Eclesiastés (Qoheleth)
Vanidad de vanidades, dijo el Eclesiastés, todo es vanidad.
EC. 12.8
La multiplicación de los libros no tiene fin; y el exceso de estudio es un tormento para la carne.
EC. 12.12
Durante la década de 1960, probablemente no hubo versículos bíblicos más citados que las palabras del Eclesiastés utilizadas por Peter Sieger en su tema “Turn, turn, turn,” uno de los grandes éxitos de los Byrds. Los norteamericanos de cierta edad tal vez recordarán que el presidente Kennedy admiraba esos versículos, y que fueron leídos en su funeral. Irónicamente, provienen de uno de los más inusuales—y, para muchos, uno de los más confusos—libros de la Biblia.
VOCES BÍBLICAS
Todas las cosas tienen su estación, y todo lo que hay bajo el cielo tiene su tiempo prescrito:
tiempo de nacer, y tiempo de morir;
tiempo de plantar, y tiempo de cosechar lo que se ha plantado;
tiempo de matar, y tiempo de curar;
tiempo de derribar, y tiempo de edificar;
tiempo de llorar, y tiempo de reír;
tiempo de lamentarse, y tiempo de danzar;
tiempo de arrojar piedras, y tiempo de recoger piedras;
tiempo de abrazar, y tiempo de apartarse de los abrazos;
tiempo de ganar, y tiempo de perder;
tiempo de guardar, y tiempo de arrojar;
tiempo de rasgar, y tiempo de coser;
tiempo de callar, y tiempo de hablar;
tiempo de amar, y tiempo de odiar;
tiempo de guerra, y tiempo de paz.
(EC. 3.1–8)
RESUMEN DE LA TRAMA: ECLESIASTÉS
Todo el que crea que la Biblia es un libro simplista que ofrece respuestas hechas a las preguntas más preocupantes no ha leído el Libro de Job ni el Eclesiastés. Estos dos libros también refutan a los creyentes ortodoxos y fundamentalistas que condenan a todo el que se atreve a cuestionar a Dios o a su plan divino. Si bien gran parte de la Escritura hebrea describe un universo ordenado en el que los fieles pueden hallar esperanza hasta en los momentos más desesperados, el Eclesiastés—como el Libro de Job—es un libro escéptico y cuestionador. Ambos libros no sólo aceptan las preguntas incómodas: las honran. Los editores de la Nueva Biblia de Jerusalén comentan en su introducción al Eclesiastés: “Este libro es sumamente valioso por su fe inquieta y cuestionadora, y su inclusión en la Biblia es una confirmación para todos aquellos que comparten esta actitud.”
Las primeras palabras del libro—“¡Vanidad de vanidades! Todo es vanidad” (la Biblia de Jerusalén elige el término “futilidad”)—instalan el tono caviloso y los temas del autor: la futilidad de perseguir las riquezas y la sabiduría, y la inevitabilidad de la muerte. A veces expresa ideas de corte tan cínico y hedonista que algunos rabinos pensaron en suprimir el libro. Su popularidad, su aceptación última de la voluntad de Dios y la difundida idea de que Salomón lo escribió le ganaron al Eclesiastés un lugar en los “Escritos” (tercera sección de las Escrituras hebreas). En el Antiguo Testamento cristiano, el Eclesiastés es parte de los Libros Sapienciales, denominación que también incluye a los Libros de Job y de los Proverbios.
Al igual que los Proverbios y el Cantar de los Cantares, la tradición atribuye la autoría del Eclesiastés al rey Salomón, el idealizado “hombre sabio” de la historia israelita. Pero los especialistas han señalado que el lenguaje empleado—por ejemplo, la inclusión de ciertas palabras persas en el texto original—y el tono general del libro obligan a descartar por completo esa posibilidad. Numerosos versículos reflejan un estado de desilusión que pudo haber afectado a los judíos durante el Exilio en Babilonia. La escritura del Eclesiastés supuestamente data del año 300 AEC, y algunos historiadores creen que incluso podría ser posterior. Algunos eruditos sostienen que data de la época “helenística”—período inmediatamente posterior a la conquista de Persia por Alejandro Magno en el año 332 AEC—momento histórico en el que el antiguo Oriente Medio cayó bajo la influencia de varios filósofos griegos. Es probable que los judíos letrados estuvieran familiarizados con los Tres Grandes Griegos: Sócrates, Platón, y Aristóteles.
VOCES BÍBLICAS
EC. 6.1–3
He visto todavía otra miseria en este mundo, harto común entre los mortales: la de aquel a quien Dios ha dado riquezas, haciendas y honores, sin que le falte nada de lo que su alma anhela; pero a quien Dios no le ha dado la facultad de disfrutar de todo ello, sino que vendrá un extraño a disfrutarlo. Todo esto es vanidad, y miseria muy grande. O pensad en alguien que haya tenido cien hijos y vivido largos años, y habiendo llegado a edad anciana jamás haya disfrutado las cosas buenas de la vida y ni siquiera tenga sepultura; considero que un niño abortado es más feliz.
El nombre Eclesiastés deriva de las versiones griega y latina de una palabra hebrea que significa “líder de una asamblea o congregación,” palabra que fue traducida aproximativamente como “Predicador.” Pero la traducción más apropiada del hebreo Qoheleth sería “maestro.”
Ni historia, ni parábola, ni libro profético, el Eclesiastés es único entre los libros bíblicos. Lo más conveniente es pensarlo como la obra de alguien que piensa en voz alta, un anciano sabio pero hastiado que comparte sus reflexiones con un grupo de colegas o alumnos.
En su libro A Poet’s Bible, David Rosenberg propone una aproximación ligeramente distinta al Eclesiastés y considera que el autor intenta “degradar” las viejas homilías y los estereotipos. Dice Rosenberg: “Ninguna filosofía atraviesa el libro, mucho menos una teología…. Envuelto en las trampas de su obstinada cultura hebrea, elpoeta encuentra una manera de abrazar un mundo difícil mientras en apariencia lo rechaza. (…) Incluso hoy, los intérpretes convencionales de la Biblia—particularmente los no judíos—suponen erróneamente que el Eclesiastés está plagado de dudas corrosivas.”
Más filosóficos que religiosos, los vagabundeos del “Maestro” se inician con una pregunta esencial: “¿Qué se gana con el esfuerzo humano?” El autor busca sentido en las respuestas típicas—trabajo, placer, riquezas—pero no encuentra nada que acalle su inquietud. Incluso cuestiona el tema básico del bien y el mal, y decide que el bien no es invariablemente recompensado y que un mismo fin espera a todos los mortales. Todo termina en la muerte, y el destino ya ha sido decretado por Dios. Éste es un contundente punto de partida para otra clase de sabiduría, que contrasta particularmente con la de los Proverbios, libro que celebra la vida modesta dedicada al trabajo arduo, y a la búsqueda continua de la sabiduría.
El Eclesiastés concluye con las siguientes palabras:
Todo ha sido escuchado. Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque ése es el deber de todos los hombres. Porque Dios juzgará todas las acciones humanas, incluyendo las cosas más secretas, ya sean buenas o malas. (Ec. 12.13–14)
Este párrafo es tan distinto del resto del libro que numerosos comentaristas creen que fue agregado posteriormente para otorgar al Eclesiastés un mensaje más ortodoxo y aceptable desde un punto de vista convencional.