Capítulo Seis

 

Por la posición del sol, Haley dedujo que el paseo con Jesse se había prolongado más de lo que había esperado. Sin embargo, hacía semanas desde la última vez que había montado a caballo, por lo que las horas habían pasado volando.

Había parecido que Jesse no tenía mucho que hacer, porque le había llevado a recorrer todos los pastos y las tierras de River Trace. Por el camino, se habían ido deteniendo para hablar con los hombres que estaban a cargo de los caballos y los que había de guardia.

Al lado de un arroyo, habían compartido el desayuno. Haley se había preguntado si alguna vez la mantequilla de cacahuete y la mermelada de fresa le habían parecido tan deliciosas. Después de comer, Jesse le había mostrado el lugar en que se unían las cuatro fincas que estaban en manos de la familia Cade.

–Todo esto es de uno u otro de los Cade. Ninguna de ellas pertenece al hijo más pequeño, pero no creo que eso importe, ya que, tarde o temprano, Jefferson regresará a Arizona.

Haley recordó algo de lo que Lincoln le había dicho mientras eran compañeros en la Facultad de Veterinaria y luego, cuando había decidido darle la espalda a los fracasos de su vida en Virginia para volver a empezar en Belle Terre.

Son embargo, de los dos, fue Jesse el que resultó más hablador. Mientras cabalgaban de regreso al rancho, le contó que él había ido a aquella zona solo porque Jefferson se lo había pedido. Al final, había decidido quedarse porque los Cade se habían convertido en su familia.

–Resulta extraño cómo todos son diferentes, pero se parecen mucho. Solo con mirarlos, un desconocido nunca diría que los Cade son hermanos. Sin embargo, tras pasar con ellos un rato, solo un estúpido no se daría cuenta. Las diferencias que hay entre ellos vienen de que son hijos de madres diferentes y tal vez las similitudes se deben a que ninguna de las madres se quedó con ellos. La de Adams murió por trabajar demasiado, la de Lincoln se cayó. La de Jackson y la de Jefferson se marcharon. Eso no pareció molestarle mucho a Jefferson, pero a Jackson… Hay algo que lo corroe por dentro.

–¿Y nunca habla de ello? –preguntó Haley, mientras se bajaba de la yegua.

–No. Y si quieres mantener la cabeza sobre los hombros, es mejor que no le preguntes.

–¿Tú…? No importa.

–¿Por qué no vas ahora a la casa a guardar la ropa de Merrie? Yo me encargaré de la yegua. Se está haciendo tarde… Había creído que tal vez tendrías una cita. Tal vez con Daniel… O Yancey. Si no recuerdo mal, al doctor Cooper le gustas bastante.

–Tengo la tarde libre, Jesse. No tengo nada mejor que hacer que ocuparme de Sugar –dijo la joven, que ya había empezado a desabrocharle la cincha al animal.

–¡Shh, muchacha! –exclamó Jesse, mientras le quitaba la silla de las manos–. No digas eso, al menos, no cuando haya alguien cerca que te pueda escuchar. Claro que tienes una cita. Una cita muy importante.

Haley se dio cuenta de lo que quería decirle y asintió.

–¡Es verdad! ¡Claro que tengo una cita! Lincoln me ha dicho que Brownie ha tenido una nueva camada de perros. Prometí pasarme a verlos.

–Entonces, no podría haber mejor día que hoy. Es mejor que entres corriendo en la casa. No creo que haya nadie allí a estas horas. La habitación de Merrie es la que sale de la cocina. Acuérdate de darle recuerdos de mi parte al joven Cade y a la familia Brownie y sus cachorros.

–Jesse –susurró Haley, antes de marcharse–. Eres un genio… –añadió, plantándole un beso en la mejilla.

–Ya lo sabía –comentó el vaquero, tocándose la mejilla.

 

 

La casa estaba tranquila. Como Jesse le había sugerido, Haley entró en la cocina. La habitación era funcional, pero todos los utensilios estaban viejos y amarilleaban. Evidentemente, los planes de renovación de Jackson no habían afectado a la casa.

Tras dejar la bolsa encima de la mesa, tomó unos platos que había encima de la mesa, los fregó, los enjuagó y los puso a secar. A parte de eso, todo estaba muy ordenado. Demasiado tarde, se dio cuenta de que seguramente no le habría gustado que una mujer merodeara en su vida. El toque femenino era lo último que parecía querer en sus cosas.

Recogió la bolsa y se dirigió a la puerta que conducía a la habitación de Merrie. Como la cocina, la habitación era muy vieja y hubiera resultado muy poco atractiva a no ser por los toques personales que la joven estudiante había ido añadiendo. Como no había armario, no quiso revolver en los cajones de la cómoda. Se limitó a dejar las dos prendas sobre la almohada de la cama, que era muy pequeña.

Cuando se incorporó, una fotografía le llamó la atención. Por supuesto, era de un hermoso caballo que estaba flanqueado por la mujer más exquisita que había visto nunca y un hombre muy guapo. El hombre era Jackson y dedujo que la mujer sería Merrie Alexandre. Jackson estaba sonriendo. A ella, nunca la había sonreído…

De repente, un fuerte temor a lo desconocido se apoderó de ella cuando sintió unas fuertes manos sobre los hombros. Ahogó un grito al tiempo que recuerdos del pasado le empezaron a acudir a la memoria. Sin poder evitarlo, la fotografía se le cayó al suelo y el cristal se hizo añicos.

–¡No! No te preocupes –le dijo una voz ronca–. No tengas miedo –añadió. Sin embargo, Haley estaba demasiado desesperada por escapar como para escuchar algo o comprender–. Escucha, Duquesa, escucha… Lo siento. No lo sabía… No quería…

Como ella seguía fuera de sí y el pánico no parecía ceder, Jackson la tomó entre sus brazos. Poco a poco, con paciencia, consiguió que se fuera tranquilizando.

Mientras le acariciaba el cabello, le susurraba:

–No pasa nada. Soy yo, Jackson… No quería asustarte…

Aquello era casi una mentira. En realidad, había querido sobresaltarla y sorprenderla. Sin embargo, nunca habría esperado una reacción tan visceral como aquella. Haley no era una mujer temerosa o nerviosa. Sabía que aquello se debía a algo más, a algo peor… Era una reacción instintiva…

Recordó las cinco cicatrices blancas. Aquella flor obscena, una marca bárbara de innombrable crueldad…

–Que Dios me perdone –musitó–. Lo siento.

De repente, ella apoyó el rostro sobre su pecho. Con el ligero movimiento, acarició suavemente los labios de Jackson. No obstante, él no quedaba satisfecho con las palabras que pronunciaba. Quería encontrar más, para así poder calmar el dolor que le había atravesado hasta su propio corazón.

–Mi pobre y valiente Duquesa, lo siento…

Haley no hablaba ni parecía reconocerlo. Sin embargo, lentamente, se agarró a la cintura de Jackson. Después, deslizó las manos por debajo de la camisa, que llevaba abierta, y le acarició la espalda, todavía húmeda por el agua de la ducha. De repente, se aferró a él como si estuviera aterrorizada.

Entonces, se echó a temblar. El origen de aquella reacción estaba arraigado profundamente en su ser y no tenía nada que ver con Jackson, aunque él hubiera actuado como catalizador. Solo por eso, se maldijo y decidió que no la abandonaría hasta que pudiera darle todo lo que ella pudiera necesitar, aunque ello significara tenerla entre sus brazos toda la noche.

Con mucho cuidado de no pisar el cristal, la llevó hasta la cama. Tras sentarse con ella, la estrechó aún más fuerte entre sus brazos, murmurando lamentaciones.

Perdió toda sensación de tiempo. Para Jackson, solo importaba Haley, que temblaba contra su cuerpo, aferrándose a él. Como era muy consciente del efecto que le estaba produciendo el roce de los senos femeninos contra su tórax desnudo, trató por todos los medios de controlar sus reacciones.

La escasa luz de la tarde iluminaba su cabello. El juego de luces y sombras sobre la trenza creaba un efecto óptico en el que el pelo parecían hilos de oro.

Rubio platino. Nunca había creído que aquel color de cabello pudiera ser posible hasta que conoció a Haley. Ni tampoco había imaginado nunca que podría tener los sentimientos que albergaba en aquellos instantes. A medida que sus temblores se fueron relajando y que la joven se fue tranquilizando, se acurrucó sobre él como un gatito perdido, que busca una mano que lo acaricie.

No quería recordar el pasado, ni las viejas promesas en aquellos momentos. Lo único que quería era deshacerle la trenza, desenredarle el cabello con los dedos y sentir aquella seda sobre las palmas de sus manos. Quería aplacar el demonio que él había despertado y hacer que durmiera para siempre. Quería abrazarla como lo estaba haciendo en aquellos momentos. Quería besarla y suplicarle que lo perdonara…

En aquella pequeña y vieja habitación, quería hacerle el amor, olvidándose de los viejos odios y prejuicios que habían coloreado su joven vida y le habían convertido en lo que era. Luchó contra un irremediable deseo de enterrarse en ella, de convertirse en parte de su cuerpo, de dejar que la suavidad de Haley le aplacara a él también sus demonios….

Quería tantas cosas que no podía tener, algo que él había hecho imposible. Quería tener la amistad y el amor sin reservas de Haley.

Contra su voluntad, estaba soñando sueños imposibles, pero, fuera como fuera, no estaba dispuesto a dejarla escapar.

–Jackson –murmuró ella, como si estuviera sorprendida de verlo. De repente, se dio cuenta de dónde estaba y de lo que había ocurrido–. ¡Oh, Dios mío! Debes de creer que soy una estúpida y una descarada.

Entonces, trató de apartarse, aunque él se lo impidió y la estrechó con fuerza contra su tórax desnudo.

–¿Por qué iba yo a creer que eres una descarada, Haley?

–¿Que por qué? Por entrar en tu casa, por irrumpir en la habitación de Merrie sin tener permiso, por romper un recuerdo especial…

Al ver que Jackson no decía nada, Haley trató de explicarse.

–Llamé a la puerta, pero, al ver que nadie respondía, di por sentado, como Jesse me había sugerido, que no había nadie en la casa a estas horas. Pensé que no haría ningún mal si entraba y…

–Dejabas las ropas de Merrie –dijo Jackson, terminando la frase por ella–. No te oí llamar, Haley. Acababa de salir de la ducha cuando oí un ruido. Me pareció que era el crujido de uno de los tablones de madera del suelo. Sé que Merrie está realizando un proyecto y que no va a venir esta semana, así que, como sabía que no sería ella y, dados los últimos acontecimientos, vine a investigar.

–Y me encontraste a mí, la última persona que querías en esta casa. Una intrusa de la peor calaña. Siento haber reaccionado como lo hice. Siento haber pensado…

Casi sin darse cuenta, Haley se agarró con fuerza a él, clávandole las uñas en el pecho, lo que provocó en Jackson una oleada de deseo y necesidad. Sabía que debía soltarla, pero no podía. Todavía no. No hasta que lo supiera todo.

–¿Qué fue lo que pensaste, Duquesa?

–En realidad, estaba reaccionando, no pensando –susurró ella.

Reaccionando por miedo. No, algo peor que el miedo. De eso Jackson estaba seguro porque lo había sentido en su propio cuerpo. ¿Miedo de qué? ¿De quién? Seguramente eran recuerdos del pasado, del despreciable monstruo que la había marcado de aquella manera. Era imposible que Haley tuviera miedo de Jackson, ¿o no?

Aquel pensamiento se clavó dentro de él. El hecho de que ella pudiera pensar ni siquiera que podría hacerle daño… Una profunda vergüenza se apoderó de él. Se sentía a punto de llorar y solo consiguió impedirlo parpadeando repetidamente.

Tenía miedo de preguntar, de oír la respuesta que Haley pudiera darle. Sin embargo, tenía que saberlo. Lentamente, enmarcó su rostro entre sus manos y se lo levantó poco a poco.

–¿Tienes miedo de mí, Haley? –le preguntó, mirándola intensamente a los ojos–. ¿He sido yo el que ha provocado esa reacción?

–¿Y qué podrías haberme hecho tú a mí, Jackson? ¿Qué te hace pensar que podrías afectarme de ese modo?

–Esto, el hecho de que estamos sentados aquí, en esta pequeña y oscura habitación y te enfrentaste a mí –musitó.

Lentamente, mientras le agarraba suavemente por la muñeca para asegurarse de que ella no huía, se tocó la mejilla. Sintió una serie de arañazos, provocados por el rápido movimiento de las uñas de Haley. No sangraba, pero por sí solos aquellos arañazos constituirían un triste recuerdo de aquel día.

–No me había dado cuenta –susurró Haley–. Lo siento…

–¿Qué era lo que no sabías, Haley? ¿Era tal vez quién era exactamente el hombre que te había agarrado? O peor aún, ¿no estabas segura de que lo que esa persona, fuera quien fuera, podría hacerte?

–No –protestó ella. Sin embargo, en sus ojos se reflejó una expresión que indicaba que se trataba de una mentira desesperada.

–En aquel instante –insistió Jackson–, ¿te olvidaste de dónde estabas? ¿Te olvidaste que solo podría ser el imbécil arrogante que vive en River Trace y no el monstruo que parece acechar tu pasado?

–¿Monstruo? –preguntó ella, apartándose inmediatamente de él. Se habría soltado si Jackson no hubiera reaccionado a tiempo–. Ahora te estás imaginando cosas.

–¿Tú crees, Duquesa? ¿Me estoy imaginando las marcas que me ha dejado una mujer, la desesperación que se apoderó de ella y que la convirtió en una guerrera?

–No hay monstruos, ni aquí ni en mi pasado. Ni soy una guerrera. Simplemente me asustaste.

–Por si no te has dado cuenta, esto ha ido mucho más allá de estar asustada.

–Reaccioné exageradamente. No he dormido bien últimamente. Además, estoy en territorio enemigo y me siento muy nerviosa.

–¿Territorio enemigo? ¿Y, a pesar de todo, viniste aquí?

–No ha sido una de mis mejores decisiones. La próxima vez, le enviaré las ropas de Merrie a Eden o encontraré otro modo de devolvérselas.

–¿La próxima vez? Entonces sabes que habrá una próxima vez –dijo Jackson, mientras le acariciaba suavemente el cabello.

–Ha sido un modo de hablar –replicó Haley. Quería apartarse, distanciarse de Jackson, pero no podía hacerlo, como tampoco podía dejar de mirar al hombre que había amado durante más tiempo de la mitad de su vida–. Desde hoy, tengo la intención de mantener mi promesa.

–¿En ocuparte de que nuestros caminos no se cruzan más de lo debido?

–Sí. Nunca más de lo debido.

–Y cuándo lo hagan, ¿qué haremos? –le espetó él, sin soltarla.

–Nos comportaremos civilizadamente.

–¿Civilizadamente?

–Claro.

–¿Te parece que esto es civilizado? –preguntó Jackson. Estaba tan cerca que los labios de Haley casi rozaban los suyos. Entonces, le abrió la mano y se la colocó contra la piel desnuda de su pecho–. ¿Es civilizado lo que siento cuando me tocas? ¿Podemos ser civilizados cuando no podemos ser amigos con esto que hay entre nosotros?

–No.

Haley protestó, no por sus palabras, sino por el modo en que estaba acercándose a ella. Iba a besarla…

–¿No? –replicó él, como si no hubiera entendido–. ¿Significa eso que no podemos ser civilizados o que no…?

–Significa que no hay nada entre nosotros –dijo ella, tratando de aferrarse al último retazo de autocontrol.

–¿No? Déjame que te lo demuestre, pequeña guerrera…

La estrechó entre sus brazos. Las puntas de sus pechos rozaban el tórax desnudo de Jackson… Ya no había espacio entre ellos. El cuerpo de Haley pareció cobrar vida propia, a pesar de que la mente le decía que estaba equivocado. En un último esfuerzo por aferrarse a la cordura, echó la cabeza atrás para tratar de rechazarlo y le dio la oportunidad que Jackson había estado buscando. Lo último que ella vio fueron unos ojos azules que ardían, como iluminados con un fuego verdoso…

Lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, le acarició suavemente la mejilla, en dulce preludio al beso. Cuando los labios de Jackson tocaron los de ella, no quedaba ya rastro del hombre furioso que había sido. Aquel no fue el beso del muchacho que Haley había imaginado, sino el beso de un hombre maduro. El de un hombre que deseaba a una mujer.

Jackson la deseaba, tanto si sentía simpatía o antipatía por ella, tanto si la respetaba o la despreciaba. Como le había advertido, no había nada de civilizado en su necesidad. Cuando, presa del miedo, trató de apartar la boca de la de él, Jackson la inmovilizó, agarrándola con fuerza de la trenza.

Al sentir cómo le acariciaba con la lengua, Haley se olvidó de sus protestas, de sus miedos, de que horas antes había creído que Jackson no quería nada que ver con ella. Principalmente, se olvidó del juego que Jesse le había propuesto y se perdió en sus caricias, tocándole ávidamente los músculos del pecho y de los brazos, preguntándose cómo tanta fuerza podía estar contenida en tan dulce prisión.

Haley estaba segura de no querer escapar de aquella cárcel y se aferró a él, acariciándole la nuca, el cabello, haciendo así que el beso se hiciera más íntimo, más profundo, más apasionado.

Le temblaban las piernas. Si no hubieran estado medio sentados, se habría caído al suelo. Desgraciadamente, aquella cama no estaba diseñada para los amantes, pero era una cama al fin y al cabo. Aquella idea hizo que le empezara a temblar el cuerpo con una especie de tormento que solo Jackson podría aliviar.

Él pareció sentir su necesidad. Entonces, sus besos se hicieron más dulces. Sus brazos dejaron de ser una prisión para convertirse en un paraíso. Le tocaba la cara, el cabello… Se apartó de ella, pero solo lo suficiente como para poder soltarle la goma que le sujetaba la trenza. Mientras le besaba deliciosamente la columna de la garganta, le fue deshaciendo la trenza y peinándole el cabello con los dedos.

–Es como la luz del sol –susurró–. Siempre pensé que tu cabello había atrapado al sol…

Haley rio. Aquel sonido estimuló aún más a Jackson, que empezó a acariciarle caderas, muslos, rodillas… Por fin, la sentó sobre su regazo.

Haley era luz y sombras. Sus caricias estaban llenas de dulces promesas, promesas que él aceptaría sin preocuparse del mañana. Con las yemas de los dedos casi sobre los senos, Jackson hundió la cara en el cabello de ella y, en un gesto muy caballeroso, buscó el consentimiento de la muchacha.

–Duquesa, dulce duquesa, necesito…

Entonces, se oyó un portazo que provenía de la cocina. Aquel sonido destruyó la intimidad que había entre ellos, máxime cuando se oyeron unos pasos que avanzaban en aquella dirección. Rápidamente, Haley se puso de pie.

–¿Haley? –preguntó Jesse, muy cerca, mientras ella trataba de recogerse de nuevo el cabello.

Demasiado tarde, Jesse apareció en la puerta y los miró con curiosidad.

–Pensé que ya te habrías marchado para acudir a tu cita –dijo el hombre–. Entonces, vi tu furgoneta.

–Cuando llamé, no me respondió nadie –susurró ella, a modo de explicación–. Por eso, como tú me sugeriste, entré. Solo estaba guardando las ropas de Merrie.

–Entonces, yo la asusté –añadió Jackson, al tiempo que se ponía de pie al lado de ella.

–Tú la asustaste –repitió Jesse, mientras los miraba muy detenidamente.

–Sí. Me estaba duchando y no la oí llamar. Más tarde, escuché un ruido que provenía de este cuarto y vine para ver de qué se trataba. Haley no esperaba encontrar a nadie.

–Hace un buen rato que la doctora entró en la casa. Te ha llevado bastante tiempo investigar, ¿no? –dijo el viejo vaquero, muy seriamente.

–Rompí el cristal de un marco –susurró Haley–. Estaba a punto de recogerlo.

–Con la ayuda de Jackson, por supuesto.

–Estábamos decidiendo cómo ocuparnos del asunto cuando tú entraste –dijo Jackson, sin esperanza de engañar a Jesse.

–Entiendo. Entonces, ¿por qué no te ocupas de ello ahora mismo y dejas que se marche ya Haley? Va a llegar tarde a su cita.

–Claro –afirmó Jackson.

–Sí, si no te importa, creo que voy a marcharme –musitó Haley, muy pálida–. No debería haber entrado aquí. Todo el día de hoy ha sido un completo error. No debería haber venido a River Trace. Siento todo lo que he dicho, siento haber roto el marco… y siento todo lo que he hecho.

Rápidamente, se dio la vuelta y se marchó de la habitación. Jesse salió tras ella y la detuvo.

–Ya te llamaré, jovencita –dijo Jesse–. Tenemos algo de lo que hablar.

–No, Jesse –replicó ella–. Ya no tenemos nada de que hablar. Estaba equivocada. No puedo hacer lo que habíamos planeado.

De repente, Jackson apareció tras ellos, mirándolos de un modo gélido, frío. Antes de que Jesse pudiera reaccionar, Haley se marchó corriendo.

–¿De qué estáis hablando?¿De qué estaba equivocada la Duquesa? ¿De qué plan habláis?

–No es nada –respondió Jesse, muy nervioso.

–¿Nada? Pues parece que ese nada te turba mucho, Jesse.

–No te preocupes. Bueno, voy por la escoba y recogedor para ayudarte a barrer esos cristales.

Cuando se quedó solo, Jackson escuchó el débil sonido de un motor que se alejaba y recordó un pánico inexplicable.

–Y ella, ¿estará bien? –se preguntó, mientras se agachaba para recoger el cristal–. Mientras esté tan asustada, ¿cómo va a poder estarlo?

–¿Estás hablando solo, Jackson? –le preguntó Jesse, cuando regresó.

–Sí, supongo que sí.

–Es una pena que la doctora tuviera una cita.

–¿Quieres dejar de hablar de esa maldita cita? –le espetó Jackson, furioso.

Jesse guardó silencio. Los dos hombres trabajaron en silencio, juntos, hasta que el viejo vaquero volvió a hablar.

–¿Cómo vas a explicar que tienes la cara como si te hubieras encontrado con un gato salvaje?

–¡Diré que me encontré con un gato salvaje! ¿Qué si no?

Jesse se echó a reír.

–Creo que eso debería ser suficiente, especialmente porque los gatos salvajes son más escasos por esta zona que los dientes de gallina.