Capítulo λζ´ |37|
Άφροδίτη | Afrodíti | Afrodita

La puerta de mi hogar estaba extraña para la tarde de hoy. El reflejo que mostraba no era del cielo, ni tampoco de las condiciones atmosféricas, ni siquiera del clima más cercano. Era un reflejo vidrioso desigual y abrumado. Justo como me había sentido antes de beber el néctar: desequilibrada y abrumada.

Volver a mi cuerpo divino y beber el néctar fue revitalizante, como si colocara todo en su sitio. Pasé de largo el salón y el balcón, dirigiéndome al dormitorio. El sol estaba a punto de ocultarse, mas no esperaba a nadie, así que era perfecto para echar una siesta o incluso dormir de largo. Hefesto no regresaría hasta la mañana siguiente, como me había mencionado antes de terminar la reunión y marcharse. No sin antes decirme que no dudara en decirle si algo extraño ocurría.

Sin embargo, justo cuando estaba a punto de caer en la cama luego de haber salido de darme un baño, sentí la presencia de alguien en mi puerta. Y para cuando esta se disolvió enfrente de mí, mostró el perfecto ser del cual me había enamorado.

—Hola…

—Ares… ¿qué haces?

Ares estaba recostado en el marco de la entrada. Abrí los ojos a más no poder sintiendo los nervios apoderarse de mí mientras revisaba que nadie lo hubiera seguido o visto. Era la entrada principal, cualquiera podía verlo y apenas el atardecer estaba por culminar. No era común verle a este tiempo, sino después, más entrada la noche. Le pedí que entrase, pero no esperé a que reaccionase y lo tomé del brazo haciéndolo entrar.

—Estoy agotado y pensé en ir a visitarte para saber que estás bien —dijo—. Que de verdad lo estás.

—Estoy bien, Ares. —Y así era, me había dado un baño reparador. Recién había salido, por lo que estaba aún mojada—. Pero creo que no puedo decir lo mismo de ti. ¿Estás bien? ¿Qué sucede?

Me acerqué a él, ya que no respondió, soltó un pequeño suspiro al inspeccionarme y tragó saliva dos veces.

—Pensé que… —Su voz comenzó a temblar—. Debiste decirme que estarías ahí, yo… —Hizo una pausa antes de continuar como si quisiera organizar sus palabras—. Podría haberte pasado algo allá. Y luego eso que te ocurrió, el no saber… No supe qué ocurría y no pude hacer nada al respecto…

Noté cómo su respiración era más acelerada y cerraba las manos en puños.

—Oye… —Toqué su hombro y le acaricié, tenía que tranquilizarlo, aunque eso fuera contar verdades a medias—. No pensé que fueras a estar y pensé que tal vez hubiera sido mejor…

—Hoy fue la primera vez que me sentí impotente en una batalla.

Ares se desplomó y cayó de rodillas al suelo de mármol. Mientras lo escuchaba sollozar, traté de sostenerlo, pero lo que pude lograr fue dejar que me arrastrara al suelo con él. Rodeó mi cintura con sus brazos y yo su cuello, perpleja del momento.

—Estaba desesperado. No podía pensar en otra cosa que no fuera en ti y que estuvieras bien, o en encontrarte y tenerte a salvo.

—Ares… —le llamé tratando de encontrar su mirada, pero no lo hizo, ocultaba su rostro en la concavidad de mi cuello—. No soy mortal, mucho menos frágil.

—Si no hubiera sido por Alectrión, no hubiera podido encontrarte tan fácilmente.

—Oye… Mírame. —Continuó sin mirarme, así que puse mis manos en sus mejillas obligándolo a hacerlo mientras me separaba un poco de él. Retiré el cabello de su frente y cuando finalmente lo hizo traté de sonreírle para suavizar lo que fuese que pasaba en su mente—. Estoy bien. Teníamos un plan desde hacía mucho tiempo.

Resopló una sonrisa amarga.

—¿Sabes? Un baño te hará bien —mencioné sin pensarlo dos veces, una porque lo necesitaba y dos porque eso nos haría cambiar de tema.

Él se mantuvo en silencio en lo que lo convencía y tomaba su mano para llevarlo al baño. No hubo resistencia en ningún momento en particular. La manera en la que se dejaba tocar por mí cuando cerraba sus ojos al mismo tiempo que el agua caía en su cuerpo desnudo frente a mí. Era imposible mantenerse en un solo pensamiento cuando los músculos de su cuerpo se contraían al toque y luego se calmaban con el toque de mis manos.

Me estaba volviendo loca de deseo cuando conectaba con mi mirada. Verle con tanta fascinación era la total culpa de tenerle cerca mientras estábamos en la esquina de la espaciosa bañera cubierta de mosaicos claros. Yo, sentada en el borde con mis pies en el agua, y él levantando mi peplo amontonándolo en la parte superior de mis muslos mientras se posicionaba entre mis piernas. Definitivamente el baño era la clave.

—¿Por qué no te unes a mí? —preguntó con los ojos cerrados debido a que le estaba dando pequeños masajes en su cuero cabelludo.

Me detuve un momento cuando lo escuché gruñir, ese leve sonido gutural de satisfacción me fue difícil ignorarlo. Él me dejó saber que estaba al tanto de eso cuando torció sus labios hacia un lado. Respiré hondo.

—Porque —comencé a explicar con un tono burlón—, no sé si lo notaste al entrar, pero estaba recién salida de un baño.

—No tiene nada de malo darse un segundo baño. —Ladeó una sonrisa. Ahí estaba el ser seductor—. Y más si es conmigo.

—El motivo era darte un baño a ti para sacarte toda esta sangre y lodo. —No contestó—. ¿Me estas escuchando? —insistí.

Parecía no hacerlo. Tenía una enorme sonrisa en su rostro cuando se inclinó y me agarró de la cintura tan fuerte para que no tuviera oportunidad de zafarme, acto seguido me tiró con él hacia la bañera.

Pero lo que más me sorprendía era lo tan calmado que estaba luego, con su cabeza colocada en mi pecho, descansando, sabiendo que un par de momentos atrás estábamos en una situación que involucraba respiraciones alteradas y mejillas sonrojadas, al igual que los labios y otras partes por desvergonzadas fricciones. En la bañera que culminó en el dormitorio, tan mojados de la situación…

De nada más recordarlo mi boca reaccionaba de manera tan sedienta y mi respiración comenzaba por acelerarse al igual que mi pulso. Y Ares lo notó al estar abrazándome el abdomen, situando el suyo entremedio de mis piernas mientras lo rodeaba con ellas. Así que llevó sus manos en un descarado recorrido por mi muslo, ascendió desde mi cintura y terminó en mi pecho ahuecándolo. Aspiró el aroma de mi piel suspirando sonoramente, a lo que lo escuché en mi cabeza.

«Cualquiera diría que estás insaciable de placer, pero estoy encantado con eso. No tengo discusión alguna sobre eso.»

Me reí entre dientes, encantada de escuchar esas palabras. Aunque lo que más me encantaba de esos momentos era la manera cómo me abrazaba y la calidez con la que depositaba besos por todo mi cuerpo luego de terminar. Y cuando se quedaba dormido no me soltaba para nada en el mundo. Su calor corporal en esos tiempos tan extrañamente fríos me calentaba tan gustosamente que no había necesidad de arroparnos con las mantas. El momento era entre nosotros perfecto tal cual, siempre que estuviéramos juntos y a solas.

El ruido de una puerta cerrarse me levantó alterándome por completo. Estaba un poco menos oscuro de lo habitual, lo que indicaba que pronto amanecería. Y yo estaba desorientada mirando alrededor de mi habitación, tardando pocos segundos en acordarme que me había quedado dormida en los brazos de mi amante.

Que ya no estaba en la cama.

Escuché la voz Alectrión decir:

—Mi señor, está a punto de amanecer, puede que el titán se asome a cada templo antes de que venga el señor Hefesto…

Alectrión no recibió respuesta. Sin embargo, por querer ver qué sucedía cuando la puerta se cerrase, me giré para encontrarle a vestir de espaldas. Se volteó para verme, sintiendo mi mirada. Comenzó a disculparse y colocó una rodilla en la cama hasta gatear hacia donde estaba.

—Perdón por el ruido repentino.

—Debiste levantarme —dije en medio de un bostezo.

—No quería. —Sonrió—. Te veías tan hermosa dormida que juré no perdonarme si interrumpía tu sueño.

Su delicado coqueteo me tomó por sorpresa haciendo que mis mejillas se sonrojaran, pero igual sonreí tan descaradamente porque me gustaba.

Alectrión me observó salir de la habitación ya vestida, aunque con la túnica translúcida. El joven efebo se acercó un poco para tener mejor vista y para disculparse en una pequeña reverencia, pero Ares le interrumpió poniéndole de manera repentina una mano en el pecho.

—Ten cuidado —advirtió el dios—, no la mires tan deliberadamente, sigue siendo una diosa. Y yo estoy aquí.

Ares me dio una mirada casi igual que la de Alectrión, pero la suya era más penetrante, más posesiva. Desvié la mirada hacia el joven antes de volver a meter al dios en mi dormitorio nuevamente.

—Ignóralo —le dije a Alectrión—. No es la primera vez que has visto unos pechos femeninos, ¿verdad?

El joven sacudió la cabeza asintiendo.

—Como los tuyos —dijo el dios en voz baja para yo lo escuchara—, agapitá, ninguno.

Él me dio una rápida sonrisa antes de que Alectrión le repitiera que debían marcharse antes de que alguien llegara.

—Para eso te tengo, gallardo dorado. —Ares le dio al joven una palmada en la mejilla antes de irse y me eché a reír debido al sobrenombre.

Dejó que Alectrión saliera primero y antes de él hacerlo también me llevó en brazos al dormitorio y me recostó en la cama. Acto seguido depositó un cálido beso en mis labios y luego lo profundizó hasta que se separó de mí diciendo unas dulces palabras sobre mantenerlo al tanto de cualquier cosa antes cerrar la puerta. No sin antes darme una rápida mirada y un guiño con la más prometedora palabra de afecto.

«Te amo.»

No tardé mucho en caer en un placentero sueño con una sonrisa en mi rostro.

Ω

Desperté una segunda vez por las voces de, al menos, dos seres presentes. Uno de ellos se escuchaba ronco y un poco grotesco de momento, así como mi marido. Podía identificar su fuerte voz donde fuera.

Y yo estaba desnuda en el dormitorio con visita en mi hogar y sin aviso. Me había quitado la túnica en algún punto del sueño, aunque en realidad estaba tapada con sábanas de suaves texturas y cálidas, sobre todo. Suspiré con aires desdeñosos.

Escuché a Hefesto murmurar algunas cosas que provocaron que girara los ojos, exhausta, solo era una plática sobre sus trabajos. Intenté dormir un poco más, pero el sol ya había salido y estaba en su punto máximo, donde recordé hacerme la promesa de obligarme a levantarme. Así que con aires de rendición salí de la cama luego de dar un pequeño bostezo y un rápido estirón a mi cuerpo. Di un respingo ante la repentina irrupción.

La puerta de mi dormitorio se abrió como un vendaval mostrando a un Hefesto apurado que, luego de verme completamente desnuda, se mostró apenado. Apenado y avergonzado.

—¡Hefesto, por mil katára! —grité mostrando mi enfado por la brutalidad con la que irrumpió.

—Lo… —Se dio la vuelta hasta darme la espalda—. Lo siento.

—¿¡Lo sientes!? —Busqué tan rápido como pude las sábanas para taparme mientras buscaba la túnica—. ¡Nadie te enseñó a tocar la puerta en vez de abrirla como todo un salvaje! —Encontré la túnica tirada en el suelo y me vestí—. Ya puedes voltear, eres mi esposo —comencé a decir—, por si lo piensas. —Hefesto hizo ademán para decir algo, pero le interrumpí señalándole la palma de mi mano—. Pero aunque estemos casados no estás en derecho a hacer lo que se te dé la gana conmigo, ser nada cortés y abrir la puerta sin al menos tocar.

Él asintió y se volvió a disculpar.

—¡Y debes dar gracias de que ya no hay visitas!

—Perdóname, pensé que no estabas y quería dejarte este regalo que había hecho en la noche.

Hefesto se acercó para entregarme algo envuelto en una tela un poco maltratada. Suspiré hondo y arrugué mi ceño cuando lo acepté.

—¿Qué es? —pregunté.

—Ábrelo —dijo, lo hice y noté cómo un pequeño resplandor dorado iluminaba mi rostro—, espero que te guste.

En mis manos tenía un hermoso cinturón de oro.

—Puedes ponértelo ahora si lo deseas.

—Hefesto…

Él se acercó más y me besó. Un beso brusco y seco, y para nada incitador. Comenzó a dar pasos hacia atrás llevándome consigo. Llevándonos a la cama hasta caer en ella. Y ahora tenía que optar por ser sumisa o gentil y rechazarle.

—Hefesto, espera… —intenté decir entre el beso—. No puedo. —Él se detuvo y se puso a un lado, sentándose en el borde de la cama—. Discúlpame, Hefesto, pero ahora no estoy de humor para esto.

—Lo entiendo, y después de lo de ayer… Perdóname a mí, solo estaba intentando ser amable, mostrar afecto y ser el marido que necesitas.

Solté un suspiro y llevé mi mano a su espalda para tratar de alguna manera de mostrarle el agradecimiento por «intentarlo».

—Hefesto, eres demasiado bueno para estar aquí entre nosotros. —Demasiado ingenuo se podría decir…

Él me dio una débil sonrisa.

Ω

En la tarde tomé las visitas de las Tres Gracias como una buena alternativa a no estar sola en el palacio, o a no estar sola en el palacio con Hefesto.

El salón de estar estaba en un silencio casi mortífero antes de que llegaran las Cárites y al parecer la mayor de las tres lo había notado cuando a nada más llegar e inspeccionar que no estuvieran interrumpiendo algo entre Hefesto y yo, dirigió su mirada hacia mi cintura.

—Es un hermoso cinturón —mencionó Talia.

—Sí que lo es —coincidió Eufrosine—. Digno de quien lo lleva.

Les sonreí dándoles las gracias a ambas mientras mi atención se iba hacia la más joven de las hermanas. Todas estaban sentadas en los amontonados cojines.

Hefesto estaba a punto de marcharse a su establo y una vez que estuvo lejos de nosotras, lo suficiente para no escucharnos, me acerqué.

—¿Estás bien, Aglaya? —pregunté.

Ella asintió con una débil y no convencida sonrisa, pero no hizo contacto visual conmigo.

—Quiero que la más joven y alegre de las Cárites se sienta segura de estar en mi palacio. O por lo menos que se sienta segura de confiarme qué es lo que la aflige. La observé de reojo tragar saliva antes de agradecerme.

—Cuando estés lista, Aglaya. Puedes contarme.

A algunos de nosotros nos fue solicitado reunirnos en el Gran Templo. Dejé a las Cárites el tiempo que quisieran quedarse en el palacio mientras estuviera en la reunión. No era de preocuparse si tenía el conocimiento de que para cuando la reunión terminara ellas ya se habrían marchado. Una reunión en la que todos estaríamos a excepción de Deméter, Hades y Hermes.

Un carraspeo nos llamó la atención a todos.

—Recibí una carta —anunció Atenea— de las hermanas de Medusa. —Todos estaban ahora murmurando ciertas preguntas hasta que Atenea nos miró a cada uno de nosotros—. Dicen que está bien, que está sana y salva. —Algo la perturbaba—. Y que le debían las gracias a quien tomó de su tiempo para tratar de encontrarla. En especial a Poseidón.

Atenea se puso rígida cual piedra indestructible luego de mencionar el nombre del dios.

—¿Y dónde está ahora? —preguntó Apolo. Se veía sereno, por lo que dudaba si su pregunta era por diversión o solo curiosidad.

—Con sus hermanas—contestó Atenea—, por supuesto.

El dios le asintió con un breve movimiento de cabeza sin indagar más.

—Bien —contestó Zeus—, entonces eso será todo por ahora. Pero debemos mantenernos al tanto. He visto y escuchado los reclamos de la bella Hélade. Supongo que pronto recibirán los reclamos de los mortales. Ya me contarán…

Zeus dio por finalizada la reunión, sin embargo, cuando todos estábamos listos para levantarnos e ir a los respectivos hogares, recibimos la interrupción de Poseidón.

—Creo que algunos aquí merecemos unas disculpas y un agradecimiento…

—Por si no quedó claro —dijo Zeus—, Poseidón, la reunión ha terminado.

Sin embargo, fue Atenea quién interrumpió al dios padre antes de dirigirse a Poseidón:

—La carta fue suficientemente clara agradeciéndote. No fui yo quien desapareció, ni tampoco quien te acusó.