Nava consiguió ponerme a salvo y atrancó la puerta de la Sala Antigravedad con la mesa que usamos para acreditar al personal. ¿Qué demonios estaba pasando? Solo había una explicación posible:
—No quiero asustarte, Nava, pero creo que mi beso la ha convertido en zombi.
—Pero, pero… ¿qué dices?
—¡Que ha sido mi culpa!
—¡Qué va! No ha sido tu culpa, Exi. El payaso ha aparecido y tenía un control remoto.
—¿Cómo? ¿Un mando que los controla?
Me puse de pie y la ayudé a mantener la presión para que esas copias agresivas no abrieran la puerta. Pero, por los golpetazos que daban, no aguantaríamos mucho.
—¡Sí! ¡Un mando! ¡Y ahora son malditos zombis!
Justo en ese momento, ¡CRASH! Uno consiguió por fin romper el cristal que nos separaba. Doblamos esfuerzos para que esos bichos no salieran de allí. La cosa se podía ir de madre.
No muy lejos de nosotros, Piero y Eidan estaban terminando de desalojar la otra fiesta. Por suerte estaba suficientemente lejos para que nadie se enterara de la pequeña crisis de la sala VIP. Una vez asegurado el perímetro, mis dos amigos se unieron a Nava y a mí y les resumimos el giro inesperado que había tomado la situación.
—¿Y por dónde se ha ido? —preguntó Piero enseguida.
—¿Quién?
—El payaso, Nava, el payaso. —Piero no tenía la paciencia por las nubes.
—Ah, pues, por ahí. —Señaló a la derecha.
—Eidan…
Se miraron y su amigo activó los dos machetes láser. Piero recuperó la mochila de Nava del suelo y de dentro tomó una bazuca. ¡Estaban listos para la guerra!
—Nosotros nos encargamos de ese nariz roja y de su estúpido mando. Vosotros controlad a estos —nos mandó Piero—, iremos lo más rápido que podamos.
De pronto Eidan me dio uno de sus machetes.
—Ten, por si la cosa se pone fea —concluyó él.
—¿Qué estáis insinuando?
—Ya lo sabes, Exi, ya lo sabes. —Piero ahora se las daba de enteradillo.
—¿Y desde cuándo sois los jefes? —me reboté.
—¡Es que ser tan populares nos ha dado un subidón! —aportó Eidan.
—Y ya iba siendo hora de que hiciéramos una aportación importante, ¿no?
Las copias apretaban cada vez más fuerte. No aguantaríamos mucho más.
—No hay tiempo… Suerte, chicos.
Eidan y Piero se fueron por ese pasillo como dos depredadores en busca de su presa. Iban tan motivados que, si tuviera que apostar, diría que ese payaso tenía las horas contadas. Pero nosotros no íbamos tan enchufados y las imitaciones de zombi consiguieron superar nuestra barrera.
—¡Corre! —me ordenó Nava.
Fuimos todo lo rápido que pudimos hasta la otra fiesta y nos intentamos encerrar en ella. Los zombis nos pisaban los talones. Tratamos de cerrar, pero eran tantos que teníamos claro que la puerta cedería al poco rato. Lo mejor era esconderse y rezar para que Piero y Eidan se hicieran con el control remoto lo antes posible.
Ellos se habían puesto tanto en su papel de cazadores que enseguida encontraron su rastro.
—Ahí —exclamó Eidan—, en el aula de música.
Efectivamente, ese ser escalofriante se acababa de meter allí. Se apresuraron en llegar, pero la puerta estaba cerrada. Decidieron atajar por lo sano y la derribaron de una patada.
Pero allí dentro no había ningún payaso, solo Jesús Crazy, que suspiraba en su aula vacía. ¿Habría sido capaz de quitarse el disfraz tan rápido?
—¡Lo sabía, sabía que era él! —exclamó Eidan.
El profesor se puso de pie.
—Tú —se alteró el profesor—, tú otra vez…
—No disimules más. Sabemos lo que eres —le acusó Eidan.
El chaval estaba que trinaba, el desengaño que tuvo con ese maestro lo llevaba carcomiendo desde hacía meses. Descubrir que era el culpable de todo aumentó más su ira. Sin pensárselo dos veces, se fue hasta la mesa, agarró ese instrumento que hacía clinc se lo colocó en el puño y le dio un puñetazo con él en la rodilla.
—¡TOMA EXAMEN DE TRIÁNGULO!
—Emmm… Eidan. —Piero le señaló una cosa.
Justo detrás de Jesús Crazy estaba el payaso sonriente. Vaya, pues no, el profesor no era el malo de la historia…
—Lo siento, lo siento —se excusó mil veces Eidan—, es que de verdad pensaba que eras un impostor o algo así.
El payaso se esfumó entre las sombras y Piero fue tras él.
—No escaparás —le amenazó mi amigo.
Eidan se quedó socorriendo al de música.
—Pero ¡¿por qué?! —lloriqueaba el hombre—, a mí ni siquiera me gustaba dar clases normales, ¡lo hacía para seguir la onda!
Eidan se tapó la cara con la palma de la mano. Vaya metedura de pata…
Por nuestro lado, Nava y yo nos escondimos dentro de unos barriles en el decorado del viejo Oeste. Todas las copias hacía un rato que merodeaban por ahí y, aunque ese sitio era inmenso y se habían desperdigado, salir era muy peligroso.
—Nava, ¿me oyes? —pregunté desde mi barril.
—Sí… —contestó ella desde el suyo.
—Sí que tardan, ¿no?
—Están luchando contra un payaso muy malo, supongo que necesitan su tiempo.
—Si no lo consiguen… Los tendremos que «desactivar» nosotros, ¿verdad?
—Yo no creo que pueda, Exi, son como personas de verdad.
—Ya, pero que ahora son zombis, y eso es diferente…
Quise continuar con mi argumentación, pero algo nos interrumpió.
—¡Auxilio! ¡Auxilio! —eran unos agudos gritos de socorro.
Saqué la cabeza de mi barril. ¡Una niñita deambulaba por ahí perdida! ¿No se suponía que ese par habían asegurado el perímetro? Ahora uno de esos zombis falsificados estaba a punto de abalanzarse sobre ella. ¡NO podía permitirlo! Salí de mi escondite y, como un rayo, me interpuse entre ellos. Le di una patada en la boca (al zombi, claro) y lo dejé tendido en el suelo. Vaya, vaya, pero si era Chema… Todo un honor desactivarlo… Después, agarré la piñata y se la encasté en la cara. Lo dejé KO con una última y prudencial patada en la barriga. Madre mía, ¡qué chute de adrenalina! Nava también salió de su escondrijo y vino a ayudarme con esa niña desamparada.
—Llévatela. Yo me ocupo del resto.
—Pero, Exi…
—Tranquila, solo me cargaré a los que me caían mal. ¡Corred!
Nava y la niña escaparon de allí mientras yo intentaba atraer a esas copys hasta el plató del Oeste.
—¡Venga, venid a buscarme!
De pronto ya no eran tres, sino seis. Por suerte para mí, no conocía a ninguno, así que podría «desactivarlos» sin sentir muchos remordimientos. Puse en marcha el machete láser del ritmo y… ¡BOOM! Lo hice sonar. Esos muertos vivientes de ojos rojos se pararon un momento, pero después corrieron hacia mí para hincarme el diente… ¡TAN, TAN, TAN, TAN! ¡FUAAAW! ¿Había dicho que me atacaban seis de esos? ¡Perdón, quería decir… Cero! Ese instrumento estaba más afilado que afinado. ¡Qué pasada!
De pronto todo se quedó muy tranquilo. Me acerqué hasta el centro de la pista de baile en busca de más. ¿Ya estaba? ¿Eso era todo? Pues no… del decorado del barco pirata aparecieron cuatro más, y del bosque otros tantos.
—¡Dios! ¡Esta va a ser realmente la fiesta más épica de todos los tiempos! —aullé.
Todos fijaron sus ojos brillantes llenos de rabia en mí y aceleraron para arrancarme la piel.
—¡Aquí os espero!
Empuñé el machete con todas mis fuerzas y ¡TARA, TATATARA, TA, TA, TA!
¡Mis vicios en la máquina de baile estaban dando sus resultados! ¡Ahora tenía un ritmo mortal! Vale que quizá ese no era el final más humano para ellos, ¡pero, madre mía, qué gustazo! Estar aniquilando así a los más populares del instituto y saber que no estaba haciendo nada malo era… era… ¡LO MÁS!
Igualmente, tenía que estar alerta. Una cosa era aniquilar a un pretencioso zombi anónimo, y otra muy diferente a un amigo o… a Moni.
Piero, por su parte, llevaba ya un buen rato buscando al payaso misterioso, pero no lograba dar con él. Avanzaba con seguridad, armado con la bazuca. No se daría por vencido hasta destruirlo. De pronto, una siniestra risa lo puso en alerta.
Dobló por un pasillo y volvió a oír la misma carcajada escalofriante. Era él, no había duda. Pero, sin darse cuenta, se metió de lleno en el laberinto de taquillas y, poco a poco, se fue desorientando. Ahora las carcajadas parecían venir de todas partes. A Piero le entró el tembleque. Pensó en las pelis de terror que tanto le gustaban… Siempre que los protagonistas se separaban, uno de ellos moría…
De pronto, toda esa seguridad que sentía, ¡plaf!, se vino abajo como un castillo de cartas.
—Vale, cambio de planes —susurró para sí mismo.
E inició una reculada, ya no quería hacer la guerra por su lado, en todo caso avisaría a la policía y ellos ya se encargarían. Pero no había dado ni diez pasos cuando se topó de cara con el payaso. Piero se llevó tal susto que se cayó de culo al suelo. Pero acumuló el poco valor que le quedaba y apuntó a su barriga con la bazuca.
—Espero no provocarte ardor —sentenció.
Pulsó el gatillo y ¡BANG! Del cañón salió una banderita con un «BANG!» dibujado. Pero ¿qué clase de arma le había dado Nava? El payaso soltó otra risa. ¡Glups! Piero había visto suficientes películas de miedo como para saber cómo iba a terminar aquello…
Yo ya me había hartado de machacar zombis y, a juzgar por la cantidad de copias que había desparramadas por el suelo, me había cargado a la mayoría. Por suerte, todavía no había tenido que enfrentarme a nadie conocido… Pero, justo estaba pensando esto cuando… ¡ZAS! Recibí un zarpazo en toda la cara. ¡AYYY! ¡Eso dolía! ¿Quién había sido?
—Rrrrr… —respondió mi atacante.
¡No, no! ¡Moni no! Hui hasta otra parte de la fiesta para darle esquinazo, pero ella iba todo el rato tras de mí. Corrí por encima de un tren, salté de liana en liana en la jungla, me propulsé de planeta en planeta… Pero ella no se cansaba de perseguirme para despellejarme. En cambio, yo me estaba quedando sin aliento.
—¡Déjame en paz!
—¡Arrrgh! —me respondió.
Al final, terminamos ante un fondo que representaba una ciudad al atardecer vista desde una colina. Era una estampa preciosa, ideal para parejas. Lástima que mi «pareja», en este caso, era una zombi que quería arrancarme la oreja de un bocado.
¿Por qué tardaban tanto esos en hacerse con el mando? Yo no podía destruir a la copia de Moni. Y no era por Moni, ¡la que me gustaba era la copia! La chica que intentaba arrancarme el pelo a mordiscos. Era ella, no había duda. Al final, me alcanzó y terminamos rodando por el suelo, con el cielo anaranjado a nuestras espaldas. Ella estaba encima de mí y yo trataba de inmovilizarla con todas mis fuerzas. ¡Tenía que aguantar hasta que alguien la cambiara a modo normal!
—Moni, soy yo, Exi, mírame, mírame.
—¡Aaaarghh! ¡Aaaargh! —gritaba a escasos metros de mí.
Tenía que resistir… ¡Venga, chicos, encontrad el maldito mando...!
Piero seguía titiritando de miedo delante de esa espantosa figura. ¿Sería su final?
—¿Por… por qué no me atacas? —preguntó cuando ya habían pasado un par de minutos sin que el payaso hiciera ningún movimiento.
Piero le lanzó directamente el lanzamisiles a la cara y le rebotó como si tal cosa. El payaso se acercó un paso más hacia él y levantó el puño. Pero, de pronto… Nava apareció del fondo del pasillo y le dio con una sartén en todo el cogote. ¡Justo a tiempo! El payaso terminó desplomado como un peso muerto encima de Piero.
—¡¡¿¿Estás bien??!! —preguntó ella.
—¡Quítamelo! ¡Quítamelo! —gimió él.
Nava lo apartó de un puntapié y ayudó a Piero a ponerse en pie. El payaso todavía respiraba, y entre los tres lo inmovilizaron sin que él opusiera ninguna resistencia.
—Sí que ha sido fácil, ¿no? —comentó Eidan extrañado.
Moni y yo estábamos todavía con nuestro forcejeo. Ella tenía una energía incontrolable y yo ya no podía más. Había asumido que no quería hacerle daño, así que me rendí. Cerré los ojos y esperé a que acabara conmigo.
Lo pude sentir, la yugular fue su primer objetivo. Un momento… Me estaba… ¡ESO NO ERA UN MORDISCO! Ahora lo pude sentir en los labios. ¡¿Qué estaba haciendo?! Pegué un salto hacia atrás y la miré… Sus ojos…
—¡MÓNICA!
¡Volvía a ser ella otra vez! Quise hablar, pero me cerró la boca con la suya… Y ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Los fuegos artificiales que habíamos preparado para el fin de fiesta se activaron en el momento más indicado. ¡Qué momentazo!
¡Por fin! Nos miramos y sonreímos. Aquella vez parecía que nadie nos iba a interrumpir... Pero, claro, no podía ser todo tan bonito… De repente, se plantaron ante nosotros dos extrañas mujeres idénticas. Iban vestidas con un elegante traje negro y llevaban unas gafas de sol. Una de ellas, además, sostenía una especie de cubo de fregar. Las observamos en silencio.
—Tranquilos. Somos las autoridades de Glitch City —anunció una mientras nos mostraba su placa holográfica.
—Nosotras nos encargaremos del caso —añadió la otra.
El duplicado de Moni y yo, que seguíamos abrazados, nos quedamos completamente mudos. Una de las mujeres nos separó y agarró a Mónica de la cabeza. Con los dedos, le presionó en unos puntos muy concretos de la frente y ella se durmió.
—¿¡Qué estáis haciendo?! —exclamé.
Pero no se detuvieron. Después de dejarla inconsciente, la rociaron con el líquido que había dentro del cubo y se volvió invisible. ¡Delante de mis narices!
—¡¿Qué le habéis hecho?! —grité llorando de rabia.
—Espera aquí, luego vendremos a hacerte unas preguntas.
Una de las mujeres agarró el cuerpo transparente de Mónica y se lo cargó en la espalda. Se dieron media vuelta y se fueron sin decir nada más. Me quise poner de pie y perseguirlas, pero apenas podía moverme, debía de tener todos los huesos rotos después de la pelea con Moni.
No lejos de allí, Piero y Eidan intentaban quitarle la máscara al payaso inconsciente, pero no había manera. Mientras tanto, Nava se iluminó y tuvo una idea genial.
Se sacó el pin de la atracción del bolsillo. Sin dudarlo, se lo puso al payaso y… no funcionó. Luego, se lo puso ella para comprobar si funcionaba. Emitió una luz roja…
Pero, antes de que pudieran sacar conclusiones, de pronto, cinco mujeres idénticas vestidas de negro los rodearon. Una de ellas le quitó el mando a Nava y otra roció al villano con ese líquido que conseguía ocultar cualquier prueba. Al ver las placas de esas policías, mis amigos se quedaron mudos.
Yo, en cambio, sí que quería gritar muchas cosas. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, me puse en pie. ¡No iba a dejar que se llevaran a Moni, por muy copia que fuera! Medio cojo, abandoné los platós de cine y, no sé cómo, llegué hasta el exterior.
De repente, oí algo que no me cuadraba… Era… ¡Era música a todo trapo! ¿Cómo podía ser? Si nuestra fiesta había terminado, ¿de dónde salía ese jaleo?
Me acerqué un poco más y lo que vi me dejó de piedra: ¡los zumbados que habíamos evacuado de nuestra fiesta se habían montado la suya propia! Llevaban tantos meses estudiando que ahora querían marcha. ¡Sebas era el DJ y todos bailaban a lo loco! Y, entre toda la fiesta, un reguero de mujeres idénticas, vestidas con traje negro y gafas de sol, entraban y salían del instituto para eliminar cualquier rastro de lo ocurrido.
¿Qué demonios estaba pasando? Yo dije basta y me derrumbé en el suelo, mi cuerpo no podía aguantar tantas emociones. Justo en ese momento, aparecieron Nava, Eidan y Piero. No nos dijimos nada. Solo nos abrazamos en silencio.