CAPÍTULO VEINTITRES

¡CORREO OTRA VEZ!

Las Epístolas en General

Y no olvidéis la hospitalidad; sin saberlo, algunos

hospedaron a los ángeles.

HEB. 13.1–2

¿Hay entre vosotros algún sabio y entendido?

Muestre con su vida de bondad que realiza sus

obras con la dulzura que nace de la sabiduría.

SANT. 3.13

Las Epístolas atribuidas a Pablo son probablemente las más conocidas del Nuevo Testamento, pero hay además otras ocho cartas: las epístolas a los Hebreos, la de Santiago, las de Pedro I y II, las de Juan I, II y III, y la de Judas. La mayoría de estas epístolas “generales” o “universales” no son cartas en el sentido estricto de la palabra sino extractos o versiones escritas de sermones dirigidos a las primeras comunidades cristianas. Probablemente fueron escritas para alentar a los cristianos que sufrían persecución o para reprimir a aquellos que comenzaban a apartarse de “lo establecido.” Reflejan temor genuino ante la persecución y preocupación por las cuestiones cotidianas de la Iglesia. También se ocupan del conflicto doctrinal que comenzaba a dividir al mundo cristiano.

A los Hebreos

Colmada de referencias a los “héroes” de las Escrituras hebreas, probablemente estaba dirigida a los judíos conversos al cristianismo. Pocos cristianos no judíos de aquella época habrían comprendido las alusiones a Noé, Abram, Lot, y otros personajes israelitas. Es probable que, frente a la creciente persecución de los cristianos por el Imperio Romano, algunos de estos judíos conversos comenzaran a preguntarse si el cambio había valido la pena. La epístola fue escrita para alentarlos a continuar.

No obstante, ha caído en una suerte de limbo literario: no está dirigida a ninguna iglesia o persona específica y comienza sin el saludo habitual en las otras epístolas del Nuevo Testamento. Su autor es anónimo y, durante siglos, se supuso que era Pablo. Agustín—el autor cristiano más influyente después de Pablo—aceptó esta opinión…y cuando Agustín hablaba, los demás escuchaban. La Epístola a los Hebreos fue vinculada a otras epístolas Paulinas y algunos eruditos siguen pensando que Pablo fue su autor. Otros, sin embargo, la atribuyen a un escriba anónimo que conocía los escritos de Pablo. Por último, los especialistas contemporáneos coinciden de manera casi unánime en que Pablo no escribió la Epístola a los Hebreos.

Dado que no hace referencia a la destrucción del Templo de Jerusalén por los romanos en el año 70 EC, muchos especialistas creen que fue escrita antes de esa fecha. Otros votan por una fecha posterior, durante la persecución de los cristianos bajo el emperador Domiciano, hacia fines del siglo I. Citan este fragmento como referencia a la caída de Jerusalén: “Porque aquí no tenemos ciudad duradera, pero esperamos la ciudad que ha de venir.” (Heb. 13.14)

Puesto que la palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que una espada de dos filos, y entra y penetra hasta separar el alma del espíritu, hasta el tuétano; y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. No hay criatura que pueda ocultarse a su vista, todas están desnudas a los ojos del Señor, a quien habremos de rendir cuentas. (Heb. 4.12–23)

La fe es el fundamento de las cosas que se esperan, y la convicción de las que no se ven. (Heb. 11.1)

De Santiago

A diferencia de las epístolas de Pablo y a los Hebreos, cuyos títulos nombran a sus destinatarios, esta y las demás epístolas “católicas” llevan el nombre de sus supuestos autores. Es un misterio cuál fue el “Santiago” que escribió esta carta. Tradicionalmente fue atribuida al hermano de Jesús, líder de los judíos cristianos en Jerusalén. Pero también había dos apóstoles llamados Santiago, y el autor de la epístola no habla demasiado de sí mismo. Posiblemente porque desafía las ideas de Pablo, es probable que su autor haya decidido utilizar un nombre “importante” para jerarquizarla.

La Epístola de Santiago está dirigida a “las doce tribus de la Diáspora” y, por lo tanto, a los judíos conversos al cristianismo. El autor insta a un grupo de judíos cristianos a considerar la persecución como un privilegio, y la tentación como una oportunidad de obrar bien. También los urge a ayudar a los pobres, especialmente si gozan de bienestar material.

Aunque fue reconocida como parte del Nuevo Testamento en el siglo II, no todos aceptaron esta epístola sin reservas. Martín Lutero, el famoso reformista alemán, la odiaba. Literalmente, dedicaba parte de sus días (1483–1546) a arrancarla de los ejemplares de la Biblia.

La objeción de Lutero se basaba en el tema central de la Epístola: su autor cree que la fe sin “buenas acciones” que la acompañen…no es fe. Así de simple. Algunos pasajes parecen atacar en forma directa la doctrina de la “justificación por la fe”—central en Pablo—según la cual los mortales sólo se salvarían por su fe, no por sus “obras.” En otras palabras, ¿la fe en Jesús bastaba para garantizar la salvación? ¿O también era necesario “hacer buenas acciones,” como diría el Mago de Oz?

Sin embargo, los especialistas modernos no creen que Pablo y Santiago estuvieran disputando sobre la doctrina básica sino más bien utilizando términos similares de distinta manera. Santiago usa la palabra “obras” para las obras de caridad propias de la tradición judía. Para Pablo, las “obras” referían específicamente a aspectos rituales de la ley judía, entre ellos la circuncisión. Para Pablo, la “fe” es un compromiso con Dios que inevitablemente da por resultado buenas obras. Santiago desprecia otra clase de “fe,” que en su opinión era una creencia de orden meramente intelectual y desprovista de todo compromiso. Los eruditos contemporáneos, a diferencia de Martín Lutero, piensan que Pablo y Santiago estarían de acuerdo en que la “fe” que no produce buenas obras es falsa o vacía.

Para refutar la posibilidad de disenso entre estos dos líderes cristianos, los historiadores aducen también que el autor de la Epístola de Santiago temía que algunos cristianos, cómodos con la idea de “la salvación sólo por la fe,” no atendieran las necesidades de los menos afortunados (tarea bastante ingrata para el común de los mortales). Pero la epístola plantea un interrogante clave para muchas personas: ¿acaso el malvado que encuentra “fe en su corazón,” se arrepiente y acepta a Jesús hallará la salvación? ¿Un nazi puede decirse cristiano, tal como ha ocurrido? La respuesta probablemente esté en las palabras de Santiago: “Por mis obras os mostraré mi fe.” En otras palabras, los verdaderos cristianos sólo deben hacer lo que está bien, y no adular al Señor.

Poned en práctica la palabra, no os limitéis a escucharla. (Sant. 1.22)

¿De qué servirá, hermanos y hermanas míos, que uno diga tener fe si no tiene obras? ¿Acaso la fe podrá salvaros? Si un hermano está desnudo y no tiene qué comer, y uno de vosotros le dice: “Ve en paz; caliéntate y llénate el estómago” pero no le da lo necesario para el reparo del cuerpo, ¿qué habrá de bueno en ello? Así la fe, si no es acompañada de obras, está muerta. Pero alguien dirá: “Tú tienes fe, y yo tengo obras.” Muéstrame tu fe sin obras, y con mis obras yo te mostaré mi fe. (Sant. 2.14–18)

En suma, como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta. (Sant. 2.26)

¿Hay entre vosotros algún sabio y entendido? Muestre con su vida de bondad que realiza sus obras con la dulzura que da la sabiduría. Mas si tenéis envidia amarga y ambición egoísta en vuestros corazones, no hagáis alarde y no faltéis a la verdad. Porque esa sabiduría no viene de lo alto, sino que es más bien terrenal, suspicaz y diabólica. Porque donde hay envidia y espíritu de discordia, habrá también desorden y vicios de toda clase. Pero la sabiduría de lo alto es ante todo pura, y luego pacífica, honesta, pudorosa, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, sin huella de parcialidad o hipocresía. (Sant. 3.13–17)

De Pedro I y de Pedro II

En la primera de estas dos epístolas atribuidas al apóstol Pedro, el autor alienta a los “Exiliados de la Diáspora”—o judíos cristianos—que viven en las provincias romanas del norte de Asia Menor y deben enfrentar terribles persecuciones. Anunciando que no tiene anhelo por este mundo, el autor denuncia a los falsos maestros y pide que jamás se abandonen las esperanzas en el segundo advenimiento de Jesús. La segunda epístola está dirigida “a aquellos que han alcanzado igual fe que nosotros, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo…” esencialmente a todos los cristianos.

¿Fue Pedro quien las escribió? Dado que están escritas en un griego excelso, reflejan un profundo conocimiento de las Epístolas de Pablo y citan el Septuagésimo o Septuaginta en lugar de las Escrituras hebreas, numerosos especialistas tienen serias dudas de que Pedro, un pescador galileo, haya podido escribirlas. Se cree que fueron escritas en Roma, principalmente por la frase “el que está en Babilonia os envía sus saludos.” Cabe señalar que “Babilonia” era el nombre codificado que empleaban los cristianos para referirse a Roma.

Porque toda la carne es heno, y toda su gloria como la flor del heno. El heno se seca, y la flor cae al instante; pero la palabra del Señor perdura eternamente. (Pedro I 1.24–25)

Absteneos de los deseos carnales que combaten contra el alma. (Pedro I 2.11)

Pero sobre todo mantened constante el mutuo amor entre vosotros, porque el amor disimula una multitud de pecados. (Pedro I 4.8)

Las tres Epístolas de Juan

Estas cartas son el mayor dolor de cabeza de los estudiosos de la Biblia. La primera es elevadamente poética. Las otras dos parecen un memorandum oficial. Muchos comentaristas consideran que un mismo autor escribió el Evangelio según Juan y las tres Epístolas, y que todos datan de fines del siglo I EC. Sin embargo, fue otro Juan quien escribió el Apocalipsis. (Véase capítulo siguiente.)

De Juan I

El estilo de esta carta recuerda el poético comienzo del Evangelio según Juan:

Lo que fue desde el principio, / lo que hemos escuchado, / lo que hemos visto con nuestros propios ojos, / lo que hemos observado / y tocado con nuestras manos, / la palabra de Vida, / ése es nuestro tema. (Jn. I 1.1)

A continuación, el autor denuncia a los que niegan que Jesús haya encarnado después de la Resurrección. Las palabras de esos “anticristos” podrían haber sido una temprana forma del gnosticismo, la filosofía religiosa que quebró la unidad de la Iglesia y fue considerada herética.

De Juan II

Los fanáticos de las trivialidades seguramente querrán tenerlo en cuenta: éste es el libro más corto de la Biblia. Con sólo trece versículos, su autor se llama a sí mismo “el Viejo.” Repite la advertencia de que los creyentes no deben dejarse engañar por los que dicen que Jesús no regresó en la carne, sino en el espíritu. Está dirigida a la “Señora electa y a sus hijos,” figura discursiva que alude a una iglesia, probablemente de Asia Menor.

De Juan III

También muy breve, está dirigida a un individuo llamado Gayo, miembro ejemplar de una iglesia no identificada. El autor vuelve a llamarse a sí mismo “el Viejo” y se queja de la falta de humildad del líder de la iglesia de Gayo, quien no ofrece hospitalidad a los que llegan y propaga calumnias.

Amados, amémonos los unos a los otros, porque el amor es de Dios; todo el que ama nace de Dios y conoce a Dios. Mas aquel que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. (Jn. I 4.7–8)

Puesto que se han descubierto en el mundo muchos impostores, que no confiesan que Jesucristo haya venido en carne, negar eso es ser un impostor y un anticristo. (Jn. II 7)

Tú, amado mío, no has de imitar lo que es malo sino lo que es bueno. El que hace bien, es de Dios; el que hace el mal, no ha visto a Dios. (Jn. III 11)

De Judas

De apenas 25 versículos de extensión, la Epístola de Judas fue escrita por alguien que se llamó “siervo de Jesucristo, y hermano de Santiago.” Por esta razón fue atribuida a otro de los hermanos de Jesús, que supuestamente eran cuatro: Santiago, José, Simón y Judas. La epístola se ocupa de combatir las “falsas enseñanzas”—nuevamente identificadas con los primeros gnósticos—que afectaban a toda la comunidad cristiana.

Pero vosotros, amados, recordad las predicciones de los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo; porque ellos os dijeron: “En los últimos tiempos vendrán unos impostores, que seguirán sus pasiones impías.” Son estos hombres mundanos, vacíos de Espíritu, los que causan las divisiones. (Jds. 17–19)