—Para nada ha sido como siempre —afirmé yo tajantemente.
La reunión había terminado hacía ya un rato y estábamos con Moni, Eidan, Nava y Piero en nuestras taquillas, guardando la mochila y comentando lo mucho que nos había decepcionado la presentación del curso.
—El año pasado hubo chistes, emoción, no sé… —terminé la frase.
—Bueno, Exi, creo que exageras un poco, ¿eh? —opinó Nava.
—Y entonces, ¿ahora qué hacemos? No me ha quedado muy claro… —pregunto Mónica impaciente—. ¿Pensamos un proyecto?
Moni había dado de pleno: el proyecto. Estaba claro que los cinco tramaríamos algo juntos. Algo grande y alucinante. Algo que yo ya sabía que era. Tenía que convencerlos, cierto, pero si usaba mis mejores argumentos los iba a enganchar en cero coma.
—Pues yo tengo una idea… una idea… ¡Fuah! —Vale, no había sido la forma más convincente de empezar...
—Relax, locos —me interrumpió Eidan—, las primeras semanas con la calma, porfi.
—No hay ninguna prisa. Está demostrado que… —Nava no pudo terminar su frase.
Justo por delante de nosotros pasó Tori Tornado y mi amiga la miró y le dedicó una sonrisita sutil. La chica piloto se la devolvió y siguió su camino.
—Si me disculpáis —se disculpó Nava, y se fue tras ella.
Vaya, vaya … ¡En ese instituto saltaban las chispas! Quien más quien menos tenía sus «proyectos»…
—¿Viste? —dijo Piero—. Estos días son para eso, para dejarse llevar.
—Bueno, pero entonces ¿qué hacemos? —Moni seguía igual de impaciente.
—Nosotros ir a la biblio —anunció Eidan.
—¿A la biblio? ¡Yo quiero moverme! —rechistó ella.
—¿Moverte? Pues me sé de una sala que te va a gustar… —propuse yo.
—No vamos a estudiar precisamente —siguió Eidan.
—La verdad es que habíamos medio quedado —puntualizó Piero.
Otros que también… ¿Qué era eso? ¿El año del ligoteo? Se despidieron de nosotros y Moni y yo nos volvimos a quedar solos. ¡Ya era la segunda vez que nos pasaba! Era como si el universo conspirara contra nosotros.
—Bueno, ¿qué? ¿Me la enseñas?
—¡¿Que te la enseñe?!
—La sala esa, la que me va a gustar.
—Ah, ¡LA SALA! ¡Sí, sí, ven!
Con el malentendido resuelto, nos plantamos en un pispás en la Sala Gamer: el lugar donde se podían encontrar todas las consolas y todos los juegos de todos los tiempos. Todavía me caía una lagrimita cada vez que entraba. De entre todo lo que había para viciarse, fui directo a uno de mis juegos favoritos.
—La máquina de bailar, ¡me encanta! —exclamó feliz Moni.
—Pues que sepas que todos los récords son míos.
—¡Mentira!
—Que sí. Compruébalo.
—Ya entiendo. Tienes todos los récords porque eres el único friki que viene aquí. —Se partió de la risa.
Vaya, cómo me había calado, je, je. Pero, aunque tuviera parte de razón, eso no quitaba que SÍ, que se me daba superbién. Así que la reté a unas partidas para limpiar mi nombre.
Y nos pusimos a tope a darle en modo dos jugadores. La verdad es que tenía reflejos, la novata. Durante las primeras canciones le dejé un poco de ventaja para dar emoción a la partida. Pero al tercer temazo me confesó que era ella la que me estaba dando ventaja a mí y pegó un subidón importante. ¡Menuda listilla! Después de siete canciones la puntuación era 10.057 vs. 10.070. Ganaba ella.
—¿La última? —propuse.
—Dale.
Le dimos al start y sonó la última canción. Justamente la más complicada de todas. Esa me la conocía bien. Tenía una introducción rollo trap, pero que después se desmadraba a algo muy hardcore. Terminamos el primer trozo con la misma diferencia de puntos a favor de ella, pero ahora llegaba la parte difícil y todo iba a cambiar. Me concentré a fondo y….
Vaya máquina estaba hecho, ¡no fallaba ni una! Igualé su puntuación y la superé en cuestión de segundos. +10 +20 +50, *clinc *clinc *clinc. ¡Multiplicadores! ¡Megacombos! ¡Puntos de oro! ¡Mi marcador iba a petar! Un último esfuerzo y mi récord se mantendría intacto. Pero la muy maldita me hizo cosquillas y eso me desconcentró al máximo. ¡AHHH!
—¡PERO SERÁS TRAMPOSA! —la acusé.
—En la máquina de bailar todo se vale, nene.
Yo también traté de desestabilizarla a ella, pero me esquivaba con soltura y siguiendo el ritmo. Encima, yo iba fallando más y más. Al final no había nada que hacer y perdí por bastante diferencia.
—No ha estado mal —sonrió ella mientras guardaba su nombre en el número uno del ranking.
Sin darnos cuenta, se nos habían hecho las mil y, además, me moría de hambre. Nos despedimos como con prisas y nos fuimos cada uno a su casa. Fue raro, porque durante todo el día había fluido la química entre nosotros y en ese momento del adiós… Mmmm, la cosa no acabó de tirar demasiado. Un «chao» y un «hasta mañana» fueron nuestras últimas palabras.
Como la barriga no paraba de darme la lata, pedí a Antonia que me viniera a buscar para llegar a casa en menos de un segundo. A través de la ventana vi a Moni marchándose a pie del instituto. Y, si Antonia no fuera el medio de transporte más rápido del universo, habría podido ver cómo daba media vuelta y volvía sobre sus pasos, porque se había dejado la mochila y su cristal en la Sala Gamer.
Entró superdecidida para recuperar sus cosas cuanto antes, pero como la High Tech School todavía le resultaba desconcertante, se perdió. Abría puertas al tuntún con la esperanza de acertar con la dichosa sala.
Abrió una y dentro solo había otras puertas. Abrió otra y encontró un desierto casi infinito. En otra encontró un megatelescopio, y en otra un horno gigante.
Pasadizo arriba, pasadizo abajo y ni rastro de su mochila. Al final, se metió por unos pasillos que parecían un laberinto, pero de taquillas. La pobre estaba empezando a perder la paciencia.
—¿Hola? ¿Alguien me puede ayudar? —suplicó.
Pero nadie respondía, todos los alumnos y los profesores se habían largado a sus casas hacía un buen rato. De pronto, por megafonía se escuchó una música tenebrosa. Era un ritmo como de circo antiguo, del que da mal rollo. Además, sonaba muy crujido y como ralentizado. La respiración de Moni se aceleró. No sabía si eso era una de las frikadas típicas de Glitch City o algo por lo que tener miedo de verdad. Avanzó por ahí lo más rápido que pudo, pero cada vez se sentía más perdida. Además, esa música de fondo hacía que todo fuera más inquietante. De repente, oyó una taquilla dando un portazo y se dio la vuelta con la piel de gallina.
—¡¿HOLA?! —gritó nerviosa.
¡¿POR QUÉ NO DEJABA DE SONAR LA MÚSICA?! ¿Qué estaba pasando? Vio una taquilla abierta y se aproximó para examinarla. Dentro vio una pajarita muy grande y de color naranja. Le dio muy mala espina y la cerró de un golpe. Pero eso fue peor. Al cerrarse la puerta, detrás apareció un payaso con una siniestra máscara sonriente.
Moni se quedó en shock, no tuvo tiempo ni de gritar, le dio un portazo en la cara y se puso a correr sin saber muy bien adónde. Iba tan a lo loco que se tropezó, se trastabilló y cayó al suelo. Gateó como buenamente pudo y ahora sí que gritó, y mucho. Miró hacia atrás y vio, con horror, cómo el siniestro personaje avanzaba hacia ella. No podía hacer nada para escapar.