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SILVESTRE: EL GATO RIÑONERA

Manzanas, peras, plátanos, fresas… ¿Fresas? ¿Mamá, qué clase de compra futurista era esa? Más bien era «FRUI-Turista». Frené un momento y me reí solo por la broma malísima que se me había ocurrido. Cuando se me pasó la tontería, me di cuenta de que me había perdido. Estaba tan preocupado por no encontrarme con esa chica, que me metí de lleno en los bajos fondos de Glitch City.

Entre una cosa y la otra se hizo de noche, y de repente parecía que estuviera en otra ciudad. Esas callejuelas tenían la pinta de ser el lugar perfecto para asesinar a los padres de Batman o algo así. Aunque sabía con toda seguridad que allí no había criminales de poca monta, ni nada por el estilo, tenía que andar con mil ojos. El semestre pasado nos sabotearon el dron y casi nos matan en la mina abandonada. Alguien me la tenía jugada y toda precaución era poca.

Avancé con cautela, silbando para disimular. A los pocos metros, noté que, efectivamente, alguien me seguía. Mi cerebro se puso a trabajar a toda potencia para encontrar la mejor solución ante ese peligro.

Valoré todas las opciones y llegué a la conclusión de que lo mejor era jugar al despiste. Le di esquinazo y me escondí dentro de un contenedor que estaba lleno de papel triturado. Ya a salvo, abrí un poco la tapa y pude observar a la persona que me había estado siguiendo, alejándose. No lo vi del todo bien, pero ¡vaya personaje!: con un pelo-mocho de color rojo y un ridículo disfraz de colores… Se alejó de mí sin notar mi presencia y, al final, llegué a la conclusión de que era un simple peatón y no alguien que me quisiera atacar. Me había metido allí dentro para nada. ¡Qué ascazo!

—¡Zaca tuz zuzioz zapatoz de aquí! —me abroncó una voz que ceceaba.

Me llevé tal susto que salí del contenedor de un salto y la fruta salió disparada. Me apresuré a recuperarla, pero de pronto todo estaba demasiado tranquilo. Respiré un momento y revolví la basura a ver si allí había alguien o me lo había imaginado yo.

¡Zeráz pezao! —volvió a gritar.

De dentro del contenedor salió un gato de color azul que llevaba una riñonera en la cintura. Se quedó de pie, con las patas cruzadas y mirándome con mucho rencor. Quería intimidarme, pero su manera particular de hablar le hacía ser adorable.

Entraz en mi caza y me líaz un buen pitozte, un poco de rezpeto, ¿no?

—¿Que qué…? —Para procesar eso mi cerebro necesitó algo más de tiempo.

Un gato androide y parlanchín, así regordete… de color azul, con una especie de bolsillo mágico… Se parecía mucho a ese otro gato… ¿Cómo era?

—¿Eres Dorae...?

—¡Calla! —me cortó la pregunta rápidamente—. Zoy Zilveztre, el . El único. El original. Cualquier parecido con otro gato robot ez pura coincidencia.

—¿Silvestre el Gato Riñonera?

, ¿te molezta?

—No, qué va…

Ezo ezpero

—¿Y qué llevas en la riñonera, Silvestre?

Ez tu día de zuerte, amigo humano de inteligencia biológica.

Hasta ese momento me habían llamado muchas cosas, pero lo de «inteligencia biológica» era nuevo y no sabía si tomármelo como un cumplido o qué.

Zoy inventor, un genio incomprendido, que dirían algunoz

—¿Eres defectuoso?

—¡Ezo no ez verdaz! Zi me tratan con cariño zoy baztante afectuozo —dijo guiñándome un ojo para subrayar el juego de palabras.

Me pareció un chiste tan malo que me fui de allí sin decirle nada. Se me estaba haciendo tarde.

¡Ezpera! ¡Ezpera! Al menoz déjame enzeñarte lo que vendo, ¡que me haz deztrozado la caza!

—Vives en un contenedor, seguro que antes tampoco estaba muy ordenado —dije mientras seguía caminando.

Ezpera, en zerio. —Se puso delante de mí para cortarme el paso.

Al final resoplé y accedí a que me enseñara sus inventos, pero rapidito.

—¿Y zi te dijera que tengo un aparato que te dice zi la perzona que tienez delante eztá enamorada de ti?

¡WEIBA! Eso era otra cosa. A lo mejor Silvestre no era tan charlatán como me pareció al principio.

—¿Puedes repetirlo? —pregunté con curiosidad.

El gato azul metió la pata en su riñonera y mostró triunfal un pin en forma de semáforo.

—¡EL PIN DE LA ATRACCIÓN!

Lo tenía tan preparado que hasta sonó un efecto de sonido: ¡TARARACHÁN! Quizá ese gato robot era defectuoso, pero entendía el significado de la palabra «espectáculo».

—¿El pin de la atracción?

Graciaz a unoz zenzorez que detectan laz feromonaz del amor, ezte pin ze ilumina como un zemáforo. Zi lo llevaz puezto y eztáz enamorado de la perzona que tienez delante ze pone verde. Y zi no lo eztáz, ze pone rojo. Fácil, ¿eh?

—¿Y si se pone ámbar?

Ezo zignifica que te hace .

—¿Tilín?

, tilín.

—No suena muy científico.

—Créeme, la ciencia del tilín ez de laz máz complejaz del univerzo.

—A ver, hagamos una prueba. Ponte el pin y comprobamos si estás pillado por mí.

—No ez tan zencillo. Zolo funciona con inteligenciaz biológicaz, yo zoy un gato mecanizado.

—Ya es mala suerte...

—Llévatelo y pruébalo mañana en el inztituto. Ya veráz como tengo razón.

Tenía mis dudas, pero a lo mejor no era tan mal invento. Este pin me podría ser muy útil para poner en claro mis sentimientos (si se daba el caso, claro, no es que me gustara nadie en particular, y menos esa chica de la tienda).

—Está bien, te lo cambio por una manzana —le propuse.

—No, no, tú zolo tienez que pazar tu criztal por la máquina regiztradora y te lo regalo.

Silvestre se sacó de la riñonera una máquina registradora similar a la que había en la tienda. Me miraba con insistencia y sonreía para que pasara mi cristal por ahí.

Zolo un pazo máz y el pin zerá tuyo… —El gato inventor se frotaba las patas.

¡EH, TÚ! ¡FUERA! —alertó una voz que me resultó familiar.

Al ver que un extraño nos acechaba, el gato guardó el pin y la máquina registradora en la riñonera y se fue de allí pitando.

—¡Agua! ¡Agua! —maullaba mientras huía.

La voz que había ahuyentado al felino hablador se convirtió en una silueta entre las sombras. Dio un paso más y su rostro se iluminó bajo la luz de una farola.

—¡Oscarito!

—¡Exi, colega!

¡Era él! No pude evitar darle un fuerte abrazo.

—¿Qué haces por aquí? No esperaba verte hasta mañana en el insti.

—Ya ves, es que mi madre me ha mandado a comprar fruta. ¿Quieres?

Le ofrecí una pera por cortesía y la aceptó amablemente.

—Por cierto, pensaba que ya no eras un novato —dijo mientras pegaba un mordisco.

—Y ya no lo soy —me reboté yo con contundencia.

—Pues casi te tima el gato azul.

—¿Lo conoces?

—A ese no, pero por este barrio merodean muchos científicos idos de la olla que se inventan trastos que no tienen el sello de aprobación de Konecticorp. Se les reconoce por la riñonera barata.

—¿Algo así como piratas de Glitch City?

—Exacto. Sus chismes suelen ser, digamos… moralmente cuestionables. Además, que la mitad de las veces no funcionan y provocan incendios o daños irreversibles en los ojos.

—Pues gracias, porque casi me la cuela con su pin de la atracción.

—¿Pin de la atracción? —Oscarito estalló en carcajadas—. Vaya novato, tío.

Me reí con él para ocultar la vergüenza que sentía. Pero sí, de algún modo todavía me quedaba mucho por descubrir en Glitch City.

—Bueno, y ¿qué tal las vacaciones? —me preguntó—. Ahí en el pueblo de tus abuelos, ¿no?

—Pues sí… He conocido a gente interesante y… digamos… digamos que he tenido bastante «lío». Je, je. —Se me escapó una risita tonta al final.

—¿Lío? Uy, uy, uy… —Me dio unos codazos amistosos.

—Y tú con Gigiis…, ¿no tienes nada que contarme?

—Pues… Bien, sí. ¡Muy bien! Quizá sí tenga algo que contarte, pero mejor lo hablamos mañana, ¿vale?

—Vaaale, vaaale, qué misterioso… Por cierto, ya tengo pensado el proyecto para el semestre. Y no quiero hacer spoilers, pero… ¡va a ser ALUCINANTE!

—Exi, Exi, ¿qué prisa tienes? Ya me lo contarás mañana o cuando sea. Volvamos al tema que nos interesa a todos. Tu «lío» de vacaciones…

Y, poniéndonos un poco al día, nos alejamos de los bajos fondos de Glitch City para volver a nuestras casas.