Los Hechos de los Apóstoles
“Salvaos de esta generación corrupta.”
HECH. 2.40
Adiós Jesús. Judas había muerto. Los once discípulos, que habían huido como moscas del aerosol ante el arresto de su líder, debían de estar aterrados. Seguramente esperaban que fueran a buscarlos en cualquier momento. O Jesús volvería a visitarlos…o los soldados romanos se los llevarían. En cualquier caso, no podrían dejar de preguntarse: “¿Y ahora qué?”
Los comienzos de la Iglesia cristiana no se parecieron en nada a una película de Mickey Rooney y Judy Garland. Los primeros seguidores de Jesús debieron enfrentar la persecución y la muerte, ya fuera a manos de las autoridades judías o del imperio más poderoso de la Tierra. El Libro de los Hechos de los Apóstoles—una “secuela” del autor del Evangelio según Lucas—abarca un período de aproximadamente 30 años que coincide con los reinados de Calígula, Claudio, y Nerón. No obstante, para aquellos que prefieren el costado morboso de la Biblia, esta epopeya del Nuevo Testamento será un cuento de hadas. En una época en que los romanos estaban inventando la palabra “decadencia,” los relatos de los Hechos palidecen ante las primeras narraciones bíblicas. Claro. Hay dos o tres milagros, una huida de la cárcel, un apedreamiento, un naufragio, y la muerte de un par de tipos que no pagan sus deudas a la Iglesia. Pero mientras el emperador Nerón hacía mucho más que “tocar la cítara,” los primeros cristianos pasaban su tiempo debatiendo sobre los alimentos kosher y la práctica de la circuncisión. Por otra parte, los primeros miembros de la Iglesia se quejan constantemente del pecado de “fornicación.” Pero el Libro de los Hechos omite los detalles candentes y carece de las descripciones de sexo y violencia que tanto nos atraen en las Escrituras hebreas.
El autor del Evangelio según Lucas retoma su narración—esta vez en el Libro de los Hechos—en el momento en que Jesús sube al cielo, y la concluye con la fundación de comunidades cristianas en todo el mundo mediterráneo. Aunque el libro está protagonizado por muchos personajes conocidos—entre ellos Esteban, el primer mártir cristiano—esencialmente se trata de un show de dos hombres. Los reflectores iluminan en primer lugar a Simón Pedro, apodado “la piedra” por Jesús porque él sería el fundamento sobre el que se construiría la Iglesia. Pedro predica primero entre los judíos pero luego decide extender sus enseñanzas a los gentiles. Como aún no se había acuñado el término cristianos, los seguidores judíos de Jesús se hacían llamar la gente “del camino.” A continuación, los reflectores se concentran en Saulo/Pablo, quien comunicará el mensaje de Jesús al mundo gentil—o no judío—del siglo I.
Si bien los cristianos modernos tienden a agrupar a los primeros cristianos en una suerte de “gran familia feliz” que trabajaba codo a codo para propagar la fe, los Hechos y el Nuevo Testamento en general expresan tensión y rivalidades entre dos facciones: la de los judíos seguidores de Jesús—que en principio preferían seguir siendo judíos y conservar sus leyes y tradiciones—convencidos de que todo el que quisiera seguir a Jesús debía convertirse primero al judaísmo; y la de aquellos que, como el celoso Pablo, querían llevar “la buena nueva” al mundo no judío—con lo cual quebrantaban la Ley Mosaica. La disputa entre estas facciones—la primera de numerosas controversias y divisiones en los comienzos de la cristiandad—llevó a la celebración del concilio de los Apóstoles en Jerusalén, en el año 49 EC. Allí, Pedro acepta que el mensaje divino sea comunicado a los gentiles y el concilio admite que los gentiles que deseen seguir a Jesús no deben cumplir con las estrictas leyes judías, especialmente en lo relativo a la dieta y la circuncisión. Santiago, un personaje cada vez más relevante mencionado en el Libro de los Hechos como hermano de Jesús, también acepta el acuerdo.
En otras palabras, ¡ésa sí que es una “buena nueva,” cristianos! Podrán comer hamburguesas y tocino. Y podrán dormir tranquilos en lo que respecta a ese engorroso procedimiento quirúrgico.
Tradicionalmente se creía que el Evangelio según Lucas y el Libro de los Hechos habían sido escritos por un compañero de viaje de Pablo. La posición más difundida sostiene que el autor no fue un acompañante de Pablo sino un cristiano que tuvo acceso al “diario” de alguien que efectivamente viajaba con Pablo. Dado que la supuesta ejecución de Pablo (hacia el año 68 o 69) no es mencionada, los eruditos suponen que el Libro de los Hechos fue escrito antes de su muerte. Pero en realidad debió haber sido escrito después del Evangelio según Lucas, que con toda seguridad es posterior al Evangelio según Marcos, supuestamente escrito hacia el año 65 EC. Por consiguiente, podríamos fechar los dos libros de Lucas entre los años 80 y 100 EC.
VOCES BÍBLICAS
HECH. 2.2–12
Cuando de repente sobrevino del cielo un ruido, como de viento impetuoso que soplaba, y llenó toda la casa donde estaban. Al mismo tiempo vieron aparecer unas lenguas de fuego, que se repartieron y se asentaron sobre cada uno de ellos. Entonces fueron llenados todos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en diversas lenguas las palabras que el Espíritu Santo ponía en su boca.
Había en Jerusalén judíos piadosos y temerosos de Dios, de todas las naciones del mundo. Divulgado este suceso, acudió una gran multitud, y todos quedaron atónitos al escuchar cada uno hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Así pasmados y maravillados, se decían unos a otros: “Por ventura, estos que hablan, no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en su lengua nativa? Partos, medos, y elamitas, los moradores de la Mesopotamia, de Judea, y de Capadocia, del Ponto y del Asia, los de Frigia, de Panfilia, y de Egipto, los de Libia lindante con Cirene, y los que han venido de Roma, tanto judíos como prosélitos, los cretenses y los árabes, los oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios.” Estando todos llenos de admiración, y no sabiendo qué discurrir, se decían unos a otros: “¿Qué novedad es ésta?” Pero hubo algunos que se mofaron de ellos, diciendo: “Éstos sin duda han estado bebiendo mucho vino recién hecho.”
¿Cómo darle al mundo “la buena nueva” si uno no habla su idioma?
Era un día como tantos para los discípulos y algunos otros seguidores. Estaban allí sentados cuando, de pronto, unas “lenguas de fuego” los tocaron, uno por uno. Comenzaron a hablar en otras lenguas. Algunos de los que los vieron pensaron que estaban ebrios. Así fue la llegada del Espíritu Santo, prometida por Jesús. Fue una suerte de Torre de Babel a la inversa, porque ahora los Discípulos podían difundir “la buena nueva” por el mundo. Para los cristianos, éste fue “el día del nacimiento de la Iglesia,” Pentecostés. Pero muchos cristianos se sorprenderán al descubrir que Pentecostés es otra celebración cristiana vinculada a una festividad judía, lo que una vez más demuestra la profunda afinidad entre ambas religiones. El término Pentecostés—del griego, “quincuagésimo”—se utiliza para describir la “Fiesta de las semanas” (Shavuot) hebrea, que tiene lugar cincuenta días después del comienzo de la Pascua. Originalmente una celebración agrícola que marcaba el final de la cosecha del trigo, luego pasó a conmemorar la entrega de la Torá a Moisés en el Monte Sinaí. Para los cristianos, Pentecostés es el quincuagésimo día después de la Pascua de Resurrección.
Luego de este acontecimiento milagroso, los discípulos se transformaron en apóstoles, y aceptaron la misión de difundir el mensaje de Jesús al mundo. Pedro y los otros diez apóstoles comenzaron a predicar audazmente, refiriéndose a Jesús como el Mesías. La Biblia consigna que en un solo día, luego de la prédica de Pedro, hubo más de tres mil conversos. Después de Pentecostés, los discípulos “se llenan del Espíritu Santo” y empiezan a curar y hacer milagros. Pedro puede curar a los enfermos cubriéndolos con su sombra, e incluso hace resucitar a una mujer llamada Tabita (Dorcas, en griego) de entre los muertos.
La tradición cristiana de “hablar en lenguas”—generalmente utilizada para definir un discurso ininteligible y extático en idioma extranjero—deriva de este primer Pentecostés. En el cristianismo contemporáneo, las iglesias “Pentecostales” son por lo común un movimiento de iglesias protestantes fundamentalistas que ponen énfasis en el concepto de “volver a nacer” en el Espíritu Santo. Sus servicios incluyen, típicamente, la “curación por la fe” a través de la “imposición de manos,” y la práctica de “hablar en lenguas.” Si bien numerosas iglesias cristianas convencionales han repudiado estas formas de veneración a lo largo de los años, el éxito del movimiento Pentecostal—otrora despreciado por “oportunista” y “charlatán”—ha provocado la aceptación del así llamado movimiento “carismático” dentro de las iglesias cristianas más tradicionales y asentadas.
¿Qué ocurre cuando uno no le paga sus deudas a la Iglesia?
El Libro de los Hechos da cuenta de que las primeras iglesias cristianas se desarrollaron a la manera de una sociedad “comunitaria,” en el sentido de que todo era compartido por todos. Los primeros tiempos de la comunidad cristiana—aunque todavía no se llamaban “cristianos”—aparentemente gozaron de un estado de armonía ideal. Un joven llamado Matías fue elegido para reemplazar a Judas como uno de los doce apóstoles y el grupo prosperó. Los primeros cristianos de Jerusalén constituyeron el modelo práctico del kibbutz, ya que tomaban decisiones colectivamente y compartían la posesión de sus escasos bienes materiales.
No obstante, esta idea utópica no siempre funcionó a la perfección. Las primeras comunidades de seguidores de Jesús indudablemente pusieron en práctica sus enseñanzas: sus miembros vendieron todo lo que poseían, y destinaron los beneficios al bien común o al cuidado de los pobres. Un virtuoso converso llamado Bernabé vendió un campo y entregó el dinero de la venta a los apóstoles. Por otra parte, también existieron Ananías y Safira. Ellos también habían aceptado vender sus propiedades pero, según el Libro de los Hechos, Ananías, “con la connivencia de su esposa,” se quedó con parte del dinero de la venta. Cuando Pedro le preguntó cómo se había atrevido a mentirle al Espíritu Santo, Ananías cayó muerto. Tres horas más tarde, sin avisarle lo que había ocurrido, le formula la misma pregunta a Safira. La mujer también miente…y también cae muerta. La historia termina con una nota de amenaza para todos aquellos que no habían pagado sus deudas a la comunidad eclesiástica: “Lo que causó gran temor en toda la Iglesia, y en todos los que oyeron el suceso.” (Hech. 5.11)
Es triste observar que la Iglesia, originalmente basada en la buena voluntad de sus fieles, haya tenido que recurrir al miedo para reemplazar el espíritu de generosidad.
VOCES BÍBLICAS
HECH. 7.51–58
“Hombres de dura cerviz, y de corazón y oído incircuncisos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como fueron vuestros padres, así sois vosotros. ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos son los que mataron a los que anunciaban la venida del Justo, a quien vosotros acabáis de entregar, y del cual habéis sido homicidas, vosotros que recibisteis la Ley por ministerio de ángeles, y no la habéis guardado.”
Al escuchar estas cosas, ardieron en cólera sus corazones y apretaron los dientes contra Esteban…. Luego lo sacaron arrastrando de la ciudad y empezaron a arrojarle piedras; y los testigos colocaron sus capas a los pies de un hombre joven llamado Saúl (o Saulo).
¿Por qué apedrearon a Esteban?
Esteban, uno de los primeros seguidores de Jesús, fue juzgado por el Sanedrín (o concilio judío) por blasfemia. Había increpado al pueblo de Israel por su impiedad, y lo había acusado de resistir a Dios y al Espíritu Santo. El concilio consideró que Esteban había blasfemado contra el Templo al decir que Dios, el Todopoderoso, no moraba en casas hechas por manos humanas. Esteban fue sacado de la ciudad y apedreado por la turba enfurecida. Pero antes de morir perdonó a sus verdugos. La muerte de Esteban desató un período de persecución contra los seguidores de Jesús en Jerusalén, y muchos de ellos escaparon a las ciudades vecinas de Siria, donde comenzaron a florecer las primeras iglesias. Fue en la ciudad de Damasco—y en pleno apogeo de esta ola de persecución—donde un celoso fariseo llamado Saúl recibió la orden de buscar y arrestar a “esos judíos renegados.”
VOCES BÍBLICAS
HECH. 9.1–4
Mas Saulo (o Saúl), que todavía no respiraba sino amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al príncipe de los sacerdotes y le pidió cartas dirigidas a las sinagogas de Damasco, para traer presos a Jerusalén a cuantos hombres y mujeres hallare que pertenecieren al “Camino.” Estaba ya cerca de Damasco, cuando de repente una luz del cielo lo cercó con su resplandor. Cayó en tierra y escuchó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”
HECH. 11.25–26
De allí partió Bernabé a Tarso, en busca de Saulo, y habiéndolo hallado lo llevó consigo a Antioquía. Estuvieron empleados todo un año en la Iglesia, e instruyeron a una gran multitud. Fue en Antioquía donde los discípulos empezaron a llamarse cristianos.
¿El apóstol Pablo era un chauvinista, misógino, u homofóbico?
Para la mayoría de los cristianos Jesús es la pieza central, la única figura a la que deben devoción y fe. Aun cuando se sientan confundidos respecto de algunas cosas que hizo o dijo Jesús, básicamente creen en su vida, en su muerte, en su resurrección, y en su visión del Reino de Dios.
La figura de Pablo es más controvertida, especialmente en los últimos tiempos. Ya lo llamemos Pablo Apóstol o simplemente San Pablo, este hombre “cejijunto, de nariz grande, calvo, de piernas chuecas, complexión fuerte, lleno de gracia,” fue responsable de la creación de la Iglesia cristiana. Pero al establecer las leyes de vida y religiosas de la nueva fe, Pablo también impuso ciertas ideas difíciles de aceptar para algunos cristianos, particularmente en un contexto contemporáneo. Sus ideas más discutidas abarcan a las mujeres, el sexo, y los judíos.
El Libro de los Hechos presenta a Pablo como un fariseo llamado Saúl o Saulo, nombre de un antiguo rey israelita, que cuida los mantos de la multitud que apedrea a Esteban (el primer mártir cristiano). Oriundo de Tarso, en Asia Menor, el joven Saulo viajó a Jerusalén para estudiar con el respetado rabino Gamaliel, hijo del legendario Hilel, el rabí fariseo más eminente del siglo I. Saulo—autorizado por el sacerdote a arrestar por blasfemia en Damasco a todos los seguidores del “Camino” que se le cruzaran por delante—experimentó una visión transformadora que lo hizo cambiar abruptamente de parecer…y de nombre. Bautizado como Pablo, comenzó a predicar el Evangelio de Jesús y se convirtió en blanco de la persecución de las autoridades judías. En Damasco tuvieron que bajarlo en un canasto por una ventana para que pudiera escapar de las autoridades enviadas a arrestarlo, o incluso a matarlo.
Como había sido un enérgico enemigo de los primeros cristianos, no fue inmediatamente aceptado por la comunidad cristiana de Jerusalén. Pero indudablemente era un ardiente predicador y, dondequiera que lo enviaran a transmitir el mensaje de Dios, tenía éxito. Sin embargo, pronto se produjo un conflicto entre Pablo y los miembros del Camino que creían que los gentiles conversos debían respetar la ley judía. En un concilio celebrado en Jerusalén en el año 49 EC, los apóstoles y los “venerables” de la Iglesia decidieron que los gentiles no debían ser circuncidados ni obedecer las leyes alimentarias judías para convertirse en cristianos. El propio Pedro ya había extendido su prédica a los gentiles, luego de haber soñado que una sábana bajaba del cielo llena de animales “inmundos.” Una voz le ordenó en sueños que matara y comiera. La voz dijo: “No debes llamar profano a aquello que Dios ha hecho limpio.” Una vez resuelto el entuerto—gracias a los buenos oficios de Santiago, el hermano de Jesús, a favor de extender la prédica a los gentiles—Pablo es enviado de regreso a Antioquía, donde continuará propagando la fe.
¡Ojalá hubiera habido sistema de millaje en aquellos tiempos! Durante la década siguiente realizó tres ambiciosos viajes misioneros, aprovechando el excelente sistema de caminos que los romanos habían construido a lo largo y lo ancho del mundo mediterráneo. Los caminos romanos, construidos para que los ejércitos y los mercaderes pudieran trasladarse con rapidez y eficiencia respectivamente, también contribuyeron a la propagación de la fe cristiana.
Su primer viaje—realizado hacia el año 4`8 EC—lo llevó a Chipre y luego a Anatolia (actual Turquía) para luego regresar a Antioquía (Siria), por entonces una de las más grandes ciudades del Imperio Romano. Su segundo viaje fue más arduo, si cabe. Luego de cruzar Anatolia (Turquía) por segunda vez, Pablo viajó por mar a Macedonia y Grecia, y finalmente desembarcó en Atenas. En su tercera misión volvió a atravesar Anatolia y se detuvo en Éfeso, sobre las costas del Mar Egeo (actual Turquía). Esta ciudad portuaria estaba consagrada al culto de la diosa griega Artemisa (llamada Diana por los romanos). El Templo de Artemisa era considerado una de las Maravillas del Mundo Antiguo. La unión de trabajadores del metal locales no tomó amablemente la sugerencia de Pablo en cuanto a abandonar las prácticas idólatras. La prédica del apóstol provocó un levantamiento en Éfeso. Pablo huyó y puso proa a Grecia.
Una vez concluido su tercer viaje, Pablo regresó a Jerusalén, donde fue perseguido por las autoridades judías por persuadir al pueblo a quebrantar la Ley. A punto de ser asesinado por una turba enfurecida que lo acusaba de haber profanado el Templo, Pablo es salvado por los centuriones romanos. Como ciudadano del Imperio, apela a los funcionarios romanos…quienes lo encierran dos años en la cárcel. En el año 60 EC, es autorizado a presentar su caso ante el emperador, aunque la idea de apelar al demente y feroz anticristiano Nerón parece prácticamente una locura. Pablo viaja a Roma, pero su barco naufraga durante una tempestad…a la que sobrevive milagrosamente. Mordido por una serpiente al llegar a la isla de Malta, nuevamente se salva por milagro y, luego de un segundo naufragio, llega por fin a Italia. El Libro de los Hechos finaliza con Pablo bajo arresto domiciliario en la capital del Imperio, predicando el Evangelio y escribiendo cartas a las iglesias que ha fundado. Los Hechos no hacen mención a la apelación de Pablo ni a su ulterior destino. Tampoco al de Pedro. Ambos desaparecen del relato bíblico sin dar noticias. La llegada de Pedro a Roma es otro misterio. De acuerdo con la tradición—especialmente en lo que respecta a Pedro—ambos apóstoles fueron martirizados en Roma durante la persecución de cristianos ordenada por Nerón tras el Gran Incendio que destruyó la ciudad en el año 64 EC.
Odiados por las autoridades romanas por su negativa a reconocer la divinidad del emperador, los cristianos resultaron un blanco apetecible para el depravado apetito de Nerón, siempre dispuesto a ofrecer espectáculos morbosos a los ciudadanos de Roma. En su libro The First Century, William Klingaman describe la atmósfera de aquel período: “Los cristianos eran arrestados y torturados hasta que revelaban los nombres de sus hermanos; luego eran crucificados o vestidos con pieles de animales salvajes, y destrozados por los perros en el circo. Pero la profundidad de la crueldad y el sadismo de Nerón se reveló en su horrenda plenitud cuando empaló a los seguidores de Cristo y los hizo quemar vivos, a manera de antorchas humanas, para iluminar la ciudad de Roma durante la noche.” (p. 301)
La tradición dice que Pablo fue martirizado en el año 67 EC. Relatos cristianos posteriores sostienen que, al ser ejecutado, Pedro pidió ser crucificado cabeza abajo ya que era indigno de sufrir idéntico destino que Jesús.
Como principal “ideólogo” de lo que luego se convirtió en la ortodoxia de la iglesia cristiana—primero para el catolicismo romano, y luego de la Reforma protestante, para todas las iglesias de esa denominación—Pablo ha sido culpado del tradicional sexismo de esta entidad. Dos veces en sus cartas sostiene que las mujeres deben guardar silencio en la iglesia. En la Primera Epístola a los Corintios escribió: “Las mujeres deben permanecer calladas en las asambleas.” Pero prosiguió diciendo: “El hombre es nada sin la mujer, y aunque la mujer salió del hombre, cada hombre es nacido de una mujer, y todo viene de Dios.” En tono menos severo, analiza si las mujeres deben llevar la cabeza cubierta en la iglesia. Es difícil reconciliar esta postura con otra de sus declaraciones, cuando dijo que para Jesús no había “varón ni hembra.”
Parece aceptar ambas posibilidades. Pero para evaluar a Pablo hay que recordar dos cosas importantes. Primero, las primeras comunidades cristianas y el propio Pablo dependieron de los esfuerzos de mujeres heroicas que ayudaron a mantener viva la fe convirtiendo sus propias casas en iglesias, predicando y brindando las comodidades materiales—como “el pan nuestro de cada día”—que todo buen apóstol necesita. Los nombres de Lidia, Febe, y Priscila, por ejemplo, no son tan conocidos como los de Pedro y Pablo, pero desempeñaron un papel crucial en los comienzos de la Iglesia, así como las heroínas de las Escrituras hebreas en el pasado. Lidia aparece en el Libro de los Hechos como una de las primeras conversas de Pablo, a quien abre su casa, fundando así una de las primeras “iglesias.” En la Epístola a los romanos, Febe es llamada “diaconesa” y alabada por Pablo como “ayuda de muchos, y también de mí mismo.” Prisca (o Priscila) es una eminente predicadora. Expulsada de Roma por este motivo, funda una iglesia en Éfeso. De hecho, en la Epístola a los romanos arriesga su vida para salvar la de Pablo.
También es importante recordar la historia. Pablo escribió en una época y un lugar determinados. Los lectores de la Biblia deben tener en cuenta el rol de las mujeres en el siglo I, tal como deben considerar las costumbres antiguas al juzgar las Escrituras hebreas, y su opinión acerca de las mujeres. Como dice sabiamente Peter Gomes en su libro The Good Book: “En los tres mundos de los que Pablo fue ciudadano—el judío, el griego, y el romano—los roles sociales de las mujeres se definían por el principio de subordinación. Por consiguiente, sus enseñanzas sobre las mujeres, si bien reflejan las normas de su época, carecen de relevancia cuando esas normas dejan de tener vigencia, por ejemplo los parámetros de vestimenta, etiqueta social, y reglas alimentarias del siglo I. Pablo es un conservador político y social…De modo que deberíamos comprenderlo, a él, a sus enseñanzas sociales y a los que imitaron sus enseñanzas…como fenómenos propios de la época de la que formaron parte.” (p. 139)
En cuanto a la opinión de Pablo acerca de la homosexualidad, práctica que condena en su Epístola a los romanos, escribe Peter Gomes (autor homosexual contemporáneo): “La homosexualidad que Pablo probablemente conoció y a la que hace referencia en sus epístolas…tiene que ver con la pederastia y la prostitución masculina, y condena particularmente a los hombres y mujeres heterosexuales que adoptan prácticas homosexuales. Lo que Pablo obviamente desconocía es el concepto de naturaleza homosexual, es decir…algo que no depende de la elección personal, y que no está necesariamente caracterizado por la lujuria, la avaricia, la idolatría, o la explotación…Todo lo que Pablo conocía de la homosexualidad era su morbosa forma pagana. No podemos condenarlo por su ignorancia, pero su ignorancia no puede justificar la nuestra.” (p. 158)
VOCES BÍBLICAS
HECH. 17.22–27
Ciudadanos atenienses, veo que sois extremadamente religiosos en todos los aspectos. Porque al recorrer la ciudad y observar con atención los objetos que adoráis, vi entre ellos un altar con la inscripción: “Al dios desconocido.” Ese dios al que adoráis sin conocerlo, es el que vengo a anunciaros. El Dios que creó el mundo, y todas las cosas contenidas en él, siendo como es el Señor del cielo y de la tierra, no mora en altares hechos por manos humanas, ni es servido por manos humanas, porque nada necesita, ya que Él ha dado a los mortales la vida, el espíritu y todas las otras cosas. Él es el que de uno solo ha hecho nacer todo el linaje de los hombres que habitan la tierra, fijando el orden de la existencia y los límites de los lugares donde vivirían, de modo que pudieran buscar a Dios, y rastrearlo, y encontrarlo, aunque por cierto no está lejos de ninguno de nosotros.