Cuando aquel trágico día del proceso, oyó el veredicto que condenaba a su madre a muerte, por el crimen de parricidio, quedó como hebetado, gimió primero con un gemido sin palabras que corrió por la amplia sala como el enorme alarido de un mudo a quien se degüella, en la noche...;
y, recobrando luego el sentido y la palabra, se le vió ponerse de pie en la barra, y con los ojos feroces, las melenas hirsutas, tender los puños crispados a la gran sala gritando:
— Asesinos... asesinos...
los guardias lo sacaron no sin violencia, pero teniendo piedad de su dolor;
los magistrados misericordiosos no permitieron que se le aprisionara y lo dejaron en libertad;
y, quedó libre...
libre para llorar su dolor, para mirar frente a frente la enormidad de su infortunio;
comprendió que la vida es cruel, no permitiendo a ciertos dolores, matarnos de un solo golpe, como un rayo;
y, no pudiendo morir de su dolor, vivió en él;
y, anduvo en plena tragedia, como en una selva hostil, desgarrado y miserable;
la visión de la horca alzada en perspectiva y, el cuerpo de su madre pendiente de ella llenó todo su horizonte y, fué la tortura de sus días y la pesadilla de sus noches en medio de las cuales veía el cuerpo de su madre oscilando en el lúgubre andamiaje, y despertaba aterrado, y, caía de rodillas ante la dolorosa visión, tendiéndole las manos y gimiendo, como si fuese un niño solo en la noche:
— Mamá, mamá...
y, sin otros testigos que la sombra y el silencio se arrastraba, así de rodillas medio desnudo, por la estancia en desorden, gritando tras el fantasma de su madre que huía, arrastrando su mortaja, bajo el siniestro capuchón de los ajusticiados:
— Mamá, mamá...
hasta que caía extenuado sobre el suelo, y, el alba lo encontraba por tierra transido y miserable, como un harapo;
despertado por la luz violácea del amanecer recobraba la conciencia de la Vida y del Dolor, o mejor dicho de ese gran Dolor que era su Vida, y, se ponía con furor a la lucha, a la lucha de salvar a su madre del patíbulo;
como todo solitario se encontraba perdido en medio de los hombres;
no tenía amistades valiosas;
las muy pocas que tenía eran tan pobres y lan sin influencia que de nada podían servirle;
los obreros sus amigos, se ofrecieron a él, con el propósito de celebrar grandes mitines para conmover la opinión pública, y, obtener el Indulto;
se opuso a ello, temiendo comprometer aún más la suerte de su madre, entregándola al vaivén de los tumultos;
además, él, no tenía el alma revolucionaria, todo movimiento colectivo lo aterraba, porque ponía en fuga la ronda luminosa de sus sueños;
artista delicado y sensitivo, no tenía temperamento anárquico;
le repugnaban todas las formas de la Violencia, porque ellas rompían la armonía de las líneas en el rostro augusto de la Belleza, que era su Idolo;
el gran abogado que había sido el defensor de su madre, consternado de su derrota, esperaba neutralizarla obteniendo el Indulto, y, para eso le dió cartas de recomendación para grandes personajes, y, entidades influyentes;
anduvo de casa en casa, y de puerta en puerta, en una heroica mendicidad de Misericordia, para salvar la vida de su madre;
balló almas buenas que le prestaron todo su concurso y alentaron sus esperanzas;
algunos le indicaron la conveniencia de hacer una Petición de Indulto, firmada por personas influyentes para entregarla a los altos poderes que podían conceder la gracia;
muchos nobles, altos funcionarios y potentados de la Banca y el Comercio, habían filmado la petición, cuando alguien le indicó solicitar la firma del marqués de Almafría, decisiva por su influencia en las altas esferas oficiales.
Virgilio vaciló en hacerlo;
pero ¿qué sacrificio por grande que fuera, no lo haría él, para salvar la vida de su madre?...
además, los días, y, podría decirse que las horas, eran contadas, porque se aproximaba el cumplimiento del terrible fallo;
con la petición de Indulto ya firmada por varios, Virgilio Heredia, fué a ver al marqués de Almafría para obtener su firma;
no lo halló;
volvió;
fué mal recibido por el portero, que le ordenó alejarse;
resolvió esperar la salida del Marqués;
al acercarse al coche en que éste iba a montar, fué brutalmente rechazado por los lacayos y aprehendido por dos policías;
el marqués lo había hecho denunciar como que meditaba un atentado contra él;
y, aunque no le hallaron encima anua ninguna, fué encerrado en un calabozo, esperando ser interrogado;
y, las horas pasaban...
las horas en que pudiendo llegar la Petición de Indulto a su destino, podría salvar la vida de su madre...
como una bestia acorralada, tanteando en los muros de su prisión, sintió nacer dentro de Sí, otro Yo, que hasta entonces no conocía;
y, se abrazó a él, y, lloraron furiosamente.