Capítulo ιζ´ |17|
Έύγκαν | Évnkan | Eygan

Era un cobarde. Un gran cobarde. No hice nada al respecto y me encontraba devastado por ello. Pero ¿cómo y dónde me encontraba? Furioso. En el mundo mortal.

Desperté sudoroso y con la respiración acelerada.

—¡Par de atrevidos! —oí a alguien gritar lejos de la habitación donde había pasado la noche. Tragué el amargo sabor que tenía mi saliva. Mi boca casi se sentía como un desierto al igual que mi garganta cuando pasaba el líquido segregado.

Una leve brisa había entrado por la ventana. La cortina de lana de color pardo se balanceaba a su paso y la luz de la luna se asomó por la habitación, por poco tiempo. Di un largo suspiro antes de salir de la cama con telas de color escarlata, púrpura y violeta. Eran sus colores favoritos desde que la había conocido.

Iría a buscar un vaso con agua. Era lo lógico, por usar un cuerpo mortal. Podía mantenerlo con mi poder, pero eso no bastaría en poco tiempo. Aunque ahora era un dios, tenía que equilibrar el poder que corría en mí para poder poseer un cuerpo mortal. Si lo hacía con todo el poder, el cuerpo explotaría. Y eso sería lamentable. Ese cuerpo me gustaba, no iba a correr el riesgo. Solo debía mantenerlo con vida suministrándole las sustancias apropiadas. Agua, comida e higiene. Y sexo…

—Estás despierto —dijo más para ella que para mí.

Me apoyé en el extremo de la pared de su pequeño pasillo, oculto en la oscuridad, mientras que ella estaba en la entrada de la casa con el contorno azulado por la luz nocturna que se infiltraba al mantener abierta la puerta. Casi podía jurar que la luz de la luna serena y fría trataba de apaciguar las hebras de su incendiable y rebelde cabello.

—No fui yo quien te despertó, ¿cierto? —No contesté—. Porque si es así, te pido que me disculpes. Estos niños…

Frente a la casa, ella se agachó después de lamentarse en medio de un suspiro para recoger los frascos de cerámica hechos añicos en el suelo. Niños traviesos, había dicho ella. No creía eso. Eran niños malvados y merecían una reprimenda de la que más adelante me encargaría. Marcaría sus rastros y luego los buscaría para hacerles pagar. La diversión del maltrato de hoy era la crueldad del mañana. Eso tenía que parar.

—Es la segunda noche que hacen esto —dije cuando salí de mi escondite, pero ella se mantuvo en silencio—. Desde que vine hace dos noches por igual.

—No es nada. Es el precio que tengo que pagar por elegir este estilo de vida. Los que no conocen estas prácticas me seguirán tratando como a una bruja malvada. Para ser sincera, pensaba que me encontraría con algo peor. Son solo niños.

La rechazaban por no seguir las doctrinas helenísticas, por no considerar el llamado de los dioses. Eso era lo que me fascinaba de esta mujer, no había ningún deseo de adorar o seguir a los dioses. Iba en contra del viento, porque por el infierno ella lo quería así. Aun así temía porque el mundo decidiera borrarla por ser diferente.

—Un día crecerán y serán peores —afirmé—. ¿Por qué no haces algo para que dejen de molestar?

—¿Y despertar la cólera de sus padres? —Negó con la cabeza—. No lo entiendes. ¿De dónde crees que viene este trato?

—¿Él lo sabe? —Ella se detuvo por un segundo, antes de volver a tomar otro pedazo más pequeño de cerámica, aquella respuesta era un maldito no—. ¿Puedo saber por qué no le has dicho? Quizás él pueda protegerte, al menos te servirá de algo tener un prometido…

Respiró hondo.

—Él no lo sabe porque no le quiero preocupar. —Resoplé ante eso—. Ya tiene suficiente con haberme aceptado en su casa. Además, puedo cuidarme sola.

—Entonces diles a los padres de esos escuincles.

—No —volvió a contestar, como si al repetirlo se estuviera convenciendo—. Desataría algo peor. Ellos detestan lo que soy…

—Ellos te temen, Mélice.

Ella siguió recogiendo, fingiendo no haber escuchado hasta que me acerqué lo suficiente para agarrar su muñeca y hacerla entrar a la casa. Por supuesto que recibí millones de ofensas y palabras obscenas por el brusco agarrón, por dejar los cantos de cerámica que aún faltaban por recoger y otras mierdas que decidí no escuchar. No cuando le quité los pedazos, tirándolos afuera y cerrando la puerta con ella dentro, su espalda ahora reposaba en esta tras mi entrometida cercanía. Coloqué una mano en la pared cerca de ella, para evitar que se escapara, y la otra en su cabello. Agarré un mechón de su melena y jugueteé con él.

—Esas palabras suenan mejor cuando te tengo debajo de mí.

Sus ojos se agrandaron por la sorpresa y por el significado de mis palabras. A pesar de la poca luz que había por las velas encendidas en la cocina, lograba ver un poco cómo sus mejillas se estaban coloreando de vergüenza.

Ella apartó su rostro de mí, pero igual dijo:

—Eres un bruto. —Ladeé una sonrisa—. Y un asqueroso.

Rei a carcajadas haciéndola sonreír mientras me miraba de reojo. Si lo que yo había dicho era mentira, entonces merecía ser callado. Pero como ella bien sabía que no lo era…

—¿Por qué no vuelves a la cama a hacerme compañía?

Ella se negó.

—No puedo. Tengo cosas que terminar para la entrega de mañana antes del amanecer.

Hizo un ademán señalando hacia la cocina.

—Entonces déjame ayudarte con la entrega, así no tendrás que levantarte luego de que entres a la cama conmigo. Sabemos lo agotador que puede ser estar conmigo.

Mis ojos no perdieron la oportunidad de insinuar con lujo y detalle lo que quería decir al respecto. Viajaron al sur de su cuerpo hasta sus piernas, a pesar de que las ocultaba en ese largo vestido que llevaba. Siempre terminaba con sus piernas debilitadas y temblorosas. Tardaba más de lo normal en recuperarse, a diferencia de otras mujeres. Jamás diría una palabra sobre sus habilidades, aunque ella dijera lo vergonzoso que eso era. Relamí mis labios nada más pensar en ello. Ella notó mi deseo y su garganta se contrajo antes de yo envolver mi lengua con la suya. Y al envolver su lengua con la mía.

Ω

Su cabello bermejo y un poco enmarañado descansaba plácidamente en el acolchado que sostenía su cabeza. Dormitaba bocabajo, mostrando la bella piel de su espalda desnuda. Escuché una que otra queja en respuesta por mi abandono en su cama. No regresaría hasta después del atardecer, así que le dejé saber. Coloqué una manta sobre su dulce cuerpo, depositando un beso en su hombro antes de salir y dirigirme a la ciudad.

Ella bien podía estar agradecida y yo estaría en completa aceptación por su consideración al tenerme en tan alta estima. Haría el favor de tomar las canastas con sus frascos llenos de cremas y mezclas de líquidos para la sanación, collares con colgantes y velas para protección, pero también iría tras las huellas de los niños que había marcado.

Primero me metería con sus sueños y luego los haría temblar de miedo hasta dejarlos sin habla. Los dejaría con la decisión de continuar molestando a una persona que no se merecía nada más que amor. O la dejarían en paz si querían evitar que los seis ojos de rojo intenso continuaran acosándolos en las noches antes de dormir. No tendrían que verlos a la noche, ni ver las hileras de dientes de sus tres bocas con el gruñir de una promesa de muerte en la oscuridad del bosque, cerca de la casa de Mélice. Si eran inteligentes elegirían bien después de eso.

Fui a encontrarme con mis hombres en la nueva casa de Eudor. Ahora que sería el prometido de Ametista debía demostrar que él la merecía tanto en amor como económicamente. Consiguió una casa bastante noble como para poderse retirar algunos años después y vivir una vida tranquila con Ametista e hijos…

Me pusieron al tanto de las noticias de aquí, noticias que no eran tan importantes como para contarlas allá arriba. Eudor se había recuperado por completo gracias a Mélice y realmente estuve más que agradecido por eso. Jamás hubiera dudado de su capacidad para curar a uno de mis hombres.

Por otro lado, supe que había un nuevo proxeneta para las hetairas, aquí, en Aeolia.

—Se hace llamar Amenius —dijo Eudor antes de entregarnos un vaso con vino a todos.

—Pero debes saber antes, Eygan —comenzó a decir Orión—, que dicen que no es de aquí, que es de otras tierras. No es heleno.

Eudor se encogió de hombros.

—Ametista dice que es bastante considerado.

—Sí —mencionó Ulises—, pero ¿qué tan considerado es?

Todos lo miramos cuando decidió ahogarse con su bebida antes de ni siquiera esperar a que a Eudor le contestara. Todos movimos la cabeza hacia él con desaprobación, pero manteniendo la diversión en el ambiente, incluso Crisanto.

—La dejó abandonar la casa en cuanto le dijo que planeaba contraer matrimonio. No solo lo permitió sin ningún soborno, sino que además le entregó el restante del cincuenta por ciento de lo que iba a recibir por el viejo Filiberto. Solo se quedó con un diez por ciento, por tan increíble que parezca.

—Entonces —contesté— sí fue bastante considerado.

Leandro no pudo asistir porque su madre había enfermado, lo supe por Crisanto. Haciendo lo mínimo que podía por Leandro, le prometí hablar con la curandera en cuanto me encontrara con ella. La misma curandera que Ulises, Crisanto y Orión habían conocido y que supieron por boca de Ulises que era tía de Ametista el día que trajimos a Eudor para que lo curase. Pero Ulises no pudo dejarlo ahí, les mencionó la existencia de un acalorado encuentro con la tía de la prometida de Eudor y su general. En pocas palabras, Mélice y yo. Aunque Ulises sabía que Eudor sabía de Mélice, pero no que Ametista era su sobrina. Él lo supo después de que ella le presentara a sus parientes. Y por el bien de todos decidieron ocultar ese pequeño detalle, y aunque no lo había hecho por mí lo agradecí.

Al final me despedí con la terrible noticia de no regresar en un buen tiempo. Dejaría a Ulises al mando siendo ahora el nuevo general, pero no estaría para su primer día en el cargo. Le dejaría mi anillo del meñique de la mano derecha, con eso tenía evidencia de mi retiro, su ascenso y mis buenos deseos a sus ahora tropas. También le dejaría mi casa y mis pertenencias, entiéndase todo mi dinero.

—¿Por cuánto tiempo te irás?

Negué con la cabeza. Orión parpadeó, entendiendo que no planeaba regresar, me dio un abrazo de despedida y un rápido asentimiento antes de alejarse. Ulises y Eudor se acercaron para despedirme después de Crisanto.

—Que tengas buen viaje, amigo mío.

Asentí agradecido.

—Le diré a la curandera que vaya a la casa de la madre de Leandro —le dije a Crisanto antes de marcharme.

Ω

—¿Cuándo vendrá tu prometido?

Le robé una de las manzanas en su canasta. Había acompañado a Mélice a un recogido de frutas y hierbas por el monte de su hogar. Había intentado quitármela, pero yo había sido más rápido.

—Se llama Basilio y estás en su techo —dijo cuando estábamos llegando cerca de la casa—, deberías tener un poco más de respeto.

—¿A pesar de que estuve con su prometida?

Ella me quitó la manzana con su mano libre antes de que la pudiera meter a mi boca. Estábamos ya frente a la casa y Mélice volvió a poner la manzana en la canasta.

—A pesar de eso, Eygan. Y de que es mayor que tú. —Estaba olvidando el cuerpo en donde estaba. Un joven general retirado de un ejército de Aeolia de apenas veinticuatro años mortales—. Ahora, respondiendo a tu pregunta, él no tardará en llegar. Así que facilítame un poco la situación y vete antes de que llegue. Podrás regresar luego.

—Sobre eso… —Llevé mi mano a mi nuca—. No planeo hacerlo.

Ella se detuvo en seco, sostenida con una mano la canasta a un lado de sí y apoyada en su cadera.

—¿Qué?

—Sabes que es lo mejor. Lo digo de verdad, Mélice, me iré para tu bien.

—¿Para mi bien? Entonces, ¿lo de hace dos noches no significó nada?

Meneé la cabeza evitando el contacto visual.

—Es lo mejor y lo sabes. No me necesitas si lo tienes a él.

—Pero ¡qué considerado! Sabiendo que mi matrimonio es por conveniencia. —Ella se acercó para analizar mejor mi rostro—. ¿Por qué no dices que conociste a alguien más?

La volteé a mirar para encontrarme con sus marrones ojos y sus cejas tan fruncidas como podían. Sabía que detestaba las mentiras. Lo sabía y aun así hice lo que hice. Porque era un egoísta, porque aun sabiendo que no podía tener a una por completo decidí refugiarme en otra como el cobarde que era. Hasta que pudiera conformarme con la realidad y volver allá arriba con la frente en alto.

—Ella estaba antes de que te conociera. Simplemente se dio ahora. Solo venía a despedirme para siempre.

—¿Qué clase de despedida es esa? —tragó saliva—. Pensé que habías vuelto para bien. Pensé que habías cambiado de idea desde la última vez que nos vimos. Todo este tiempo… —Negó con la cabeza, cuestionando—. Todo este tiempo y ¿aquel beso…? —Sus ojos se agrandaron al entender—. Solo me estabas utilizando. Querías un último momento de placer antes de estar con alguien verdaderamente. Y yo que pensé que algún día sería esa persona…

—Esto se me salió de las manos, Mélice. No pensé que esto sería así, pero eras la única curandera que conocía y en la que verdaderamente confío. Sin embargo, la elegí a ella incluso antes de conocerte —mentí—, solo ahora nos correspondimos mutuamente.

Una mentira a medias.

Y antes de que terminara la frase, las lágrimas habían llenado sus cándidas y cálidas mejillas. Aquellas eran lágrimas de decepción, pero necesitaba llegar un poco más profundo si quería cerrar ciclo con ella. Por su bien…

—Sabes que yo nunca podré darte lo que tanto anhelas.

Ahí estaban. Sus ojos no paraban de llorar, estaba cual manojo de nervios. Sus ojos querían estallar. Yo jamás podría darle un hijo, no después de ser utilizado por Harmonía. Mi ego no tenía que ver nada con esto. Era mi corazón, aunque no lo admitiría en público. Mélice lo sabía, sabía que estaba huyendo de una traición y a pesar de eso como la testaruda que era, se quedó y yo me quedé por ella. Por un tiempo, hasta que no soporté la idea de que ella abandonara su sueño por mí… alguien que fingía pertenecer a su mundo. Aunque no supiera los detalles al pie de la letra, al menos ella debía entenderlo mejor que nadie, esa fue la razón por la que nos separamos en aquel entonces cuando la conocí, hacía dos años mortales.

Sus labios se fruncieron y sus cejas se aplanaron. Sus ojos se oscurecieron de… ¿odio?, ¿dolor?, ¿rencor? Era aceptable. Merecido al completo. El idiota era yo.

—Lárgate y espero de verdad que no vuelvas nunca.

—Lo estoy haciendo por tu bien. —Ella resopló con una sonrisa triste—. Mélice…

El sonido ahogado de algo caerse la hizo dejar de mirarme para verlo a él acercarse. Limpió sus mejillas tan rápido como pudo antes que…

—¿Estás bien? —preguntaron con voz aguda, una voz tan autoritaria como la de un general o jefe de guerra. De soslayo pude ver las telas que vestía. Este hombre si no era un buen hombre de manos en construcción al menos fue un buen hombre de guerra, tal vez sirvió en algún ejército de alguna polis cercana. Tenía un bigote anclado por una franja de barbilla. Su cuerpo era algo robusto en músculo por lo que podía revelar con aquella túnica un poco ajustada y no delataba más de veintisiete años mortales.

—Sí, Basil.

«Basil…»

Aunque ella lo negara con toda rotundidad… eso era un apodo. Y los apodos se les daban a personas con las que te encariñabas.

—Eygan solo se estaba despidiendo. Ya se iba.

—Entonces, si no tiene más que hacer o decir, ya puede retirarse… La damisela ya habló.

En todo el tiempo desde que había sentido su presencia no le había dirigido la mirada hasta ahora. Él se mantuvo en su postura estática hasta que volví a mirar a Mélice, intentó taparla de mi vista poniéndose frente a ella.

—Retírate.

Ella ya tenía a alguien. Alguien que sentía que haría lo que fuera por ella. Si ella lo aceptaba, apostaría que él podía darle lo que ella necesitaba. Y no la dejaría en desgracia como una vez yo hice, hiriéndola en el proceso mientras la dejaba elegir la vida sin ser madre algún día y luego abandonarla. Él sabría cómo tratarla.

No hacía falta crear pelea cuando solo quería dejar una marca. Dejarle una marca y luego macharme para siempre por su bien. Porque las diosas podían o tenían el derecho de vengarse cuando las lastimaban —y lo harían seguro—, algo que aprendí de mi madre… A diferencia de la mujer mortal, que perdonaba a ciegas.

O como Mélice, que decidió perdonarme a pesar de que nunca lo olvidaría, pero lo superaría. Su corazón era demasiado grande para que el rencor viviera allí por mucho tiempo. Porque ella no abandonaría lo poco que duraría su vida mortal, en comparación a una inmortal, por la oportunidad de ser feliz antes de dejar este mundo.

Eso era lo que realmente había hecho que me enamorara de ella. Fue por eso por lo que no la elegí a ella. No soportaría que por elegirla cayera en las garras de una ahora diosa herida, si esta se enterase. No soportaría que alguien pasara por la misma desgracia que mi madre, pero siendo yo el causante.

Busqué una última mirada de Mélice y como si ella sintiera la urgencia de querer encontrarme con sus ojos, inclinó la cabeza para verme una última vez antes de que desapareciera de su vista y de la de su prometido. Aunque ella estuviera buscando una razón evidente de mi mentira, yo no dejaría que la viera porque, si le daba lo que ella quería, no me lo perdonaría si ella fuera maldecida o falleciera por mi culpa. Porque si supiera mi verdadera identidad… No quisiera agrietar la línea de su vida. Quería que, si su vida iba a ser cortada, fuera por la vejez y no por un suceso desafortunado que pudo haberse evitado. Yo mismo me encargaría de que su vida fuera larga y próspera.

La dejé ir porque la amaba.