La comida era deliciosa, la lista de vinos muy amplia y la atmósfera del restaurante, sorprendentemente relajada.
La descripción de Michael había sido acertada. Harry Vincent era mayor pero animoso, y su novia rubia y muy hermosa.
Amber adoptó deliberadamente una actitud respetuosa. Necesitaba tener éxito aunque fuera sólo para consolidar su posición; un movimiento en falso y su jefe la despediría de inmediato; captó una mirada hostil de la acompañante de Harry Vincent y pensó con lástima que eso era precisamente lo que la rubia deseaba que ocurriera.
Empezaba a resultarle difícil seguir allí sentada soportando sus miradas. Contempló a Michael y se preguntó si sabía lo mucho que lo deseaba aquella mujer. Al parecer, no. Los gestos y pequeños roces coquetos de la acompañante de Harry no producían ningún efecto, sino que resbalaban sobre él como el agua por la espalda de un pato.
Amber notó la mirada de irritación de Harry Vincent. No era ningún pato y parecía enojado. Decidió que necesitaba distraerlo.
—¿Le apetecería bailar, señor Vincent? —sonrió, ignorando los ojos azules de Michael.
—Sería un placer, querida. Gracias.
Bailaron un vals en el suelo de madera y la joven echó un vistazo a la mesa y vio que Michael los observaba con regocijo.
—Su jefe es un hombre muy atractivo —musitó Harry, que había seguido la mirada de ella.
Amber se volvió hacia él.
—Sí, supongo que sí.
—¿Supone? —sonrió él.
—En un hombre hay algo más que su aspecto —repuso la joven.
—Sí, por ejemplo la riqueza, el poder y el carisma sexual —repuso Harry con sequedad. Miró la cabeza rubia inclinada hacia Michael—. Su jefe posee en abundancia todas esas cualidades. Lo he notado —sonrió—. Usted baila muy bien. Su jefe no sabe lo que se pierde.
—Oh, sí lo sabe —dijo la voz grave de Michael a su derecha—. ¿Puedo interrumpir?
—No es necesario que bailes conmigo —musitó Amber en cuanto se quedaron a solas—. Sólo lo he sugerido porque…
—Sé por qué lo has sugerido. No hay necesidad de explicarlo. Ha sido buena idea. Harry Vincent parecía más contento.
—Necesitaba animarse —repuso la joven a la defensiva.
Michael la estrechó contra sí. Su mano sujetaba con firmeza la espalda de la joven, produciendo un millón de sensaciones en su cuerpo—. Has obrado bien. Su novia es una devoradora de hombres —gruñó—. Sus atenciones empezaban a resultar embarazosas —sonrió—. Creo que lo mejor sería despejar las dudas de ambos.
Amber levantó la vista y frunció el ceño.
—¿Cómo dices?
—En este momento tienen la impresión de que nuestra relación es sólo la de un jefe y su empleada —le explicó él.
—Bueno, su impresión es correcta —repuso ella—. Eso es justamente lo que somos.
—No quiero que Harry Vincent anule este trato porque le gusto a su novia —replicó él con frialdad—. Creo que es hora de que actuemos como una pareja.
—¿Una pareja de qué? —preguntó ella con brusquedad.
Pero lo sabía perfectamente.
—No hay necesidad de parecer tan sorprendida, señorita King —se burló él—. Le aseguro que no será tan malo —bajó la cabeza y la besó en los labios—. Lo único que pido es una ligera interpretación.
Amber miró su rostro arrogante con la boca abierta por la sorpresa. ¡La había besado! Se pasó la lengua por los labios y achicó los ojos con furia. El pulso le latía como una locomotora a vapor y tenía la impresión de que le ardían todos los nervios del cuerpo. ¿Aquel hombre carecía de escrúpulos? Vio su rostro seguro y controlado y se dijo que era una pregunta estúpida. Desde luego que sí.
—Deberíamos bailar —la condujo con facilidad por la pista—. Después de todo, para eso estamos aquí.
Era un bailarín excelente, que se movía con ligereza a pesar de ser muy alto.
—No esperarás que te lleve la corriente ¿verdad? —preguntó ella con incredulidad.
Harry Vincent y su chica habían salido también a la pista y se movían a poca distancia de ellos.
—¿Tú qué crees? —preguntó Michael con frialdad. La apretó más contra sí—. Este trato es muy importante —le informó en voz baja—. No quiero que Harry Vincent se haga una idea equivocada. Ahora sonríe, relájate y procura fingir que te gusta estar conmigo. Nos están mirando.
Amber consiguió sonreír, pero le resultó imposible relajarse con Michael Hamilton apretándola de aquel modo. Nunca había conocido una tortura similar. Su cuerpo era muy consciente de cada movimiento, de cada roce. La sensación del cuerpo musculoso de él tan cerca del suyo la abrumaba por completo. No podía pensar en nada excepto en aquel hombre y en lo que sentía en sus brazos.
La pieza terminó al fin. Trató de apartarse, pero él la sujetó con fuerza.
—Amber, esto va en serio —le advirtió con suavidad—. No me falles. Ahora volveré a besarte —gruñó con sorna—. Pero esta vez quiero que finjas que te gusta.
La joven levantó la cabeza.
—No puedes… —empezó a decir. Pero era demasiado tarde.
Podía y lo hizo.
Esa vez fue un beso más largo, impregnado de sensualidad. El tipo de beso que no dejaba lugar a dudas. Perdida bajo la firmeza de su boca, sintió que un rayo atravesaba su cuerpo. No podía pensar, no podía respirar…
Michael levantó lentamente la cabeza.
—Eso está mejor —dijo con voz ronca—. Hasta yo podría sentirme inclinado a pensar que te ha gustado.
—En tus sueños —siseó ella, pero no se movió. No se apartó ni siquiera cuando él la tomó de la mano y la guió hacia la mesa.
¿En sus sueños o en los de ella? ¿Acaso no había ansiado siempre que la besaran así?
Harry los miró con ojos brillantes cuando se sentaron.
—Vaya, vaya —dijo con jovialidad—. No tenía ni idea. Parecen tener ustedes una relación de trabajo muy buena.
Michael se llevó un vaso a los labios y tomó un sorbo de vino.
—Negocios y placer —musitó sin esfuerzo—. ¿Quién ha dicho que no puedan mezclarse?
La velada terminó poco después de medianoche. Amber no era consciente de la hora exacta. Había perdido la noción de todo desde el segundo beso de Michael. No podía pensar en otra cosa. Y cuanto más pensaba en ello, más se enfadaba.
Se despidió automáticamente de los otros. Suponía que había sonreído y dicho lo correcto, pero su mente apenas registró la marcha de Harry y la rubia, ya que Michael le rodeaba la cintura con un brazo. Cada uno de sus dedos parecía quemar la tela de su vestido. Era un gesto casual y, sin embargo, a ella le parecía muy intenso.
—Ya puedes quitar la mano —le informó cuando sus invitados se perdieron de vista—. Se han ido.
—Pero no por mucho tiempo. Veremos a Harry Vincent en su oficina mañana a primera hora.
—¡La mano! —repitió ella con determinación—. Si no te importa.
Michael la retiró despacio, de modo seductor, sus dedos rozando la cintura de ella con lentitud deliberada.
—Tienes aspecto de querer matarme —tomó la mandíbula de ella con un gesto provocativo—. Dime, ¿reaccionas así siempre que te besan?
—No me gusta que me utilicen —repuso ella con fiereza. Se apartó, pero entonces vio la frialdad de los ojos de él y se achicó un tanto—. No era necesario que me besaras así —añadió con desesperación.
—¿Y qué otro modo hay de hacerlo? —repuso él con sencillez arrogante—. Además, nuestra farsa ha dado resultado. Harry Vincent parecía mucho más cómodo al final de la velada, ¿no crees?
—Supongo que sí —contestó ella de mala gana.
Comenzó a golpear un tenedor contra la mesa hasta que una mano larga cubrió la suya.
—Deja eso —musitó él con brusquedad—. Y deja de parecer tan asustada como un conejo cada vez que te toco.
—Yo no parezco un conejo asustado —trató de apartar la mano, pero Michael se la sujetaba con firmeza—. Además, ¿qué esperabas? —añadió con calor—. ¿Qué clase de jefe utilizaría una táctica tan extrema para aplacar a un cliente?
—¿Me estás diciendo que no te ha gustado? —sonrió él con arrogancia.
Amber sintió que le ardía la cara.
—Claro que no me ha gustado —mintió—. Ha sido terrible.
—¿Terrible? ¿Un simple beso?
—Dos —lo corrigió ella sin pensar.
—Dos, pues —sonrió él, divertido—. Veo que sabes contar —comentó con sequedad—. No ha podido ser tan malo.
—Eso no importa —replicó ella con furia—. ¡Me has besado sin mi permiso. Eso es lo que me molesta!
El hombre enarcó las cejas.
—¿Querrías una petición formal?
—Ah…
¿Por qué no podía guardar silencio? Cada vez se metía en un lío mayor. Michael le había soltado la mano y la tomaba en ese momento por los hombros, volviendo su rostro hacia él.
—¡No! —levantó la vista atónita. No se atrevería—. Los invitados… los demás comensales.
Miró a su alrededor y notó que ya sólo quedaban ellos y algunos camareros cansados e indiferentes que recogían las mesas al otro extremo de la estancia.
—¿Prefieres que vayamos a algún lugar más íntimo?
—No. Desde luego que no.
—Entonces, aquí.
Amber contuvo el aliento. Por un momento, deseó decir que sí. Era una locura, pero el instante en que él cubrió su boca y pudo saborearlo le resultaba difícil de olvidar. Se preguntó cómo sería un beso de verdad. Un beso lleno de pasión y persuasión… de persuasión peligrosa.
—¿Amber?
El sonido de su nombre la devolvió a la realidad con un sobresalto. ¿En qué estaba pensando? Levantó la vista y comprendió que él lo sabía.
Tragó saliva con nerviosismo.
—Estoy muy cansada —dijo; se apartó de él y se volvió a buscar su bolso—. Quiero irme a la cama.
Cada vez lo estropeaba más. ¿Por qué no podía callarse? Se ruborizó, levantó la vista y comprobó que él la observaba divertido.
—No quería decir… —se apresuró a añadir.
—Lo sé. No tienes por qué parecer tan aprensiva —repuso él—. Sé lo que querías decir. Y lo siento. No he debido burlarme de ti, no es justo. ¿Nos vamos?
¿Se había estado burlando? ¿Sólo era eso? ¿No había deseado besarla?
Miró su brazo tendido y pasó de largo, consciente de que los pasos de él la seguían. Consciente también de la decepción que fluía por sus venas…
Fuera el aire era más frío. Amber respiró hondo y trató de calmarse. Vio que Michael echaba a andar y frunció el ceño.
—¿No vamos a pedir un taxi?
El hombre se volvió hacia ella con las manos en los bolsillos del pantalón. ¡Era tan atractivo! Cada vez que le ponía la vista encima, sentía un escalofrío por mucho que intentara prepararse para ello.
Apretó las manos a los costados y frunció el ceño con fiereza.
—Creo que prefiero ir en taxi —murmuró.
Michael retrocedió hasta la entrada del restaurante, donde seguía ella.
—Pensé que te gustaría dar un paseo —musitó con sorna—. Sería un buen modo de liberar toda esa tensión de tu interior.
—Yo no estoy nada tensa —replicó ella.
—¿No? ¿Estás segura de eso?
—Estoy cansada. Ya te lo he dicho.
—Lo sé, pero de todos modos iremos andando —no parecía molesto ni enojado por la falta de entusiasmo de ella—. El hotel no está lejos y Amsterdam es muy hermosa por la noche. Te gustará —le levantó la barbilla con un dedo y la obligó a mirarlo—. Créeme.
Un gesto tan insignificante como aquel bastaba para hacer que se le acelerara el pulso.
—Pero estos zapatos… este vestido… —miró su ropa, contenta de poder escapar a la mirada penetrante de él.
—Son perfectamente apropiados para pasear —la miró con paciencia y sonrió—. Vamos, los dos necesitamos relajarnos.
—¿Tú?
Se preguntó si él también sentiría lo mismo.
—Desde luego que yo —dejó de tocarla y miró su reloj—. Llevo viente horas trabajando sin parar. Necesito relajarme tanto como los demás.
Amber lanzó un suspiro decepcionado.
—Trabajas demasiado —declaró.
—¿En serio? —sonrió él—. En ese caso, sígueme la corriente. Regresa andando conmigo.
—No estoy segura de que te lo merezcas.
Pero echó a andar a su lado. Pasaron un café que seguía abierto. En su interior, las parejas se tomaban de la mano por encima de las mesas; fuera, grupos de jóvenes llenaban las mesas colocadas al lado del agua.
—Todavía no me has perdonado el beso, ¿verdad? —hubo una pausa—. Si te dijera que nunca había hecho algo así, ¿me creerías?
—No —la joven respiró hondo—. Escucha, ¿no podemos olvidarlo ya, por favor?
—¿Crees que eso será posible?
Amber miró su perfil atractivo y se preguntó si esperaría una respuesta.
Al parecer, no.
Michael giró a la derecha y echó a andar hacia un puente del canal.
—Parémonos aquí un momento.
Se inclinó sobre la barandilla y la joven lo imitó tras un instante de vacilación y miró el reflejo de las luces en el agua.
—Nunca imaginé que esta ciudad sería así —murmuró, mirando a su alrededor—. Es una estupenda combinación: tranquila y vibrante al mismo tiempo. Resulta difícil creer que sea una capital europea, un centro comercial mundial —miró el canal y los arcos de otros puentes similares en la distancia—. Es muy romántica.
—Sí —susurró Michael con voz profunda—. Sí, lo es.
—Quiero decir que podría serlo —corrigió ella con rapidez—. Eso es lo que quería decir.
Respiró hondo y cerró los ojos un instante maldiciendo a su subconsciente.
—Podría serlo —repitió con desesperación.
—¿Te gustaría que lo fuera?
Se volvió a mirarla. Estaba cerca. Demasiado cerca y no era ningún tonto. Seguro que ella resultaba completamente transparente.
—Hablaba de modo hipotético. No quería decir…
—¿Estás segura de eso?
—Y ahora te burlas de mí —murmuró ella con ansiedad. Trató de no recordar la presión de su boca, pero le resultó imposible—. Dijiste que no lo harías.
—No me estoy burlando. Eso es lo último que me apetece hacer, créeme.
La atrajo hacia sí y Amber dio un respingo.
—¡Mírame! —le ordenó él—. ¿Ves algún rastro de hilaridad en mi expresión? ¿Tengo aspecto de estarme burlando?
—No.
Estaba muy serio; tal vez fuera aquello lo que más la afectaba: la intensidad del momento. Se estremeció de modo incontrolable. Michael empezó a quitarse la chaqueta instintivamente.
—Tienes frío. Toma esto.
—¡No! —no podía soportar más la tensión de estar tan cerca. El calor de su chaqueta en torno a sus hombros desnudos era demasiado íntimo—. No la quiero.
Se apartó de él, asustada de su proximidad, asustada de sus sentimientos y de la velocidad a la que parecían progresar. Tropezó entonces con un saliente del pavimento y lanzó un grito al ver que el suelo subía hacia ella.
—¡Amber! ¡Por el amor de Dios! —la mano de él la sujetó con firmeza por la cintura—. ¿Estás bien? —la ayudó a incorporarse—. Sabes, si no dejas de andar así, te vas a hacer daño.
Sonrió con tal gentileza que a la joven se le paró el corazón.
—Esto es Amsterdam, ¿recuerdas? —prosiguió él—. Y esos zapatos no son capaces de maniobrar con rapidez en este tipo de pavimento.
—No —la joven buscó algo que decir—. Gracias por salvarme.
Hubo una pausa, un momento infinetesimal en el tiempo, en el que algo cambió y el mundo a su alrededor parecía seguir inmóvil, contener el aliento, esperar…
Michael estaba cerca, más cerca que antes, más cerca de lo que era sensato. Sus ojos se encontraron y Amber sintió el calor de su aliento en la mejilla, olió el aroma refrescante de su colonia y olvidó al instante preocuparse por el estado de su vestido o porque le había parecido oír que se rompía la tela al caer.
—¿Es eso lo que he hecho? —murmuró él—. ¿Salvarte?
—He estado a punto de caer.
—Deberías tener más cuidado.
Sus ojos estaban fijos en el rostro de ella. Amber sentía el ardor de su contacto en la cintura. Sentía calor… debilidad… confusión, sorpresa de que aquel momento hubiera surgido así, de repente. De que pudiera sentir todo aquello.
—Quiero volver al hotel.
Le costó un esfuerzo tremendo apartar los ojos de la cara de él, y más aún distanciarse físicamente retrocediendo un paso.
Michael no dijo nada por un momento. Luego sus labios se curvaron y su sonrisa era relajada y comprensiva.
—Si es lo que quieres…
—Lo es. Ha sido un día muy largo.
—Lleno de sorpresas.
—Sí.
Volvió a mirarlo. La sonrisa relajada seguía presente en su rostro. No debía olvidar que para él todo aquello era muy sencillo.
Agradeció en su interior el aire fresco de la noche. Cuando llegaron al hotel, se sentía menos acalorada, menos ansiosa. Desafortunadamente, el breve viaje en ascensor anuló gran parte del efecto.
—No huyas.
Michael tuvo casi que correr para alcanzarla, ya que ella salió del ascensor en cuanto se abrieron las puertas. Le sujetó el brazo con firmeza y la volvió hacia sí.
—No terminemos así la velada. Pareces… —observó su rostro pálido— abrumada. No lo estés. No era mi intención hacer o decir nada que pudiera molestarte. ¿Qué te parece una última copa? Te ayudará a relajarte.
Abrió la puerta de su suite y pareció esperar que ella accedería de inmediato a su invitación.
Amber vaciló y miró desde el umbral cómo se quitaba la chaqueta y la lanzaba sobre el respaldo de una silla. Se mordió el labio inferior y se preguntó qué debía hacer.
—Ya que has llegado hasta ahí, ¿por qué no entras del todo?
Se acercó al mini bar y preparó dos copas de brandy.
—Te prometo que no voy a morderte.
Su tono estaba impregnado de regocijo. Amber se ruborizó. Se sentía ridícula.
—¿No crees que tengo derecho a mostrarme cautelosa después del modo en que me has tratado esta noche? —preguntó con brusquedad.
—Supongo que te refieres a los besos —le tendió una copa sonriente—. No puedes olvidarlos, ¿verdad?
—Me han enfurecido. Ya lo sabes.
—¿Lo sé? ¿Estás segura de que era furia y no otra cosa?
Amber apretó los labios y frunció el ceño. No se le ocurría ninguna respuesta. Se inclinó para examinar su vestido con la esperanza de que disminuyera entretanto el rubor de su rostro.
Su inspección reveló un siete en el frágil dobladillo. El daño era peor de lo que esperaba. Suspiró y cerró los ojos.
—Deja de preocuparte por eso —musitó Michael con ligereza—. No vale la pena.
—Para ti es fácil decirlo —musitó ella—. Carol se llevará una gran decepción. Le prometí que lo cuidaría bien.
—¿Por qué se lo has pedido? ¿Tú no tienes un vestido de noche?
Amber vaciló; luego negó con la cabeza.
—No. Nunca he necesitado uno.
—¿Nunca? Me resulta difícil de creer —se sentó en el brazo del sofá—. ¿La agencia de publicidad para la que trabajabas no organizaba fiestas para los clientes?
La joven reconoció su error de inmediato.
—Sí, sí, claro.
—¿Y qué hacías entonces? —preguntó él con frialdad—. ¿Te vestías con sacos y cenizas?
—No, llevaba… —buscó una respuesta en su imaginación—. Esmoquin como los hombres. No suelo llevar vestidos.
—Me siento honrado —miró su cintura y el corte bajo del escote—. Es un placer. ¿No vas a tomarte el brandy?
La joven miró la copa que tenía en la mano.
—No lo quiero. Es demasiado fuerte.
—Toma un sorbo. En cuanto caiga en tu estómago, te sentirás mejor.
Amber se encogió de hombros. No era el brandy sino él lo que resultaba demasiado fuerte. Sabía que era una locura estar allí; se sentía cansada y nerviosa y pasar más tiempo del necesario en compañía de Michael Hamilton no era lo más inteligente que podía hacer, pero no conseguía encontrar la fuerza de voluntad necesaria para marcharse.
—Me siento algo tensa —admitió—. Ha sido un día duro.
Tomó un sorbo con precaución. Lanzó un respingo, pero, cuando llegó a su estómago, decidió que le había sentado bien.
—¿Mejor?
La joven respiró hondo y asintió.
—Te he colocado en una posición difícil, ¿verdad? Toda la noche te has mostrado bastante nerviosa. De hecho —añadió—, si no supiera que no es así, me sentiría inclinado a pensar que todo esto es nuevo para ti.
—¿En serio? Oh, bueno, ya sabes… un jefe nuevo, circunstancias distintas, diferentes modos de trabajar…
Michael sonrió.
—¿Quieres decir que tu antiguo jefe no te habría pedido un beso?
—Sabes muy bien que mi antiguo jefe era una mujer.
Estaba mintiendo y se sentía mal por ello. Sintió unos remordimientos repentinos y tan grandes que frunció el ceño.
—¿Qué ocurre? —preguntó él.
—Nada —movió la cabeza y apartó la vista—. Será el brandy.
Agitó la copa con nerviosismo. Recordó entonces el viejo dicho de que dos errores no constituyen un acierto y la apartó de su boca con impaciencia.
—¿Estás decidida a arruinar ese vestido?
El sonido de la voz de Michael la sacó de su ensimismamiento.
—¿Qué?
—Te estás manchando el traje de brandy.
—¡Oh, no!
Miró con rapidez el talle negro brillante que empezaba a empaparse de alcohol. ¿Qué le ocurría? ¡Se estaba portando como una completa imbécil!
—El cuarto de baño está ahí —Michael señaló con la mano—. Será mejor que lo laves ahora mismo o quedará mancha.
La siguió después de un momento y observó a Amber echar agua donde había caído el brandy.
—Vengo a ver cómo te va —murmuró—. ¿No sería mejor que te quitaras el vestido?
La joven mantuvo la cabeza baja y fingió concentrarse en su tarea.
—Puedo arreglármelas —dijo—. Iré a mi habitación.
Michael se apoyó contra el lavabo y la observó en silencio. Luego, sin previo aviso, tendió una mano, le quitó la toalla que utilizaba ella y la echó en el lavabo.
—¿Qué te crees que estás haciendo?
Tomó a Amber por los hombros para volverla de espaldas y tiró de la cremallera hacia abajo.
—Si no dejas de frotarla así, vas a dañar la tela. No te des la vuelta. ¿Por qué te comportas como una virgen vestal? No vas desnuda debajo, ¿verdad?
—No —repuso ella sin aliento—, pero mi ropa interior es… —se interrumpió, buscando una palabra que no sonara muy provocativa.
—¿Es qué? —preguntó él con ligereza.
Su ropa interior era minúscula, negra y de encaje, pero no tenía intención de decírselo. La cremallera había llegado a la base de su columna. Un escalofrío incontrolable recorrió su cuerpo.
—No puedes tener frío —gruñó él—. Aquí hace mucho calor.
—¡Basta ya! ¡Esto no es justo!
Decidió que el ataque era la mejor defensa y se dio la vuelta, cruzó los brazos sobre el pecho y sujetó el vestido contra ella para impedir que Michael viera algo que no debía.
—No me mires así —frunció el ceño—. Puede que tú lo encuentres divertido, pero yo no.
—No lo encuentro divertido —repuso él. Miró su cuerpo e hizo una pausa—. Una idea estúpida —murmuró—. No pensaba con claridad. Es mejor dejarte arruinar el vestido que…
No terminó. Se repitió el momento del puente, pero aquella vez la situación era más peligrosa.
Se miraron en silencio durante lo que pareció una eternidad.
—Por favor —musitó ella con desesperación—. Michael…
El hombre no escuchaba o, si lo hacía, no le importaba.
—Siento que esto te moleste —murmuró con voz ronca—, pero hay cosas que están predestinadas.
Amber sabía que estaba en lo cierto. Un dolor dulce y fiero atravesó su cuerpo antes incluso de que él la besara.
Pensó que quizá anticipar algo era peor que el hecho en sí, pero entonces la boca de él cubrió la suya y supo que se había equivocado; los labios de él se movieron sobre su boca abierta al tiempo que sus manos enmarcaban el rostro de ella, acariciando su piel y enviando escalofríos de placer por todo su cuerpo.
El vestido de noche cayó hacia adelante y ella sintió una descarga eléctrica al notar los dedos de él bajo los tirantes. Su beso estaba impregnado de pasión silenciosa. Las manos de él se posaron sobre sus pechos antes de explorar su estómago y bajar hacia sus braguitas.
—¡No!
La joven dio un respingo y se apretó contra el lavabo en un esfuerzo por poner alguna distancia entre ellos.
—¡No! —repitió temblorosa—. No puedes hacer esto —Jadeaba. Cerró los ojos y luchó por recuperar la compostura—. Esto no debería ocurrir.
—¿Por qué no? ¿Por qué no debería?
Amber se apretó el vestido contra el cuerpo a modo de escudo y sacudió la cabeza con fuerza.
—Porque no estaría bien.
No sabía qué decir. ¿Qué podía decir? ¿Que, en el fondo, a pesar de todo, ella también quería ir más allá?
—¿No está bien? —la miró con calor—. Explícate.
—No tengo por qué hacerlo —trató de moverse, pero el cuarto de baño era pequeño y él le cortaba el paso—. ¿Por qué iba a hacerlo?
—Tú crees que me dedico a seducir a todas mis ayudantes personales, ¿no es así? —preguntó él—. ¿Y bien? —añadió con brusquedad al ver que ella no contestaba.
Amber achicó los ojos. Se esforzó por sentir el odio que necesitaba para lidiar con aquella situación y descubrió que no le resultaba fácil.
—¿No lo haces? —susurró, pensando al fin en Beatrice.
Michael sonrió.
—No —musitó—. A decir verdad, no lo hago. Pero eso no significa que no haya una primera vez, ¿eh?
—No conmigo.
Mentía. Tenía que estar mintiendo. Lo suyo eran las conquistas fáciles. Pero Beatrice no lo había sido y ella tampoco lo sería. Trató de pasar a su lado, pero él volvió a impedírselo.
—Quiero salir de aquí —gritó ella.
—Estás convirtiendo lo que acaba de ocurrir entre nosotros en algo desagradable —comentó él—. ¿Por qué? Los dos sabemos que…
—¡No!
Se llevó las manos a los oídos. No debía oír más. No podía dejar que la sedujera con palabras. Tal vez le había dicho lo mismo a Beatrice; quizá debería haberle preguntado a su hermana los detalles sórdidos para poder estar mejor preparada cuando él repitiera su actuación.
Lo miró de hito en hito. El calor que sentía en la boca del estómago era demasiado para soportarlo. La presencia de Michael Hamilton resultaba completamente abrumadora. Amber no había conocido nunca una atracción física tan intensa. No sabía qué hacer, cómo lidiar con ella.
—Tus ojos poseen una cualidad hipnótica —musitó él con voz ronca y profunda—. Verdes y dorados —murmuró—. Llenos de tentación. ¿Me estás tentando, Amber? —preguntó—. ¿Esa mirada virginal y asustada es calculada? Porque si lo es…
—¡No! —lo miró sorprendida—. No —repitió, tratando de negar lo que sentía—. ¡Tengo que ir a mi habitación, déjame pasar!
Michael se movió al fin y la joven salió corriendo del baño.
Se preguntó en qué estaba pensando él. ¿Creía de verdad que ella lo deseaba? ¿Y acaso no era así? ¿No había sentido el impulso de entregarse, de permitir que sus manos y su boca continuaran su trabajo de seducción? ¡Maldición! ¿Cómo se había metido en aquel lío?
Encontró su bolso en el sofá y se inclinó para recogerlo. Se miró las manos, que temblaban con violencia en algo parecido a la desesperación.
Ella lo deseaba. Lo deseaba tanto que…
—Utiliza esto.
Se incorporó y vio que él cruzaba la habitación y abría la puerta que conectaba las dos suites.
—Será más conveniente —continuó él.
¿Para qué? Amber quería saber para qué era más conveniente.
—Te veré por la mañana —le rozó el hombro al pasar y ella sintió el ardor de sus dedos en la piel desnuda. Se volvió con rapidez, como si se hubiera quemado. Michael la observaba con atención—. Nos encontraremos a las ocho en el comedor para desayunar —la miró largo rato a los ojos—. ¿Estás bien?
Amber asintió con la cabeza, murmuró algo incoherente y entró en su cuarto. Después de un momento de vacilación, volvió la cabeza, pero Michael ya no estaba allí. Lo único que vio fue la blancura brillante de la puerta cerrada.