Éxodo (Shemot)
Se quedó allí con el Señor por espacio de cuarenta días y cuarenta noches; no comió pan, no bebió agua. Y escribió en las tablas las palabras de la alianza, los diez mandamientos.
ÉX. 34.28
¿Cómo sabemos que Moisés fue un hombre de carne y hueso? Extraviado en el desierto durante cuarenta años, no se detuvo a pedir direcciones.
Al menos, cuando lleguemos al Éxodo, contaremos con un retrato perfecto de la vida y el aspecto físico de los personajes bíblicos: Moisés se parecía a Charlton Heston, y el faraón era idéntico a Yul Brynner.
La épica religiosa de Cecil B. DeMille, Los diez mandamientos (1956), probablemente ha sido responsable de más interpretaciones (erróneas) de la Biblia y sus dichos que los últimos cuarenta años de disertaciones académicas, homilías sabáticas y clases de catecismo. Aunque esas gloriosas imágenes cinematográficas—el Nilo teñido de sangre, las aguas del mar abriéndose, las leyes divinas emergiendo como un remolino de las llamas—son visualmente excitantes, plantean dificultades nada desdeñables. En primer lugar, el “Mar Rojo” es actualmente considerado un error de traducción. Segundo, el problema del desaparecido monte Sinaí, a veces llamado monte Horeb. Nadie sabe exactamente cuál es la montaña del Éxodo, aunque el autor de un reciente y controvertido libro—The Gold of Exodus—sostiene que un par de arqueólogos aficionados han descubierto su emplazamiento en el desierto árabe, supuesto no verificado por fuentes autorizadas hasta el momento.
También ha desaparecido el objeto más importante en la historia del antiguo Israel: el Arca de la Alianza, la caja que Dios le ordenó construir a Moisés para guardar las tablillas de piedra donde fueron inscritos los Diez Mandamientos. A pesar de lo que Indiana Jones y Steven Spielberg quieran hacernos creer sobre el destino del Arca, ésta simplemente desapareció de la Biblia sin dejar rastro. Cuando Jerusalén es destruida en el año 586 AEC, no se discute el destino del Arca.
Luego es necesario formularse otra pregunta perturbadora: ¿Cómo es posible que uno o dos millones de hombres, mujeres, y niños anden errantes tanto tiempo sin dejar ninguna huella de su paso? Ni una señal de moradas temporales o desechos. Ni una vasija rota. Ni un cementerio. En otras palabras, en lo que respecta a “la temporada en el desierto,” los investigadores no han podido hallar (hasta el presente) ninguno de los restos que forman la típica estela de las antiguas poblaciones. Tengamos siempre en mente la Regla Número Uno de la arqueología: La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia.
No obstante, allí está Moisés—Moshe en hebreo—la figura (humana) central de la Biblia hebrea, el gran portador de la ley y, para los cristianos, el modelo simbólico de Jesús. Moisés es salvado cuando un rey ordena matar a todos los bebés judíos, Jesús es salvado cuando un rey ordena matar a todos los bebés judíos. Moisés divide las aguas, Jesús camina sobre las aguas. Moisés pasa cuarenta días en el desierto, Jesús pasa cuarenta días en el desierto. Moisés sube a una montaña y da un sermón, Jesús da un sermón en la montaña. Moisés hace el pacto; Jesús, el nuevo pacto.
Algunos judíos y cristianos tal vez se sorprenderán al enterarse de que Moisés también se destaca en el Islam, donde se lo conoce como Musa. Según el Quién es quién en las religiones, el Corán lo menciona 502 veces, más que a ningún otro profeta. En la tradición islámica, Moisés insta a Mahoma a negociar con Dios (Alá), a fin de que la cantidad exigida de plegarias diarias se reduzca de 50 a 5.
A pesar de la importante jerarquía que le otorgan estas tres religiones, Moisés es un misterio. No hay evidencia de su existencia fuera de las fuentes bíblicas. No hay testimonios de sus escritos. Los registros de las cortes egipcias no consignan que Moisés haya sido criado en el palacio de un faraón. Las fuentes egipcias tampoco dicen que los “hijos de Israel” fueron esclavizados y luego huyeron en masa. Aunque esto no preocupa demasiado a los académicos y eruditos modernos. Probablemente a las cortes egipcias no les convenía registrar un hecho vergonzoso como ése. Es verdad: los gobiernos, pasados y presentes, no se avienen a admitir sus flaquezas, errores, y fracasos.
Si bien algunos estudiosos—y muy pocos creyentes—dudan de la existencia de Moisés, el tema del “Moisés histórico” es secundario respecto de la importancia general del Éxodo y los tres libros siguientes de la Torá (Levítico, Números, Deuteronomio). El Éxodo (del griego exodos, “partida”) narra los eventos que rodearon la salida de los israelitas de Egipto—donde habían sido esclavizados—y los posteriores años de errancia. Llamado Shemot (“Nombres”) en hebreo, el Éxodo se divide en dos partes principales. La primera describe el ascenso de Moisés y la huida de Egipto. La segunda relata la llegada de los israelitas al desierto del Sinaí, donde Dios entregó a Moisés no sólo los Diez Mandamientos, sino también las leyes que gobernarían la vida y el culto del “Pueblo elegido.” De este modo, Israel hizo un pacto único con su Dios.
VOCES Bíblicas
Éx. 1.22
Entonces el faraón ordenó a sus súbditos: “Todo varón que naciere entre los hebreos, arrojadlo al Nilo. Pero dejad con vida a las niñas.”
RESUMEN DE LA TRAMA: MOISÉS
El primer capítulo del Éxodo pasa por alto varios siglos de historia israelita—aunque incluso esta idea es una polémica—y encuentra a los descendientes de Abram y José en distintas circunstancias. Favorecida por un faraón anónimo en tiempos de José, la creciente multitud de hebreos fue vista como una amenaza por otro faraón anónimo que los obligó a trabajar en la construcción de ciudades y fortalezas. Este faraón está tan preocupado que ordena asesinar a todos los niños hebreos. No obstante, los hebreos siguen trabajando.
Ante la sentencia genocida del faraón, una mujer hebrea coloca a su bebé en una canasta de juncos que deposita en las aguas del Nilo, fuente de toda la vida en Egipto. La hija del faraón encuentra al bebé hebreo y decide quedarse con él, obviamente a sabiendas de que su decisión contradice el decreto de su padre. Lo llama Moisés, nombre egipcio que significa “hijo de.” Este nombre está relacionado con la palabra hebrea para “sacar”: Moisés es “sacado” del Nilo y luego “sacará” a su pueblo de Egipto. La hermana del bebé, que ha vigilado su “viaje” por el río, le pregunta a la princesa egipcia si quiere una nodriza hebrea para cuidarlo y hace entrar al palacio a la verdadera madre de la criatura. Uno de los problemas que enfrentamos aquí es que más adelante se dice que Aarón, el hermano de Moisés, es tres años mayor que éste. ¿Por qué Aarón, el primogénito, no fue depositado en las aguas del Nilo? ¿La orden del faraón tenía carácter retroactivo o se aplicaba exclusivamente a los primogénitos recién nacidos? Otro más de esos incontables detalles que la Biblia deja en el tintero.
Educado como príncipe de Egipto, Moisés ve a un egipcio golpear salvajemente a un trabajador hebreo. Para salvarlo, mata al egipcio y lo entierra en secreto bajo la arena. Luego ve a dos hebreos discutiendo e interviene, pero uno de los hombres le espeta: “¿Acaso vas a matarme como al egipcio que enterraste en la arena?”
Temiendo que su crimen llegue a oídos del faraón, Moisés huye a la tierra de los madianitas, una tribu vinculada a Abram por antiguos lazos de sangre que habita en el desierto del Sinaí. Allí encuentra esposa—Séfora, una de siete hermanas—junto a un pozo de agua. Aquí se produce una nueva confusión de nombres bíblicos: el padre de Séfora es identificado primero como Ragüel, luego como Jetró, y finalmente como Hobab. Moisés se casa con Séfora, se hace pastor, y engendra dos hijos.
Un día, Moisés es atraído por una extraña visión en “la montaña de Dios,” identificada primero como Horeb y luego como Sinaí. Se le aparece “un ángel del Señor” en una zarza ardiente. La zarza está encendida pero no se consume. Dios llama a Moisés desde la zarza. “El Dios de tu padre” le dice entonces que debe volver a Egipto y liberar a su pueblo de la esclavitud.
Moisés desgrana una serie de protestas y finalmente aduce que, por ser tartamudo, no será un buen vocero. A lo que Dios responde que deje hablar a su hermano Aarón.
VOCES BIBLICAS
ÉX. 3.14
Y Dios dijo a Moisés: “YO SOY EL QUE SOY.”
¿Por qué Dios intentó matar a Moisés?
Una de las más fascinantes e ignoradas viñetas en la vida de Moisés es el breve pasaje que narra su regreso a Egipto con su familia. Evidentemente, Cecil B. DeMille tampoco quiso tocar el tema que ha dejado atónitos a los eruditos durante siglos. Todo se reduce a tres miserables líneas en el Éxodo. Moisés y su familia van rumbo a Egipto y acampan para pasar la noche. Dice la Biblia: “En el camino, en un lugar donde pasaron la noche, el Señor lo encontró y trató de matarlo. Pero Séfora tomó un pedernal muy afilado y cortó la piel del prepucio de su hijo, y tocando con la sangre sus pies (o los de Moisés), dijo: ‘¡Ciertamente eres para mí un esposo de sangre!’ Y lo soltó. Y luego dijo: ‘Un esposo de sangre por la circuncisión.’”
¿A quién intenta matar Dios, y por qué? ¿A Moisés o a uno de sus dos hijos?
¿Los pies (frecuente eufemismo bíblico para los genitales masculinos) de quién son restregados con la piel sangrante del prepucio, y por qué?
¿Y qué es “un esposo de sangre”?
Centenares de estudiosos se han internado en este misterio, llegando a producir teorías raras acerca del aparente ataque de Dios contra Moisés. Una de las explicaciones posibles indica que se trataría de una antigua historia que refleja la creencia, también antigua, de que la circuncisión era una protección contra los embates demoníacos. Originalmente, la circuncisión era un rito premarital o propio de la pubertad. Dado que, presumiblemente, Moisés no estaba circuncidado, la sangre del prepucio esparcida sobre sus pies habría obrado a manera de escudo. La otra clave del relato es que, sin Séfora y su rápida intervención, tal vez no habría habido Moisés. Pero la mayoría de nosotros jamás hemos oído hablar de Séfora, otra de las heroínas bíblicas injustamente olvidadas.
Luego de sobrevivir a este inquietante ataque nocturno, Moisés regresa a Egipto y le pide al faraón—evidentemente, su tartamudez ya no es un impedimento—que libere a los hebreos. En principio solicita que les dé tres días libres para que participen en una celebración religiosa en el desierto. El faraón se rehúsa y ordena aumentar las horas de trabajo de los hebreos. En un alarde de poder, Moisés hace que Aarón arroje su bastón al suelo…y el bastón se transforma en una serpiente. ¿Acaso no es interesante que Moisés haya dado tan buen uso a la “archivillana” del Génesis? Pero el truco no impresiona al faraón. .. sus hechiceros tienen las mismas habilidades. Pero la serpiente de Aarón devora a las de los magos egipcios y Moisés le advierte al faraón que lo peor aún está por llegar. Acto seguido, una sucesión de calamidades divinas asola Egipto.
LAS DIEZ PLAGAS
(El Salmo 105 revisa el Éxodo y no menciona las diez plagas, una por una; algunos eruditos ven en esto una nueva combinación de los relatos de P y J en un único Éxodo.)
Dios le dice a Moisés que ordene a los hebreos embadurnar sus puertas con sangre de cordero o de carnero. Esto los protegerá cuando el ángel de la muerte “sobrevuele” la tierra y mate a los primogénitos de Egipto. La Pascua judía es una conmemoración de esta última plaga. La mayoría de los eruditos considera que la Pascua era en realidad la combinación de dos festividades antiguas—la celebración de la cosecha de cebada y un ritual pastoril en el que se sacrificaba a un animal a manera de escudo contra el mal—posteriormente reinterpretadas como una conmemoración de la huida de Egipto. Dice el Éxodo: “Tendréis este día por memorable; y lo celebraréis como fiesta solemne al Señor, de generación en generación.” (Éx. 12.14)
A manera de comentario, Cyrus H. Gordon y Gary Rendsburg señalan—en The Bible and the Ancient Near East—que cada una de las plagas ataca a un dios específico del panteón egipcio, finalizando con Ra, el dios sol, vencido por la oscuridad. Yaveh no sólo demuestra su poder sobre los hombres y la naturaleza, sino que es un Dios más grande que otros dioses.
Con la muerte de los primogénitos de Egipto—ricos y pobres, humanos y animales—el faraón se retracta y le dice a Moisés: “Levántate y aléjate de mi pueblo.”
¿Los hebreos construyeron las pirámides?
En la Biblia no hay pirámides. A pesar de que estas imponentes estructuras indudablemente habrán despertado la curiosidad de todo el mundo antiguo, los autores de la Biblia no las consideraron dignas de mención. (Tampoco hay gatos en la Biblia, detalle interesante si recordamos que el gato era uno de los animales más significativos para la religión egipcia.) La ausencia de las pirámides es un dato extraño, pero comprensible: no desempeñan ningún papel en el devenir de la narración bíblica. Sin embargo, la Biblia tampoco recuerda los nombres de los faraones egipcios que tanta importancia tuvieron para el pueblo de Israel y abunda en nombres de otros soberanos antiguos, algunos de ellos completamente insignificantes desde la perspectiva moderna.
Las primeras pirámides empezaron a construirse hacia el año 2900 AEC. La Gran Pirámide y la extraordinaria Esfinge construida por Kefrén datan de los años 2550 a 2500 AEC. Si convenimos que José estuvo en Egipto hacia el año 1700 AEC, queda claro que las pirámides fueron erigidas más de un siglo antes de la llegada de los primeros hebreos a Egipto. Tal vez su “ausencia bíblica” sea indicio de que ya no eran una novedad. Quizá los hebreos asentados en el delta del Nilo jamás llegaron a ver las pirámides, como los turistas que viajan a Nueva York y no llegan a ver la Liberty Bell en Filadelfia o el Lincoln Memorial en Washington. O acaso los autores de la Biblia no quisieron “darles prensa” a los progresos de su principal opresor.
Contrariamente a la difundida idea—originada por el griego Herodoto, “el padre de la Historia”—de que las pirámides fueron construidas por millares de esclavos, las investigaciones recientes han demostrado que probablemente fueron levantadas por cuadrillas de obreros, no esclavos, sino contratados o voluntarios llegados de los campos de labranza. Su alimentación estaba en manos de millares de panaderos, cocineros, y otros “servidores.” Producto de una sociedad altamente desarrollada y motivada, las pirámides son testimonio de un extraordinario nivel de organización social. Los trabajadores recibían su paga “en especias”—alimento y ropa—y, dado que estos enormes proyectos edilicios requerían cada vez más artesanos y obreros especializados, Egipto vio surgir una clase trabajadora entrenada y eficaz.
Las circunstancias pueden haber sido muy diferentes para los hebreos de la época de Moisés. Contamos con numerosas suposiciones y escenarios posibles para el período comprendido entre José y Moisés, cronología sumamente complicada debido a los desacuerdos básicos de los eruditos en cuanto a las fechas históricas del antiguo Egipto. Vale la pena mencionar tres de estos posibles escenarios:
“El derrotero bíblico seguido por el pueblo que abandonó Egipto—hacia el sur, rumbo al Sinaí—tendría perfecto sentido si una de las migraciones hubiera ocurrido en la época de Thera y Tutmosis III…Cualquiera que abandonara Egipto sin el beneplácito del faraón hubiera querido evitar la tierra de Canaán y la ruta de la costa que llevaba a ella. La única ruta segura era hacia el sur, hacia la península del Sinaí (cuyas costas, por otra parte, eran uno de los sitios de pesca más pródigos del mundo y podrían haber alimentado sin dificultad a una población de migrantes). Dado que Tutmosis III había dispuesto avanzadas militares sobre la costa norte del Sinaí y a lo largo de la costa de Canaán, era inevitable que algunos de sus soldados fueran víctimas de los tsunamis de Thera…En estas circunstancias, apenas faltaba un empujoncito para interpretar los tsunamis y la lluvia de ceniza como un castigo divino contra Egipto…” (Return to Sodom and Gomorrah, pp. 240–241.)
¿Realmente tiene importancia el faraón? ¿Qué importa un siglo más o menos? Espiritualmente hablando no tiene ninguna importancia, siempre y cuando aceptemos la versión bíblica. Pero a los historiadores les encanta revelar enigmas. Imaginemos, en un futuro lejano, una discusión histórica en la que se diga que el pirata inglés Sir Francis Drake comandó una flota de barcos a vela contra la Armada de Hitler. La victoria de 1588 de Drake sobre la Armada española dista sólo 350 años de la Segunda Guerra Mundial: un abrir y cerrar de ojos si la comparamos con la historia de Egipto.
POSIBLES FARAONES DEL ÉXODO:
Ramsés I | 1292–1290 AEC | ||
Seti I | 1290–1279 AEC (candidato de Cyrus Gordon para la época de José.) | ||
Ramsés II | 1279–1212 AEC (favorito por consenso como faraón del Éxodo.) | ||
Merneptah | 1212–1202 AEC (llevó a Egipto a combatir contra los israelitas, lo cual indica que éstos ya estaban en Canaán.) | ||
Amenmesses | 1202–1199 AEC | ||
Setos II | 1199–1193 AEC | ||
Siptah | 1193–1187 AEC | ||
Teosret | 1187–1185 AEC | ||
Sethnakte | 1185–1182 AEC | ||
Ramsés III | 1182–1151 AEC (candidato de Cyrus Gordon para la época del Éxodo.) |
Quienquiera que haya sido el cruel faraón del Éxodo, vale la pena agregar otro episodio a la historia de trabajos forzados del pueblo judío. El rey Salomón, uno de los más grandes reyes judíos, también obligó a trabajar a los israelitas en la construcción de sus imponentes obras públicas varios siglos más tarde. Cabe destacar que a los hebreos no les gustó trabajar para Salomón más de lo que les había gustado hacerlo para el faraón egipcio.
¿Qué mar cruzaron los israelitas?
Abatido por la última y terrible plaga, el faraón cede y Moisés reúne a las tribus para emprender una veloz retirada. Hacen el pan sin levadura…de allí la tradición pascual del pan matzah, que recuerda que es mejor comer una hogaza chata en libertad que una hogaza inflada en la esclavitud. El relato del Éxodo consigna que seiscientos mil hombres dejaron Egipto…lo cual indica que más de un millón de hebreos—asentados en el país desde hacía más de cuatrocientos años—tuvieron que juntar sus petates y partir raudos. Los israelitas liberados son guiados a la Tierra Prometida por Dios, quien toma la forma de una “columna de nube” durante el día y la de una “columna de fuego” por la noche. Pero el faraón cambia de opinión: de hecho, Dios le anuncia a Moisés que “endurecerá” el corazón del soberano egipcio y lo inducirá a perseguir a los hebreos. El faraón envía 600 carros—1,800 soldados, a razón de 3 hombres por carro—para impedir la huida de millones de judíos. Frente a las insondables aguas del “Mar Rojo” y con los 600 carros guerreros a sus espaldas, los hebreos titubean y se preguntan si no estaban mejor bajo el yugo esclavizante. Pero Moisés le pide ayuda a Dios, y Éste le dice que levante su vara sobre el mar. Aquí es donde DeMille y Charlton Heston traicionan la versión bíblica. La columna de fuego impide avanzar a los egipcios y un fuerte viento sopla durante toda la noche: la división de las aguas no fue instantánea. El mar se abre al día siguiente y da paso a los israelitas. Los egipcios los siguen, pero las ruedas de sus carros se hunden en el lodo y las aguas vuelven a cerrarse. Fin del ejército del faraón.
La mayoría de los estudiosos reconocen que aunque la definición “Mar Muerto” hubiera sido correcta, los israelitas de hecho cruzaron el Golfo de Suez, el brazo septentrional del Mar Rojo que separa a Egipto de la península del Sinaí. Sin embargo, actualmente se admite que “Mar Rojo” es un error de traducción. La versión más comúnmente aceptada es “Mar de Juncos,” un misterioso cuerpo de agua que aún no ha sido identificado con certeza. Otra alternativa posible sería el lago Timsah, un lago poco profundo situado al norte del Golfo de Suez. Otra serían los pantanos del delta del Nilo, donde crecen las plantas de papiro. También se dice que la traducción correcta sería “Mar del Fin del Mundo,” lo que indicaría que los israelitas estaban abandonando el mundo conocido de Egipto rumbo a un misterioso desierto.
La ruta al Sinaí también ha sido objeto de especulaciones. La ruta más aceptada del Éxodo es al sur, hacia el desierto del Sinaí, siguiendo la costa oriental del Golfo de Suez hasta un campamento temporario en las proximidades del monte Sinaí bíblico. Esta teoría ubica al monte Sinaí en el extremo sur de la península del Sinaí, tradicionalmente asociado con el Jebel Musa (“Monte de Moisés”). Sin embargo, esta identificación fue llevada a cabo por los cristianos hacia el siglo IV EC. Muchos hablan de la ruta a “Shur”—otra oscura referencia del Éxodo—y ubican al monte Sinaí/Horeb en Jebel Halal, al norte de la península, más cerca del actual Israel. La teoría más reciente—explicada en The Gold of Exodus—localiza al monte Sinaí en el desierto del Sahara. Dos arqueólogos aficionados afirman haber encontrado el Sinaí en una excavación secreta, realizada sin el permiso de las autoridades sauditas. Esta teoría no ha sido verificada hasta el presente.
A falta de nuevos descubrimientos, todas estas teorías sobre el Éxodo no pasan de ser, simplemente, teorías. Lo que sí se acepta es que la cantidad de hebreos que huyeron de Egipto tuvo necesariamente que ser menor que los millares a los que alude la Biblia. Hay varias explicaciones posibles para esta cifra exagerada. Una es que esa cantidad refleja un censo realizado mucho más tarde en Israel. Otra sugiere una traducción errónea de “millares.” Si la palabra “millares” fuera leída como “tropa” o “contingente” de seis a nueve hombres, la cifra total de escapados resultaría más creíble. Una tercera explicación aduce que, en la numerología bíblica, esa cifra representaba el número “perfecto.”
Además de reducir la cantidad de israelitas que huyeron de Egipto, la mayoría de los historiadores aceptan la idea de que otras tribus—que luego se autodenominarían israelitas—ya se habían asentado en Canaán cuando llegó el contingente del desierto (tal como lo demuestra la propia Biblia en el libro de los Jueces). Esta “revisión” convierte al Éxodo en un acontecimiento del que participaron sólo algunos israelitas que huyeron de Egipto y poco a poco se establecieron en Canaán. De este modo, la “Conquista” se transforma en una ola natural de emigración. Pero, con el correr del tiempo, el relato del Éxodo pasó a ser una épica nacional o saga embellecida y modificada por los distintos oradores.
RESUMEN DE LA TRAMA: LOS DIEZ MANDAMIENTOS
Tras haber llegado sanos y salvos al desierto del Sinaí, los israelitas se encuentran secos pero hambrientos. Y empiezan a quejarse, hábito cuya persistencia será un verdadero problema para Moisés. Tienen sed. Tienen hambre. No les gusta salir de campamento. Las cosas iban mucho mejor en Egipto. No es un retrato precisamente elogioso de un grupo recién liberado de la esclavitud y salvado por la milagrosa intervención de la mano de Dios.
Nuevamente, Dios los provee de alimento en forma de “maná,” traducción derivada de las palabras hebreas Man hu (“¿Qué es eso?”). En el Éxodo se dice que todas las noches llegaban codornices y que el maná aparecía todas las mañanas, lo que ha llevado a muchos a suponer que el anhelado alimento no era otra cosa que deposición de ave. Para otros se trata de una sustancia semejante al rocío, excretada por un insecto, que se encuentra en la corteza de los tamariscos. Fuera lo que fuese, no parece muy sabroso, y todos los intentos de dar una explicación “natural” al maná se apartan, como advierte Everett Fox, del nudo central del relato: el maná es la sustancia divina que mantuvo con vida a los Hijos de Israel. Con vida, pero sin abandonar sus quejas. Todos recuerdan que la comida egipcia era muchísimo mejor.
Entre tanta insatisfacción, Dios le dice a Moisés que lleve a su pueblo a la montaña: quiere hablar con sus elegidos. También ordena que los israelitas laven sus ropas, no toquen la montaña sagrada (Sinaí), y no mantengan relaciones sexuales durante tres días. Anunciado por truenos, rayos, y trompetas, Dios desciende en una nube a la cima del monte Sinaí. Le dice a Moisés que no permita acercarse demasiado a la gente. Moisés le recuerda que ya les prohibió tocar el Sinaí y Dios replica: “Ve a buscar a Aarón.” Luego, al entregar los Diez Mandamientos, Dios hablará. Los israelitas, asustados por el humo y el ruido, piensan que es mejor que Moisés vaya solo a hablar con Dios.
LOS DIEZ MANDAMIENTOS (ÉXODO 20.1–17):
Y enseguida pronunció el Señor estas palabras, diciendo:
La primera tanda de mandamientos es transmitida por vía oral…nada de tablas por ahora. Moisés debe volver a la montaña durante 40 días y recibe una larga lista de instrucciones para la construcción del Arca de la Alianza—que contendrá las tablas de la ley—y la vestimenta de los sacerdotes. Al término de esos cuarenta días, Moisés regresa con las “dos tablas de la ley, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios.” (Éx. 31.18)
LOS DIEZ MANDAMIENTOS: UNA INTERPRETACIÓN MODERNA DE CIERTAS LEYES ANTIGUAS
El artista Gahan Wilson publicó en cierta ocasión una caricatura en la revista Playboy. En ella, un grupo de personas vestidas con trajes suntuosos veneraban de rodillas una enorme letra N. Abajo decía: “Nada es sagrado.”
No obstante, si algo queda de sagrado en los tiempos que corren, son los Diez Mandamientos. Dan testimonio de esta verdad dos casos que atrajeron recientemente la atención de los medios en Estados Unidos. Primer caso: los legisladores de Tennessee intentan aprobar una ley que obligue a exhibir los Diez Mandamientos en las paredes de todos los edificios públicos, tribunales, y aulas incluidos. Segundo: un juez de Alabama fue instado a retirar una placa con los Diez Mandamientos de la pared de su juzgado. El juez se negó y se convirtió en el héroe de millares de personas. El gobernador del estado respaldó la decisión del juez y amenazó con convocar a la milicia estatal para defender el derecho del juez a exhibir los Mandamientos. Aunque la sacralidad e importancia de los Diez Mandamientos siempre han sido levantadas a manera de estandarte…cuando llega el momento de obedecerlos quedan muy pocos voluntarios en las filas. Ni siquiera el héroe nacional de Israel, el celebérrimo rey David, pudo avenirse a cumplirlos al pie de la letra. Por lo menos una vez no respetó el Sabbath—como lo hará Jesús más tarde—, asesinó, cometió adulterio, y codició. Dios mató a muchos—entre ellos a Onán y a la gente de Sodoma—por pecados menos graves.
Con esto en mente, analizaremos de cerca los Diez Mandamientos y veremos qué hace la sociedad moderna para obedecer este cuerpo de leyes básicas y supuestamente inmutables.
En primer lugar, la mayoría de la gente no recuerda todos los mandamientos. En su libro Sources of Strength, Jimmy Carter menciona a un hombre que piensa que el séptimo mandamiento dice: “No admitirás el adulterio.” Por otra parte, además de modificar el orden de los mandamientos, la “Versión Autorizada” de la Biblia mutiló algunas de las más antiguas y fieles traducciones hebreas e introdujo ciertas variantes sumamente interesantes y significativas, particularmente en lo que respecta al sexto mandamiento y la sustitución de “Dios apasionado” por “Dios celoso.”
VOCES BÍBLICAS
ÉX. 20.26 CINCO LIBROS DE MOISÉS
Y no subirás por gradas a mi altar,
por que no se descubra tu desnudez.
Si alguien vende a su hija como esclava, ¿debe dar una garantía?
Cuando le hablaron por primera vez de los Diez Mandamientos, ¿no le dijeron que Dios no quería que usted espiara bajo las faldas del sacerdote? Moisés recibió muchas leyes de manos de Dios. Y unas cuantas necesitan ser explicadas.
Ante el asombroso sonido y la luz de Dios en la cima del Sinaí—es decir, al ver los rayos y la humareda, y escuchar el trueno—los israelitas decidieron que sería mejor que Moisés subiera y hablara con Dios “cara a cara” mientras ellos permanecían “a distancia prudencial.” Así, Moisés se acercó a la “densa oscuridad” donde se hallaba Dios. Luego Dios procedió a entregarle una larga lista de leyes. Los Diez Mandamientos fueron sólo el comienzo de la Ley, la punta del témpano que aniquilaría al Titanic. Los Mandamientos podrían ser denominados como los “Diez Primeros,” pero los siguientes capítulos del Éxodo—conocidos con el “Libro de la Alianza”—junto con el resto de la Torá, estaban dedicados a un extenso cuerpo de leyes que lo gobernaba todo: desde la moral básica y la conducta religiosa hasta un amplio espectro de directivas sociales para casi todos los aspectos de la vida del israelita.
La idea de que Moisés subió una sola vez, recibió las tablas, y luego bajó no tiene relación alguna con el complejo relato de la entrega de las leyes, tal como lo narra el Éxodo. Moisés sube y baja el Sinaí como si fuera un yo-yo: tarda varios meses en completar sus ocho viajes. En algunos lugares se dice que Dios escribió las leyes; en otros, fue Moisés quien las escribió. Ésta es una parte de la Biblia en la que los estudiosos han demostrado de manera convincente que por lo menos tres versiones distintas de los acontecimientos del monte Sinaí—volvemos a los viejos y buenos J, P, y E, los autores que presentamos en la primera parte de este libro—fueron combinadas para obtener la versión narrada en el Éxodo.
También es un sector de la Biblia que resulta tramposo para aquellos que todavía quieren tomarla—y tomar sus leyes—literalmente. La tradición judía identifica 613 leyes en la Torá. Muchas de ellas regían ritos sacrificiales que ya no tienen vigencia. En otras palabras, la mayoría de nosotros ya no creemos que la “veneración” y el perdón de los pecados impliquen descuartizar animales pequeños.
A continuación ofreceremos un sucinto ejemplo de las numerosas leyes que Moisés entregó al pueblo de Israel en el Éxodo. Convendría que los lectores modernos recordaran que la Biblia fue escrita hace mucho tiempo por un conjunto humano muy diferente al nuestro. Aquí es donde deberán determinar cuáles leyes son apropiadas para las tribus nómades del desierto 4.000 años atrás, y cuáles son las leyes universales que han trascendido el lugar y la época.
Luego de una lista de “casos legales” referidos a la restitución de ovejas y otros animales perdidos, heridos o robados, la ley agrega:
Estas últimas cuatro leyes, incongruentemente agrupadas, señalan las extravagancias de “obedecer” a la Biblia. Obviamente, los individuos modernos tienen otra idea de la virginidad, el matrimonio, y la dote. Las mujeres que ofrecen consejo en la “Línea Psíquica” son insoportables, ¿pero acaso usted querría condenarlas a la silla eléctrica? El bestialismo es ciertamente enfermizo para la mayoría de nosotros. ¿Pero digno de la pena de muerte?
RESUMEN DE LA TRAMA: EL BECERRO DE ORO
Moisés había subido y bajado la montaña por primera vez, y decide volver a subir, en esta ocasión durante cuarenta días y sus noches. Va a recibir un conjunto de directivas sumamente específicas para la construcción de la morada sagrada de Dios—el Tabernáculo, diseñado en formato portátil de modo que los israelitas puedan llevarlo con ellos a todas partes—y el Arca de la Alianza—donde se guardarán las tablas de los Diez Mandamientos. Pero mientras Dios y Moisés se entretienen con los planos y las leyes, el pueblo se pone impaciente. Los israelitas le piden a Aarón, hermano de Moisés, que les haga un nuevo dios. Aarón no se opone al pedido: se apodera de todos los aros y anillos de oro del campamento, los funde y crea un becerro de oro. Acto seguido, los israelitas danzan en torno a la imagen.
Dios no se alegra al verlos y envía a Moisés de regreso. Moisés destruye la tabla que contiene la ley y quema el becerro, convirtiéndolo en polvo. Luego esparce el polvo sobre el agua y hace beber a la gente. Dios lo acompaña enviando una plaga sobre el campamento. Moisés pide a los leales que se unan a él, y todos los levitas corren a su lado. Sacan sus espadas y matan a tres mil personas.
A pesar del papel que ha desempeñado en este drama, Aarón escapa al castigo. Su coartada es sorprendente: ¡le dice a Moisés que arrojó el oro al fuego y el cordero emergió! Aparentemente, Moisés acepta la explicación de su hermano.
Luego de esta purga, Moisés consigue otros dos pedazos de piedra para las nuevas tablas. Aquí se complican un poco las cosas porque Dios dice que Él las escribirá. Sin embargo, unos versículos más adelante, Dios le dice a Moisés que escriba las leyes. Moisés obedece y regresa con el nuevo conjunto de mandamientos.
VOCES BIBLICAS
ÉX. 33.1–3
Habló después el Señor a Moisés, diciendo: “Vete, abandona este lugar, tú y el pueblo que has traído de la tierra de Egipto, y ve a la tierra que he prometido a Abram, Isaac y Jacob, diciendo: ‘A tu descendencia se la daré’. Enviaré un ángel delante de ti, y expulsaré a los cananeos, los amorreos, los heteos, los fereceos, los heveos y los jebuseos. Iréis a la tierra que mana leche y miel; pero yo no iré entre vosotros, no sea que me viese obligado a destruiros en el camino, siendo como sois un pueblo de dura cerviz.”