Capítulo κη´ |28|
Άρηζ | Áris | Ares
Estaba en completa oscuridad y solo en la nada antes de aparecer en las calles oscuras y nebulosas de algún pueblo. El cielo igualmente oscuro, sin luna o estrellas que iluminaran la noche. Estaba nublado como si quisiera llover, pero no hubo relámpagos ni truenos. Hacía mucho frío. Especialmente el suelo por mis pies descalzos. Mis manos también estaban frías y humo salía de mi boca cuando solté el aire que contenía.
Estaba en una calle estrecha con casas alrededor. Todas cerradas como si estuvieran en su hora de dormir, pero no había ni un poco de ruido, ni siquiera presencié a nadie. Un pueblo abandonado, eso era lo que parecía. Pero… ¿por qué estaba aquí?
Un estruendo se escuchó detrás de mí después de oír el grito de una fémina. Como si sintiera algo avecinarse, corrí lejos de lo que parecía una oscuridad. Quería avanzar con la misma velocidad que trataba de alejarme. Seguí corriendo hacia el frente hasta que ya no había camino que seguir. Había llegado al final de una calle sin salida. Pero el lugar desapareció de mi vista cuando me giré a enfrentar la oscuridad que me estaba persiguiendo.
Estaba de nuevo inmerso en la oscuridad. Intenté moverme, tratar de ir a algún lugar, pero ¿adónde? Todo a mi alrededor era lo mismo: nada absoluta. Sentí agua salpicar en mis pies, había pisado lo que parecía ser un charco de agua. Más bien todo el suelo estaba ahora lleno de agua.
Tragué saliva cuando miré el reflejo de las aguas. Moví la cabeza deseando no estar en aquel joven cuerpo. Lo observé mover una vez más la cabeza hasta finalmente entender y aceptar lo que me temía.
Estaba en un cuerpo mortal… Yo era Eygan…
De pronto otro estruendo y las calles volvieron a aparecer, pero…
Estaban destruidas y siendo abrasadas por el fuego desde el interior. Sentí el impulso de salir corriendo a ayudar, pero recordaba no ver a nadie en ese lugar, hasta que volví a escuchar el grito. Y volví a la oscuridad, solo que esta vez caía desde un punto medio.
Mi espalda recibió el impacto cayendo a un suelo adverso, el suelo de un campamento para entrenar, pude observar cuando me levanté. Solté sapos y culebras al sentir el ardor sofocante en mis pulmones tras la caída. No se suponía que debía sentir nada de esto. Había dejado de usar este cuerpo humano porque no lo soportaría. ¿Cómo era que volví entrar en él? ¿Qué es lo que hacía ahí? ¿Y por qué demonios no podía salir?
Mi atención se dirigió de nuevo a mi alrededor, hacia las tiendas de campaña a lo lejos y hacia el repentino choque de un caballo con mi cuerpo dejándome caer al suelo. Más gritos capaces de dejar a cualquiera sordo y algunos ahogados por lo que parecía ser golpes de espadas. La caída de lanzas y flechas incrustadas en suelos, pero también en alguno de los caballos y las féminas que los montaban cayendo de igual forma al suelo.
Me acerqué agachado, temeroso de recibir el mismo destino. La fémina no dejaba de botar sangre por la boca al igual que de su cuello profundamente cortado. Tardé muy poco en distinguir sus pinturas en el rostro y el cuero que vestían.
Guerreras. Mujeres Guerreras…
Salí corriendo hacia las tiendas, cuanto más me acercaba, más gritos escuchaba; más alboroto y revuelta entre… ¿Entre quienes? ¿Ese pueblo contra quién estaba batallando?
Pero ¿qué…? Resbalé al tratar de hacer que mis pies parasen cuando volví a encontrarme en la oscuridad. Con respiración agitada y aún con el ardor en mis pulmones me agaché para sostener mis manos en mis rodillas. Tenía que salir de ahí.
¿Contra quién estaba aquel pueblo? Si era el pueblo que creía, tenía que volver y encontrar… Demonios. ¡Tenía que encontrarlas!
—Batallas contra los helenos… —dijeron delante de mí.
Sandalias con cordones dorados sujetados a los pies. Pies anchos, pero femeninos. Alcé la cabeza encontrándome con una armadura dorada y dos cascos del mismo color en los costados.
—Supongo que te sorprenderá verme después de tanto.
Mi cuerpo se tensó y apreté la mandíbula queriendo contenerme. Ella lo notó y lanzó uno de los cascos hacia mí. Ya en mis manos, lo inspeccioné antes de verle el rostro. A sus ojos: zarco y marrón.
—Enio… ¿qué haces aquí? —dije entrecerrando los ojos—. Supongo que has estado irrumpiendo en mis sueños. ¿Qué quieres?
—Gusto en verte a ti también, hermano.
Esta sonrió de manera socarrona.
—Seré breve, lo prometo.
Y justo al pronunciar aquellas palabras volví a caer al mundo adverso con la verdadera promesa de que esto iba a ser largo y tortuoso.
Ω
Sentí el peso de un cuerpo encima de mí y escuché mi nombre a lo lejos, pero no podía despertar. En medio del desespero, sabía que estaba dormitando y había despertado… solo que no del todo.
—Ares…
Debía tranquilizarme si quería despertar.
—Ares.
Abrí de golpe los ojos cuando sentí sacudidas. Tardé un poco en volver en mí y poder divisar la fémina encima de mí.
—Cirene —dije en medio de suspiros—, ¿qué haces aquí?
—Es…
Ella golpeó mi brazo, porque su cuello estaba siendo agarrado por mi mano sin darme cuenta. De mi mano brotaba un centellar rojizo. La solté mientras parpadeaba y llevaba mis manos a mi cabeza.
—Es de noche —explicó Cirene—. Vine la noche anterior y vi que no estabas, así que intenté hoy y escuché tus murmullos mientras soñabas.
«Espera, ¿había llegado a mi hogar?»
Gruñí por el dolor de cabeza que se avecinaba. Llevé mis manos a mi cabeza al mismo tiempo que me disculpaba con la Náyade. Ella tocó mi torso haciéndome tensar bajo su toque. Si no fuera por sus manos no me hubiera percatado de que estaba desnudo con un par de sábanas que cubrían ciertas partes de mi cuerpo.
—¿Quieres que me quede esta noche? —Sus ojos iban a mi rostro, específicamente al corte en mi pómulo—. Quizás pueda hacer que te relajes.
Me incorporé hasta quedar sentado mientras pensaba en lo que tenía pendiente con Afrodita, pero no lo mencioné.
—De hecho, tengo unos asuntos pendientes.
Ahora que me había calmado y había despertado lo había recordado todo. El sueño que hacía dos noches me estaba acechando, el cual llenaba mis pensamientos mientras me encontraba a solas, lo que me hacía perder el tiempo hasta regresar al punto en el que me había quedado antes de despertar.
Sí, recordaba haber tratado de descansar cuando Afrodita se había marchado, pero no lograba conciliar el sueño. Seguí intentándolo por un par de veces hasta que me dispuse a marcharme hacia mi hogar. Si se trataba de Afrodita encontraría otro momento para volver a encontrármela. Fui cauteloso y había anochecido.
Con Helios merodeando por el día por todos lados no iba a arriesgarme, así que ya que había recibido mi mensaje y los sueños con augurios se habían acabado, podría aprovechar esa noche. Ya que esa era su última noche antes de la ceremonia de su boda.
No sin antes ver a alguien en especial y asegurarme de que estuviera en su establo…
Me dispuse a vestirme tan rápido como me lo podía permitir, al mismo tiempo que me dirigía hacia la fémina morena.
—Vete a casa, Cirene, me temo que esta noche no podremos hacer nada.
Salí de la habitación sin antes esperar una respuesta de ella.