CAPÍTULO TRECE

DE LA BOCA DE LOS NIÑOS

Salmos (Tehillim)

iLos más grandes éxitos de Dios! Esta colección de 150 himnos—o, más apropiadamente, poemas—es el primer libro de los “Escritos” hebreos, pero sigue al Libro de Job en las Biblias cristianas. El título hebreo Tehillim—“Alabanzas” o “Cantos de Alabanza”—tampoco ofrece una descripción adecuada del contenido. Se trata de un conjunto de cantos de desesperación, pesar, y depresión con frecuencia intensamente personales, y de otros que celebran las glorias del Señor.

En las antiguas tradiciones judía y cristiana el rey David era considerado el autor de los Salmos, pero los eruditos modernos coinciden en afirmar que se trata de una compilación de distintos libros anteriores. El texto bíblico atribuía 74 salmos al rey David, 12 a Salomón, 1 a Moisés, 32 a otros individuos, y el resto a autores anónimos. En cuanto a la fecha de composición, comúnmente se acepta que el conjunto abarca un largo período: desde el Éxodo hasta la época inmediatamente posterior al retorno a Jerusalén (año 538 AEC). Acerca de la importancia del contexto histórico y el fundamento poético de los Salmos, escribió C. S. Lewis en su libro Refiexiones sobre los Salmos (1958):

“Los Salmos fueron escritos por muchos poetas y en épocas muy diferentes. Creo que algunos datan del reinado de David. Creo también que algunos eruditos conceden que el Salmo XVIII podría haber sido escrito por el propio David. Pero otros son posteriores al ‘cautiverio’, al que deberíamos llamar la deportación a Babilonia…. Sin embargo, es menester decir que los Salmos son poemas, y que fueron escritos para ser cantados; no son tratados de doctrina, ni siquiera de sermones…. Insisto en que los Salmos deben ser leídos como poemas, como lírica, con todas las licencias y todas las formalidades, las hipérboles ylas conexiones emocionales antes que lógicas que caracterizan a la poesía lírica.”

La Biblia fue tradicionalmente pensada como la Palabra de Dios para el hombre. Pero en los Salmos el hombre le habla a Dios, en algunos casos a través de la literatura poética más grande de que se tenga conocimiento. David Rosenberg—un poeta que se ha consagrado a capturar las voces humanas presentes en las Escrituras hebreas en su libro A Poet’s Bible—dice lo siguiente en cuanto a la cualidad íntima, profundamente humana de los Salmos: “Cierto día, traduciendo un salmo que creía escrito con furia y generalmente presentado de ese modo, descubrí repentinamente que la emoción subyacente no era furia sino depresión intensa, conciencia profunda del propio fracaso. El salmista debió enfrentar la depresión y no se permitió responder con furia ni enojo. En cambio, aun cuando su voz transmite amargura, supera la desesperación otorgando a su salmo un sentido irónico de infinito, de eco constante en la eternidad. Así pude sentir la presencia real del poeta.”

Si bien judíos y cristianos comparten la totalidad de las Escrituras hebreas, o Antiguo Testamento, el de los Salmos es probablemente el libro más leído e intensamente compartido de la Biblia hebrea. El rabino Joseph Telushkin sostiene que el libro de los Salmos es “la espina dorsal del libro de plegarias hebreo” y lo atribuye a que, debido a la omnipresencia de los Salmos en los servicios de plegarias, muchos judíos conocen de memoria los versos. Jesús citaba o aludía con frecuencia a los Salmos, particularmente en el episodio de la tentación, en el Sermón de la Montaña y en su crucifixión. Es probable que los primeros cristianos hayan utilizado partes de este libro en sus servicios. San Agustín, sacerdote y erudito católico del siglo V EC, llamó al libro “el lenguaje de la devoción,” y Martin Luther King consideraba a los Salmos “una Biblia en miniatura.” Los 15 “rosarios” posteriormente instituidos por la Iglesia Católica Romana son en honor de los 150 Salmos.

Los más grandes éxitos de los Salmos

Aunque la mayoría de la gente coincidiría en afirmar que el salmo más difundido—el XXIII—es el mejor de todos, los párrafos siguientes provienen de algunos de los salmos más bellos, más memorables, o más frecuentemente citados.

Salmo I

Bendito sea el hombre que no se deja llevar por los consejos de los malos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los libertinos, sino que se deleita en la ley del Señor, y medita en ella día y noche.

Él será como el árbol plantado junto a la corriente del río, que dará su fruto a su debido tiempo; y su hoja nunca se marchitará, y todo lo que haga prosperará.

No así los ímpios: ellos serán como el polvo que el viento arroja de la superficie de la tierra. (1.1–4)

Salmo VIII

De la boca de los niños / y de los que aún están pendientes del pecho de sus madres, / hiciste Tú salir perfecta alabanza / para silenciar al enemigo y al sediento de venganza. / Cuando contemplo tus cielos, / la obra de tus dedos, / la luna y las estrellas que has puesto en ellos, me digo / ¿qué es el hombre para que Tú te acuerdes de él, / qué son los mortales para que te preocupes por ellos? / Tú mismo los hiciste un poco inferiores a Dios (o a los ángeles). (8.2–5)

Salmo XIII

¿Cuánto tiempo, oh Señor? ¿Me olvidarás para siempre?

¿Cuánto tiempo ocultarás de mí tu rostro?

¿Cuánto tiempo tendré que luchar con mis pensamientos y cada día sentir el corazón oprimido por la pena?

¿Cuánto tiempo triunfará sobre mí mi enemigo?

Mírame y responde, oh Señor mi Dios.

Da luz a mis ojos, o dormiré en la muerte;

y mi enemigo dirá “Lo he vencido” y los traidores

se regocijarán al verme caer.

Pero confío en tu amor infalible;

mi corazón se regocija en tu salvación.

Cantaré al Señor,

porque ha sido bueno conmigo.

Salmo XIV

Los tontos dicen en sus corazones: “Dios no existe.” (14.1)

Salmo XIX

Los cielos proclaman la gloria de Dios,

y el firmamento anuncia la obra de Sus manos.

Cada día transmite con abundancia estos anuncios

al siguiente día, y cada noche los comunica

a otra noche.

No hay lenguaje, no hay palabras,

que no sean escuchados.

Su voz se ha propagado por toda la tierra,

y hasta el fin del mundo han llegado sus palabras. (19.1–4)

Los preceptos del Señor son justos,

y alegran el corazón;

el mandamiento del Señor es lúcido,

e ilumina la mirada.

El temor del Señor es puro,

permanece para siempre;

los juicios del Señor son ciertos,

justos y verdaderos,

más deseables que el oro,

que la más dulce miel

de la colmena. (19.9–10)

Salmo XXII

(Salmo de la Crucifixión, citado por Jesús en la cruz)

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

¿Por qué no acudes en mi ayuda, por qué

no escuchas mis quejas?

Oh, Dios mío, todo el día clamo, pero

tú no respondes;

y toda la noche, pero no hallo descanso. (22.1–2)

Salmo XXIV

¿Quién subirá la colina del Señor?

¿Y quién pondrá el pie en este lugar sagrado?

Aquellos que tengan limpias las manos

y el corazón puro,

aquellos que no entreguen sus almas a la falsedad

y no levanten falso testimonio. (24.3–4)

Salmo XXVII

El Señor es mi luz y mi salvación;

¿a quién he de temer?

El Señor es la fortaleza de mi vida;

¿de qué podría tener miedo?

Cuando los malvados me asalten

para devorar mi carne,

los adversarios y traidores,

tropezarán y caerán.

Aunque el enemigo se arme

contra mí, mi corazón no temerá;

aunque la guerra se desate

contra mí, tendré confianza. (27.1–3)

Salmo XXXVII

Reprime el furor, y abandona la ira,

no caviles en tu enojo: esto sólo lleva al mal.

Pues los malvados serán exterminados,

pero aquellos que esperen en el Señor

heredarán la tierra.

Ten un poco de paciencia, y verás

que ya no habrá pecadores;

aunque los busques diligente

donde antes estuvieron, no los hallarás.

Pero los dóciles heredarán la tierra

y gozarán de abundancia y prosperidad. (37.8–11)

Salmo XLII

Como brama el ciervo sediento por las fuentes de agua,

así clama mi alma por ti, oh Señor.

Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo.

¿Dónde podré encontrarme con el Señor?

Noche y día, las lágrimas han sido mi alimento,

y los hombres no han cesado de preguntarme:

“¿Dónde está tu Dios?” (42.1–3)

¿Por qué estás triste, oh alma mía?

¿Por qué te sientes perturbada?

Pon tu esperanza en Dios,

porque cantaré sus alabanzas, mi Salvador y mi Dios. (42.5–6)

Salmo LXVI

Moradores de la tierra, dirigid

a Dios voces de júbilo;

cantad la gloria de su nombre,

ofrecedle gloriosas alabanzas.

Decid a Dios: “¡Cuán maravillosas son tus obras!

Por tu gran poder, tus enemigos

se arrodillan ante Ti.

Toda la tierra te venera;

todos te cantan alabanzas

y glorifican tu nombre.” (66.1–4)

Salmo LXXXIV

¡Oh cuán amables son tus moradas,

Señor de los ejércitos!

Mi alma suspira, anhela la morada del Señor;

mi cuerpo y mi alma claman de alegría por el Dios viviente.

Hasta el gorrión encontró un hogar,

y la tórtola un nido donde

guarecerse con sus pequeños,

cerca de tu altar, oh Señor de los ejércitos,

mi rey y mi Dios.

Dichosos aquellos que moran en tu casa. (84.1–5)

Más vale un solo día en tu morada que un

millar (en cualquier otra parte);

prefiero quedarme en el umbral de Dios

a morar en las tiendas de los perversos. (84.11)

Salmo C

Que la tierra toda celebre al Señor.

Venerad al Señor con júbilo,

acudid cantando a Su presencia.

Sabed que el Señor es Dios,

es Él quien nos ha creado, y le pertenecemos.

Somos su pueblo, las ovejas de su rebaño.

Entrad en su morada agradeciendo

y alabad eternamente su obra. (100.1–4)

Salmo CXXXVII

A orillas de los ríos de Babilonia,

allí nos sentábamos,

nos sentábamos y llorábamos,

pensando en Sion.

Allí bajo los sauces

colgamos nuestras liras,

porque nuestros captores nos pidieron que cantáramos,

nuestros atormentadores que los entretuviéramos.

“Cantadnos un canto de Sion.”

¿Cómo podríamos cantar un canto del Señor

en suelo extranjero?

Si te olvido, oh Jerusalén,

haz que se marchite mi mano derecha,

que la lengua se me pegue al paladar

si dejo de pensar en ti,

si no guardo a Jerusalén en la memoria

aun en mis horas más felices. (137.1–6)

Los Salmos que no nos enseñaron

El fragmento citado arriba es el más difundido del Salmo CXXXVII, ya que retrata al pueblo de Israel cautivo en Babilonia ansioso por liberarse. Pero es probable que pocas personas conozcan esta parte del Salmo:

Hermosa Babilonia, oh predadora,

bendito aquel que te pague con creces

lo que nos has infligido;

bienaventurado el que aferre a tus bebés

y los estrelle contra las piedras. (137.8–9)

Tal como lo demuestran estas amargas palabras, no todos los salmos pintaron un retrato inocente del pueblo elegido. A continuación incluyo parte de otros salmos que Mamá tampoco le enseñó:

Salmo LXVIII

Pero Dios destrozará las cabezas de sus enemigos,

el copete erizado de los que se jactan de sus delitos.

Dijo el Señor:

“Los haré volver de Basán, los traeré de vuelta

desde las profundidades del mar,

para que podáis bañaros los pies en su sangre,

para que las lenguas de vuestros perros

laman la sangre de los traidores.” (68.21–23)

Salmo CXLIV

Bendito sea el Señor, mi roca,

que prepara mis manos para la guerra,

y mis dedos para la batalla;

mi roca y mi fortaleza,

mi muralla y mi guía,

mi escudo, aquel que me protege,

aquel que somete los pueblos a mi arbitrio.

Oh, Señor, ¿qué son los hombres para que Tú los mires?

¿Qué son los mortales para que pienses en ellos?

Son como el aliento: sus días son

apenas una sombra pasajera. (144.1–4)