Capítulo ιθ´ |19|
Άρηζ | Áris | Ares
Una risa ronca llenó el interior del salón cuando entraba al templo. Poseidón se hallaba al lado de mi madre cuando me giré hacia el lugar del que la risa provenía. Se suponía que ella me esperaría a mi regreso, esta vez para quedarme, pero vi que el dios con barba oscura y simétricamente triangular la acompañaba. Sus ojos eran tan penetrantes como una marejada enfurecida en la costa.
—¿Así que viniste? —preguntó Poseidón—. Perdona a tu madre, que no tiene la culpa. La vi tan deslumbrante que no pude evitar preguntarle e insistir cuando salía de hablar unos asuntos con Zeus.
«Insistir», al menos empleó bien esa palabra que lo describía por completo.
—Y mira —extendió sus manos hacia mí—, resultó ser que su hijo pródigo regresaría. ¿Quién lo diría?
—Eso parece —fue lo único que decidí contestar.
Él volvió a reír acercándose para recibirme en sus brazos. Apreté la mandíbula cuando acepté el abrazo. Hera rodó los ojos para restarle importancia cuando la miré por encima del hombro de Poseidón, pero mantuvo su sonrisa.
Luego de unas palmadas en la espalda animándome a entrar e ir con mi madre, finalmente se retiró hacia las grandes puertas de mármol que al exterior irradiaba contrasol cuando recibían los rayos del sol.
—Créeme cuando te digo que insistió hasta sacarme de quicio —ella suspiró lo suficientemente fuerte como para que hiciera eco en el salón.
Resoplé en confirmación.
Ella pasó a mi lado y me tomó del brazo para acompañarme. Luego debía ir con Zeus en la noche, quería tener una plática conmigo. A solas.
—¿Qué es lo que harás ahora? —preguntó.
—Iré a darle una visita a Hefesto. —Sentí su brazo tensarse y colocó mi mano para calmarla—. Hace mucho que no le fastidio. Además, quiero ver qué tanto ha cambiado.
—Yo tendría mucho cuidado.
Me encogí de hombros, pero ella se detuvo haciendo que yo me detuviera también.
—Debemos tener mucho cuidado con él. Quizás esté tramando algo para… vengarse. —Su labio se torció con disgusto—.
La obligué a seguir caminando hasta el segundo nivel y me sorprendió verdaderamente el silencio que había, pero no lo mencioné. Habían pasado muchas cosas como para que todo siguiera igual. Debía de saberlo, dada la vida que llevaba con Zeus y sus encuentros con sus amoríos. Sabía que mi madre sucumbiría al silencio y la venganza, tarde o temprano, pero aun así me tomaba por sorpresa su afectuosidad, igual de gentil que en la última visita que le había dado antes del Día de los Nombramientos. Quería preguntarle cómo había resultado todo desde ese día, desde que me había marchado hacía cuatro días, pero debía ir con cuidado, una mala elección de palabras y Hera cerraría la boca sobre ese asunto. Para siempre.
—¿Cómo te sientes? —Ella volteó a verme—. Después de que Zeus usara tu poder sin consultarte.
Esperé su respuesta con gran paciencia. Ella respiró de manera profunda, como si tratara de alargar la respuesta y prepararse mejor.
—Podrías imaginártelo. Aún estoy sorprendida y aún no he decidido dejarle dormir en la habitación. —Esto era información no requerida—. No sé si había una urgencia para hacer ese casamiento canalizando mi poder. Lo hizo en ese mismo instante, era por eso por lo que estaba sin habla y algo cansada por el repentino arrebato, pero sabía que había algo que lo estaba preocupando días antes de la ceremonia de los nombramientos.
Desafortunadamente, él podía hacer eso, no solo por el hecho de ser quien era sino por los votos de su casamiento. «Lo de ella era suyo y lo de él era de ella.» O casi así, en este caso. Así pues, Hera sería reina de los dioses junto con Zeus, mientras que este podría usar su poder. Los demás dioses solo podían usar un poco del poder de sus esposas deidades, pero tratándose de Zeus suponía que este tomaba más de lo que debía.
—Eso no es lo que me importaba —dijo—. Tomó mi poder sin consultarme antes. A pesar de nosotros haber realizado un trato de pedirlo antes de tomarlo, incluso cuando nada le impediría que lo tomara. Fue demasiado lejos conmigo.
Yo tragué saliva. Pudo haberla debilitado hasta dejarla inconsciente. Cuando usabas el poder de tu cónyuge este recibía parte de tu poder. Es decir, para usar el poder del otro ser, este recibiría la otra parte de ti. Como si debieras equilibrar el poder que estabas por consumir y no como si estuvieras añadiendo más poder a tu cuerpo. Era casi normal para los demás. Pero volviendo a lo de antes, se trataba de Zeus. Y Zeus era todo poder y relámpagos.
Hera nunca dijo más allá de lo general. No dijo cómo se sentía ni si había recibido parte de su poder, solo que, como había mencionado antes, estaba debilitada. Como si le quitaran su poder sin recibir nada a cambio.
Afortunadamente, en ese momento su estado no le permitía pensar con claridad, tanto era así que no se percató de que decidí marcharme con el fin de evitar que mi furia explotase.
En lo que quedaba de caminar con ella, me dediqué a pensar en el aquí y en el ahora. En mi madre y en lo que contaba de lo alegre que estaba de tener silencio por los alrededores después de mucho tiempo. Había mencionado que, ya que todos habíamos recibido los nombramientos, estaríamos ocupados para ejercer tal título. Incluso las féminas.
«Concéntrate», me dije a mí mismo. Me despedí de ella cuando por fin dio su brazo a torcer ofreciéndome información de dónde podría estar Hefesto.
Ω
El sótano estaba debajo del templo. Zeus se lo había hecho para que pudiera fabricar sus armas. También había construido varios templos a modo de casas alrededor del Gran Templo, para quiénes decidieran quedarse o aquellos que serían tomados en juramento como aquellos dioses cercanos al dios todopoderoso. Los de gran importancia para él, diría yo.
Quizás era por eso por lo que quería que lo viera esta noche. Pero no quise pensar en ello ahora, no cuando toqué a la puerta esperando que Hefesto la abriera. Cuando lo hizo…
—¿Qué haces tú aquí? —escupió la pregunta.
Un extremo de mis labios se levantó lentamente.
—¿Me extrañaste?
Resopló antes de querer cerrar la puerta. Querer cerrarla porque yo se lo había impedido con mi mano. Su rostro seguía igual, aunque una apariencia más senil por aquellas ojeras, el cabello alborotado como siempre lo había tenido e impregnado de… ¿grasa, tal vez? Pero musculoso. Había ganado músculos en su desaparición. Él miró mi mano y las venas marcadas por la alteración de fuerza contra la puerta antes de volverse a mí.
—¿Qué es lo que quieres?
—¡Vaya…! Pero qué malhumorado estás. No sé supone que debes ser servicial. Escuché que trabajarás para nosotros. Relájate, vengo en paz.
Gruñó.
—Fabrico armas porque es mi poder…
Asentí y arqueé mis comisuras hacia abajo.
—Entonces, ¿dejarás pasar a tu cliente?
Hefesto dudó si dejarme entrar o mantenerme afuera por más tiempo de lo que esperaba. Sus cejas arrugadas de pronto ya estaban aplanadas mientras lo reconsideraba. Y finalmente, luego de debatirse consigo mismo, abrió la puerta al mismo tiempo que se retiraba de la entrada para dejarme pasar.
—Gracias.
Gruñó en respuesta antes de cerrar la puerta.
—Ahora —dijo bajando los escalones, haciendo gesto para yo seguirle—, dime qué es lo que quieres para que pueda avanzar con mi día.
—Querrás decir noche.
Era cierto. Estaba anocheciendo, no trataba de burlarme de él, no esta vez. Él me lanzó una mirada asombrado y pude ver cómo las mejillas se le tornaban rojas. Pero su aspecto era casi del mismo color. Todo a su alrededor era un poco caluroso, oscuro y solitario. Pero sobre todo caluroso.
—¿No te sofocas aquí? —pregunté.
Hefesto resopló.
—Estoy acostumbrado a este ambiente. —Extendió una mano a lo lejos, donde se hallaba una isla de hierro frente al abrasador fuego que esperaba en una especie de fogaril gigantesca—. Vamos, te diré lo que hago.
No respondí. No porque no quisiera, sino porque no tenía palabras. No cuando aquellas llamas estaban en su apogeo, pero al mismo tiempo mantenidas. Eran extrañas y su movimiento no coincidía con el sonido, como si estuvieran retrasadas en tiempo. Eso y el sentimiento de ser observado que provenía en ellas. Una astilla sonó bajo el fuego sin cesar y me dirigí hacia Hefesto, quien la miraba como si le estuviera diciendo algo antes de girarse a verme.
—Ella se llama Eínia —explicó, y ambos volvimos a mirar las llamas—. Hestia me ayudó a crearla por haberle hecho una antorcha de oro fundido. Es celosa y obstinada con su alrededor, así que cualquier cosa que tengas el gusto de tocar, que sea con mi aprobación. No tengo interés en probar su ira y espero que tú tampoco.
Asentí. Las llamas siguieron su inusual bailoteo, no hizo nada más. No astilló ninguna madera bajo de ella o hierro alrededor de donde se mantenía.
—¿Te ayuda con el trabajo?
—Solo me ayuda a hacer mejor mi trabajo sin quemarme.
Mi vista fue directa a sus manos. Manos llenas de cicatrices por quemaduras que agarraban unas pinzas de hierro del tamaño de una daga. Meneé mi cabeza una sola vez antes de decirle:
—Seré rápido.
Él se cruzó de brazos esperando a que hablara.
—Sabes… —aclaré mi garganta—. ¿Sabes cómo invocar a Laquesis?
Su garganta se movió y colocó las pinzas sobre la mesa de hierro frente a mí con una lentitud letal. Y con la misma lentitud pronunció las palabras:
—¿Por qué me preguntas por ella?
—Sé qué tienes contacto con ella. No preguntes cómo es que lo sé. Lo he sabido desde hace mucho, si hubiera querido decirlo ya lo hubiera hecho, ¿cierto? —No esperé a que contestara, así que añadí rápidamente—: Entonces yo esperaría lo mismo de tu parte. Ahora dime, ¿cómo la invoco?
—¿Por qué?
—Porque seré tu mejor cliente.
«Ahí estaba gruñendo nuevamente…»
—Escucha —dijo Hefesto—, Láquesis es la que se encarga de prolongar la vida mortal. Yo solo quiero cumplir una promesa. Le debo eso a un mortal. Es todo. No vengo con doble intención.
—¿Se trata de aquellos hombres con los que estuviste conviviendo en la tierra? —No contesté—. Supe que eran leales y algunos eran… especiales. —Tampoco contesté, solo me limité a asentir—. De acuerdo. Si no dices nada, yo tampoco debería de hacerlo. Es justo.
Me extendió su mano y yo la estreché con la mía.
—Hecho.
Me dijo que la llamaría, pero no sería fácil convencerla para que solo la visitara, pero lo intentaría y me lo dejaría saber.
—Sorpréndeme.
Torcí mis labios en una sonrisa.
Él asintió hacia mí cuando preguntó qué arma o qué cosa quería que me hiciera. Yo enarqué una ceja antes de dejarle saber que por ahora no estaba interesado en armas, pero si quería hacer algo para mí no me negaría. Él asintió y se dirigió hacia la estantería llena de materiales y herramientas.
Había caído como siempre. No había cambiado en eso. Fue fácil de convencer para que me dejara entrar y casi… casi sentí que me perdonaba todas las cosas que le había hecho. Todavía llevaba aquel niño en su interior. Aunque lo odiaba por ser débil, admiraba su capacidad de perdonar tan rápido.
Traté de ocultar mi sonrisa.
—Otra cosa —dije.
Hefesto se devolvió para verme.
—Sé que dije que venía en paz —Hefesto giró los ojos—, pero no me puedo ir sin antes decirte que si por algún impulso estúpido intentas hacerle algo a Afrodita, lo que sea, Hefesto, vendré por ti.
Él me lanzó una mirada por encima de sus cejas. Me importaba muy poco quién era ahora, o si ahora estaba prometido a ella. Si le ponía una mano… que lo supiera el mundo mortal y los mundos después de este, me importaba una mierda de quién era, lo destrozaría.
Las llamas produjeron un tintineo alrededor del hierro que las sostenía y lo que sea que tuviera dentro de ella y los sentimientos que Hefesto hubiera metido en ese ser llameante. El crujir de la madera sonaba casi como una advertencia.
«No te atrevas a amenazarlo.»
Hefesto entrecerró sus ojos.
—Se te olvida el hecho de que estamos prometidos el uno a la otra. —Él levantó su mano para mostrar el anillo que estaba en su dedo angular, dando énfasis—. Espero que no.
—Aunque se case contigo, Hefesto, yo siempre estaré al pendiente de ella. —Asentí hacia su mano—. El anillo no es impedimento para eso.
Me lanzó una mirada no precisamente alegre. Su pecho se infló como si pudiera retener todo el coraje y lo almacenara ahí cuando me despedí de él. Incliné mi cabeza con sutileza y una expresión divertida cuando le dije:
—Gusto en verte de nuevo, hermano.