Capítulo κβ´ |22|
Άρηζ | Áris | Ares

Mi cuerpo se dejó caer bocarriba en el diván con exquisitos cojines de terciopelo rojo que se encontraba en mi ahora hogar. A lo que sería el espacio de estar en conjunto con el balcón, donde la luz del sol penetraba entre el barandal de pilares, llenando los pardos azulejos de la pared a un color casi amarillento hasta penetrar adentro de la casa. Todo en el interior era color como la crema, solo los almohadones eran del mismo terciopelo y rojos, como según creía que así eran los de la habitación.

Suponía que no encontraría nada que hacer, no después de la pequeña visita a Temiscira. Afrodita no se encontraba, pero sí Harmonía. Me advirtió de lo que tal vez estuviera pasando, pero era un riesgo que tomar dada la urgencia al desamparo del pueblo. Esto era algo que según ella no me convenía, a pesar de mis sospechas. Y después me expulsó en cuanto quise hablar de Mausela y el poder que impuse en ella al nombrarla mi protegida. A pesar de que la sangre de Harmonía y la mía corrían en ella.

Solo le dejé saber a Harmonía y a su general amazónica que ningún poder se podía avivar a menos que ella decidiera despertarlo. Se quedaría dormido, limitado, mientras lo reprimiera.

Estaba malhumorado, pero al menos decidí cerrar ese pedazo de mi pasado. Ya no tendría que ver con ella, a menos que le ocurriera algo a mi… a Mausela.

Solté un largo suspiro mientras mantenía mi vista al techo. Al menos era sólido y oculto al cielo. Me gustaba hasta ahora, era solitario, silencioso y creía que podía tomar una pequeña siesta… Creía. Giré la cabeza en cuanto escuché que alguien ahogaba un grito hacia lo que sería la entrada a mi habitación.

—Lo siento.

Una joven de piel morena y mejillas tan rojizas como un par de grosellas me miraba con ojos exaltados. Mis ojos fueron directos hacia sus manos y al jarrón dorado que sostenía. No me inmuté, ni tampoco me incorporé.

—Si vas a robarte algo —dije tranquilamente—, al menos haberlo hecho en el tiempo que yo estaba afuera, que fue mucho…

—No soy una ladrona.

Sus rasgos se endurecieron al igual que sus pechos cuando enderezó la espalda y se estrecharon contra su vestido drapeado. Claro que mis ojos fueron a esa parte de su cuerpo. Enarqué una ceja hacia ella. Su postura y mirada vacilaron por un momento, pero finalmente decidió responder.

—Vine porque me lo pidieron. Querían que yo decorara el hogar…

—¿Quiénes?

Ella se mantuvo en silencio. Me incorporé del sofá y volví a mirarla, esta vez de pie.

—¿Quiénes te mandaron a decorar este lugar? —volví a intentar.

—Hera —Asentí—. Y Tero.

Dejé escapar una risa. Tenía que amar a esas dos féminas. Me conocían muy bien. Aquello era en lo primero que rondaría en mi cabeza. Solo deseaba poder hacerlo con ella… Esta fémina frente a mí era una bienvenida, un regalo por estar de vuelta. Pero, aunque hubiera querido celebrarlo con alguien más, no podría y jamás desaprovecharía esta oportunidad.

—¿Eres una ninfa? —Lo sabía, solo quería su confirmación.

El contorno de su cuerpo estaba envuelto en una delgada luminosidad. Me acerqué a ella paulatinamente luego de verla asentir. Sus ojos viajaron por mi cuerpo hasta mantenerse fijos en el suelo. Inquietos. Sin saber qué hacer. Eso me daba mucho más a entender.

—Déjame ayudarte —dije cuando le quitaba el jarrón y lo colocaba en el suelo con todo el propósito de poder observar la piel de sus piernas desnudas, así también cuando subí mi mirada hacia su rostro lleno de perpleja expresión antes de volver a admirar sus piernas y sus muslos—. Sabes, puedo quitarte ese nerviosismo, solo tienes que pedirlo.

Ella tragó, pero dejó caer el peso de su cuerpo en una pierna mientras la otra inclinaba la rodilla más cerca de mi boca apoyando su pie en la punta de los dedos. Había dado justo en el clavo.

La Ninfa preguntó:

—¿Qué pasa si no quiero pedir nada?

—Entonces —Puse las manos sobre la delicada piel con la yema de mis dedos y juro por los querubines más rechonchos que la había escuchado gemir—, ¿te harás la difícil?

—Aún no me ha llevado a su cama para saberlo.

Mis manos ya estaban recorriendo sus muslos, pero no fue hasta que estuve muy, muy cerca de su curva hacia lo oculto y peligrosamente suspirante que me detuve. Me incorporé frente a ella nuevamente. La había dejado parpadeando y con el ceño fruncido por el abandono.

—¿Cómo te llamas?

—Sin nombre me dijeron.

—No. —Incliné un dedo hacia ella y lo acerqué a su boca. Supo bien qué hacer—. Doy por sentado el «no te enamores» conmigo, pero puedes decirme tu nombre. Si no, cómo te llamaré cuando desemboque mis necesidades con las tuyas.

Sus ojos se abrieron lentamente para buscar mi mirada. Retiró el dedo de sus labios con un tirón de su comisura. «Buena chica.»

—Cirene.

Le ofrecí mi mano a Cirene para que me hiciera un recorrido hacia mi habitación, ya que aún no había explorado mi hogar y ella seguro sabía hacia dónde guiarme. Mientras aprovecharía en silenciosa adoración la inspección de sus curvas traseras.

Lo que pasaría en aquellas cuatro paredes de piedra era lo que pasaba, lo que se merecían cuando se metían en mi pasado a hacer algo al respecto.

Era lo que se había ganado Afrodita.

Ω

Hermes resopló una risa cuando me burlé de él y de su no tan convencible manera de ocultar las cosas. Perséfone y Artemisa ya nos acompañaban en el penúltimo nivel del Gran Templo antes de que Apolo apareciera con Cirene.

Removí la bebida de mi copa mientras los veía sentarse en el reposabrazos de un diván. Cirene se recostó con él para colocarle una grosella en la boca y como si sintiera que alguien la miraba posó sus ojos en mí con una sonrisa incitadora antes de devolverle la atención a Apolo. Hermes soltó un bufido.

—A ver, ¿con qué amazona te juntaste?

—Con todas. —Decidí jugar.

Hermes se atragantó con su propia saliva haciéndose toser varias veces. Rei a carcajadas. Le di unos leves e incitantes golpes en la espalda.

—¿Qué? —pregunté entre risas—. ¿Te asusta que pueda acostarme con todo un pueblo?

Perséfone y Artemisa intercambian divertidas miradas mientras reposaban una a cada extremo del sofá.

—Si ese fuera el caso, ¿qué sentido tenía Zeus en otorgarte un nombramiento en guerra? —Aclaró la garganta—. Te hubiera llamado dios del sexo.

Apolo alzó su copa con expresión desiderativa y yo incliné la cabeza en agradecimiento. Me volteé hacia Hermes.

—Como si tú fueras virgen.

Él nos dio una fingida risa, sin embargo, no dijo nada al respecto. En cambio, intercambió unas extrañas miradas con Apolo cuando este último bebió de su copa. Sin dejar de mirarlo. Casi en una advertencia silenciosa.

Unas féminas entraron y se mezclaron con nosotros, una tarareando la música que producía una de ellas y otra que recitaba poesía en voz baja para evitar apaciguar nuestras voces. Apolo alzó ambas manos.

—Disfruten de mis Musas un rato.

Y Cirene aprovechó para ir a tomar una copa y llenarla de vino en la mesa cerca de la pared detrás de Apolo. Aprovechando la distancia que eso me facilitaría para que él no me escuchara, me levanté y fui en busca de más vino.

—Entonces, ¿de Apolo?

—De ambos y de ninguno.

—¿Él lo sabe?

—Hay cosas que es mejor mantener para sí. —Meneó la cabeza—. Lo mismo que soy para ti, lo soy para él. ¿Hay algún problema con eso?

Sus ojos oscuros destellaron curiosidad e inclinó la copa en una invitación para chocarla con la mía. Una invitación silenciosa para esta noche.

—En absoluto.

Esbocé una sonrisa prometedora después de escuchar las copas tintinear, sin importarme lo más mínimo sentir las miradas de Hermes sobre nosotros.

Ω

Hera resopló y dio una terrible y fingida sonrisa alegre cuando consiguió ver a Zeus en las puertas de cristal tornasoladas del Olimpo. Finalmente apareció. Le avisamos tan rápido como pudimos de que ya estábamos aquí. Claro que se tomó el tiempo para regresar y tuvimos que improvisar en el penúltimo nivel igual que el día anterior. Es decir, Zeus no había regresado al Olimpo desde ayer. Hera se aseguró de que recibiera su descarga como mínimo primero que todo.

—Si estuvieras aquí, te hubiéramos dicho antes de que la mitad del templo lo supiera.

Zeus le dio una mirada de advertencia.

—Hera, te ruego que no empieces.

Enarqué una de mis cejas y miré a mi madre, ahora furiosa. Temía que se pelearan cuando estábamos a punto de entrar en una disputa que nos implicaba a todos nosotros.

Llegamos al último salón donde una gran mesa de mármol nos esperaba para sentarnos y discutir lo que había pasado en este transcurso, aparte de poder concluir el porqué de esta reunión. Pero apenas éramos seis, aún faltaban por llegar.

Zeus fue el primero en sentarse.

—Bien —comenzó a decir—. Supongo que esperaremos…

Las puertas del salón se abrieron mostrando al resto de las deidades.

Momentos después, sentía volverme loco al oler el aroma que trascendía los pasillos cerca de la entrada haciéndome recordar al ser que me destrozaría fácilmente el alma si se lo propusiese. Sentí el escalofrío recorrer mi espalda y luego sentí el calor de su presencia, como si estuviera aquí en ese mismo instante, en un intento de hacerme perder la cabeza.

La busqué con la mirada en toda esquina adyacente. Sin embargo, debía luchar con aquel instinto porque, aunque no me daría por vencido tan fácilmente, sabía que necesitaba tiempo. Necesitábamos tiempo. Todos. Y porqué sabía lo que trataba de hacer en cuanto las puertas volvieron a abrirse mostrándose ante todos nosotros.