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LA CASETA DEL PAYASO

Zabía que volveríaz arraztrándote a miz pataz.

No podría haber caído más bajo, pero Silvestre y su estúpido pin de la atracción eran lo único que me podía ayudar. Estábamos en un callejón como vulgares trapicheadores, él sostenía una máquina registradora y no dejaba de hablar:

Loz jóvenez zoiz todoz igualez, je, je, ziempre penzando en lo mizmo.

—¿Me das el pin, por favor?

Zí, zí. Ya zabez cuál ez el trato.

Pasé mi cristal por su máquina registradora y me entregó ese invento milagroso que daría luz verde (o no) a lo que había entre Mónica y yo.

Zi algún día quierez volver, tengo muchaz otraz cozaz interezantez. —Metió su pata en la riñonera y rebuscó—. Como laz cápzulaz explozi

Me fui sin dejarlo terminar. Me sacaba de quicio, el gato raro aquel…

Al cabo de un par de días o tres quedé con Moni en la fuente para hablar. No sabía muy bien qué excusa inventarme, pero tenía que ponerle el pin de una manera u otra. Nos saludamos sin saber muy bien qué decir.

—¿Ya te has aclarado? —me preguntó para ir al grano.

«Ahora lo sabremos», pensé yo. Enganché ese chisme en su ropa y le clavé mi mirada, pero no hizo ninguna luz. Ni verde, ni roja, ni ámbar… Enseguida se lo quitó y lo observó con curiosidad.

—¿Qué es?

Na-nada —tartamudeé yo.

¡Qué rabia de gato! ¿Me había vendido un trasto escacharrado? Pero no tuve tiempo de sacar conclusiones, ya que ella me lo puso a mí en menos de medio segundo. Me miró a los ojos y… ¡Fuuuum! El pin brilló con un tono verdoso tan potente que lo estaba recalentando.

—En serio, Exi, ¿qué es esto? —dijo medio cegata por el flash.

—Nada, y además está roto.

—Exi, en serio te lo digo, ¿de qué va esto?

¡Maldito Gato Riñonera y sus inventos fraudulentos! Lo más sensato habría sido confesar la verdad, pero no me salió eso, me salió irme de allí muerto de la vergüenza. Andaba tan ofuscado que, sin querer, me choqué con Nava. Ella iba cargada con una mochila llena hasta arriba. Me pasaron varias cosas por la cabeza, pero finalmente opté por pasar olímpicamente de ella y me fui al único lugar capaz de aliviar mis penas: la Sala Gamer. Me encerraría allí hasta terminar el semestre para que todo el mundo se olvidara de mi triste existencia.

Nava se quedó con la palabra en la boca. Quería contarme algo serio. Estaba dispuesta a comerse el orgullo para pedirme ayuda, pero lamentablemente no le dejé esa opción, tenía otras cosas en la cabeza. Si la hubiera dejado hablar, me habría dicho que su investigación había avanzado muchísimo y ya tenía un hilo del que tirar. Uno de los profesores, disfrazado de payaso, secuestraba a los alumnos y, fuera lo que fuese lo que les hacía, cuando volvían se comportaban como estudiantes de una escuela normal. Su plan maléfico era que la High Tech School se convirtiera en un instituto como cualquier otro, sin todo lo que, bajo nuestro punto de vista, lo hacía tan especial. Pero ¿por qué querría alguien eso? ¿Quién movía los hilos? Nava estaba muy cerca de descubrirlo, solo necesitaba la prueba definitiva.

Atando cabos, sus últimas investigaciones la condujeron hasta la caseta de los payasos del parque de atracciones. Ese debía de ser su cuartel general secreto. Como Eidan y Piero estaban ilocalizables y yo estaba de bajona, la pobre tuvo que ir sola a comprobar si tenía razón.

Nava se plantó allí y abrió su mochila. No había escatimado en recursos: sierras, martillos, sopletes, láseres, una bazuca… ¡Esta vez la puerta no se le iba a resistir! Pero al acercarse, vio que para su suerte (o mala suerte) ya estaba abierta. La empujó. Chirrió como un gato maullando. Para ir más ágil, escondió sus cosas entre unos arbustos. Solo se quedó con su cristal. Introdujo la cabeza por la rendija y comprobó que dentro estaba muy oscuro. Respiró hondo.

—Tú puedes, Nava, tú puedes —susurró para sí misma mientras daba el primer paso.

Por dentro, la caseta parecía tan abandonada como el resto del parque. Usó su cristal a modo de linterna y la inspeccionó de arriba abajo. Era demasiado pequeña para ser la guarida de un villano. Cualquier otra persona se habría ido decepcionada y habría desechado esa vía de investigación, pero Nava era muy tozuda y se olía que allí había algo. Tenía claro que debía haber algún pasadizo oculto por algún lado. Se puso a palpar cada centímetro del suelo, hasta que… ¡encontró una trampilla! ¡Quien la sigue la consigue! La abrió y, en el hueco, descubrió una escalera que bajaba en vertical hasta la más profunda de las oscuridades.

—Bueno, Nava, como hemos comentado antes, tú puedes.

Se armó de valor y puso el pie en el primer peldaño.

De saber todo lo que estaba a punto de vivir mi amiga, me habría ido corriendo hasta allí para acompañarla. Pero, en vez de eso, estaba jugando a la máquina de bailar en modo experto. En ese momento tenía la absurda certeza de que perder el récord fue lo que hizo que todo empezara a salirme mal. Si conseguía escribir mi nombre en el número uno, todo volvería a ser como debería ser. Volveríamos a ser amigos con Piero, Eidan y Nava, y Moni se uniría a nuestra fiesta y todo sería felicidad y comeríamos perdices clonadas o lo que fuera. Podría parecer una teoría pillada con pinzas, pero no tenía nada mejor de lo que agarrarme.

Aunque si analizaba a fondo la situación… Mientras yo casi hago explotar el pin de la atracción, a ella ni siquiera se le iluminó… ¿Significaba que no sentía nada por mí? ¿O que no funcionaba?

En esas estaba cuando, de repente, Moni entró en la Sala Gamer. ¡Ups! ¡Había descubierto mi escondite! Sin siquiera saludarme, se puso a jugar a mi lado.

—¿Echamos la revancha? —me propuso.

Nava, por su lado, llegó al final de la escalera. Avanzó iluminada con su cristal por un largo y estrecho pasillo hasta que entrevió una gran cueva. Se veía igual que el laboratorio de un científico pasado de vueltas. En un lateral había una mesa con un ordenador y un disfraz de payaso colgado en la silla. Al fondo pudo intuir una especie de tanques o bañeras a las que se habían conectado decenas de cables. Y en un lateral estaban todas las impresoras 3D que faltaban en el instituto. Demasiada información que procesar. Mi amiga tuvo que contar hasta tres para organizarse mentalmente y actuar. Activó el modo cámara de su dispositivo cristalino y empezó el show.

—Bienvenidos a Diarios de Investigación de Nava. He llegado hasta el cuartel general del payaso. Como podéis ver, mis sospechas eran ciertas, aquí hay algo muy turbio.

Caminó en dirección a las bañeras del final, ya que era lo que más le había llamado la atención.

—Creo que por fin llegaré al fondo de todo esto… Antes quiero agradecer el trabajo de… Pero… ¿Qué es esto?

Cuando vio el contenido de esos tanques le dio un vuelco el corazón. ¡Eran compañeros suyos! ¡Había un montón! Flotaban en un líquido denso y tenían una montaña de cables enchufados en la cabeza.

—¡Tori! —gritó mientras corría hacía ella.

Y el vídeo se cortó.

—Tengo que saber quién está detrás de esto, tengo que saberlo…

Nava, aun nerviosa, había retomado su grabación mientras inspeccionaba la mesa y el disfraz. Se hacía un vídeo selfi mientras examinaba todas las pruebas.

—Mirad. ¿Qué profesor podría caber aquí? ¿Tuercas? ¿Y este ordenador? Es más viejo que mis padres…

Pulsó el botón y el ordenador pareció activarse, pero la pantalla solo parpadeó.

—Vamos, dame material del bueno. Un nombre, un número, dame algo. ¡Enciéndete! —Le dio un golpe al monitor y de pronto apareció una lista—. ¡Son ellos!

Pero no tuvo tiempo de hacer una buena toma de esos nombres que habían aparecido en la pantalla, ya que un ruido la alertó.

El sonido de unos pasos que se acercaban por el pasillo por el que había entrado.

—¡La leche! ¡La leche! —Se puso a correr.

Sin mucho margen de maniobra, no tuvo mejor idea que meterse dentro de uno de esos recipientes para humanos. ¡Puaj!

—Vale, qué asco… —seguía hablándole a su cristal, ahora susurrando.

Y no solo eso, ¡había alguien más dentro de esa bañera! Pero Nava tuvo que cerrar el pico para seguir con vida. Un horrible ser disfrazado de payaso irrumpió en escena. Iba cargado con dos jóvenes a las espaldas. ¡Eran dos chicos del insti! Pudo contemplar lo que les hacía. Primero los depositó en una bañera. Luego les enchufó los cables y se fue hasta el ordenador. Pulsó unas cuantas teclas y las impresoras 3D empezaron a trabajar… Y… Nava no podía creer lo que estaba viendo: de los pies a la cabeza, aparecieron los dos alumnos. ¡Eran unas copias idénticas! ¡Incluso llevaban la misma ropa! Estaba tan impactada que emitió un suspiro demasiado ruidoso. El payaso lo oyó y se dirigió hacia allí. Vale, no le quedaba otra opción que sumergirse en el líquido denso y aguantar la respiración. Pero justo antes de hundir la cabeza, el ordenador emitió unos pitidos muy molestos. El payaso volvió hacia la mesa y golpeó el teclado con muy mala uva, y al instante los pitidos se dejaron de oír. Al ver que las copias estaban terminadas, se olvidó de todo y se las llevó a cuestas por donde había llegado. Nava seguía medio sumergida en ese tanque. Respiraba muy fuerte y estaba muy tensa, todo eso era un lío de proporciones increíbles.

Cuando pasó un tiempo prudencial, se puso de pie y pudo comprobar en la bañera de quién se había metido. Como he comentado, ¡ojalá hubiera estado allí! ¡Yo no sabía nada de eso! ¡Lo juro!

Por nuestro lado, Moni y yo justo acabábamos de terminar la última canción de nuestra guerra personal. Guerra que gané yo, por cierto. Sin cosquillas ni distracciones, la barrí del mapa. Y por fin había llegado el momento más esperado de mi vida: escribir mi nombre en la primera posición de los récords. Empecé por la E, después otra E, y otra E, y E, EEEEEEEEEEEE.

Mónica me dio tal beso en los labios que posiblemente se dobló el espacio-tiempo, ya que perdí por completo la noción de todo. Fue solo uno, pero largo, muy largo y mucho mejor de lo que me había imaginado.

Después nos miramos a los ojos unos instantes y se despidió de mí con una frase que no oí. Me quedé allí, sentado en la máquina de bailar y disfrutando de ese feliz estado de shock. No me lo esperaba y me lo esperaba. Contemplaba embobado la firma que dejé por accidente y lo que significaba en realidad esa fila de «E».

Estaba completamente en mi mundo, hasta que un portazo me distrajo. Era Nava, toda sucia y pringosa. Sin decir ni una palabra, se dirigió hacia mí, y me enseñó un vídeo que se reproducía en su cristal. Unas imágenes que no olvidaré jamás.