PRIMERA PARTE

¿LA BIBLIA DE QUIÉN?

El Diablo puede citar las Escrituras para sus propósitos.

WILLIAM SHAKESPEARE, El mercader de Venecia

La Biblia contiene noble poesía, y algunas fábulas ocurrentes, y algo de historia bañada en sangre, y una riqueza de obscenidad, y más del mil de mentiras.

MARK TWAIN, Cartas desde la Tierra

…qué me importa si Moisés las escribió o si otro profeta las escribió, dado que las palabras de todos ellos son verdad y a través de la profecía.

JOSEPH BEN ELIEZER BONFILS, erudito del siglo XV

 

  • ¿Qué es la Biblia?
  • ¿Qué es un Testamento?
  • ¿Los Rollos del Mar Muerto son acaso la Biblia original?
  • ¿Quién escribió la Biblia hebrea o Antiguo Testamento?
  • ¿Moisés no escribió el Torá?
  • Si no fue Moisés, ¿quién fue?
  • ¿Quiénes fueron estos hijos de Israel?
  • Si efectivamente escribieron los relatos y las leyes en hebreo,
  • ¿de dónde provienen todas esas palabras griegas?

¿Mi Biblia o la suya? ¿La versión de quién leeremos? ¿La Vulgata Latina? ¿La Biblia de Jerusalén? ¿Cuál?

Observemos este breve pasaje de un relato bíblico, tal como fue contado en una versión llamada Los cinco libros de Moisés:

El hombre conoció a Havva, su esposa, ella quedó encinta y parió a Kayin.

Luego dijo:

Kaniti, he parido un hombre, como lo ha querido YHVH.

Siguió pariendo. Y dio a luz a su hermano, Hevel.

Hevel se hizo pastor de rebaños, y Kayin se dedicó a sembrar la tierra.

¿Havva? ¿Kayin? ¿Hevel?

Bien podríamos preguntarnos: “¿Quiénes son estos extraños?”

Tal vez los conozcan mejor como Eva y sus hijos, Caín, y Abel, cuyo nacimiento es narrado en el Génesis. En Los cinco libros de Moisés, de Everett Fox, también encontrarán a Yaakov, Yosef, y Moshe. Nuevamente, les será más fácil reconocerlos como Jacob, José, y Moisés. En su recientemente publicada traducción de los primeros cinco libros de la Biblia, el Dr. Everett Fox intenta recuperar el sonido y los ritmos de la antigua poesía hebrea, recrear la sensación de esta antigua saga tal como era cantada en torno a las fogatas, en medio del desierto, por los pastores nómadas hace tres mil años. Al hacerlo, Fox logra que los nombres más familiares parezcan extraños. Todas las pinturas expuestas en los museos, que retratan a una Eva europea núbil, rubia, y de ojos azules con una manzana en la mano simplemente no encajan con la imagen que Fox conjura: la de una primitiva Madre Tierra de otro lugar y otro tiempo. Su manera de presentar las cosas subraya un hecho sorprendente acerca del libro que todos proclamamos respetar y honrar: no hay una sola Biblia. Hay muchas. Un rápido recorrido por cualquier librería demuestra esa realidad. Si lo hacen, verán Biblias judías, Biblias católicas, Biblias afronorteamericanas, Biblias “no sexistas,” Biblias “para maridos,” y Biblias “de recuperación.” También está la Biblia Viva—¿acaso opuesta a la Biblia Muerta?—y la Biblia de las Buenas Noticias, ambas escritas en lenguaje contemporáneo. Hasta el momento no tenemos una Biblia “Baywatch” ni una Biblia “Valley Girl.” Tiempo al tiempo.

Entonces, ¿cómo elegir? La versión del rey James sigue siendo la más difundida. Pero Dios, Moisés, y Jesús no hablaban el inglés del rey, y todos esos “vos,” “vosotros,” y esos verbos terminados en “éis” y “áis” sólo sirven para confundir y molestar al lector. La New Revised Standard Version es clara y legible, pero le falta el tono poético. Hay docenas de versiones, cada una de ellas proclama su superioridad, y algunas aducen ser más fieles a la versión “original.” Eso me trae a la mente al filósofo hastiado del mundo en el Eclesiastés: “Para la escritura de libros no hay fin.” “La escritura de libros no tiene fin.”

¿Qué diría el viejo Eclesiastés si entrara en una librería de la cadena Barnes & Noble? ¿O si tuviera que pedir material a la librería más buscada de Internet, Amazon.com? ¿El exceso de traducciones estropea el guiso bíblico? Esta pregunta está en el centro de la extendida confusión popular respecto a la Biblia. No podemos aceptar una sola versión como válida. Entonces, ¿cómo ponernos de acuerdo acerca de lo que dice?

¿De dónde proviene este Diluvio de Biblias? ¿Cómo un documento tan importante pudo transformarse en tantas cosas diferentes para tanta gente diferente? O, como dijo el poeta inglés William Blake hace casi doscientos años:

Ambos leímos la Biblia noche y día,

pero tú leíste negro donde yo leí blanco.

Todos estos interrogantes convergen, nuevamente, en una pregunta muy simple:

¿Qué es la Biblia?

La mayoría de la gente cree que la Biblia es un libro, una suerte de novela larga y complicada con demasiados personajes de nombres raros y argumento deficiente. Tome una Biblia. Sosténgala en la mano. No hay duda. Es un “libro.” Pero es muchísimo más.

La palabra “Biblia” proviene del latín medieval y deriva del griego byblos, que significa “libros.” A continuación, un detalle para agregar a la historia de esta palabrita: Biblos era una antigua ciudad fenicia, situada sobre las costas del actual Líbano. Los fenicios inventaron el alfabeto que todavía utilizamos y les enseñaron a escribir a los griegos. Desde Biblos, el pueblo fenicio exportaba los papiros en los que fueron escritos los primeros “libros.” (El papiro, una planta semejante al junco, era abierta en tiras que luego se humedecían y entretejían. Una vez secas, constituían un excelente “papel” en que escribir.) Aunque byblos originalmente significa “papiro” en griego, con el tiempo pasó a significar “libros.” Los libros, tal como los conocemos, deben su denominación a la antigua ciudad.

Ahora bien, en el sentido más literal, la Biblia no es un solo libro sino una antología, una colección de muchos libros breves. En un sentido más amplio, no es solamente una antología de obras más cortas sino una biblioteca completa. Tal vez su concepto de una biblioteca sea de un lugar específico, pero la palabra también alude a un conjunto de libros. Y la Biblia es una extraordinaria reunión de libros de leyes, sabiduría, poesía, filosofía e historia, algunos de ellos de más de 4,000 años de antigüedad. La cantidad de libros que componen esta biblioteca portátil depende de qué Biblia estemos leyendo. La Biblia de un judío no es la de un católico, y la Biblia de un católico no es la de un protestante.

Escrita en el transcurso de mil años, originalmente en hebreo antiguo, la Biblia judía es el equivalente del Antiguo Testamento cristiano. Para los judíos no hay Nuevo Testamento. Sólo reconocen aquellas Escrituras que los cristianos llaman Antiguo Testamento. La Biblia judía y el Antiguo Testamento cristiano contienen los mismos libros, aunque ordenados y numerados de distinta manera. A menos que estudiemos la Biblia de Jerusalén, muy popular entre los católicos apostólicos romanos, la cual contiene aproximadamente una docena de libros que judíos y protestantes no consideran Sagradas Escrituras. Pero ésa es otra historia. En la tradición judía, la Biblia también es llamada Tanak, un acrónimo de las palabras hebreas Torá (Ley o Enseñanza), Nevi’im (Los Profetas) y Kethuvim (Los Escritos). Los 39 libros de la Escritura hebrea están organizados a partir de estas tres vertientes.

Estos 39 libros exponen la ley, las tradiciones, y la historia del pueblo judío, y su relación única con su Dios. Comenzando por “En el principio” con la Creación de “los cielos y la tierra,” los 39 libros siguen la trayectoria de vida de los antiguos fundadores de la fe judía—los Patriarcas y las Matriarcas—y relatan la historia del pueblo de Israel en sus buenas y sus malas épocas. Aunque muchos de nosotros recordamos, por haberlas escuchado en nuestra infancia, las historias de héroes israelitas como Abram, Moisés, Jesúa o José y David, la verdadera pieza central de estos libros es el código de leyes divinas contenido en los primeros cinco—o el Torá—que tanto judíos como cristianos creen fue entregado por Dios al profeta Moisés hace más de tres mil años. Mucho más abarcativas que los familiares Diez Mandamientos, estas leyes regulaban todos los aspectos de la vida religiosa y cotidiana entre los judíos y fueron el fundamento de esa “ética judeocristiana” de la que habla todo el mundo.


LIBROS DE LA BIBLIA HEBREA O ANTIGUO TESTAMENTO


Torá Profetas Escrituras
Génesis Jesúa Salmos
Éxodo Jueces Proverbios
Levítico Samuel (I) Job
Números Samuel (II) Cantar de los Cantares
Deuteronomio Reyes (I) Ruth
  Reyes (II) Lamentaciones
  Isaías Eclesiastés
  Jeremías Ester
  Ezequiel Daniel
  Oseas Esdras
  Joel Nehemías
  Amós Crónicas (I)
  Abdías Crónicas (II)
  Jonás  
  Miqueas  
  Nahúm  
  Habacuc  
  Sofonías  
  Hageo  
  Zacarías  
  Malaquías  

(ORDEN MÁS FRECUENTE UTILIZADO PARA EL ANTIGUO TESTAMENTO EN LA MAYORÍA DE LAS BIBLIAS CRISTIANAS)

Génesis

Éxodo

Levítico

Números

Deuteronomio

Jesúa

Jueces

Ruth

Samuel (I)

Samuel (II)

Reyes (I)

Reyes (II)

Crónicas (I)

Crónicas (II)

Esdras

Nehemías

Ester

Job

Salmos

Proverbios

Eclesiastés

Cantares

Isaías

Jeremías

Lamentaciones

Ezequiel

Daniel

Oseas

Joel

Amós

Abdías

Jonás

Miqueas

Nahúm

Habacuc

Sofonías

Hageo

Zacarías

Malaquías

Para los cristianos, quienes veneran al mismo único Dios del judaísmo, este Antiguo Testamento es parte importante de su religión y sus tradiciones, pero sólo es parte de la historia. Esto se debe al hecho que la Biblia cristiana incluye un “segundo acto” o continuacion, el Nuevo Testamento, que narra la historia de Jesús, un hombre que, para los cristianos, fue el hijo de Dios. Los veintisiete libros del Nuevo Testamento relatan cómo los seguidores de Jesús, en su mayoría judíos devotos, fundaron la Iglesia de Cristo hace casi dos mil años.

Pero esta respuesta rápida y literal a nuestra pregunta básica—¿qué es la Biblia?—soslaya el tema principal. Algunas personas responderían, confiadas, que la Biblia es la palabra de Dios entregada al hombre a través de sus profetas. Dios habría dictado a los hombres los libros de la Biblia, palabra por palabra, en una suerte de “código estenográfico.”

Los siglos de investigaciones sobre el tema ofrecen una imagen más complicada: la Biblia es la culminación de un prolongado proceso—cubierto de huellas humanas—de narración, escritura, cortado y pegado, traducción e interpretación. El proceso comenzó hace aproximadamente cuatro mil años y en éste participaron muchos escritores de distintas épocas, hecho que aún hoy podría ser una sorpresa para algunos lectores.

¿Qué es un Testamento?

Si la Biblia realmente comienza como un documento judío y los judíos no la llaman “testamento,” ¿de dónde salió esa palabra? ¿Y qué significa?

La palabra “testamento” ha llegado a significar diversas cosas. La mayoría de la gente prefiere no pensar en la palabra, sobre todo cuando la relaciona con la consabida frase “su última voluntad y su testamento.” En este sentido estrictamente legal alude a un documento que se ocupa de la disposición de los bienes terrenales de un difunto.

Otro uso común de la palabra indica la evidencia de algo, por ejemplo: “El Holocausto es testamento de la maldad de Hitler.”

Pero a la manera antigua—es decir, la utilizada para aludir a las Sagradas Escrituras—tenía un significado completamente distinto. Testamento era por entonces otra manera de decir “pacto,” lo que a su vez aludía a un acuerdo o contrato. El Antiguo Testamento representaba para los cristianos el antiguo “pacto” celebrado entre Dios y su pueblo. No obstante, con el Nuevo Testamento consideran haber conseguido un “New Deal” a través de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús.

Muchos cristianos creen que esto significa que pueden olvidarse de los viejos libros y atenerse exclusivamente a los nuevos, o simplemente saltarse todo ese extenso y aburrido material “vetusto.” Pero el Nuevo Testamento no reemplaza al Antiguo. Para los cristianos complementa, amplía, y completa el “antiguo contrato.” En el mundo de los deportes se lo llama prolongación de contrato: el viejo acuerdo se renueva en términos más beneficiosos.

El propio Jesús estaba familiarizado con el “antiguo contrato.” Era un buen niño judío que había estudiado la Torá, los Profetas, y las Enseñanzas. Podía citarlos de memoria a los doce años. Por supuesto que Jesús no tenía una “Biblia de estudio.” Cuando él era niño la Biblia no existía. Los libros no existían. Probablemente se los aprendió de memoria de los rollos que guardaban los rabíes o maestros religiosos locales. Los antiguos libros hebreos que posteriormente constituyeron la Biblia fueron escritos sobre pliegos de cuero o papiro y reunidos en forma de largos rollos. Hasta hace poco, los ejemplares más antiguos de rollos hebreos databan de la Alta Edad Media, aproximadamente del año 1000. Pero hace cincuenta años, un niño beduino que merodeaba por las cuevas de los desiertos cercanos al Mar Muerto hizo un asombroso—y misterioso—descubrimiento.

¿Los Rollos del Mar Muerto son acaso la Biblia original?

En la primavera de 1947, cuando los británicos todavía controlaban Palestina, Muhammed ed Dib llevaba a pastar sus carneros a las áridas colinas rocosas vecinas a la costa septentrional del Mar Muerto. El Mar Muerto es un lago de aguas saladas situado en medio del desierto, el punto más bajo de la superficie terrestre y uno de los paisajes más calurosos y menos invitadores del mundo. El agua fresca que llega al lago se evapora rápidamente debido al intenso calor, formando un espeso caldo mineral. Los peces no pueden vivir en esas aguas, de allí el nombre de Mar Muerto. En las colinas que rodean este inmenso lago, el joven pastor arrojó una piedra al interior de una cueva y la oyó golpear contra algo. Curioso, decidió investigar y halló unas antiguas vasijas de arcilla que contenían rollos de cuero cubiertos por una misteriosa escritura. Este hallazgo accidental marcó el inicio de uno de los descubrimientos históricos más controvertidos y emocionantes: los Rollos del Mar Muerto.

El hallazgo de Muhammed dio origen a una búsqueda extendida en el área, genéricamente llamada Qumran, a unas diez millas al sur de Jericó. Luego de que centenares de aficionados recorrieran de un extremo al otro las colinas rocosas con el afán de encontrar más rollos, las autoridades organizaron una búsqueda arqueológica formal en la zona. Así, con el paso del tiempo, se fueron descubriendo más rollos y también restos de rollos. Hoy, cincuenta años después del primer hallazgo, los investigadores continúan tratando de ordenar los pedazos de cuero preservados por el aire seco del desierto.

La ardua tarea de ordenar y descifrar estos frágiles trozos de cuero—una suerte de rompecabezas enorme y sin “imagen guía”—ha despertado controversias. Más allá de las cuestiones políticas y de las intrigas, más allá de la historia y de las recientes guerras en Oriente Medio, la tarea prosiguió lentamente y en secreto. Con demasiada lentitud para ciertos críticos que temieron una conspiración masiva, destinada a impedir que el mundo conociera una verdad extraordinaria. Pero ya en los primeros días posteriores al hallazgo se sabía que los Rollos del Mar Muerto contenían los textos más antiguos de la Biblia hebrea encontrados hasta el momento.

Se han hallado aproximadamente ciento noventa rollos bíblicos escritos en arameo, idioma sirio estrechamente vinculado al hebreo que era, además, el idioma de Jesús. Algunos están casi completos, otros son fragmentos dispersos. Contienen por lo menos una parte de cada uno de los libros que conforman la Biblia hebrea, excepto el libro de Ester. También se encontró un libro de Isaías completo, escrito sobre diecisiete piezas de cuero cosidas hasta formar un rollo de varios metros de longitud. Las sofisticadas técnicas de atribución temporal demostraron que algunos de los Rollos fueron escritos casi trescientos años antes del nacimiento de Jesús. Otros datan de la misma época en que vivió Jesús, un turbulento período de la antigua Palestina en el que Roma controlaba al rebelde e insatisfecho pueblo judío.

Además de estos fragmentos de la Biblia, los Rollos también contenían otros libros antiguos que desconocemos. También, abundante información sobre aquellos que los habían copiado y ocultado en las cuevas de Qumran. Conocidos como “esenios,” eran parte de una secta judía que rechazaba el estilo de vida de Jerusalén, prefiriendo una existencia monacal, célibe. Como grupo comunitario, los esenios se adherían a reglas estrictas y se preparaban para el Juicio Final. Como los Caballeros del Jedi en La Guerra de las Galaxias, esperaban un combate definitivo entre el bien y el mal, entre las fuerzas de la luz y las de la oscuridad.

Los Rollos del Mar Muerto dejan dos hechos en claro. Cuando Jesús nació, todavía no se había creado un canon de libros hebreos en la Biblia. Y aunque estos libros son muy similares a las Escrituras hebreas que conocemos hoy, había versiones ligeramente diferentes de algunos de estos antiguos textos hebreos. Y si bien los rollos de Qumran nos brindan una fascinante información sobre el texto de la Biblia y la vida cotidiana en Palestina durante el siglo I, dejan sin respuesta otra pregunta inquietante.

¿Quién escribió la Biblia hebrea o Antiguo Testamento?

Hace unos años, en los subterráneos de Nueva York colocaron un aviso publicitario de una escuela de taquigrafía que decía así:

“Si U pde lr eo, U pde congur u bn eplo.”

El aviso adquirió inmediatamente estatus de leyenda en la ciudad. Hizo el deleite de los comediantes televisivos y también produjo infinidad de parodias obscenas en remeras y camisetas.

Ahora, intentemos resolver este acertijo:

“Mgnn lr n lbr sn vcls. ¿N s dfcl d ntndr? Tl vz dsps d n rt lgrn cmpltr lgns spcs n blnc y dvnr l rst. Dsps d td, s cstlln pr. Pr hr mgnn q s prt d n dm ntg q h cd n dss hc y vrs sgls. S s cm prc l Bbl.”

¿Les gustaría “comprar algunas vocales,” como en el popular juego televisivo de la Rueda de la Fortuna? Tal vez llegarían a esta conclusión:

Imaginen leer un libro sin vocales. ¿No es difícil de entender? Tal vez después de un rato largo logren completar algunos espacios en blanco y adivinar el resto. Después de todo, es castellano puro. Pero ahora imaginen que es parte de un idioma antiguo que ha caído en desuso hace ya varios siglos. Así es como apareció la Biblia.

Se dice que un profesor de hebreo de una famosa universidad les dijo a sus alumnos al iniciar un nuevo ciclo lectivo: “Damas y caballeros, éste es el idioma que habló Dios.” El alfabeto hebreo está compuesto por veintidós letras, todas consonantes; evidentemente éste es un concepto difícil de captar. De hecho, los idiomas semíticos—como el arameo, el hebreo y el árabe—por lo general se siguen escribiendo sin vocales, aunque últimamente han incorporado un sistema de puntos y cedillas colocados sobre y debajo de la línea de escritura. En otras palabras, los lectores de hebreo clásico—versados en sus tradiciones orales—deben aportar de memoria el sonido de las vocales. Los griegos adoptaron el alfabeto básico de veintidós letras utilizado por hebreos y fenicios y le agregaron cinco nuevas letras, inventando así el sistema de vocales.

Volvamos al acertijo anterior. Imaginemos que el antiguo rollo donde fue escrito este misterioso pasaje se está deshaciendo. Consideremos que está escrito de derecha a izquierda, lo cual exige que lo leamos en la dirección opuesta a la que estamos acostumbrados. Para complicar aun más el hecho de que las vocales hayan sido omitidas, este rollo está plagado de nombres de individuos desconocidos, a quienes la historia universal no hace referencia. Aquel que lee este rollo sabe que el texto fue copiado a mano luego de haber sido transmitido oralmente de una generación a otra durante siglos, tal como ocurrió con la Ilíada y la Odisea. Y también sabe que, con el paso del tiempo, se han perdido o destruido versiones más antiguas. En síntesis, es un acertijo sumamente complejo.

Considerando todas estas dificultades, ¿a alguien le sorprende que la Biblia provoque confusiones? ¿O que mucha gente bien intencionada la considere como un conjunto de mitos bastante complicados, equivalente a los mitos de la Antigua Grecia o a la saga del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda? A partir de ahora sabremos a qué atenernos cuando intentemos comprender quién escribió la Biblia. Como dijo Winston Churchill en 1939 acerca de Rusia: “Es un acertijo envuelto en misterio dentro de un enigma.”

Muchos lectores todavía creen que la Biblia fue compuesta por inspiración divina. De acuerdo con ellos, un hombre estaba sentado en su tienda en el desierto del Sinaí cuando, repentinamente, en un instante glorioso, el texto completo de las Escrituras comenzó a fluir sobre cueros y papiros. O acaso le fue susurrado al oído por un espíritu invisible, a la manera de un “dictado cósmico.” O las palabras, creadas por el fuego celestial, se grabaron en la piedra como sucede en la película Los Diez Mandamientos, protagonizada por Charlton Heston. Como dijeron, sucintamente, los Gershwin: “No necesariamente.”

La historia de las Sagradas Escrituras que estudian los cristianos y judíos modernos es, en sí misma, un relato fantástico, un cuento salido de una película de Indiana Jones. Todavía se sigue “reescribiendo” con cada nueva excavación arqueológica y cada nuevo descubrimiento de un rollo antiguo. Otrora armados con poco más que un casco, un pico, una pala y una lupa enorme, los investigadores modernos cuentan hoy con la invaluable ayuda de fotos digitales, espectroscopios y lectores infrarrojos que pueden fechar y analizar los viejos escritos. Los asombrosos descubrimientos de grandes bibliotecas de escritura antigua realizados en las últimas décadas han aumentado enormemente nuestro conocimiento de la época y de los idiomas bíblicos. Y, con ayuda de las computadoras lingüísticas y las comunicaciones instantáneas con importantes bibliotecas de todo el mundo, los eruditos continúan develando los secretos de la Biblia.

No obstante, aunque nuestro conocimiento se ha profundizado, la respuesta a una pregunta básica y extraordinaria sigue siendo un misterio: ¿quién escribió la Biblia?

A pesar de los tremendos esfuerzos académicos y de investigación dedicados a esta pregunta, la duda persiste: nadie lo sabe. Y, probablemente, jamás lo sabremos…a menos que se produzca un descubrimiento arqueológico de orden casi metafísico. Pero estamos en condiciones de afirmar, sin temor a equivocarnos, que la versión del rey James en la que se basa la mayoría de las traducciones al inglés y el resto de las versiones que atiborran los estantes de las librerías son sólo eslabones recientes en el final de una larga cadena de dificultosas, muchas veces erradas y a menudo conflictivas traducciones.

Éste es el primer golpe a la plausibilidad del Código Bíblico, un éxito editorial que proclama que la Biblia contiene un código sistemático que, una vez ordenado, ha servido para predecir eventos mundiales del pasado, del presente y del futuro. Los autores de ese libro dicen haber utilizado una versión del texto bíblico que sería “la versión original del Antiguo Testamento, la Biblia tal como fue escrita por

primera vez,” y que hay “un texto hebreo original aceptado universalmente.” No existe texto semejante. El Antiguo Testamento de la Biblia hebrea existe en una diversidad de formas que reflejan las distintas traducciones realizadas en los últimos siglos.

Más allá de estos cuestionables “códigos bíblicos,” las diversas traducciones a las que hemos aludido han dado forma a ciertas percepciones de la Biblia y a lo que la gente cree que ésta dice. Muchos angloparlantes todavía se sorprenden al enterarse de que la Biblia no fue escrita en inglés…y lo mismo ocurre con los alemanes y los franceses. Pero la investigación de manuscritos antiguos como los Rollos del Mar Muerto y el descubrimiento de bibliotecas centenarias nos ofrecen muchas más pistas acerca de quienes efectivamente escribieron la Biblia.

En primer lugar, nos hemos enterado de que parte de las primeras secciones de la Biblia—entre ellas, algunas historias del Génesis—probablemente fueron “copiadas” de otras civilizaciones más antiguas, en particular de Egipto y Babilonia. Varios aspectos de las Leyes entregadas por Dios a Moisés en el Éxodo se asemejan a las leyes babilónicas compiladas en el Código de Hammurabi, unos siglos más viejo que la Biblia. La historia del bebé Moisés enviado río abajo en una canasta es similar a la leyenda mesopotámica de un antiguo rey llamado Sargón. Parte de la sabiduría de los proverbios bíblicos recuerda, de manera notable, los dichos del sabio egipcio Amen-emope, quien vivió en la época de Salomón, el supuesto autor de los Proverbios. En otras palabras, los autores de la Biblia—al igual que todos los escritores—no excluyeron la práctica de “tomar prestados” algunos textos.

El verdadero proceso de escritura de lo que los judíos llaman Tanak y los cristianos Antiguo Testamento se inició hace más de tres milenios, aproximadamente en el año 1000 AEC (Muchos historiadores y académicos prefieren utilizar AEC—por “Antes de la Era Común”—en lugar del tradicional AC—“Antes de Cristo.” También utilizan EC—“Era Común”—en vez de AD—“Anno Domini.” Este libro incorpora el nuevo método.) El proceso de escritura de las Sagradas Escrituras se basó en una tradición oral que data de por lo menos cuatro mil años atrás.

Lo más antiguo de las Escrituras hebreas son los primeros cinco libros de la Biblia: el Génesis, el Éxodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio. En la tradición judía, estos cinco libros constituyen el Torá (la “Ley” o las “Enseñanzas”). También se los conoce como los Cinco Libros de Moisés y, en griego, el Pentateuco (“cinco rollos”). Durante mucho, muchísimo tiempo se creyó que el propio Moisés había escrito los cinco libros del Torá. Si bien numerosos judíos y cristianos devotos aún sostienen esa creencia, la mayoría de los académicos y teólogos aceptan que los “Cinco Libros de Moisés” fueron transmitidos por vía oral durante siglos antes de ser escritos en rollos, proceso que se inició poco tiempo después del año 1000 AEC…aproximadamente en la misma época en que los reyes David y Salomón gobernaron los destinos de Israel. La escritura recién se completó en el año 400 AEC, aproximadamente.

¿Moisés no escribió el Torá?

Durante siglos se creyó que Moisés era el autor de los cinco libros del Torá, tradicionalmente llamados los “Libros de Moisés.” El Torá decía que Moisés había escrito lo que le habían mandado escribir, de modo que no se trataba simplemente de la opinión de un estudioso sino de una inquebrantable cuestión de fe tanto para los judíos como para los cristianos. Algunas ediciones de la Biblia todavía afirman que Moisés fue el autor del Génesis, y algunos creyentes defienden este postulado como un precepto de su fe.

Atreverse a cuestionar ese “hecho” requería coraje en el pasado. Cuando un erudito del siglo XI señaló que muchos de los reyes mencionados en el Torá habían vivido en épocas posteriores a la muerte de Moisés, sus contemporáneos lo apostrofaron “Isaac el Desatinado” y quemaron todos sus libros en castigo. Isaac debe de haber pensado que por suerte quemaron sus libros y no a él. Cuatrocientos años más tarde, en el siglo XV, otros críticos comenzaron a formular preguntas inquietantes. Por ejemplo: ¿Cómo era posible que Moisés hubiera relatado su propia muerte? ¿Acaso no era extraño que se autodefiniera como “el hombre más humilde de la Tierra”? Un hombre verdaderamente humilde jamás hubiera dicho tal cosa. Además de no haber podido narrar su propia muerte, Moisés tampoco pudo haber conocido otros hechos posteriores mencionados en el Torá, como la larga lista de reyes de la vecina Edom que gobernaron sus dominios luego de la muerte del hebreo. Los estudiosos fieles a la tradición argumentaron que, en su calidad de profeta, Moisés sabía quiénes reinarían en el futuro. Otros dijeron que Jesúa, el sucesor de Moisés, había agregado algunas líneas luego de la muerte de éste, o que un profeta posterior había actualizado lo que Moisés había escrito. Pero estas respuestas no acallaron las preguntas.

A comienzos del siglo XVII, cuando el Iluminismo—una doctrina que antepuso el pensamiento racional y las observaciones científicas a la fe ciega—dominaba Europa, otros eruditos comenzaron a cuestionar la figura de Moisés. Un sacerdote francés que lo cuestionó fue arrestado y obligado a retractarse. Siguiendo la gran tradición de la Iglesia Católica Apostólica Romana, sus escritos fueron prohibidos y quemados. El traductor inglés de un libro que sostenía que el Torá no era obra de Moisés también tuvo que retractarse…cosa que hizo en 1688, “poco antes de ser liberado de la Torre,” tal como advierte perversamente Richard Elliot Friedman en ¿Quién Escribió la Biblia? un abarcativo estudio acerca de la autoría del Torá. La Iglesia oficial se resistió a estas preguntas sobre Moisés por las mismas razones de siempre: las preguntas despiertan dudas. Pero el poder de la Iglesia se apoyaba en la fe incuestionable. Si permitía que algunos buscapleitos comenzaran a hacer preguntas sobre Moisés, antes de que el Papa se diera cuenta ¡alguien empezaría a preguntar por qué las mujeres no pueden ser sacerdotes!

Todas estas generaciones de estudiosos coincidieron en un punto: los Libros de Moisés, que contenían la ley divina, contenían también contradicciones en cuanto a época y lugar, y eventos y nombres que no podían pertenecer a los tiempos de Moisés. ¿Por qué había versiones duplicadas de tantos relatos bíblicos? ¿Por qué estas versiones no siempre coincidían? Por ejemplo, ¿por qué el Génesis se inicia con dos versiones diferentes de la Creación? Y, lo que es aun más preocupante, había diversas maneras de nombrar a Dios. Si Él dictó las Escrituras a Moisés, ¿por qué no usó el mismo nombre todo el tiempo? ¿Por qué Moisés, quien habló con Dios, utilizó tantos nombres diferentes para Él? Y, por último, ¿cómo es posible que Moisés haya escrito, al final del Deuteronomio: “Entonces Moisés, el servidor de Dios, murió en la tierra de Moab por voluntad divina?” (Deut. 34.5).

Estas y otras preguntas perturbadoras originadas por el misterio de Moisés no desaparecerían por arte de magia. Y, cuando el Iluminismo y la Reforma protestante minaron el penetrante poder de la Iglesia Romana, cada vez más gente empezó a formular preguntas. Los líderes de la Iglesia ya no podían explicar las numerosas diferencias de estilos ni las contradicciones y anacronismos que contenía el Torá con la excusa de “la palabra de Dios.” Gracias al interés de generaciones de estudiosos en este misterio, finalmente quedó en claro que Moisés no fue el autor del libro. Tal vez hayan sido los Libros de Moisés, pero seguramente no fueron los Libros escritos por Moisés. Igualmente importante fue la creciente evidencia de que los libros atribuidos a Moisés fueron escritos en distintas épocas históricas. Muchos eruditos llegaron a la conclusión de que hubo más de un autor dedicado a la obra. No obstante, todavía se mantienen numerosos desacuerdos al respecto. Sólo que ya no se quema a nadie en la hoguera por hereje.

Si no fue Moisés, ¿quién fue?

Imaginemos que destejemos un tapiz de trama intrincada e intentamos descubrir de dónde proviene cada hilo que lo compone, quién lo tejió y en qué estaba pensando cuando lo hizo. Ésta es la tarea aparentemente imposible a la que se enfrentan los estudiosos de la Biblia empeñados en hallar a sus posibles autores. Cuando los eruditos destejieron los hilos de las Escrituras hebreas, descubrieron que se habían utilizado grosores y texturas muy diferentes para contar la historia. Con frecuencia estos hilos hacían referencia a eventos que habían ocurrido mucho después de la supuesta escritura o “tejido.” Como el reloj en el Julio César de Shakespeare, eran anacronismos obvios. Las Escrituras mencionan imperios que no existían cuando Moisés estaba vivo. En ellas se habla del rey de los filisteos…cien años antes de que los filisteos llegaran a la región. Se relatan largos viajes en camello cuando estos animales aún no habían sido domesticados. En otras palabras, parece obvio que los escritores narraron los hechos mucho después de que hubieran ocurrido y agregaron “detalles” indudablemente significativos para los lectores de su propia época.

No obstante, todavía quedan “espíritus literales” que sostienen fielmente que la Biblia es la Palabra de Dios, dictada al pie de la letra a individuos “escogidos por la gracia divina.” Sin embargo, la mayoría de los estudiosos actuales concuerdan en que hubo por lo menos cuatro o cinco autores principales, o grupos de autores, de las Escrituras hebreas. Estos eruditos creen que fueron escritas durante el largo período comprendido entre los años 1000 y 400 AEC. La idea de que el Torá surgió de una combinación de fuentes diversas es conocida formalmente como “Hipótesis Documental.” Esta hipótesis adquirió tanto peso que, en 1943, el Vaticano—bajo la autoridad del Papa Pío XII—reconoció que había llegado el momento de resolver estas interrogantes.

Hoy, la idea es ampliamente aceptada y enseñada en las principales cátedras de religión, entre ellas, Divinity Schools de Harvard y Yale, Union Theological Seminary, Jewish Theological Seminary, y Hebrew Union College. La cuestión de la identidad del o de los autores de estos libros es un misterio todavía no resuelto, y acaso irresoluble, dado que requeriría un hallazgo arqueológico absolutamente revolucionario. Pero los eruditos han otorgado “nombres” a los “autores” principales, y los identifican mediante cinco letras del alfabeto: J, E, D, P y R.

  • J. El más antiguo—y tal vez el más celebrado—de estos supuestos autores es conocido como “J” a partir de la palabra alemana Jahwe, origen de la palabra Jehová, a veces erróneamente traducida como Yahvé. El escritor que responde al nombre codificado J llama Yahvé al Dios de los israelitas. (La tradición judía prohíbe decir o escribir el nombre de Dios, de modo que generalmente se lo pronuncia o escribe YHWH.)
         En su controvertido aunque muy leído libro de estudios bíblicos, El Libro de J, Harold Bloom sugiere que el J de la Biblia era en realidad una mujer. Muchos eruditos rechazan la teoría de Bloom, que plantea otra duda que acaso jamás será resuelta. Hombre o mujer, J probablemente vivió entre los años 950 y 750 AEC en Judea (otro motivo para llamarlo J), la región septentrional de un reino hebreo dividido. J es el mejor narrador de la Biblia hebrea; es más interesante, más divertido y más humano que los otros. El Yahvé de J es con frecuencia un Dios muy “humano” e interactúa de manera más fácil y directa con el hombre. J contó la versión más famosa y más folclórica de la Creación, que comienza en Génesis 2. Por ejemplo, es el Yahvé de J el que recorre el Jardín del Edén “bajo la brisa nocturna” (Gén. 3.8)—una encantadora imagen poética—y descubre a Adán y a Eva ocultos y avergonzados por su desnudez. J también es responsable de la “Canción de Débora,” poema épico sobre una “mujer guerrera” judía incluido en el Libro de los Jueces.
  • E. El más próximo a J es E, el Elohísta, así llamado porque su autor prefirió utilizar la palabra Elohim (traducido como “el Señor”) para nombrar a Dios. Aunque algunos estudiosos consideran que E fue anterior o incluso contemporáneo de J, la mayoría cree que fue posterior y que vivió entre los años 850 y 800 AEC. La mayoría también coincide en que E es un escritor mucho menos colorido que
    J, y que su contribución se inicia con la historia de Abram en Génesis 12. En el Libro de los Jueces, E cuenta una versión en prosa de la historia de la heroína israelita Débora—en oposición a la versión versificada de J—y hay diferencias notables entre ambos relatos.
  • D. El tercer “autor” del Antiguo Testamento es conocido como el “Deuteronomista” y probablemente escribió entre los años 700 y 600 AEC y fue responsable de la mayor parte del Deuteronomio. También se cree que D escribió los últimos libros de Jesúa, Jueces, Ruth, Samuel y Reyes: obras “históricas” mayores de la Escritura hebrea, en las que se describen la conquista de Canaán y la fundación del reino de Israel. En el Deuteronomio, D muestra a Moisés dando una serie de discursos en los que insta al pueblo de Israel a seguir el Torá, pero la ley que Moisés refiere en esta sección es una suerte de revisión completa de los primeros libros de leyes. En su fascinante libro acerca de la cuestión de la autoría, ¿Quién Escribió la Biblia?, Richard Elliot Friedman sostiene que D es el profeta Jeremías, quien vivió en Jerusalén aproximadamente en el año 627 AEC y murió en Egipto poco después del año 587 de la misma era.
  • P. Los textos atribuidos a P, conocido como el Predicador, incluyen algunas de las palabras más familiares para la civilización occidental: “En el principio,” el relato de la Creación en el Génesis 1, y la primera versión de los Diez Mandamientos (Éxodo 20.1–17).
    P probablemente escribió su parte en algún momento entre los años 550 y 500 AEC. Notablemente preocupado por las observaciones y deberes de los antiguos religiosos judíos, P es responsable de casi todo el Levítico. Con su estilo seco y obsesionado por el detalle, P se interesó especialmente en codificar y justificar todas las leyes rituales creadas por los primeros religiosos judíos, entre ellas las exhaustivas descripciones de la Pascua hebrea, las ceremonias de ordenación, las vestiduras de los sacerdotes, y el cofre sagrado que contenía los Diez Mandamientos. P también podría haberse llamado L debido a su profunda preocupación por la Ley…que en ocasiones lo vuelve tan grandilocuente y tedioso como un abogado.
  • R. Además de estos cuatro “escritores” o grupos de escritores, hubo probablemente otro individuo o grupo de individuos responsable de la creación del Pentateuco y otros libros iniciales de la historia israelita que conocemos hoy. Hasta cierto punto, éste fue el logro más extraordinario. R fue el Redactor o editor, es decir, aquel que tomó las cuatro ramas existentes y las unió en un solo haz, probablemente hacia el año 400 AEC. Como en el resto de los casos, la identidad de R es un misterio. Ni siquiera sabemos si hubo más de un Redactor. Su obra es fascinante por la manera en que entretejió hilos de escritura muy diferentes entre sí y a menudo contradictorios. Pero también implica una pregunta inquietante. ¿Acaso R dejó algo afuera cuando editó el libro? Ese misterio permanece en el dominio de las especulaciones.

Hemos revisado, y simplificado, una pregunta que ha intrigado a los eruditos durante más de un siglo. Por supuesto que no todos coinciden con esta teoría de autores múltiples. Muchos “verdaderos creyentes” la rechazan de plano. Y algunos aceptan la teoría pero disputan con quienes sostienen la “Hipótesis Documental” que insinúa que la Biblia es sólo una colección de fábulas reunidas de acuerdo con el gusto y los intereses de los hombres que las reunieron. El historiador Paul Johnson incluye esta advertencia en Una historia de los judíos:

“El Pentateuco no es por lo tanto una obra homogénea. Pero tampoco es, como sostienen algunos estudiosos que responden a la tradición crítica alemana, una falsificación deliberada de los sacerdotes que buscaron infundir sus propias e interesadas creencias religiosas en la gente atribuyéndolas a Moisés y a su época…Todas las pruebas internas demuestran que quienes fundamentaron estos escritos, y los escribas que los copiaron…creían absolutamente en la inspiración divina de los textos antiguos y por eso los transcribieron con veneración y respetando los más altos estándares de precisión posibles.” (Una historia de los judíos, p. 89.)

En otras palabras, hacia el año 400 AEC el Pentateuco o Torá tenía ya la estructura que conocemos hoy. Algunos de estos escritores, compiladores o editores—particularmente los tres últimos, D, P y R—también participaron en la composición de otras partes de las Escrituras hebreas. En cuanto a los otros 34 libros de la Biblia hebrea—los Profetas y las Escrituras—las pruebas autorales son confusas o bien un misterio total. Muchos de estos libros muestran huellas de escritores de diferentes épocas y circunstancias históricas. Pero podemos afirmar con certeza que David no escribió todos, o incluso la mayoría, de los Salmos, que se le atribuyen. Salomón no escribió los Proverbios ni el Cantar de los Cantares e Isaías no escribió Isaías. Estos “libros,” transmitidos por vía oral de generación en generación, recién adquirieron su estructura actual hacia el año 400 AEC, mucho después de Moisés y David. Algunos no fueron considerados “Sagradas Escrituras” hasta mucho después. Hacia el año 90 EC los rabinos judíos cerraron la lista “oficial” de su Biblia.

¿Quiénes fueron estos hijos de Israel?

¿Por qué no hay pruebas—fuera de la Biblia—de la existencia de personalidades tan cruciales como Abram o Moisés? ¿Por qué los israelitas no creyeron necesario averiguar cuál era, exactamente, la montaña conocida como Monte Sinaí en los Diez Mandamientos? ¿Por qué en la Biblia no se mencionan las pirámides de Egipto, con seguridad las estructuras arquitectónicas más extraordinarias de la época?

Estas preguntas resultarán conflictivas para todo lector pensante de la Biblia. Pero señalan otro tema subyacente: la mayoría de nosotros desconocemos el origen histórico de los israelitas y apenas sabemos quiénes fueron los protagonistas de la Biblia hebrea. Y esto nos devuelve a un hecho básico: es casi imposible comprender la escritura y el sentido de la Biblia sin comprender la historia del pueblo que la escribió: el de los antiguos israelitas. Por supuesto que hay numerosas imágenes hollywoodenses prácticamente inútiles. Es bastante improbable que Sansón se pareciera a Victor Mature.

¿Quiénes fueron los primeros judíos? Solemos utilizar las palabras hebreo, judío e israelita como si fueran sinónimos, pero incluso estas palabras entraron en vigencia mucho después en la historia. Ahora bien, ¿cómo era Israel en los 1,500 años transcurridos entre los Patriarcas y los Profetas, es decir desde el año 2000 al 500 AEC aproximadamente?

Localizado en la costa oriental del Mediterráneo, el mundo de la Biblia es un área pequeña que, no obstante, fue un puente natural entre tres continentes—África, Asia, y Europa—y un sitio de avanzada natural para los comerciantes que recorrían el Mediterráneo. Y fue precisamente su geografía lo que convirtió a esta región en el punto de convergencia de grupos muy distintos entre sí y que causaron un profundo impacto en la historia.

Aunque de dimensiones reducidas, la tierra bíblica llamada Canaán presenta una extraordinaria diversidad de climas y características. La suave línea de la costa asciende hacia las montañas y los vastos desiertos que las rodean. En el norte hay un hermoso lago de aguas frescas, el Mar de Galilea o Lago Tiberíades, que desemboca en el río Jordán. Este río fluye en línea recta desde las escarpadas montañas de Jordania, con sus picos nevados, hacia el punto más bajo de la superficie terrestre: el Mar Muerto. El Mar Muerto es en realidad un lago de aguas espesas e impregnadas de sales minerales, rodeado por un paisaje rocoso de temperatura excesivamente alta. A esta tierra de asombrosos contrastes llegó una gran cantidad de gente. Algunos eran nómadas y otros comerciantes, pero muchos eran invasores y conquistadores. El territorio pronto quedó manchado de sangre, tal como sigue sucediendo hoy en día.

Pero Canaán tenía sus propios habitantes mucho, muchísimo antes de los pueblos mencionados en la Biblia, mucho antes de las civilizaciones de Egipto o de la Mesopotamia. Entre ellos estuvieron algunos de los primeros habitantes humanos, un pueblo de la Edad de Piedra llamado “natufiano.” Se los denominó así por Wadi en-Natuf, en las colinas de Judea, donde se descubrió una cueva con pruebas de algunos de los primeros asentamientos humanos conocidos. Los natufianos, que datan del período comprendido entre los años 10,000 y 8000 AEC aproximadamente, fueron uno de los primeros pueblos sedentarios. Primordialmente cazadores y recolectores, las pruebas demuestran que también sabían triturar gramíneas. Por otra parte, las excavaciones realizadas en las cercanías del Mar de Galilea han resultado en el hallazgo de anzuelos y arpones de hueso. Este pueblo enterraba a sus muertos. Los estudios de sus tumbas prueban que los muertos eran enterrados con joyas y animales tallados en piedra o hueso…incluso más pruebas de que, desde el principio, los humanos han estado interesados—si no obsesionados—por “la vida después de la muerte.”

Al pasar los siglos, estas tierras fueron ocupadas por una amplia diversidad de pueblos que evolucionaron de cazadores-recolectores a pastores nómadas, luego a agricultores sedentarios y finalmente a habitantes de ciudades. Una de las ciudades más antiguas de la humanidad es Jericó, la misma que en la Biblia fue destruida por las trompetas. Excavada por primera vez en la década de 1950 por la arqueóloga británica Kathleen Kenyon, Jericó tiene casi diez mil años de antigüedad y ha sido ocupada casi continuamente desde entonces. Hacia el año 3000 AEC—época en que se construyó la primera pirámide—Jericó poseía un fuerte sistema defensivo, lo cual denotaba un alto grado de organización social.

Entre los diversos grupos que se establecieron en este territorio cabe mencionar a los cananeos, edomitas, moabitas, amorreos, jebuseos, e hititas, tribus hoy desaparecidas. Más tarde llegaron los filisteos, quienes aparentemente emigraron de las islas mediterráneas de Creta o Chipre y se afincaron en la zona costera poco después del año 1200 AEC. Más al norte sobre la costa Mediterránea—en el actual Líbano—estaban los fenicios, extraordinarios navegantes y tintoreros cuyo alfabeto ejerció notable influencia sobre el nuestro.

Canaán lindaba con las dos grandes superpotencias del mundo antiguo. Al norte y al este se encontraba la Mesopotamia (del griego, “entre los ríos”), la “cuna de la civilización” que había florecido en las fértiles llanuras situadas entre los ríos Tigris y Éufrates, poblada por los acadios, sumerios, asirios, y otros “babilonios.” Al otro extremo se hallaba Egipto, cuna de una civilización que duró miles de años. Ubicada en una estrecha franja de tierra entre el mar y el desierto, Canaán sirvió de puente, paragolpes y campo de batalla a estas dos grandes civilizaciones antiguas, cuyos gobernantes controlaron la región durante siglos.

La tierra llamada Canaán en la Biblia fue creciendo poco a poco hasta llegar a tener poblaciones rurales y urbanas. Verdadero caldo de cultivo, fue tierra de pastores, agricultores, y comerciantes. También fue tierra de muchos dioses y religiones, aunque el más venerado era un grupo de divinidades cananeas. El dios supremo, el creador, se llamaba El: sílaba que figura repetidamente en el Génesis, por ejemplo en los nombres Israel y Bethel. El hijo de El era Baal, el dios de la tormenta: otro nombre que aparece reiteradamente en la “tormentosa” historia del antiguo Israel. Y entre las consortes de Baal cabe destacar a Astarté y Asherah, míticas deidades femeninas que seguramente lograron seducir a los hijos de Israel. Los seguidores de Moisés y sus descendientes no cesaban de meterse en problemas con su Dios Yahvé por insistir en venerar a estas diosas de la fertilidad y no al propio Yahvé. Dado que venerar a Baal y a sus diosas probablemente equivalía a tener relaciones sexuales—o a observar a los sacerdotes embarcados en esta actividad—presumiblemente esta creencia debía ser más atractiva para las masas que una religión que exigía el sacrificio de animales pequeños y que excluía a las mujeres en el templo.

Esta Canaán “sexuada” era la pequeña franja de tierra que, segúnlos israelitas, les había sido prometida por su Dios. Las evidencias históricas o arqueológicas del pueblo que decidió llamarse “hebreo” son escasas o inexistentes. La palabra “hebreo” posiblemente deriva de la palabra egipcia “habiru,” término derogatorio para definir a “los extraños,” también llamados “judíos,” palabra que a su vez deriva del último nombre atribuido por Roma al país: Judea. En realidad, nadie sabe cuándo llegaron a Canaán los “hijos de Israel.” Nadie sabe exactamente de dónde provenían, aunque la evidencia señala sus orígenes en la región mesopotámica. En determinado momento se trasladaron a Canaán, y luego, después del año 2000 AEC, algunos de ellos cruzaron a Egipto y se establecieron en el delta del Nilo durante algunos siglos. Este grupo abandonó Egipto—donde había sido esclavizado por un anónimo faraón—y moró en los desiertos del Sinaí o del Sahara durante cuarenta años, bajo la guía de un carismático líder llamado Moisés que decía haber hablado con Dios. Moisés confirmó la antigua promesa, según la cual este pueblo recuperaría algún día la tierra de Canaán.

Hacia el año 1200 AEC, mediante la conquista o la migración paulatina—la Biblia consigna ambas estrategias—finalmente lograron controlar la tierra de los cananeos—cuyas prácticas sexuales y religiosas aborrecían. Es difícil decir con precisión qué hacían los cananeos que fuera tan abominable, pero podemos suponer que mantenían relaciones sexuales en los templos y que, posiblemente, no se escandalizaban ni retrocedían ante la homosexualidad, el incesto, el bestialismo, o los sacrificios humanos.

Las primeras pruebas históricas de la existencia de los Hijos de Israel es una placa de piedra o estela, que data del año 1235 AEC en Egipto. Esta estela de la época del faraón Merneptah menciona la destrucción absoluta del pueblo de Israel. El relato de la contundente victoria militar de Merneptah, obviamente inflado, es la primera referencia escrita del pueblo de Israel más allá de la Biblia. Cuando los israelitas consiguieron establecerse en el montañoso país debieron enfrentar a otro poderoso grupo de recién llegados, los filisteos, venidos del Mediterráneo y asentados en ciudades costeras desde el año 1200 AEC aproximadamente.

Hacia el año 1000 AEC, bajo el liderazgo de un fabuloso soldadopoeta llamado David—quien finalmente derrotó a los filisteos—y de su brillante hijo Salomón, los israelitas lograron controlar la tierra que les había sido prometida. Pero el de ellos fue un imperio de corta vida. Tras la muerte de Salomón en el año 922 AEC, el reino fue dividido por una guerra civil que dejó a ambos bandos en estado de extrema vulnerabilidad. El sector norte pasó a llamarse Israel, y el sector sur, Judea. Las dos naciones rivalizaron por el dominio del territorio y también por cuestiones de autoridad en asuntos religiosos, ya que ambas proclamaban ser las verdaderas herederas de Abram, de Moisés y de las promesas divinas.

Los buenos tiempos no duraron demasiado. En el año 722 AEC, los asirios, lidereados por Sargón II, conquistaron Israel—el reino del norte—y deportaron a 30,000 israelitas de las castas superiores a la región del río Éufrates, en uno de los primeros episodios de “limpieza étnica” de que tengamos conocimiento histórico. Las diez tribus del norte se dispersaron por el actual territorio de Irak, convirtiéndose en las “tribus perdidas” de Israel. Aproximadamente cien años más tarde, el reino de Judea también fue conquistado, esta vez por la nueva superpotencia de la zona: los caldeos (o neobabilonios) guiados por Nabucodonosor. En el año 587 AEC sus tropas tomaron y saquearon Jerusalén, destruyeron el Gran Templo construido por Salomón e incendiaron la ciudad. Miles de personas pertenecientes a la élite de Judea fueron trasladadas a Babilonia, en un episodio conocido comunmente como el Exilio. Es posible que llevaran con ellos el Arca de la Alianza, el cofre sagrado que contenía las tablas de piedra con los Diez Mandamientos, aunque es más probable que ese objeto sagrado haya sido destruido con el Templo. De algún modo, en los cincuenta años de Exilio, el Arca de la Alianza desapareció sin dejar huellas ni indicios escritos. Claro que si ustedes prefieren el “estilo Hollywood” Steven Spielberg les hará creer que el cofre fue hallado por Indiana Jones y actualmente se encuentra bajo siete llaves en alguna dependencia polvorienta del gobierno norteamericano.

La composición definitiva y la edición del Torá—junto con el resto de la Tanak o Antiguo Testamento—tuvo lugar en los tormentosos 500 años comprendidos entre el 900 y el 400 AEC. Y fue precisamente contra ese trasfondo de acontecimientos históricos—ascenso y caída de reyes, amargas disputas sobre autoridad religiosa, naciones divididas, conquistas y Exilio—que las Escrituras hebreas finalmente tomaron forma.

Si efectivamente escribieron los relatos y las leyes en hebreo, ¿de dónde provienen todas esas palabras griegas?

Las páginas de la Biblia abarcan aproximadamente 2,000 años de historia. Grandes imperios florecieron y decayeron en el antiguo Cercano Oriente: Sumer, Acadia, Babilonia, Egipto, Asiria, Persia, y Grecia. Con el apogeo y la declinación de estos imperios y culturas, el hebreo y el arameo cayeron en desuso y eventualmente fueron reemplazados por el griego. Posteriormente, hacia el año 250 AEC, cuando demasiados judíos se dieron cuenta de que ya no comprendían el hebreo de su antigua religión, alguien decidió preservar esas palabras traduciendo al griego las Escrituras hebreas. La tradición sostiene que esta traducción al griego de los rollos sagrados hebreos fue ordenada por Ptolomeo II (282–246 AEC), uno de los herederos de Alejandro Magno, quien gobernó Egipto tras la muerte del macedonio. Basada en manuscritos enviados desde Jerusalén a la célebre Biblioteca de Alejandría, esta traducción al griego fue llamada luego los Setenta. Cuenta la leyenda que setenta y dos ancianos, seis por cada una de las doce tribus de Israel, realizaron la traducción. Cada uno de estos ancianos realizó exactamente la misma traducción en setenta y dos días exactamente. El número se redondeó en setenta. Por supuesto que esto se parece muchísimo a la vieja idea de que suficiente cantidad de monos con sus respectivas máquinas de escribir y tiempo suficiente podrían escribir las obras de Shakespeare.

Los estudiosos modernos rechazan, por considerarlos del dominio de la leyenda, el vínculo con Ptolomeo y las setenta y dos traducciones idénticas. De hecho, la traducción se inició porque la extendida comunidad judía en Egipto y otros lugares del mundo helénico necesitaba tener una Biblia traducida del hebreo, lengua que había caído en desuso durante la Diáspora o “dispersión” de los judíos en el mundo mediterráneo.

La Septuaginta o Septuagésimo griego se transformó entonces en la versión más popular de la Biblia hebrea. Fue la Escritura extraoficial de los primeros cristianos que leyeron las leyes y a los profetas hebreos en griego. Las Biblias católicas romanas, como la de Jerusalén, todavía conservan esta influencia. Algunos de los libros de la Septuaginta no fueron considerados “sagrados” por los rabíes judíos que establecieron el “canon” oficial de la Biblia. Cuando la Iglesia cristiana se dividió a raíz de la Reforma, los protestantes aceptaron el canon judío. Por esta razón, el Antiguo Testamento protestante es el mismo de la Biblia hebrea, salvo por el orden y la numeración de algunos libros. Sin embargo, los católicos romanos consideraron sagrada la Septuaginta—o los Setenta—y las Biblias católicas romanas incluyen once libros excluidos de las Biblias hebrea y protestante. Estos libros, llamados Deuterocanónicos, están representados en las Biblias modernas por los Apócrifos. (Atención, no confundir con Apocalipsis.) Para aumentar la confusión al respecto, otras religiones cristianas—como la Iglesia Ortodoxa Rusa—reconocen como sagrados varios libros más. En otras palabras, durante casi dos mil años los hombres han intentado decidir qué debe leerse como palabra divina y qué no. Y todos proclaman haber actuado bajo inspiración divina…aunque jamás coinciden en sus apreciaciones y juicios.

El siguiente paso en el proceso que dio por resultado la Biblia que hoy conocemos tuvo lugar cuando el latín, el idioma del imperio romano, reemplazó al griego como lengua común del mundo occidental. Cuando el cristianismo dejó de ser una religión proscripta y pasó a ser una fe aceptada gracias a la tolerancia manifestada por el emperador Constantino en el año 313 EC, el griego era una lengua agonizante. Y si bien empezaron a aparecer traducciones al latín de fragmentos de las Escrituras, aún no había una versión oficial, formal de la Biblia en ese idioma. En el año 382 EC, un sacerdote llamado Jerónimo inició la traducción de las Escrituras hebreas y el Nuevo Testamento a la lengua de Ovidio.

Jerónimo—quien dedicó más de veinte años a su tarea en la propia ciudad de Belén, lugar de nacimiento de Jesús según la tradición—retomó los textos originales en arameo y hebreo en lugar de limitarse a traducir la Septuaginta del griego al latín. El sacerdote supervisó la traducción de la Biblia al latín, concluida hacia el año 405 EC y conocida como la Vulgata. Vulgata significa “vulgar,” en el sentido de “usado comúnmente,” sin connotaciones peyorativas. Pero es un ejemplo perfecto de las sucesivas modificaciones y cambios en el significado de las palabras, un factor importante en lo que hace a la comprensión de la Biblia. Muchas palabras no significan en el mundo moderno lo mismo que significaron en el latín de Jerónimo hace 1,500 años o en el inglés del rey James en el siglo XVII. Una de las decisiones tomadas por Jerónimo fue la de conservar el nombre “Jesús,” versión del nombre hebreo Jesúa en la traducción del Nuevo Testamento realizada por los griegos en el siglo I.

Hacia la misma época en que los cristianos estaban transformando la versión griega en la Vulgata latina, otro grupo crucial de antiguas escrituras judías era mantenido en su forma hebrea “oficial” por los Masoretas, una escuela de eruditos judíos medievales que trabajó entre los años 500 y 1000 de la EC y produjo el “Texto masorético.” Los Masoretas hicieron un aporte fundamental a la antigua escritura consonántica hebrea: incluyeron signos de vocales, indicaciones de acentos y notas al margen. Estas notas ofrecen una comprensión mucho más clara de los antiguos textos hebreos, y desde entonces los textos masoréticos constituyen la base de los estudios especializados de los mismos. Pero incluso los textos masoréticos completos más antiguos—el Codex de Leningrado y el Codex de Aleppo—datan del año 1000 EC aproximadamente, prácticamente un abrir y cerrar de ojos en el plan de composición de la Biblia. (La palabra “Codex” se aplica a las primeras colecciones de páginas encuadernadas; en otras palabras, a los primeros libros, innovación que cabe atribuir a los primeros cristianos.)

Cuando la Iglesia Católica Romana se convirtió en la fuerza predominante en Europa occidental durante el Medioevo, la Vulgata latina siguió siendo la Biblia por excelencia de los cristianos de esa región. Por supuesto que sólo los sacerdotes y algunos individuos ricos y cultivados podían leer la “palabra de Dios.” Durante esta época, las Escrituras fueron copiadas a mano en los célebres manuscritos iluminados del oscurantismo. Eran muy pocos los que podían comprar esos libros, y menos aún los que llegaban a verlos. No obstante, casi nadie podía leerlos. La misa latina, formalizada y convertida en un complejo ritual durante el papado de Damasio I (366–84), se transformó en la principal forma de veneración en el continente europeo. Pero la mayoría de la gente no entendía lo que se decía en la iglesia. El advenimiento de la imprenta de Gutenberg en el año 1540 permitió que la Biblia fuera reproducida mecánicamente. Incluso entonces se imprimieron apenas doscientos ejemplares de la Biblia, todavía en latín.

Pero en los primeros años del movimiento que luego dio en llamarse Reforma Protestante—iniciado por Martín Lutero en Alemania en 1517—algunos espíritus valientes intentaron traducir las Sagradas Escrituras del hebreo, el griego y el latín, al alemán, y el inglés. Como el mítico Prometeo, castigado por robar el fuego a los dioses para entregárselo a la humanidad, muchos de estos rebeldes debieron de pagar por sus “crímenes.” Algunos murieron por creer que la Biblia debía estar al alcance de todos.

En Inglaterra, otro sacerdote renegado llamado William Tyndale también quiso hacer accesibles las Sagradas Escrituras a la humanidad entera. Pero tuvo que abandonar su país para hacerlo. Radicado en Alemania—donde Martín Lutero había publicado su versión alemana del Nuevo Testamento en 1520—Tyndale concluyó su propia traducción del texto bíblico. Aunque a algunos imprenteros se les prohibió publicarlo, el Nuevo Testamento traducido por Tyndale apareció en el año 1526. Su traducción del Antiguo Testamento comenzó a publicarse por partes en 1530. Nuevamente, a las autoridades no les gustó. Tyndale fue obligado a salir de su escondite y finalmente capturado, arrestado y juzgado por herejía. En 1536 fue condenado a muerte por estrangulamiento y sus restos fueron quemados en la hoguera. Tyndale murió por creer “que el muchacho que empuja el arado debe conocer las Escrituras.” A manera de póstuma justicia, la traducción de Tyndale se transformó en la base de la versión de 1611 del rey James, la más influyente y perdurable de todas las traducciones al inglés. Finalmente, “en el principio” pudo ser comprendido por todos.

Éste fue un breve pantallazo del largo y a veces doloroso sendero de la Biblia, tal como la conocemos en el siglo XX. Y es por eso que es tan difícil salir a comprar una Biblia.

HITOS EN LAS ESCRITURAS HEBREAS

Esta cronología ofrece una perspectiva general simplificada de las fechas probables de composición y traducción posterior de las Escrituras Hebreas, o Viejo Testamento. Muchas de estas fechas son especulativas y no han sido confirmadas ni por fuentes arqueológicas ni históricas y hay desacuerdo con respecto a ellas. Las fechas más cuestionables están marcadas con un?.


FECHAS ANTES DE LA ERA COMÚN (AEC)

2000–1700 Era de los Patriarcas (Abram, Isaac y Jacob)?
1700–1500 José en Egipcio
1295–1230 El Éxodo de Egipcio?
1240–1190 Conquista Israelita de Canaán?
1020–1005 Reino de Saúl
1005–967 Reino de David
967–931 Reino de Salomón
922 División del Reino de Salomón
950–900 J (el Jahwista) escribe sus textos?
850–800 E (el Elohísta) escribe sus textos?
722 Conquista del Reino del Norte; deportación de las Diez Tribus a Asiria (las “Tribus Perdidas” de Israel)
650–600 D (Deuteronomista) escribe sus textos?
622 Un “Libro de la Ley,” parecido a Deuteronomio, se descubre en el Primer Templo
587/6 Caída de Juda; destrucción del Primer Templo; empieza el Exilio Babilonio
550-500 P (Fuente sacerdotal) escribe sus textos?
538 Regreso a Jerusalén desde el Exilio
520–515 Construcción del Segundo Templo
400 R (Redactor) edita los textos?
250–100 Septuainto: Traducción del Hebreo al Griego
100 Los textos hebreas más antiguos que sobreviven

FECHAS EN LA ERA COMÚN (EC)

70 Destrucción del Segundo Templo por los Romanos
90 Canonización final de la Biblia Hebrea
405 Vulgato: traducción al Latín por San Gerónimo
500–1000 Masorah: Textos Hebreos estandarizados
1520 El Nuevo Testamento de Lutero
1526 El Pentateuco en Inglés de Tyndale
1560 Biblia de Genova (La Biblia de Shakespeare, también utilizadas por los peregrinos Ingleses del Mayflower
1611 Se publica la versión del rey Jaime

El mapa en la próxima página: EL MUNDO DEL ANTIGUO CERCANO ORIENTE

Este mapa muestra muchas de los locales clave a los que se refieren cuando se discuten eventos en las Escrituras Hebreas, el Viejo Testamento. El propósito de este mapa es dar una perspectiva general del área, dado que la época considerada abarca miles de años. No todos los locales mostrados en este mapa existieron al mismo tiempo. Por ejemplo, mientras que Babilonia fue una ciudad muy antigua, en Egipcio, Alexandria no fue fundada hasta finales de los tiempos del Viejo Testamento.

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