7

LA CAFETERÍA

Sin saber lo que le había pasado a Moni, al día siguiente quedamos todos en la cafetería del instituto. En todo el curso anterior no la había pisado ni una vez y ahora me arrepentía. ¡Vaya cafetería se gastaban! Parecía un local de diseño. Con mesas interactivas para pedir que luego imprimían la comanda allí mismo. Todo un lujazo. La carta era interminable: jamón del bueno, un pan raro de esos con semillitas, zumos de todo tipo… Por todo eso la cafetería solía ser un lugar muy concurrido por los estudiantes. Allí se reunían para tramar proyectos o simplemente pasar el rato.

En una mesa de por ahí estábamos Eidan, Nava, Piero y yo. Desayunábamos y comentábamos la jugada. No estábamos todos, faltaba una, pero yo no quería ser el primero en preguntar por Moni, si no sería muy cantón que me interesaba.

—¿Y cómo fue vuestra cita en la biblioteca? —pregunté con curiosidad.

—Exi, un poco de elegancia, de estas cosas no se habla —respondió Piero.

—Te lo traduzco: un desastre —dijo Nava.

—Peor que eso —soltó Eidan entre risas.

¡EH! Pero pon de tu parte, que también estabas —se mosqueó Piero.

—No me lo recuerdes… —suspiró Eidan—. En cambio, a ti no hay quien te quite la sonrisita, ¿eh, Nava?

Buenooooooooooo… —se sonrojó ella.

—El que está muy calladito es Exi… ¿Qué tal ayer con Moni? —continuó Piero con el salseo.

— ¿Con quién? —disimulé fatal.

—Venga, a nosotros no nos engañas, esa chica te hace tilín —dijo Eidan.

—¿Tilín? ¿Qué tenemos? ¿Doce años? —me indigné.

—Es que se nota que tú le gustas —aseguró Nava—, créeme, yo percibo estas cosas.

—¿De verdad? —dije demasiado emocionado.

—¡Uuuuuuaaaah, a ti te gusta ella también! —contestaron todos al unísono.

—Vaya pillada, tío. —Nava se partía la caja de mí.

Me puse rojo como un tomate, ¡suerte que Moni no estaba!

—¿Y dónde se ha metido? —siguió Nava.

—Ah, no sé, yo es que ni me lo había preguntado.

—¿Se habrá perdido?

—¿Dónde fuisteis ayer?

—Vale, vale, ¿qué es esto?, ¿un interrogatorio? Pues a la Sala Gamer a viciarnos un poco… Y luego cada cual se fue a su casa.

—¿Y no la acompañaste?

—Sí, claro, y la arropé en su camita. ¡Que ya es mayorcita…!

—No es eso, es que es nueva. Un poco de cortesía, Exi, un poco de cortesía…

—Ya ves, seguro que ella deseaba que la acompañaras y la dejaste tirada…

Tal vez tenían razón… Nuestra despedida fue un poco floja, de eso no había ninguna duda. Quizá era porque ella esperaba que me ofreciera a acompañarla a casa y yo… Yo tenía hambre y prisa. Pero es que cuando tengo la barriga vacía siempre estoy de mal humor. ¡Maldita sea! ¡Ahora me sentía muy culpable! ¿Y si le había pasado algo?

—¿Nos vas a contar tu idea para el proyecto o qué? —cambió de tema Eidan.

—¿Pero no dijisteis ayer que relax y que hay que dejarse llevar?

—Te tomábamos el pelo.

—Sí, tío, es que habíamos quedado.

—Pero tenemos ganas de saberlo.

Y yo me moría de ganas de contarlo, pero quería esperar a Mónica. Era feo no contar con ella, pero debía abordar el asunto sin que se notara demasiado interés.

—¿Y si primero damos una vuelta a ver si vemos a Moni?

—Pero… ya es mayorcita, ¿no?

—Ay, yo qué sé.

—Era broma. Lo que vamos a hacer es llamarla. Más fácil.

Intentamos ponernos en contacto con ella, pero nadie respondió a nuestra llamada. Eso ya era demasiado raro. Fueras novato o no, todo el mundo llevaba siempre el cristal encima.

Por un momento, nos convertimos en una especie de grupito de detectives. Encontrarla pasó a ser un asunto de máxima prioridad. Así que lo primero que hicimos fue volver sobre sus pasos. Ir a la Sala Gamer y reconstruir los hechos hasta que nos despedimos. Quizá encontraríamos algún detalle que nos sirviera de pista de su paradero.

De camino hacía allí nos dimos cuenta de un detalle que nos llamó la atención. A diferencia de otros años, este semestre había aulas que parecían de un instituto cualquiera: con mesas, sillas ¡y hasta pizarras! Solo lo hacían algunos profes y no era obligatorio ir, así que en esas asignaturas solo había un par o tres de alumnos (novatos, seguramente). Miramos en un par de aulas y Moni no se encontraba en ninguna de ellas. (¡Lógicamente!)

Eso generó un debate en el grupo. El rumor de que había profes que querían volver a dar clases al modo tradicional ya había llegado a todo el mundo en el insti. Pero entre nosotros la discusión no duró demasiado, ya que todos estábamos de acuerdo en que casi nadie, en su sano juicio, querría volver a hacer clases «normales».

Llegamos a la Sala Gamer y me planté como un rayo delante de la máquina de baile. Nada más llegar leí su nombre en lo alto del ranking de puntuación. De pronto tuve un presentimiento muy nítido, como si algo malo le hubiera pasado. Tengo mucha sensibilidad con esas cosas. Y parece que esta vez tampoco me equivocaba, ya que al pie de la máquina encontramos su mochila y su cristal. Se lo debía haber dejado allí el día anterior.

Mi yo interior trataba de negar ese presentimiento, pero era más que evidente que a Moni le había ocurrido algo, algo malo...

—¿Puedes devolverme mis cosas? —dijo una voz de repente.

¡ERA MONI! ¡Y estaba perfecta! Quiero decir, no que fuera perfecta, sino que estaba en perfecto estado de salud, ¡bueno, yo ya me entiendo! Quizá tendría que calibrar mi detector de peligros, pero el caso es que no había sufrido ningún daño y eso era bueno. Había sufrido de verdad y me sentía muy aliviado.

—¿Puedes devolverme mis cosas? —repitió como un robot.

—Ay, sí, perdón, perdón.

Le devolví la mochila y, por unos instantes me quedé sin palabras, estaba como en shock neuronal. Por suerte, mis amigos fueron más agiles mentalmente que yo.

—¿Estás bien?

—¿Dónde te habías metido?

—Exi estaba suuuuperpreocupado.

Quizá demasiado agiles… ¡Gracias, chicos, por ponerme en evidencia! Pero, de todos modos, Mónica estaba algo distante. Nos contó que el día anterior se dio cuenta de que se había dejado sus cosas, volvió y se perdió. Fue abriendo puertas y más puertas, y al final, no sabía cómo, ¡terminó en su casa! La verdad es que no se acordaba muy bien, pero de algún modo llegó a su habitación. Seguramente todo eso no habría ocurrido si la hubiera acompañado. Así que en ese momento debía odiarme.

—Bueno, va —cambié de tema—, ¿os cuento el proyecto para el semestre?

—Lo siento, Exi, pero yo no vengo al instituto para jugar —contestó tajante ella.

Y se fue. Y yo me quedé más cortado que una tabla vieja de cortar quesos. Y mis amigos se miraban en plan: «¡Alerta, alerta, momento !». Y yo quería que un gran agujero se me tragara para luego escupirme y lanzarme hasta la Luna. Pero justamente sabes quiénes son tus amigos por la manera como reaccionan en estos momentos cruciales de vergüenza.

—Yo sí que he venido a este instituto a jugar —empezó Piero.

—Y yo —le siguió Nava

—Yo es que no me lo imagino de otra manera —concluyó Eidan.

—¿Nos cuentas tu idea?

Vale, eso había sido bonito. Lo de Moni me dejó un poco descolocado, lo reconozco, pero mi idea seguía siendo buena, ¡y lo haríamos a lo bestia! ¡Y todo el instituto iba a ver de qué soy capaz!

—Agarraos a algo, que vienen curvas.