Capítulo Cuatro

 

–Entra, Jackson. Por favor.

Haley lo acompañó al interior de la casa, como si él fuera todos los días a verla. Durante un momento, se detuvo en el recibidor, observando los cambios que ella había realizado en la casa de Lincoln. Había añadido comodidades modernas con un elegante toque femenino.

Sobre el sofá del salón, había un libro, como si Haley hubiera estado leyendo cuando él llegó. Sin poder evitarlo, Jackson acarició suavemente el canto del libro para ver el título.

–Claroscuro –dijo, leyendo las letras–. Luces y sombras de Belle Terre.

–¡Vaya! –exclamó ella, riendo–. Llevas aquí menos de dos minutos y ya has descubierto una de mis pasiones secretas.

–Cuatro –replicó Jackson, todavía asombrado con la bienvenida que ella le había dado–. Que lees, que te gustan las casas antiguas y los jardines y que te gusta el libro de mi hermano Adams.

Había muchos más secretos que le gustaría descubrir sobre Haley Garrett, pasiones que conocería si aquello resultaba ser algo más que una relación superficial.

Cuando ella se acercó, Jackson pudo oler un suave perfume. Marcó la página que había estado leyendo hasta entonces y cerró el libro antes de dejarlo al un lado. Sin querer, tocó suavemente la camisa de Jackson, y él no pudo evitar preguntarse si recordaría que aquella era la que le había prestado. Si sabía de qué camisa se trataba, el recuerdo no parecía molestarla, ya que su mirada permaneció tranquila, como siempre.

–Me ha gustado mucho el libro y lo he puesto en práctica. Lincoln me sugirió que lo leyera cuando descubrió que yo tenía miedo de estropear la casa al intentar decorarla a mi gusto. Me aseguró que podría hacer lo que yo quisiera, pero, que, como inquilina, no podría realizar los cambios sin conocer la historia de este lugar. Es una casa preciosa, demasiado como para que se la estropee por ignorancia.

Haley se acercó a un aparador y sacó una botella de vino. Entonces, llenó dos copas y le entregó una a él. Invitó a Jackson a que se sentara en el sofá y luego tomó asiento al lado de él.

–Adams es muy bueno a la hora de describir y explicar el estilo y la arquitectura de estas viejas casas sureñas. Escribe con un amor que solo se ve igualado por su capacidad para la descripción. Algunas veces, me siento como si de verdad estuviera recorriendo las habitaciones que él describe. Pinta cuadros con palabras con tanta habilidad como Jefferson los pinta con óleo y lienzo. Hasta que leí su libro, nunca me había dado cuenta de que el claroscuro y su fascinante aura contribuían tanto a la apariencia de esta ciudad y de sus casas. Más que comprenderlo, Adams hizo que lo viera.

Jackson la contempló mientras tomaba un sorbo de la copa de vino. Sin que ella se hubiera dado cuenta, había ido dejando de lado la imagen de mujer fría y ambiciosa, solo preocupada por su profesión. A cada momento que pasaba, descubría a una Haley Garrett con una multitud de facetas, con muchos talentos y una miríada de intereses.

Se notaba que era una mujer que había viajado mucho, por lo que Jackson no pudo evitar preguntarse qué sería lo que la habría llevado a Belle Terre. ¿Qué tendría que ofrecerle una ciudad tan pequeña del encantador y pomposo sur?

Al principio, había sospechado que había sido Lincoln el que la había atraído hasta allí. Más de una vez, se había preguntado si Haley estaría enamorada de su hermano. En aquellos momentos, se dio cuenta de lo estúpido que era aquel pensamiento. Si Haley deseaba a Lincoln, ¿por qué iba a haber esperado a que él estuviera felizmente casado para acercarse a él?

¿Cuántos años tendría? ¿Treinta y uno? ¿Treinta y dos? Lincoln solo había dicho que era más joven que él. Era una mujer muy inteligente, que había estudiado en muchas escuelas europeas, algunas de ellas privadas y muy elitistas. Lincoln y ella se habían conocido en la facultad de veterinaria y, aunque eran compañeros de clase, Haley era más joven. ¿Cuánto más?

Jackson la miró fijamente. En cierto modo, parecía una adolescente madura, una de esas jovencitas que sabían lo que eran y lo que querían. Sin embargo, se comportaba como una mujer madura, inteligente. Y muy hermosa.

No, hermosa no era la palabra. Arrebatadora. Solo tenía que entrar en una habitación para que todas las conversaciones se detuvieran y las cabezas se volvieran a mirarla.

¿Lo sabría? Para su sorpresa, Jackson había empezado a sospechar que no era así, que ni siquiera lo creería si él se lo decía.

No, no lo confesaría nunca. No podía decirle lo seductora que le había resultado con aquel vestido negro. Un sensual atuendo, guantes de cuero, botas y un valor que casi le había vuelto loco. A pesar de la terrible situación de su caballo, de que Jesse estaba con ellos, solo había querido tomarla entre sus brazos, besarla, tumbarse con ella en la cama y hacerle el amor. La había deseado tanto…

Durante semanas, no, meses, se había esforzado por sentir antipatía por ella. ¿Poco razonable? Tal vez. Sin embargo, justo cuando creía que había triunfado, que la opinión que tenía sobre ella se había endurecido más allá de la duda, Haley había entrado en su establo y todos sus esfuerzos se habían esfumado. Si no hubiera sido por Jesse y Dancer, podría haber hecho el ridículo allí mismo. Más tarde, en su dormitorio, a no ser por el dolor y la inconsciencia que ella sufría, se habría dejado llevar por sus instintos.

–¿Jackson? –dijo Haley, sacándole de su ensoñación–. ¿Te ocurre algo?

–No –respondió él, consciente de que había estado mirándola–. ¿Por qué me lo preguntas? –añadió, tratando de disimular.

–Me estabas mirando muy fijamente. Además, fruncías el ceño como si estuvieras enfadado.

–No estoy enfadado, Haley. Además, aunque lo estuviera, te aseguro que no es contigo.

–Oh…

Jackson esperó a que ella siguiera hablando, pero Haley guardó silencio. El único sonido que se escuchaba provenía de un pajarillo que chapoteaba en la fuente. Con el calor del verano, a pesar de que los días se iban deslizando poco a poco hasta el otoño, el jardín estaba frondoso, con ramas en diferentes tonos de verde, cuyos ricos tonos contrastaban con las sombras que el atardecer iba creando.

–Luz y sombra –comentó Jackson–. A veces, una fuente de belleza.

–Es el claroscuro –dijo ella, al tiempo que asentía con la cabeza–. Chiaroscuro en italiano.

–¿Hablas ese idioma?

–¿Italiano? Sí, un poco. Al menos reconozco algunas palabras. Viví en Italia, aunque poco tiempo, muy poco, cuando era una niña.

–¿Fue uno de los destinos de tu padre? –quiso saber Jackson, que sabía que su padre había formado parte del cuerpo diplomático.

–En realidad, fue el lugar en el que eligió vivir mi madre cuando mi padre fue asignado a la embajada de un país al que ella no podía ir. Yo era demasiado joven para entender por qué.

–¿Ocurría eso con frecuencia?

–No, al menos en lo que se refería a mi madre. Eran más frecuentes las veces en las que mis padres creían que un destino en concreto no era adecuado para mi hermano o para mí.

–¿Tu hermano? –preguntó Jackson, muy sorprendido. Nadie, ni siquiera Lincoln, le había comentado que Haley tuviera un hermano.

–Sammy –dijo ella, con una mezcla de sentimiento que Jackson no pudo comprender del todo–. Como ahora ya es mayor, solo su familia lo sigue llamando Sammy, aunque solo en ocasiones. Para el resto del mundo, es Samuel Ethan Garrett. O solo Ethan.

–¿Ethan Garrett? ¿El experto en incendios de pozos de petróleo?

–Entre otras cosas que explotan. Le encanta el peligro y el desafío. Cualquier desafío. En cualquier parte. Nosotros nos preocupamos y Sammy, no Ethan… Ethan goza.

–¿Dónde está ahora? –inquirió Jackson, tras dejar la copa de vino. Estaba demasiado centrado en Haley como para beber–. ¿Lo sabes?

–Va donde se le necesita, por el tiempo que se le necesita. Mis padres y yo solemos enterarnos de dónde ha estado, más que de dónde está o de dónde va a ir. Mi padre está ahora en el Pentágono y viven en Virginia. Yo vivía cerca de ellos antes de venir a Belle Terre.

–¿Y por qué decidiste venir aquí, Haley?

–Por varias razones –susurró ella, tras exhalar un suspiro–. Una era que quería trabajar con Lincoln. Debes de saber que es uno de los veterinarios más brillantes.

–Lo sé. ¿Cuáles eran las otras razones?

–Quería tener un hogar, un verdadero hogar en una zona tranquila. De todos los lugares en los que había vivido, Belle Terre era mi favorito.

Aquello sorprendió a Jackson. No recordaba que Haley hubiera vivido allí con anterioridad. Seguramente, sus vidas se habrían cruzado en algún momento, en el instituto, en las ocasiones sociales… Sin embargo, estaba seguro de una cosa. Haley era una chica que no podría haber olvidado fácilmente.

–¡Dios santo! –exclamó ella, de repente–. Fuiste tú el que vino a hablar conmigo y no he parado desde que llegaste. Voy a ver cómo va la cena –añadió, poniéndose de pie–. Tómate otra copa de vino y, cuando regrese, te toca a ti.

Jackson se puso también de pie y tomó su copa. Sentía que aquel había sido casi un modo de escapar para Haley, como si no quisiera hablar de aquel tema. Atónito, observó cómo se movía. Una larga falda se le ceñía a sus estrechas caderas, para adonarse con un dobladillo justo por encima de los tobillos. Llevaba una blusa ajustada, que destacaba sus hermosos senos. Hombros y brazos estaban al descubierto, pero no se venían los hematomas del golpe.

Ni las cicatrices.

Las cicatrices estaban en un lugar más íntimo y, por ello, resultaban más crueles. Jackson recordó el horror de cada una de ellas como si pudiera verlas en aquellos instantes. Eran cinco círculos lívidos, colocados como si hubieran sido los pétalos de una obscena flor, por debajo de la cadera izquierda. Casi no habían resultado visibles por encima del elástico de las braguitas que llevaba puestas la noche en la que había ido a atender a Dancer. Sin embargo, Jackson no había podido olvidarlas.

Cinco cicatrices. Evidentemente, eran quemaduras de cigarrillo, que constituían un sacrilegio contra aquella piel tan blanca. De cualquier piel.

Sabía sin duda alguna que no habían sido causadas por ningún accidente. Jackson se preguntó si serían una de las razones que la habían llevado a Belle Terre. Una marca, realizada por un hombre cruel y sádico…

Jackson oyó que se partía el tallo de la copa de vino entre sus dedos. Sintió cómo un trozo de cristal se le clavaba en la piel antes de la sangre, aunque no era nada grave.

–¿Jackson? –preguntó Haley, apareciendo de pronto en la cocina–. ¿Qué ha sido eso?

–Es que soy muy torpe y te he roto la copa. Tengo algunas de la misma clase en River Trace, así que te traeré una para reemplazarla.

–¿Estás herido? –quiso saber ella, acercándose a él rápidamente y tomándole la mano entre las suyas–. Lo siento. Esa copa era muy antigua y demasiado frágil como para utilizarla, pero era tan bonita… Ahora, mira lo que he conseguido.

Haley lo miró de un modo que le detuvo el corazón. Jackson pudo ver en aquella mirada la compasión que sentía por todas las criaturas heridas. En aquel momento, supo que si el hombre que la había marcado de aquel modo volvía a tocarla, no dudaría en matarlo. Todavía no sabía quién había sido aquel hombre, pero lo sabría.

–No es nada, Duquesa. He tenido heridas peores.

Duquesa. El nombre que había empezado a utilizar como un insulto se había convertido en apodo cariñoso hacia ella. De repente, Jackson sintió que debía marcharse. Ir a casa de Haley había sido un error. Resultaría imposible una tregua entre ellos.

–Tengo que irme. He interrumpido tu velada –susurró, antes de retroceder precipitadamente hacia la puerta. Allí, Haley lo detuvo.

–Has venido a hablar, Jackson. Hazlo antes de marcharte.

–No es nada. Solo quería disculparme…

–En ese caso, gracias.

–¿Eso es todo? –preguntó él, incrédulo, sin poder creer que con aquello le bastara–. ¿Eso es todo lo que quieres de mí? ¿Todo lo que esperas?

–¿Y qué derecho tengo a esperar más, Jackson? Gran parte de lo que sentimos está basado en el instinto, no en el pensamiento consciente. No está completamente en nuestro poder decidir por qué persona sentiremos aprecio y por cuál desprecio. Dado que los dos vivimos aquí y que, evidentemente, nuestros caminos seguirán cruzándose, había esperado que si alguna vez llegabas a conocerme un poco, tal vez me apreciarías más. Si eso fracasaba, esperaba al menos ganarme tu respeto por mi trabajo, aunque no fuera por mí misma. Que tu estés aquí ahora, esforzándote, debe de ser muy difícil para ti, por lo que tengo la esperanza de haber tenido éxito al menos en el último punto. Me hubiera gustado conseguir más –añadió, con una sonrisa resignada–, pero, a pesar de todo, estoy agradecida por esto. Por el día de hoy.

–¡Agradecida! –exclamó Jackson. Había temido ver odio en los ojos de Haley. Le habría resultado más fácil si hubiera sido así. ¿Cómo podía resistirse uno a la amabilidad y a la compasión? ¿Cómo se podría resistir a Haley?–. Mi actitud tiene menos que ver contigo que conmigo. Fue solo que… ¡Ah, maldita sea, Duquesa! Ni siquiera estoy seguro de comprenderlo yo mismo.

Jackson abrió la puerta. Le pareció que, la copa que había dejado hecha añicos sobre la mesa no estaba tan destrozada como la propia Haley.

Había ido a ofrecerle la paz y ella lo había llevado un paso más allá. ¿Por qué? ¿Por qué no lo había tratado como si fuera un imbécil? ¿Qué había visto en él que se merecía la más mínima ternura? Haley no era ni una estúpida ni una mujer débil. Lo que le había ofrecido provenía del corazón…

¿Por qué una mujer que tenía tanto que ofrecer al hombre adecuado iba a molestarse por alguien que se había comportado con ella como un canalla?

Haley no hizo preguntas. Como tenía bastantes secretos propios, respetaría los de Jackson. Sin embargo, él no podía marcharse sin darle una explicación, aunque no fuera completa.

–Haley… Solo quiero que comprendas que soy yo… yo soy el culpable de cada insulto, de cada frase que te he dicho. Yo, y no tú. Te lo juro. Te respeto a ti y a tu trabajo. Nunca he conocido a una mujer que tenga tu valor y tu compasión. Y dudo que la conozca en el futuro.

Haley no sonrió, pero Jackson vio que le habían gustado sus palabras. Al ver su dulce mirada, Jackson quiso tomarla entre sus brazos, acariciarla y despertar en ella le necesidad de un placer diferente y más intenso. Por su parte, él quería que unas dulces manos la tocaran, anhelaba sus besos…

Deseaba a Haley Garrett. Lo entendió en aquel mismo momento. Sin embargo, sabía que no podía tenerla porque no podía estar seguro de que volviera a hacerle daño. Además, al recordar aquellas cinco cicatrices, supo que ya había sufrido demasiado.

Por los pecados de otro hombre y por los suyos propios, nunca sabría lo que era hacerle el amor a la única mujer que había conseguido derrotar sus defensas y acariciarle el corazón.

No la amaba. Todavía no. El amor necesitaba cariño y contacto. No obstante, le dolía mucho dejarla, pero sabía que debía hacerlo antes de cometer una equivocación peor de la que había hecho entonces.

–Te debo mucho más de lo que podré decir nunca –susurró–, pero no podemos ser amigos. Estoy segura de que lo sabes, Duquesa.

Haley permaneció inmóvil. Entonces, Jackson vio como una luz se apagaba en sus ojos y cómo erguía un poco la cabeza, solo lo suficiente para encontrar su orgullo, su valentía.

–No, Jackson, no lo sé. Ni lo comprendo, pero lo intentaré. No te evitaré ni huiré de ti –añadió–, pero haré todo lo posible porque nuestros caminos jamás vuelvan a cruzarse.

–Si tienes problemas… si me necesitas para algo –dijo Jackson, sin poder evitarlo–, solo tienes que silbar –añadió, tratando de esbozar una sonrisa–, y vendré enseguida. En cualquiera momento. En cualquier lugar.

–Gracias, pero yo nunca podría pedirte ayuda, Jackson. Ya has hecho más que suficiente.

Él trató de encontrar ironía en aquellas palabras, pero no pudo encontrarla. Había querido decir exactamente lo que había dicho. Confuso, Jackson se dio la vuelta para marcharse, pero, una vez más, le resultó imposible.

–Lo siento, Duquesa. Ojalá pudiera ser diferente…

–Yo también, Jackson…

Rápidamente, salió de la casa. Ya había anochecido, pero Jackson no veía nada. Solo sentía un vacío más profundo y más oscuro en su interior que cualquier noche. De nuevo, la había hecho daño intencionadamente, cuando había ido para hacer las paces con ella.

Como iba con la cabeza baja, no se dio cuenta de que no estaba solo hasta que unas manos lo agarraron por los hombros.

–¡Vaya, Jackson! ¿Dónde está el fuego?

–Yancey… ¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó, a pesar de que sabía bien la respuesta.

–Lo mismo que tú, supongo. Vengo a visitar a la mujer más hermosa de Belle Terre. Bueno, teniendo en cuenta a tus cuñadas, tal vez debería decir a la mujer soltera más hermosa de Belle Terre. ¿Qué es lo que te pasa?

–No seas ridículo. A mí no me pasa nada.

–Tal vez no –replicó Yancey, estudiándole atentamente el rostro–, pero pareces estar contrariado. No te habrás estado peleando con Haley, ¿verdad? –añadió, dejando caer las manos que había colocado sobre los hombros de Jackson.

–Claro que no.

–Si estoy en lo cierto, vuestra relación no ha sido exactamente amistosa hasta ahora. Me gustaría que me dijeras por qué has venido a verla en primer lugar y, en segundo, por qué te marchas de aquí como alma que lleva el diablo.

–No me marcho de ninguna manera –le espetó Jackson–. Y para que te entre en tu dura mollera, Yancey Hamilton, te repito que, aunque no nos hemos mostrado muy amigables hasta ahora, no nos hemos estado peleando. No es asunto tuyo, pero he venido a darle las gracias a Haley y a hacer las paces con ella.

–Hmm… Si esto es hacer las paces, ¿quieres decirme por qué me parece más bien una pelea de enamorados?

–No se trata de nada de eso –replicó Jackson.

–A mí no me puedes engañar.

–¡Maldita sea, Yancey! Haley me hizo un favor. Yo me comporté como un estúpido. He venido a disculparme. Eso es todo.

–Mmm

–Deja de decir eso. Anda, vete a cenar antes de que se te enfríe –bromeó, señalando la casa.

–Eso no me preocupa, Jackson –dijo Yancey, con una sonrisa en los labios–. Ni en lo más mínimo. Haley es estupenda para calentar las cosas…

–¿Que ella qué?

–He dicho que Haley es estupenda para…

–No importa –dijo Jackson, interrumpiéndole–. Te he oído.

–Entonces, si ya te marchas, te deseo buenas noches.

–Sí, buenas noches.

Yancey siguió avanzando por el sendero hacia Haley, que le esperaba en el porche de la casa.

–¿Yancey? –dijo Jackson, sin poder evitarlo.

–¿Sí? –respondió él, acercándose de nuevo al primero.

–No sé lo que hay entre vosotros y no es asunto mío, pero no le hagas daño. Ya ha sufrido bastante.

–Lo sé –replicó Yancey–. Lo último que haría sería hacerle daño a Haley.

Jackson se quedó inmóvil, durante un momento, preguntándose qué era lo que sabría el seductor de Belle Terre. Al ver que Yancey no decía nada más, Jackson se sintió como un estúpido al estar allí parado, entre dos amigos, tal vez dos amantes, y se marchó.

Yancey lo observó durante un segundo más y luego se acercó rápidamente al porche.

–¿Tienes noticias de Ethan, Yancey? –le preguntó Haley.

–Sí, cielo. Y me temo que no son buenas…

Desde la verja del jardín, Jackson se dio la vuelta y miró hacia el porche. Allí, vio cómo Yancey tomaba a Haley entre sus brazos. Los observó mientras lo pudo soportar. Entonces, tristemente, salió del jardín, cerró la verja y se marchó.