Capítulo Ocho

 

La mujer era alta, enjuta y extremadamente delgada. Tenía el cabello oscuro, teñido de gris, y lo llevaba recogido mediante un afilado alfiler sobre la nuca. Llevaba puesto un vestido deslucido, aunque escrupulosamente limpio y planchado. Aparte del alfiler del pelo, que posiblemente era de plata, y de una alianza, su único adorno era un cuello de encaje. Estaba sentada, muy erguida, con las manos sobre el regazo. Parecía una mujer paciente, con una profunda fortaleza de principios. A su lado, había un muchacho.

Jackson los observó a través de la puerta de cristal del despacho de Jericho. Nunca había sabido lo que iba a encontrarse cuando había acudido a la comisaría, pero, ciertamente, no había esperado encontrarse a aquella mujer.

–¿Le ha traído ella? –le preguntó a Jericho.

–Hace una hora, según Court Hamilton, que estaba de guardia esta noche. Han tenido suerte, porque, de todos mis hombres, Court es el que tiene menos prejuicios contra los Rabb

–¿Esa mujer es una Rabb?

–Es la madre.

–¿Y dices que el muchacho compartió sus drogas con Dancer? –preguntó Jackson, mirando al chico, que, por su aspecto, parecía tener más de catorce años–. ¿Y ella no es su abuela?

–No. Tuvo al muchacho algo tarde, pero ella no es tan vieja como parece.

–¿Por qué está ella aquí? –preguntó Jackson–. Después de los años de enemistad entre los Rabb y el resto del mundo, especialmente los Cade, ¿por qué se ha decidido ahora?

–Tiene que ver con el chico y con que, por primera vez en su vida, Daisy Rabb, tiene el apoyo de una amiga. Mira estos papeles –dijo Jericho, acercándose a la puerta con un expediente.

Era grueso y pesado. Si aquel era el expediente de los delitos del chico, sería una condena muy larga a pesar de ser menor. Jackson se sentó y colocó el expediente sobre la mesa. Cuando lo abrió, no descubrió la sórdida historia delictiva de un menos. En vez de eso, estaba lleno de exquisitos dibujos sobre la vida salvaje y las flores de la zona.

–¿Ese chico ha hecho esto?

–Sí. Solo tiene catorce años y nunca ha recibido clases y, a excepción de su madre, nadie le ha animado a pintar.

–Y es el mismo chico que estuvo a punto de matar a Dancer –susurró Jackson–. No tiene sentido.

–Tal vez sí, Jackson, si piensas en sus hermanos, cuando te paras a pensar en lo que sentirían por un hermano pequeño que, con la mitad de sus años, prefiere pintar a pelearse.

–¿Crees que le obligaron a entrar en mi rancho?

–Efectivamente. Además, le lavaron el cerebro. Le hicieron creer que era menos hombre porque creaba belleza en vez de destruirla. Le hicieron creer que debía destruir para demostrar algo que él no quería demostrar. Desgraciadamente, el muchacho cree que les ha fallado. Me temo que ahora va a pasarse al otro lado. Su madre cree lo mismo.

–Como Junior, el que trató de matar a Adams.

–Y Snake, que es una nueva versión de Junior, tal vez peor. Lo único que le puede ayudar a ese muchacho es que tiene seis hermanas bastante honradas de por medio. Sus hermanas, su arte, su madre y Haley.

–¿Haley? –preguntó Jackson, extrañado–. ¿Qué tiene que ver ella con todo este asunto?

–Haley convenció a Daisy Rabb de que trajera al chico.

–¿Por qué iba a hacer eso? Además, ¿cómo conoce Haley a los Rabb? No habrá estado en la zona en la que viven, ¿verdad?

–De hecho, sí.

–¿Haley fue a tratar a algún animal a un lugar que es poco mejor que un matadero de sádicos?

–Fue por el chico.

–Sí, por supuesto –dijo Jackson, con sorna–. Está tan claro como el barro. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Por curiosidad, ¿cómo se llama en realidad ese muchacho?

–Se llama John, pero Haley lo llama Johnny.

–Ah. Otra vez Haley. Eso empieza a parecerme una historia que yo debo escuchar.

–Por eso estás aquí. Quiero que te la cuenten el muchacho y su madre. Me hubiera gustado invitar también a Haley, pero estaba claro que os habíais peleado. Además, ella ha tenido una semana muy dura. Si ha dormido más de tres horas en una noche durante las últimas, seis, me sorprendería. Así que estamos solo los cuatro.

–¿Por qué ahora? –quiso saber Jackson, mientras se acercaba a una ventana–. ¿Por qué esa mujer eligió precisamente esta noche? ¿Por qué no lo hizo a la luz del día, como los ciudadanos normales?

–Porque no se guía por las reglas normales. Daisy Rabb tiene que hacer lo que puede hacer cuando puede hacerlo. Piénsalo. Junior está en prisión, pero Snake está muy presente. ¿Qué haría él si supiera que ella iba a traer aquí a Johnny para que confesara?

–No creo que la respetara demasiado aunque sea su madre –admitió Jackson–. Entonces, tuvo que aprovechar la primera oportunidad que tuvo, un momento en el que Snake no anduviera cerca. ¿Dónde está esta noche, Jericho? ¿Cazando ciervos furtivamente? ¿Colocando trampas ilegales para que un niño de cinco años esté a punto de perder una pierna?

–Jackson, el hijo de Lincoln se encuentra bien. Además, no sabemos a ciencia cierta que fuera la trampa de Snake.

–Lo que quieres decir, Jericho, es que no podemos demostrar que se trate de su trampa, pero los dos sabemos con toda seguridad de que fue él quien la puso, como sabemos que hay sal en el mar.

Jericho había empezado a perder la esperanza en el éxito de aquella velada y del plan de Haley. El amor que Jackson sentía por el hijo de Lincoln le dio nuevas fuerzas.

–¿Y si Cade se viera en la misma situación que Johnny Rabb?

–No es el caso. Su madre nunca lo permitiría.

–Pero y si fuera así, Jackson, ¿qué querrías para él?

–Querría que alguien lo ayudara. Al menos, eso sería lo que esperaría.

–Sí, igual que yo espero que alguien ayude a Johnny Rabb. Voy a llevar a la señora Rabb y al muchacho a una sala, donde podrán estar más cómodos. Dame unos minutos para preparar los papeles y entonces ven a reunirte con nosotros. Mientras esperas, mira esto –añadió, entregándole una segunda carpeta.

Jackson lo abrió y entonces comprendió lo que Jericho había visto en aquella historia. La carpeta contenía dibujos de caballos, tan perfectos que ni una cámara podría haber resultado más fiel. Jackson reconoció a sus caballos. Johnny Rabb era un muchacho que amaba a los caballos y que lo expresaba perfectamente en su trabajo. Un muchacho con talento que se merecía una oportunidad.

Al cerrar la carpeta, Jackson se sintió manipulado por un maestro. Jericho. Sin embargo, no le importó. Jackson comprendía perfectamente su actitud. Además, creía firmemente que el fin justifica los medios.

A continuación, fue a hablar con la mujer y con el muchacho que era su esperanza, y la de todos los Rabb, para alcanzar un futuro mejor. Antes de entrar en la sala, se imaginó a Haley, otra mujer que había sacado lo mejor de una situación terrible y rezó porque ella hubiera tenido a alguien que le habría echado una mano.

Entonces, giró el pomo de la puerta y entró en la casa. Tras saludar a la mujer, se dio cuenta de que, antes de que el tiempo hubiera hecho estragos en ella, había sido muy hermosa. Además, había inteligencia en sus ojos. Inteligencia, orgullo y amor, amor por el hijo que era diferente, por su sueño para el futuro. Por su razón para vivir.

Daisy Rabb era una mujer fuerte. Estaba allí aquella noche decidida a que su hijo no tuviera que compartir la misma existencia que ella. Jackson supo enseguida que no podría negarse. Le estrechó la mano y la miró a los ojos.

–Señora Rabb –dijo–. Soy Jackson Cade. He venido para ayudarla.

 

 

A excepción de la luz de gas que brillaba al lado de la pesada verja de hierro, la noche era oscura como la boca de un lobo. Durante un tiempo, había habido estrellas en el cielo, luchando contra la oscuridad, como la esperanza que Jackson había visto en los ojos de una madre desesperada.

En aquellos momentos, hasta las estrellas habían desaparecido. En el horizonte, culebreó un trueno, anunciando la llegada de una tormenta.

Jackson sintió el arrepentimiento que le había llevado al número diecisiete de Jessamine Street. Al leer la pequeña y ornada placa que había a las puertas del jardín, una sonrisa le curvó las comisuras de la boca.

El callejón era muy tranquilo. Solo había unas cuantas casas en aquella calle y todas ellas estaban ocultas por espesos jardines. Como todavía faltaban unas horas para que amaneciera, no habría nadie que se percatara de la presencia del hombre que caminaba por la calle a aquellas horas.

Había dejado de pasear y se había sentado sobre uno de los escalones que daban entrada a la casa cuando la luz de unos faros precedió el sonido del motor de un vehículo, que avanzaba muy lentamente. Casi inmediatamente, se pudo ver la furgoneta de Jesse Lee.

Jackson esperó entre las sombras hasta que el vehículo se detuvo al lado de la verja. Entonces, la puerta se abrió y se iluminó el interior de la furgoneta. Vio que el viejo vaquero se acercaba a la puerta del copiloto. Para cuando se abrió aquella segunda puerta, Jackson ya se había levantado y se había acercado a su amigo.

–Yo la llevaré –susurró.

Jesse no se sorprendió de ver a su amigo y asintió.

Haley estaba dormida, medio acurrucada sobre sí misma sobre el ajado asiento. Debería haber resultado algo fuera de lugar con aquel color tan llamativo de la seda que llevaba, pero no era así. Fuera como fuera vestida, era simplemente Haley Garrett.

–Está agotada –le dijo Jesse, cuando Jackson la tomó entre sus brazos para sacarla de la furgoneta–. Haberse dormido de ese modo en mi furgoneta hará que se avergüence.

–No. No se avergonzará. Yo no se lo permitiré.

–Te has peleado con ella…

–No volveré a hacerlo

Jesse asintió al ver la promesa en el rostro de Jackson. Sin decir nada más, el viejo vaquero le abrió la verja y siguió a Jackson a través del fragante jardín. Entonces, sacó una llave y abrió la puerta de la casa.

Tras cruzar el umbral, Jackson se volvió a mirar a su amigo. Compartieron la mirada de dos hombres que aman a la misma mujer, uno como a una hija y una amiga. El otro…

Jackson no estaba seguro de cómo la amaba él, de cómo le permitiría Haley que la amara. Sabía que no se merecía que ella se lo permitiera como amante y compañera, pero, al menos, había comprendido lo que deseaba.

Jesse volvió a asentir. Entonces, Jackson se dio la vuelta y empezó a subir las escaleras que le llevarían hasta el pequeño dormitorio. Antes de entrar, oyó que Jesse cerraba la puerta principal y se marchaba.

El viejo vaquero atravesó lentamente el jardín. Entonces, se volvió para mirar hacia la casa. De repente, vio que una luz se encendía en una ventana. A continuación, salió del jardín y se metió en su furgoneta.

–Buena suerte –susurró, al tiempo que un relámpago volvía a cruzar el cielo–. Buena suerte a los dos.

El trueno tardó unos segundos en contestar. La tormenta todavía estaba lejos mientras Jesse Lee, sin mirar atrás, se marchaba de Jessamine Street.

 

 

Cuando se orientó en el dormitorio de Haley, Jackson apagó la luz. Guiado por la memoria y por la penumbra que reinaba en la habitación, la llevó a la cama. Allí, rebuscó bajo la almohada hasta que encontró el camisón que seguramente se ponía por la noche. La suave tela de la prenda resultaba muy provocativa, enloquecedora…

La habitación era muy al estilo de Haley. Espartana, práctica, con algunos detalles que la hacían única. Además, olía como ella, con un ligero aroma a jazmín.

Trató de olvidarse de aquellos detalles, como el perfume que llevaba resultara tan apropiado para el nombre de la calle y recordó que había ido allí para asegurarse de que Haley dormía. Y, cuando estuviera lista para escuchar, para disculparse y explicarse ante ella.

–Dormir, descansar, disculpa y explicación –susurró, mientras desdoblaba el camisón, que era tan tentador como se había imaginado.

–¿Hmm? –murmuró ella, acurrucándose contra él.

–No ha sido nada, tesoro. Solo tenemos que quitarte este vestido y ponerte el camisón.

Ella se rebulló y se pegó más contra él. Su cabello rozó la mejilla de Jackson, que tuvo que armarse de valor para enfrentarse a sus instintos más bajos. Entonces, le deslizó la mano por la espalda hasta encontrar la cremallera.

Haley era tan suave, tan dulce… Por fin, encontró la cremallera. Cuando se la bajó y descubrió que solo llevaba unas braguitas debajo, sintió que aquello añadía más fuego a su infierno personal.

–Puedo hacerlo –musitó, medio para animarse, medio para convencerse–. Y puedo hacerlo como un caballero.

Le deslizó el vestido por los hombros. A la suave luz, sus pechos eran oscuros, con sus pequeñas cimas más oscuras aún y tan tentadoras… Anhelaba sentir su suavidad sobre los labios, enredarlos con la lengua y lamerlos lánguidamente. Quería…

–Jackson, ¿qué estás haciendo? –preguntó Haley, de repente. Al mirarla, vio que ella le observaba muy atentamente, aunque parecía confusa–. Pensé que había soñado contigo. Me estabas abrazando como si sintieras algo por mí, como si yo fuera muy valiosa para ti… Entonces, supe que solo podía ser un sueño. Sin embargo, estás aquí… Jesse… ¿Dónde está Jesse? Era él quien me traía a casa.

–Y así fue, Duquesa, pero ya se ha ido.

–¿Que se ha ido? ¿Por qué? Iba a ofrecerle una taza de café. A Jesse le encanta el café.

–Así es, pero ya ha vuelto a River Trace. Estira los brazos, solo un poquito –dijo él, como si ayudara todos los días a desnudarse a una mujer hermosa. El vestido se deslizó por fin, pero Haley no pareció notar o importarle que estuviera casi desnuda en brazos de Jackson.

–¿Por qué?

Haley se movió de nuevo. La frescura de la piel de ella contrastaba con el acaloramiento que sentía en la de él. Los pechos y los pezones que tanto deseaba besar le tocaban suavemente el pecho. Jackson perdió el hilo de la conversación.

–¿Por qué se ha marchado Jesse? –insistió ella.

–Cuando llegasteis, tú estabas dormida. Venga, tesoro, levanta los brazos

Ella obedeció sin rechistar, por lo que a Jackson no le costó ningún trabajo ponerle el camisón.

–Jesse se marchó porque le dije que yo cuidaría de ti –añadió, dándose cuenta de que Haley estaba completamente despierta. De hecho, probablemente lo había estado desde el momento en que él la había sacado del coche de Jesse.

–Tú nos estabas esperando.

–Sí. Estaba sentado en los escalones de entrada cuando llegasteis.

Un relámpago iluminó el rostro de Haley. Jackson vio que había fuego en aquellos ojos azules. La tela beige del camisón parecía estar recibiendo toda la electricidad que había entre ellos. El cuerpo de Haley, sus pechos, resultaban aún más provocativos cubiertos de aquella suave seda.

–¿Quieres explicarme por qué, Jackson?

–He venido a disculparme. Por todo y, especialmente, por lo de esta noche. Me entrometí en tu vida y no tenía derecho alguno a hacerlo.

–¿Porque sabías que estaba cansada y sentías que yo debía descansar?

De repente, Haley se puso de pie y se dirigió a las puertas, que daban a la terraza. Tras abrirlas, salió al balcón. La tormenta seguía estando lejos de allí, pero la brisa que soplaba moldeó la seda del camisón contra su cuerpo. Entonces, se dio la vuelta y se apoyó sobre la barandilla, con los brazos cruzados bajo el pecho. A continuación miró al hombre que había amado desde tanto tiempo atrás a los ojos. Iba siendo hora de que recuperara el control de su vida, hora de que Jackson Cade aprendiera una lección y comprendiera las reglas del juego de amar y de ser amado. Sin embargo, aquello tendría que esperar hasta el día siguiente.

–Había otra razón por la que estabas enfadado con tus amigos esta noche –dijo ella–, ¿me equivoco?

–No. Había otra razón –confesó él, apretando las manos, que ansiaban conocer el tacto y los contornos de su cuerpo.

Haley abandonó el balcón y se acercó a la puerta, mirándolo muy intensamente.

–¿Vas a decirme por qué, Jackson?

–Me sentía molesto porque no quería ni que Daniel, ni Cooper, ni Yancey ni Jesse te tocaran. Me enfadé con ellos porque estaba celoso.

–Porque me deseas.

–Sí.

–Me deseas, pero no has venido para hacerme el amor.

–No, no he venido para hacerte el amor.

En aquel momento, Haley levantó los brazos y se quitó el pasador que le sujetaba el cabello. Sacudió la cabeza y dejó que su alborotada melena le cayera suavemente sobre los hombros, como en una lluvia de oro y plata. Entonces, avanzó lentamente hacia Jackson, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

–¿Por qué has venido tan decidido a no hacerme el amor?

–Porque, por una vez en mi vida, quería hacer lo correcto.

–¿Por mí?

–Por ti.

–¿Y si yo no quiero que sea así? ¿Y si deseo que me hagas el amor, sin disculpas, sin promesas, pensando solo en esta noche y no en el mañana? ¿Qué pasaría entonces, Jackson?

–Hace unas horas, estabas muy enfadada conmigo. Demasiado enfadada para esto –susurró él, dando un paso al frente.

–Sí. Estaba enfadada con el hombre que eras hace unas horas. Ese hombre no habría venido aquí esta noche ni hubiera admitido que estaba celoso…

Haley se puso de puntillas y le rozó los labios con los suyos. Una, dos veces, torturándolo, seduciéndole con el beso…

–Duquesa… Esto no puede ser lo que tú deseas. No sabes lo que estás haciendo…

–Claro que lo sé, mucho mejor que tú, Jackson –susurró ella, riendo–. He sabido que quería hacer esto desde que tenía quince años.