CAPÍTULO VEINTIUNO

CORREO PARA USTED

Las Epístolas de San Pablo

Aun cuando hablara las lenguas de los mortales, y

el lenguaje de los ángeles, si no tengo amor, soy un

metal que resuena o un címbalo que tañe.

I COR. 13.1

Los primeros cristianos se vieron obligados a improvisar sus prédicas, ya que no contaban con la ayuda de los libros y los rituales establecidos. Tengamos en cuenta que cuando Pablo realizó sus viajes misioneros y fundó nuevas comunidades cristianas los Evangelios no existían. Antes de que los Evangelios fueran escritos y puestos en circulación—lo que ocurrió recién a fines del siglo I—las cartas o “epístolas” eran el único medio de “llegar y conmover” a otros cristianos. Aunque el “epistello” (envío) griego original era considerado más una carta formal que un mensaje personal, los términos “carta” y “epístola” son actualmente indistintos. Las epístolas de Pablo—dirigidas a individuos e iglesias de todo el mundo mediterráneo—fueron los primeros documentos escritos de la Iglesia cristiana. En ellas, Pablo ofrece orientación en asuntos de teología, consejos prácticos sobre problemas puntuales, y advertencias contra ciertos abusos y prácticas que consideraba peligrosos o materia de pecado. Estas cartas—que conforman casi la mitad del Nuevo Testamento—contienen citas de las Escrituras hebreas y de los dichos de Jesús, e incluyen algunas de las frases más memorables de la historia cristiana, muchas de las cuales citaremos más adelante.

Pablo escribió sus epístolas durante sus viajes o en la cárcel, y las envió a las primeras iglesias, tal como los líderes judíos de Jerusalén habían enviado cartas a las diversas comunidades de esa fe dispersas por el Mediterráneo a los fines de instruir o mediar. Probablemente escritas en hojas de papiro, enrolladas, y atadas, eran llevadas personalmente por los emisarios de Pablo, quienes podían leerlas o incluso agregarles información. Se cree que la primera colección de estas cartas data del año 100 EC aproximadamente.

Tradicionalmente se le atribuyeron trece epístolas a Pablo, quien dictaba el contenido a un asistente, y luego agregaba una posdata manuscrita y su firma. Las investigaciones recientes sugieren que las “epístolas de Pablo” podrían haber sido escritas por líderes posteriores de la Iglesia que habrían utilizado el nombre del santo para jerarquizarlas. También se supone que Pablo escribió otras cartas que se perdieron o fueron descartadas. En una de las trece epístolas (a los colosenses), habla de una carta enviada a otra iglesia de la que no se tiene noticia.

El orden de inclusión de las Epístolas en el Nuevo Testamento se basa en su extensión—de la más larga a la más breve—y no en la cronología o en la supuesta importancia. Cada una tomó su nombre de la iglesia o, en algunos casos, de la persona destinataria. A continuación incluimos un breve análisis de las Epístolas de Pablo y una selección de fragmentos notables.

A los Romanos

En la más larga de sus epístolas, Pablo se dirige a una iglesia que no había fundado ni visitado personalmente. Fue escrita hacia el año 58 EC, probablemente durante su estadía en la ciudad de Corintio y antes de que comenzaran las severas persecuciones contra los cristianos ordenadas por Nerón en el año 62 EC. Aparentemente, Pablo planeaba viajar a España para difundir el mensaje de Jesús y esperaba poder visitar Roma en el trayecto. Esta epístola fue una suerte de presentación a los cristianos romanos, tanto de su persona como de sus enseñanzas. Sin embargo, antes de viajar a España decidió volver a Jerusalén, donde fue arrestado.

Pablo sostiene que la fe en Jesús conduce a la salvación, tanto a los judíos cuanto a los gentiles. El nuevo Israel es el sucesor del antiguo Israel, pero bajo ningún concepto se limita a los israelitas. Uno de los puntos clave de la carta es que la Ley—es decir la estricta Ley Mosaica—no tiene poder de salvación. La fe en Cristo ofrece la salvación a toda la humanidad. Pablo también dice que los hombres deben amarse unos a otros, y amar a quienes los ofenden o atacan.

Porque el salario del pecado es la muerte; pero la vida eterna en Jesucristo nuestro Señor es un regalo de Dios. (Rom. 6.23)

Si Dios está con nosotros, ¿quién está contra nosotros? (Rom.8.31)

Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni principados, ni virtudes, ni lo presente, ni lo futuro, ni la fuerza, ni todo lo que hay de más alto, ni de más profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, en Jesucristo nuestro Señor. (Rom. 8.38–39)

Sea el amor genuino; tened horror al mal, y aplicaos al bien; amadnos unos a otros con mutuo afecto; superaos unos a otros en mostrar deferencia. No perdáis el celo de la fe, sed de espíritu ardiente, perseverad en la plegaria. (Rom. 12.9–12)

Bendecid a los que os persiguen; bendecidlos, y no los maldigáis. Alegráos con los que se alegran, y llorad con los que lloran. Vivid en armonía unos con otros; no hagáis alarde, más bien asociaos con los humildes; no proclaméis ser más sabios de lo que sois. No paguéis a nadie mal por mal, sino más bien obrad lo que es noble a la vista de todos. En cuanto sea posible, y en cuanto de vosotros dependa, vivid en paz y armonía con todo. Amados, no os venguéis jamás, antes dejad lugar a la ira de Dios; porque está escrito: “Mía es la venganza, yo devolveré, dice el Señor.” (Rom. 12.14–19)

A los Corintios I y a los Corintios II

En la época de Pablo, la ciudad griega de Corintio era una de las más importantes del Imperio Romano. Puente comercial entre Oriente y Occidente, atraía a mercaderes, comerciantes, y visitantes de toda la región mediterránea, lo que hacía de ella una suerte de “Times Square” de su tiempo. Debido a esto, los corintios tenían cierta “reputación” (no del todo halagüeña). De hecho, uno de los verbos griegos para el acto de la “fornicación” era korinthiazomai, derivado del nombre de la agitada ciudad. En otras palabras, en estas epístolas Pablo se dirigió a una iglesia plantada en una atmósfera de tentación y prácticas sexuales inmorales. Según Pablo, había escuchado decir que un corintio mantenía relaciones íntimas con su madrastra. También pide la condena de los “inmorales sexuales, idólatras, adúlteros, autoindulgentes, sodomitas, ladrones, borrachos, avaros, calumniadores, y estafadores,” dando la impresión de que Corintio era una ciudad muy “caliente.”

Hay dos epístolas a la iglesia de esta ciudad griega. La primera probablemente fue escrita en el año 54 EC; la segunda, un año más tarde. En la primera, Pablo llama a la unidad ya que las facciones de la iglesia corintia han dividido a los cristianos. También habla de moral sexual, matrimonio, divorcio, Eucaristía, y destaca la importancia del amor. La primera Epístola a los Corintios contiene algunas de sus frases más memorables, que, leídas en contexto, hacen de Pablo un defensor de los derechos de la mujer.

El marido debe dar a la mujer los derechos conyugales, y la mujer al marido. Porque la esposa no tiene derecho sobre su propio cuerpo, pero su esposo lo tiene; del mismo modo, el esposo no tiene derecho sobre su propio cuerpo, pero su esposa lo tiene. (I Cor. 7.3–4)

Bien es verdad que en el Señor la mujer no es independiente del hombre, ni el hombre independiente de la mujer. Porque así como la mujer salió del hombre, el hombre nace de la mujer; pero todas las cosas vienen de Dios. (I Cor. 11.11–12)

Aunque hable las lenguas de los mortales y el lenguaje de los ángeles, si no tengo amor, soy un metal que resuena o un címbalo que tañe. Y aunque tenga el don de la profecía, y penetre todos los misterios y las ciencias, y aunque mi fe sea capaz de mover montañas, si no tengo amor, no soy nada. Si entrego todas mis posesiones, y si doy mi cuerpo para que sea quemado pero no tengo amor, nada gano. (I Cor. 13.1–3)

Voy a contaros un misterio. No todos moriremos, sino que seremos cambiados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, con la última trompeta. Porque la trompeta sonará, y los muertos resucitarán imperecederos, y todos seremos inmutables. (I Cor. 15.51–52)

Por eso no desmayemos. Aunque nuestra naturaleza exterior se vaya desmoronando, nuestra naturaleza interior se renueva día a día. Porque las ligeras aflicciones de la vida presente nos preparan para el eterno peso de una sublime e incomparable gloria, porque debemos mirar no lo que podemos ver sino lo que no puede verse; porque lo que se puede ver es transitorio, pero lo que no puede verse es eterno. (II Cor. 4.16–18)

Porque Dios ama al que da con alegría. (II Cor. 9.7)

A los Gálatas

Dirigida a las iglesias que Pablo había fundado personalmente en Galacia, una provincia romana en el territorio de la actual Turquía, se cree que esta epístola es una de las primeras que escribió. A pesar de las exhaustivas investigaciones llevadas a cabo, se desconoce la ubicación exacta de estas iglesias.

Aparentemente Pablo estaba respondiendo a los maestros judeocristianos que habían llegado a las iglesias de Galacia e insistían en imponer la circuncisión a los recientes conversos. La idea de que les cortaran la punta del pene no era un tema menor para los gálatas. Pablo les dice que ignoren a los que dicen que los cristianos deben obedecer la ley judía y ser circuncidados. ¡Ésa era la “buena nueva” entonces! Pablo insiste en que las tradiciones judías no son obligatorias para los cristianos, y proclama esta idea fundamental: la fe en Jesús resurrecto es más importante que la estricta obediencia a la ley judía.

Vivid para el Espíritu, digo, y no gratifiquéis los deseos de la carne. Porque lo que la carne desea es opuesto al Espíritu, y lo que desea el Espíritu es opuesto a la carne; porque éstos se oponen uno al otro, y os impiden hacer lo que necesitáis. (Gál. 5.16–17)

A los Efesios

Tradicionalmente atribuida a Pablo, la Epístola a la iglesia de Éfeso—donde Pablo se había enfrentado con los adoradores de Artemisa, molestos por su prédica contra la idolatría (véanse Hechos)—ha quedado librada a su suerte. Aunque Pablo pudo haberse citado a sí mismo, la Epístola a los Efesios es copia fiel—aunque abreviada—de la Epístola a los Colosenses y constituye un resumen de las ideas paulinas antes que una presentación de nuevo material. También hay cuestiones de estilo, entre ellas la inclusión de un himno para nada afín al discurso directo de Pablo. Sea quien fuere, el autor de la Epístola a los Efesios dice que los creyentes no son judíos ni gentiles: todos son cristianos y parte de la morada de Dios. El autor pide respeto mutuo entre amos y esclavos, y entre empleados y empleadores.

Por lo cual, renunciando a la mentira, hable cada uno la verdad con su prójimo, puesto que somos miembros los unos de los otros.

Enójate, pero no peques; y no permitas que el sol caiga sobre tu enojo. (Ef. 4.25–26)

A los Filipenses

Ésta es una de las así llamadas “epístolas de la cárcel,” probablemente escrita cuando Pablo estuvo preso en Roma (desde aproximadamente el año 60 EC hasta su muerte). Dirigida a los cristianos de la antigua ciudad macedonia de Filipos, su tono es afectuoso y personal. Escribe Pablo: “Tenéis un lugar en mi corazón, ya que habéis compartido la gracia que ha sido mía.”

El apóstol elogia a los filipenses por sus esfuerzos en la propagación del Evangelio, y ruega que el amor que se tienen unos a otros siga en aumento. Pero el tema de la circuncisión sigue en el candelero y Pablo los advierte contra los “siervos del mal” que insisten en practicarla.

Por lo cual, amados míos, puesto que siempre me habéis obedecido, no sólo en presencia mía, sino mucho más en mi ausencia, trabajad con temor y temblor en la obra de vuestra salvación; pues Dios es el que obra en vosotros por su buena voluntad, y os permite no sólo querer sino hacer. (Fil. 2.12–13)

Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, sea la guardia de vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús. (Fil. 4.7)

A los Colosenses

Esta epístola estaba dirigida a los cristianos de la antigua ciudad de Colosas, sitio de otra de las iglesias de Asia Menor (actual Turquía), cerca de Éfeso. Los eruditos dudan de que Pablo haya sido el autor de esta carta. De haberlo sido, es probable que la haya escrito estando en prisión, tal vez en Roma. Pablo urge a los miembros de la iglesia colosense a abandonar los deseos y tentaciones de la carne. Su preocupación fundamental era alertar a los cristianos contra una equívoca enseñanza religiosa que anteponía el conocimiento (la filosofía) a la fe, proponía la veneración de los ángeles como principal camino hacia la salvación, y sostenía que el mundo era básicamente malvado. En cambio, Pablo instaba a la fe en Cristo crucificado y resurrecto.

Esta epístola anticipó el conflicto que la Iglesia tendría en el siglo II con los gnósticos, la primera secta cristiana que se apartó de las enseñanzas aceptadas y establecidas. Las ideas—o errores—descriptas en la Epístola son similares a las ideas abrazadas luego por los gnósticos.

Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la Creación; porque en Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, ya sean tronos o dominios o principados o potestades; todas las cosas fueron creadas a través de Él y para Él. (Col. 1.16–17)

Ya no hay griegos ni judíos, circuncisos ni incircuncisos, bárbaros, escitas, libres ni esclavos; porque Cristo es todo y está en todos. (Col. 3.11)

Mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, como es debido al señor. Esposos, amad a vuestras esposas y jamás las tratéis con rudeza. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto es agradable al Señor. Padres, no provoquéis a vuestros hijos, o desmayará su voluntad. (Col. 3.18–21)

A los Tesalonicenses I y a los Tesalonicenses II

Estas epístolas han despertado controversias porque algunos estudiosos creen que la segunda podría haber sido escrita en primer lugar. Dirigidas a la iglesia de Tesalónica, capital de la provincia romana de Macedonia (actual Salónica, en el norte de Grecia), se cree que fueron las primeras epístolas escritas por Pablo hacia el año 50 EC. Es probable que los cristianos tesalonicenses hayan sido víctimas de las primeras persecuciones romanas, ya que Pablo los felicita por su fe indeclinable en medio de la adversidad.

Pablo tenía dos preocupaciones mayores. La primera era el sexo: ordena apartarse de la inmoralidad sexual y dice que los cristianos deben controlar sus cuerpos santamente y no abandonarse a “la lujuria egoísta.” La segunda es el trabajo arduo: aparentemente algunas personas, convencidas de la inminente llegada de Jesús, habían decidido dejar de trabajar. Pablo urge a los tesalonicenses a negar el alimento a aquellos que no trabajen, estableciendo un precedente posteriormente empleado por el aventurero inglés John Smith, quien llevó hasta las últimas consecuencias una política similar en la colonia británica de Jamestown, Virgina, Estados Unidos.

Aunque algunos eruditos han cuestionado la atribución de las dos epístolas a los tesalonicenses a Pablo, actualmente se acepta que efectivamente fueron escritas por él (probablemente después del año 50 EC).

No durmamos, pues, como los demás, antes mantengámonos despiertos y sobrios; porque los que duermen, duermen de noche, y los que se embriagan, se embriagan de noche. Dado que nosotros pertenecemos al día, mantengámonos sobrios y vistamos la cota de la fe y el amor, y tengamos por yelmo la esperanza de la salvación. (I Tes. 5.5–9)

A Filemón

Ésta es la única carta verdaderamente “personal” de Pablo que ha llegado a nuestros días, la única correspondencia dirigida a un individuo acerca de un tema privado. Pablo escribió esta breve epístola mientras estaba en la cárcel, donde había conocido y convertido a Onésimo (“Útil”), un esclavo fugitivo de Filemón, líder de la iglesia en Colosas. Los primeros cristianos, como todo el resto del mundo mediterráneo, tenían esclavos. Para ellos no tenía nada de malo ni de extraño. Pablo era un “conservador social” que inculcaba en los cristianos la obediencia a las leyes. Pero el Nuevo Testamento presenta indicios de que la actitud general hacia la esclavitud estaba cambiando. Los amos eran urgidos a tratar bien a sus esclavos y a liberarlos si se daba la ocasión. La prédica de Pablo alcanzó un punto más radical cuando dijo que “en Cristo” no había diferencias entre amo y esclavo.

Pablo envía a Onésimo de vuelta a su casa con una carta dirigida a Filemón, en la que le pide que lo reciba nuevamente. Sin embargo, insta a Filemón a tratarlo no como a un esclavo sino como a un hermano en Jesús. Pablo ofrece restituir todo lo que Onésimo pudiera haber robado al escapar y sugiere a Filemón que lo libere para que pueda seguir trabajando con él en la cárcel.

Si bien Pablo no ataca abiertamente la esclavitud—una institución aceptada y protegida legalmente en aquella época—deja en claro que, a través de su conversión al cristianismo, Onésimo se ha convertido en un igual. La idea de un esclavo “hermano” de su amo seguramente habrá sido revolucionaria. Ciertamente lo era en el siglo XIX en Estados Unidos, cuando los abolicionistas cristianos citaban la epístola paulina para refutar la idea—defendida a rajatabla por los esclavistas—de que la esclavitud estaba sancionada por la Biblia.

Tal vez por esta razón haya sido separado de ti durante un tiempo, de modo que puedas tenerlo para siempre, ya no como esclavo, sino como más que un esclavo, como hermano amado, especialmente para mí y mucho más para ti, tanto en la carne como en el Señor. (Flm. 15–16)