Capítulo ιη´ |18|
Άφροδίτη | Afrodíti | Afrodita
—¿Quién eres?
La pregunta de Mausela me trajo de vuelta a la razón.
El hombre cuya vestimenta era vista como inusual para aquel pueblo hizo una reverencia. Solo llevaba un manto puesto, nada extraño, era su color el que te hacia vacilar. Era trascendental. Si no fuera por las prendas interiores se le vería absolutamente todo… Cabello gris largo a mitad del cuello, sin embargo, su rostro no era más que el de un hombre joven.
—Mis disculpas, damisela. Mi nombre es Céfiro. —Se volteó para observar rápidamente a su alrededor—. Este no es lugar para una niña como tú. —Sonrió tratando de apaciguar el ambiente.
—Ella viene conmigo. —Acerqué a Mausela a mi lado.
Sabía que era una decisión precipitada consecuencia de la urgencia de escapar de ese lugar en llamas. Como había prometido, tenía que mantenerla a salvo. Claro que era una promesa que yo nunca dije en voz alta. Tenía que mantenernos a salvo.
—De acuerdo. —Asintió y tendió su mano para que la tomara.
Abracé a Mausela antes de tomar la mano de Céfiro. Tenía muy en claro el estado de estupefacción y bajo mi influencia ella no diría ni haría más de lo necesario. Un poco de poder nada más para no ser detectada en caso de que me estuvieran buscando. Por eso había llamado a Céfiro, porque sabía que si yo me movía por los lugares bajo mis capacidades estaría marcando mis caminos.
Un ventolar nos arropó por completo sin permitirnos mirar hacia las afueras.
—Volveremos por ellas —dijo Céfiro—, ahora necesito tenerlas a salvo. Doy mi palabra. Estarán bien.
—El viento siempre tendrá lazos con el futuro.
Mausela apretó el agarre hacia mí, pero no dijo nada. Bien. Me facilitaba las cosas… Puse una mano en su cabello, acariciándolo para calmarla.
El sol era ahora quien nos cegaba, hice sombra con mi mano hasta poder acostumbrarme a la luz. Una vez acostumbrada estaba dispuesta a mirarlo de frente, instándolo. Si quería decir algo, lo retaba. Si era inteligente, esperaría…
Nos hallábamos en la cima de un monte y frente a nosotros se encontraba un pueblo que resplandecía por los rayos de sol. Estaba casi al punto de la conmoción por la belleza. Y entonces Mausela se adelantó a decir:
—¿Qué es este lugar?
Sonreí, a pesar de ella no poder verme, porque mi sonrisa no era más que la prueba de un plan puesto en marcha: «Tu nuevo hogar». Céfiro se giró para verla y sonreírle de manera cálida mientras señalaba el pueblo.
—Bienvenida a Corinto.
«Corinto», una voz canturreó en mi cabeza una dulce melodía.
—Ya era hora de que llegaras —dijo una voz no reconocida. No estábamos solos.
Nos giramos para ver una joven de cabellos oscuros, tan oscuros como la noche, y sus ojos de un brillante marrón, cubierta de un manto de rosa vibrante. Sus rasgos me hacían recordar de alguien que tal vez había visto antes, pero no recordaba a quién.
Céfiro se acercó a su encuentro con presunta alegría. La joven mujer se quedó mirándole con ojos casi llorosos.
—Belleza mía.
Él le acarició la mejilla con gentileza, como si tuviera miedo de que fuera tan frágil hasta poder romperse, ella cerró sus ojos y ladeó la cabeza buscando más de su afecto. Sentí desatarse un nudo en mi garganta, pronto mis ojos me delatarían.
—Mi viaje fue corto, teniendo en cuenta que esperarías a mi llegada.
Ella abrió los ojos para encontrarse con los de él.
—¿Escuchaste mis plegarias?
Céfiro ahuecó las mejillas de la joven mujer con sus dos manos antes de decir:
—Todas y cada una de ellas, mi flor celestial.
Entonces la besó y del suelo brotaron múltiples flores: desde jazmines hasta violetas alrededor de sus pies y de nosotros. Y tulipanes, mis favoritas. Mausela ahogó un grito de sorpresa. Casi soltó una carcajada. Y aunque el beso solo mostraba amor y ternura, de él brotaba pasión, cosa que me hizo recordar mis momentos a solas con Ares.
El nudo en mi garganta incrementó debilitándome, casi enfermándome, mis ojos no hacían más que escocerse. Un extraño dolor llegó a la boca de mi estómago causándome impotencia, pero carraspeé alejando todo. Era suficiente.
Céfiro nos dejó pasar a su casa oculta con un velo invisible. Detrás de ellos había una casa de tamaño considerable, casi la mitad de un templo helénico, miré a la joven mujer, quien asintió con gentileza invitándome a pasar también.
—Mi nombre es Cloris.
Ah… La esposa. Había escuchado el rumor de que Céfiro estaba casado, pero nunca supe su nombre. Según las ninfas del Olimpo, su nombre no podía ser nombrado. Y ahora que lo sabía, cada vez me sonaba a otro nombre…
Cuando entramos al salón de estar no eran tan grande. Todo en la casa era considerado y transmitía comodidad. Era perfecto para mantener a una niña el tiempo suficiente hasta que se aborreciera a mitad de juventud.
—Siéntanse como en su hogar —dijo Céfiro al mostrarnos toda la casa y habitaciones, en total eran seis. Y se refirió a Mausela cuando ofreció algo de comer—: Habrá tiempo para explicar todo después de la comida. Pero por favor, insisto, están en buenas manos.
Céfiro me dio una mirada y yo asentí agradecida antes de que se retirara.
«Lo he hecho bien.»
«Totalmente. Encárgate de las amazonas para que pueda regresar.»
«Enseguida.»
—¿Quieren dar un paseo por mi jardín?
Me giré hacia la mujer y Mausela imitó mi acto, pero a esta le brillaban los ojos de sorpresa. Tenía la sospecha de que esta niña nunca había visto un jardín.
El jardín estaba en la parte de atrás de la casa y era enorme. Mares de flores adornaban el bello suelo de forraje. Era hermoso. Y el toque de la luz solar en las flores lo hacía parecer un jardín mágico, encantado a los ojos de cualquier mortal o deidad.
—¿Podría? —pidió Mausela al ver unos jarrones llenos de agua para regar las flores en una esquina de la pared de la casa.
Cloris sonrió asintiendo no sin antes pedirle precaución y no ahogar las flores. Mausela corrió, toda alegría andante, mientras regaba las flores. El efecto estaba funcionando.
—Le hará bien por un rato —comentó Cloris—. Las flores le sentarán bien, ya verás. —Asentí, aunque sabía que era otra cosa lo que la calmaba. La mujer me tendió su mano y añadió—: ¿Desea un paseo hasta la fuente?
Con vacilación miré a Mausela y después de pedirle que no se alejara mucho, acepté la invitación. Nos acercamos a la fuente, que era el corazón del jardín, según las palabras de ella.
Era poco decir que su construcción era hermosa. Porque era más que eso, no había palabras para describirlo. Había pedido permiso de tocar algunos tulipanes rojos, y ella como de saberlo, asintió amablemente. Y luego de sentarnos por el borde de la fuente…
—Recuerdo —comenzó a decir— cuando una vieja amiga me pidió hospedaje en mi hogar, al principio creía que era de no fiar. Mas, sin embargo, acepté su petición. Más bien en sus ojos había… una clara súplica. Se veía que pasaba por un mal momento, tal vez me equivocaría después. Pero, verás, era un poco cruel y mostraba frialdad ante todos en ese entonces. Al poco tiempo de estar aquí, una noche desperté escuchando sollozos a las afueras, en mi jardín.
Entrecerré mis ojos. Me preguntaba si esto era una pérdida de tiempo, pero me dispuse a seguir escuchando. Esperaba que valiera la pena la espera. Céfiro no debería de tardarse tanto.
—Su llanto era desesperación, temblaba y no podía controlar las lágrimas una vez me había visto. No recuerdo cómo, pero se sintió completamente confiada al decirme su gran dolor… Madre. Quería ser madre y aún no se le había concedido. Estaba deprimida y desesperada, como bien dije. Y en ese entonces entendí el porqué de querer escapar, tomar un tiempo a solas de su ambiente. Un lugar donde poder ser ella misma y reconfortarse. Así que paseándola por mi jardín le pedí que tomara la flor más hermosa.
Se levantó dándome la espalda, tocando delicadamente unas rosas en un arbusto, cerca de la fuente.
—Mi nombre es Cloris, como bien sabes, soy emperadora de las flores. Hermana de Iris.
«Iris… Cloris, Iris.» Iris la mensajera de… Hera. Mi repudio ante el nombre no pudo significar más de lo que ya dejaba expresar, cuando Cloris me dio una mirada supo lo que estaba pensando.
—Al tomar mi petición, la flor estaba bendecida y de esta surgiría aquello que tanto anhelaba. Un varón —dijo con aires de suficiencia— que traería alegría para ella. Tanta que le robaría la alegría a los demás que estarían por nacer. Hasta que nada le quedaría para su último hijo.
Se volteó completamente hasta estar frente a mí.
—Déjame adivinar, si seguirás con tu juego de palabras. —Cloris se tensó por mis palabras y añadí—: No lo tomes a mal, pero no tengo toda la eternidad para ti, Cloris. Aquella fémina, ¿no era Hera?
Mi corazón comenzó a latir fuertemente. Si era ella, entonces hablábamos de Ares… y de sus demás hijos. Incluyendo a quien fui malditamente prometida.
—También recibo mensajes a través de mis flores. Y, si está en mis manos, podría, de igual forma que mi hermana, hacerle llegar a alguien aquello que más anhela por medio de mi bendición.
Me estaba ignorando. Torcí mi cuello hasta que resonó y suspiré pacientemente.
Se sentó a mi lado nuevamente, no le miré a los ojos y no tenía pensado hacerlo, no quería. Tomó una de mis manos y dejé que me entregara una de las rosas que acariciaba un momento atrás.
—Como ves, hasta la persona más cruel tiene momentos de aflicción cuando siente quebrarse por dentro. Pues, así como vez, nada será duradero, solo el amor de las personas que se aman verdaderamente. Y sí —su voz cambió de apacible a hostil—, aquella fémina era Hera. Mi pregunta es si correrás el mismo camino. Después de todo, seréis parientes por el matrimonio.
«¿Cómo se atrevía…?»
La voz de alguien nos interrumpió, más bien la salvó cuando estaba a punto de romperme, pero de la ira que llevaba por dentro. Cloris me sonrió amablemente después de ofrecerme espacio antes de desaparecer dejándome sola por completo.
El dolor me estaba consumiendo y sabía que, si continuaba guardando este sentimiento, tratando de no pensar, escondiéndome como una cobarde de lo que sucedió, iba a carcomerme por el resto de mi larga existencia si no hablaba de ello. Pero no era el lugar y no era el momento para llorar. Si tenía que soltar todo lo que sentía lo haría cuando estuviera lista. Cuando hablase con él. Cuando regresase.
Ω
Bajé la vista hacia mi plato cuando Céfiro me preguntó cómo había estado la comida. Solo me limité a sonreír y a asentir. Me esforcé para ser únicamente servicial y agradecida delante de Céfiro. Incluso me ofrecí a ayudar a Cloris para lavar los platos. Así que me encontraba con Cloris en lo que sería su cocina mientras Mausela estaba con Céfiro. Y tras un momento de limpieza en largo y aburrido silencio, dije…
—Agradezco tu hospitalidad con esto y porque sé que lo haces por Céfiro, pero te lo advierto, si quieres jugar conmigo de esta manera deberás soportarlo, Cloris. Estoy acostumbrada a este tipo de rivalidad. Son muy pocas las féminas a las que tengo en gran estima, porque a todas las demás las hago sentir inferiores y les desagrado una vez que les dejo ver detrás de esta dulce carita celestial.
Giré para mirarla, pero ella me interrumpió señalándome hacia afuera. Quería que habláramos afuera donde Céfiro no pudiera escucharnos, en sus dominios…
Y no habló hasta que nos sentamos en unos bancos que había en las afueras de la casa, detrás, en su jardín.
—Conocí a tu madre antes de que diera a luz. —Respiré profundo—. Ella tenía fe de que ibas a hacer grandes cosas —sonrió.
Resoplé.
—Qué puedo decir, ella sabía perfectamente a lo que daba a luz.
—Todos tenemos nuestras altas y bajas. Lo importante es cómo te enfrentarás a ellas, o solo… te esconderás para evadirlas. Solo un consejo, haz lo que dicte tu corazón. La vida es solamente una, por desgracia, sin embargo, alegraos de ser inmortal. Y ahora, una diosa.
—No me conoces.
—Al parecer tú tampoco lo haces.
Después de un largo e incómodo silencio en decidirme si matarla o enredarme con ella en pleito, decidí hablar. Era astuta, sabía cómo sacarme de quicio, pero solo quería dejar una cosa clara. Tenía que poner algunas bases sobre la mesa, ya que ella era esposa de Céfiro. Ella también debería cuidar a Mausela en la ausencia.
—Quiero protección para ella.
—La tendrá.
—Ni más ni menos, pura protección.
—Si te sirve de algo —se encogió de hombros y arqueó los labios hacia abajo—, Céfiro ya te dio su palabra, yo solo estaré acatando su voluntad.
Un escalofrió me corrió por todo el cuerpo y esta vez no respondí.
Sus dominios. Estaba en sus dominios. Ella solo quería que admitiera lo que sentía al respecto de… todo lo que había pasado. Por eso la flor. Quería moldearla a mis necesidades, porque era parte de su poder. No había nada malo en eso, pero yo jamás le daría el gusto a nadie de ver lo mucho que dolió. No después de una primera vez. Conmigo no habría segunda, no sin yo tomar algo a cambio primero.
Solo me preguntaba si existía una clase de piedad para todos nosotros inmortales. Probablemente no. Probablemente nosotros éramos nuestra única salida. Y mientras ese pensamiento me hiciera bien, me tranquilizara hasta en las más oscuras noches, me aferraría a él hasta adherirme por completo. Y solo creería en eso y en nada más.
Le había dado las gracias a Céfiro y a Cloris nuevamente por recibirnos. Especialmente a Cloris, aunque trataba de no sonar indiferente o fría al respecto, pues ella había hecho mucho por nosotras y estaba eternamente agradecida con ambos.
En un intento por querer calmar la situación y evitar los temas sobre mí, a los que Céfiro regresaba, pregunté sobre su relación con su amado. Mencionó que Céfiro la había conocido desde siempre, evadiendo explicaciones largas. Que le había entregado el imperio de las flores como regalo al contraer matrimonio, así convirtiéndola en diosa de los jardines. Pero no hubo más.
Ya en horas de la noche, me hallaba en la habitación que nos habían brindado. Eran dos, pero sabía que Mausela no quería estar sola y para sorpresa mía yo tampoco…
—¿Crees que volveremos a verla? —preguntó Mausela, me cogió desprevenida por unos cuantos segundos y tuve que parpadear para volver en mí… y pensar antes de contestar.
Me recosté junto a ella a la cama.
—No estoy segura.
Fingí estar concentrada en acomodar las mantas para la cama cuando volvió a hablar.
—Sea lo que sea, supongo que es mejor así. —Paré en seco y voltee a mirarla—. Estoy bien… es decir, sabré como sobrellevarlo, ella me entrenó muy bien. —Mis ojos comenzaron a cristalizarse, pero sacudí levemente mi cabeza, alejando las lágrimas—. Ella sabía que esto en algún momento pasaría. Me ha escondido muchas cosas, por protegerme, pero sabía por qué ella lo quería así. Aun… —Escuché su voz apagarse y me senté a su lado en silencio—. Aun así, duele.
La abracé y ella aceptó imitando mi gesto. Aguanté la respiración, como si fuera algo prohibido, y escuché claramente los latidos de mi corazón. Era tan voluble en estos momentos que aproveché cada paso para acercarme a ella. Acercarme no de manera física.
—Mausela —Dejé el abrazo para sostener sus mejillas en mis manos. «Daría lo que fuera porque fueras mía y no de ella»—, no eres una carga, ni tan siquiera lo pienses.
—Solo espero volverla a ver una última vez.
Una lágrima… una lágrima cayó por su mejilla y entonces se dejó caer en mis brazos. La sostuve mientras sollozaba. Solo para calmarla, acaricié su cabello mientras poco a poco los lamentos y los llantos cesaron hasta dormirse.
Si esto no la convencía… No sé qué lo haría. Debía mantenerla lejos. Alejarla de la crueldad que estaría rondando por aquellos campos y de cuando me volviera a encontrar con su madre. La quería lejos en cuanto yo tomara la decisión, porque era algo que me impulsaría a hacer y tomar ventaja.
Porque ella era parte de él.