correcto. No cuando había dejado de hacer lo correcto hacía mucho. Sus manos ascendieron hasta mis senos, no los agarraba con fuerza, solo los acariciaba. Y era lo último que necesitaba. Un gemido se me había escapado por la poca fricción y él gruñó cuando comencé a moverme para acercarme más a él, a pesar de ser yo quien estaba contra el árbol. Entonces agarró mis brazos y los colocó por encima de mi cabeza.

—Y tú, ¿confías en mí? —me obligué a preguntarle pese a tenerlo frente a mí con su mirada intensa.

—Sí.

Tragué saliva y observé sus labios entreabiertos. Sentí sus manos temblar aún en mis muñecas y sus ojos no dejaban de ver los míos. Él no podía estar nervioso, yo tampoco lo estaba, pero sí que estaba ansiosa. Ambos estábamos llenos de deseo. Era mi única respuesta.

—¿Quieres tomarme aquí? —pregunté, casi susurrando. Él frunció el cejo y apretó su mandíbula.

—No. —¿No?—. No puedo hacerlo.

Bajó sus manos acariciando mis costados hasta llegar a mi cintura. Se acercó para besar mi frente y se apartó de mí lo suficiente para dejarme salir. Sin embargo, decidí permanecer donde estaba.

¿Qué era lo que acababa de ocurrir?

—¿Qué? —Me sentí mareada por el cambio abrupto que tomó el ambiente entre nosotros, pero traté de tomar el asunto con suficiente calma—. ¿Y puedo saber por qué no?

—No es lo que crees, yo solo…

—Solo contéstame, Ares. Una oración basta para que me expliques qué ocurre.

—Solo quiero que estemos… —Lo vi tragar saliva—. Que estés preparada para esto.

—Ares… —Me acerqué a él, pero como no lograba hacer que me mirara, llevé mi mano a su mejilla consolándolo—. Si esto tiene que ver con lo que fue antes de reencontrarnos, déjalo donde pertenece. —Frunció el ceño y añadí—: En el pasado, Ares. No soy la ingenua por la que me tomas. Solo dejemos el pasado en el pasado.

Parpadeó varias veces antes de preguntar:

—¿Cómo eres capaz de perdonarme? —Se interrumpió optando por una expresión de asco en su rostro y pensé en esa expresión con lo que estaba haciendo. Con las mentiras con las que estaba cargando… Aparté de sus ojos el cabello que le estorbaba.

—Ares, eres hermoso… pero careces de sabiduría cuando se trata de estos temas.

Él resopló.

—Y cuándo has visto a alguien utilizando la mente cuando se trata del corazón. Además, yo no necesito eso.

—Entonces crees que con acciones sí.

—No, solo… No puedo. —Él agarró mis brazos como si pensara que en cualquier momento desearía irme y quisiera detenerme. Y cuando vi sus ojos preocupados me arrepentí de tratarlo de esa manera.

No podía creerlo, de verdad sentía algo por mí. Llevé mis manos a su torso hasta que pude sentir cómo sus músculos se relajaban.

—Sé que sientes que no me mereces, pero te sorprenderías de que yo tampoco lo merezco. —Me miró escéptico y aparté la mirada sin soportar el peso que esta me provocaba—. Solo cumple con la promesa. Unas semanas atrás confesaste que deseabas estar conmigo. —Tomé sus manos y las llevé a mis labios y hasta mi mejilla—. Ahora que te deseo de igual manera, no me niegues tu cariño y amor. Sé que los sientes. No… No me prives de lo único que le ha dado sentido a todo esto. —Mis ojos se llenaron de lágrimas y no las pude reprimir, rodaron por mis mejillas. Ares agarró mi nuca y la sujetó al abrazarme.

—Quiero estar contigo. —Sostenía mi corazón en mano, esperando a que reaccionase a mis palabras. Palabras que me decía una y otra vez para recordarme que todo lo que hacía lo hacía por él. Por nosotros.

Acarició mi cabello y apartó algunos mechones detrás de mi hombro. Le miré con ansias de ver sus ojos, aquellos que nunca me habían engañado, jamás. Aquellos que estaba segura de que gritarían por toda la Hélade lo que sentía por mí.

—Te amo. —Alcé las cejas y, como si sintiera mi incredulidad ante lo que había escuchado, añadió—: Siempre lo he hecho.

—Espero que el bosque sea testigo de lo que has dicho —dije en un susurro mientras sonreía—, por si decides luego retractarte. —Este era el momento que tanto había esperado desde hacía mucho, mucho tiempo y quería atesorarlo para siempre—. Yo también —le contesté—. Eternamente.

Me encontraba en sus brazos y mis mejillas se tornaron de un color carmesí, producto del calor debido a la cercanía entre nosotros. Permanecí con los ojos cerrados durante el abrazo hasta que él me sacó de mis pensamientos.

—Aún sigo pensando en lo bien que se ve ese vestido.

—Y yo en que decidas de una vez probarme.

Él no dijo nada al respecto, en cambio, me tomó por sorpresa cuando su boca se dirigió a mi cuello, pero no se detuvo ahí, trazó un lento pero firme camino de besos hasta llegar a mi escote. Relamí mis labios mientras observaba cómo sus manos subían por mi cuerpo hasta detenerse en mi busto. Ingerí la pasión con la que sus manos me tocaban cerrando mis ojos.

—Creo que deberías recostarte y dejarme hacer el resto.

Sonreí con toda intención. El vestido no era nada del otro mundo, era de un color crudo, casi se mezclaba con el color de mi piel, solo llevaba un escote en V profundo como algo inusual a lo que vestía en el Olimpo. Pero a Ares le gustaba porque yo lo llevaba puesto, según sus palabras cuando me recostó en el suelo verdoso.

Con respiración entrecortada logré abrir mis ojos luego de hacerme saciar cada toque, cada sensación de querer explotar. Hasta que lo hice.

Pensé recordarme luego en agradecer a Perséfone por el vestido. Sirvió para distraer a Ares de mis verdaderas intenciones ocultas tras no querer hablar más del tema. Así como también sirvió para callar a Hermes cuando pude verlo a solas, a puertas cerradas en el templo a la medianoche.

Lo habría hecho otra vez de ser necesario porque lo había hecho por él. Y aunque no podía, cómo me hubiera gustado gritarles a todos que había valido cada maldito momento…