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El Hombre de los Veintiún dedos se acurrucó en su esquina bajo la manta con que dormía últimamente. Yaman no estaba y aparte de los murmullos de los subsaharianos en el pasillo de arriba y los jadeos de los dos alcohólicos que seguían intentando alcanzar un quimérico orgasmo, reinaba un relativo silencio…

Aquella tranquilidad era puntualmente destrozada por el estruendo regular de los chillidos del Metro, cada vez más espaciados al caer la noche.

21 se removió…

Lanzaba miradas inquietas hacia el bulto apalancado junto a la esquina del Profeta, al otro lado de la vía, cubierto con mantas que este le había prestado.

No podía ser…

Y sin embargo había que rendirse a la evidencia.

A pesar de los cambios que el asilo siquiátrico había marcado en sus rasgos, con toda la mierda de píldoras y fármacos que le debían haber metido en vena, era ella.

Para 21 resultaba fácil imaginarse los demenciales tratamientos padecidos que podía haber padecido en un centro sin duda tan chapucero como el denominado Hospital de la Muerte… Se acordó de las crisis epilépticas sufridas después de las irregulares inyecciones del becario y se preguntó qué habría sido del médico Martínez5.

Sabía, por lo que había leído a lo largo de su cautiverio, que se le imputaban siete asesinatos de mujeres embarazadas pero ignoraba en qué había quedado el juicio…

No había duda.

Después de observarla fijamente se veía obligado a concluir que se trataba de la mismísima Helena, la esposa de Alfredo Gménez, quien fuera a principios de los noventa el organizador del Comando España…

Al principio había temido una reacción histérica cuando ella lo miró a los ojos, pero ante su sorpresa Helena lo observaba con expresión ausente, y poco a poco se había tranquilizado al comprender que no le reconocía…

Primero pensó que era por lo que había cambiado físicamente estos años, amén de la barba y la indumentaria de pordiosero, y sintió algo extraño. Tal vez pena por aquella piltrafa humana otrora tan gallarda y decidida…

La misma pena seguramente que cuando en aquel caserío del norte, rodeados de los cadáveres de los componentes del comando España, le había perdonado la vida…

Tal vez no era exactamente pena, sino una emoción bien distinta, pero 21 en cuestión de sentimientos era poco perceptivo. Un profesional, pensaba, no tenía cabida para desequilibrios químicos en su cerebro.

Pero Helena había sido la única mujer que, interpuesta en su camino, había logrado calar hondo en su interior.

Durante una larga temporada había seguido soñando con ella, incluso en las tensas noches de presidio, siempre a merced de una brutal sodomía.

Y en aquellos sueños le volvía regularmente la misma imagen, magnificada por la alquimia del recuerdo y la libido, el momento álgido en el que, tumbado en el suelo de piedra del caserío, había visto sus negras bragas mientras ella lo sojuzgaba, clavándole el tacón en la garganta.

Soberbia dominadora, enfundada en una austera falda entreabierta en sus visitas nocturnas…

Y ahora no era más que esto. Un pedazo de carne apabullada.

Tras observarla detenidamente había concluido que Helena ya no residía en aquel cuerpo deformado por las privaciones y los tratamientos.

Aquel bulto informe que apenas podía hablar más parecía un animal amedrentado que una hembra humana… Un extraño mutante producido por la noche eterna del subsuelo, reflexionó.

En tales circunstancias la temible Helena ya no podía presentar ningún peligro.

Entonces, ¿por qué le preocupaba tanto su reaparición…?

21 le daba vueltas a esta pregunta que le impedía concentrarse en la urgencia de su situación presente.

Mierda.

Mierda de lúmpen.

Remierda…

¿Qué coño hacía aquí? Ya estaba hasta los cojones de tanta degradación social, política y personal…

Jamás pensó que el ser humano pudiera llegar a tales extremos de embrutecimiento. Era el reverso oscuro de la Gran Chapuza Hispana: picaresca, brutalidad, analfabetismo, cainismo, miseria, explotación, marginalidad… Todo ello rimaba con España, tal y como coreaban las riadas de indignados que curiosamente nunca asomaban sus solidarios iphones y ipads por aquellos lares.

21 soñaba ahora con hoteles de lujo, bañeras inmensas llenas de espuma, desayunos en camas king de doble colchón, guateques en espaciosas terrazas, revolcones lascivos con cuerpos untados en odoríferos aceites frente a amaneceres brillantes y flamígeros crepúsculos…

Necesitaba expurgar toda la mugre, física, mental y espiritual que se le había pegado durante tantos años, primero en el talego y ahora en aquel agujero, aún más siniestro si cabe. Había sido el chivo expiatorio de toda la mierda del sistema, como bien decía la jueza. Y ahora llegaba la hora de la catástrofe eufórica, como explicaba la Caballo en sus clases de literatura en la trena. O el final feliz, que decían los anuncios de masajes tailandeses.

No convenía quedarse allí ni un día más, pensó mirando al vejestorio que, como buena pesadilla, dormía a su lado, con un solo ojo cerrado. Siempre se rodeaba de precauciones, como perro viejo que era.

En ese preciso instante, lejos de aquel andén abandonado de Metro, a lo largo de la Castellana se sucedían los edificios lujosos que orillaban ora el complejo de Azca, ora el Estadio Bernabéu, subiendo desde la plaza de Cibeles hasta la de Castilla, con las dos torres inclinadas que había inmortalizado Álex de la Iglesia en su película.

A medio camino, en uno de los múltiples bares de las callejuelas vecinas al Bernabéu, en torno a uno de los barriles que hacían las veces de mesas, discutían, jarra en mano, cuatro imponentes rapadotes de camisetas prietas bajo los bombers.

- … A mí mis compañeros me han dicho que chitón, pero yo os voy a contar lo de Atocha –se confiaba uno -. Si no pudiera contar mis peleas, no las tendría; sería un maricón. Esa es la ley del más fuerte y es bonito poder contarlo. Yo no tenía porra, pero también repartí leña…

- Ahhh, la culpa es de los sociatas. Los españoles estamos en paro porque los inmigrantes nos han estado quitando los puestos de trabajo durante años, y ahora hay que pagarles el viaje de vuelta. Luego vienen esos mierdas de antirracistas y nos preguntan por qué no vamos los parados españoles a trabajar al campo. Cada cual en su sitio. A los españoles no se nos puede poner a currelar en plantaciones como los negros, por cuatro duros… Y yo no seré de los que me vaya, eso que quede claro.

- Cada vez hacen las maletas más españoles. Y los inmigrantes siguen aquí perfectamente protegidos –apuntó Antonio José, el primero que había hablado, meneando la cabeza -. Todas nuestras acciones solo sirven para que se pongan chulos, y para que se apiaden de ellos los medios.

- Se han crecido y nos han perdido el respeto -añadió Francisco, poniendo cara de malo y apretando los dientes.

- Antes había muchísimo más respeto –asintió convencido David Manuel -. Ahora vas rapado por la calle y cualquier negro te viene a pedir fuego tranquilamente para alumbrar su peta, con recochineo. Eso no se veía antes y así nos van las cosas. Somos los últimos. El nacionalsocialismo no tiene futuro, ni siquiera en Alemania.

Pero por eso tenemos que estar orgullosos, y luchar por España…

- Cuando voy por Gran Vía, me pongo enfermo –volvía a la carga José Antonio -. Les abriría la cabeza.

- Me dan asco físico –admitió Francisco-. No podría ir sentado en el Metro al lado de uno de ellos sin potar. No es cuestión de que vayan más o menos elegantes, lo que importa es el color de la piel. Y el olor… Los blancos sabemos que somos superiores. Igual no corremos o follamos tanto, pero eso solo demuestra que son más animales. Como los bonobos. Nosotros tenemos cerebro…

- Son portadores de virus, y lo jodido es que nos están contaminando -concluyó Antonio José, con cara de seria preocupación.

- Por desgracia no son los únicos: punkis, anarquistas, homosexuales, drogadictos, perroflautas, sindicalistas, antirracistas… Si estuviera en una de esas concentraciones de skins en Alemania, que es un país de verdad, les tiraría un cóctel Molotov a los turcos sin pensármelo. Cuando los veo allí, dando caña, y luego veo a los perroflautas del 15M agitando las manos, siento pena por mi patria… Yo quiero una nación y un Estado fuerte y ordenado. A España le hace falta una dictadura, un cirujano de hierro, mano dura. Y que los negros se vayan a África. Aquí no queda curro para ninguno…

- Y no olvideis a los gitanos. Antes tenían idioma, pero hoy están tan drogados que ni se acuerdan. Mirad lo que hacen con la religión: todo griterío y ruido, cero contenido. Y el PSOE animándolos a reproducirse, qué asco… Les daban no sé cuántos euros por hijo, el doble que a un payo. Eso sí que es racismo. Cobran sueldos por ser marginados, tienen casas gratuitas, ¿y nosotros?…

- Por supuesto. Todos sentimos la bandera de España dentro de nosotros. Si alguien la desprecia, le machacamos la cabeza. Pero yo también quiero la esvástica porque soy racista y es muy mía. Son mis dos banderas…

- Buena, pero la esvástica viene en segundo lugar –matizó José Antonio.

- Vale, pero casi…

Hubo gestos de asentimiento generalizado. Tragos de cerveza alemana. Pequeños paladeos, pausa reflexiva. Sus mentes estaban en sintonía.

- De todas formas, a mí estas movidas con tus compañeros, Antonio José, me parecen peligrosas… Cualquiera de ellos te conoce, y en un momento te puede salir uno rana y venderte a los politicastros. Están yendo a saco a por nosotros. Mis viejos ya se están rebotando… Hubo alguien que les pasó el otro día el vídeo de lo que ocurrió en Atocha, después de lo del Congreso, en el que se te veía… Es alguien que sabe que somos primos.

David Manuel se puso serio.

- Lo que sea anónimo no importa. Habría que explicarles que nuestros padres están orgullosos de nosotros. No nos drogamos, solo somos nazis…

No hacía falta ni decirlo. Francisco lo tenía clarísimo.

- Ojalá mi novia fuera tan comprensiva como mis viejos. Ahora quiere que me deje un flequillo y que me lo tiña. Todos sus amigos estuvieron el otro día rodeando el congreso, y ya no sé qué hacer para impedir que se junte con esa gentuza…

- Con perdón, Francisco, pero tu novia es una degenerada –replicó, con tranquilidad, David Manuel -. Lo que dijo el otro día lo de los políticos, pase. Pero lo de los negros…

Lo que había dicho la novia era que los negros merecían un respeto como cualquier persona. Aquello no había conseguido el consenso del grupo y había suscitado una intensa polémica sobre las diferencias raciales.

- Cuidado, David Manuel, que es mi futura. Y mi futura no se la chuparía a un negro, ni tampoco a un perroflauta, y menos a un gitano. Lo dijo para provocar. A nosotros también nos gusta provocar, ¿no?

El gesto de José Antonio dejaba claro que el asunto estaba zanjado y los otros así lo comprendieron.

- No nos desviemos. Volviendo a lo nuestro, ¿qué hacemos con…?

Calló, porque entraba por la puerta del bar el otrora sargento Casas, el hombre de confianza del actual concejal de Seguridad en los recientes tiempos de manifestaciones incesantes. Venía de civil, pese a que resultaba imposible eludir el bulto debajo de la chaqueta, y buscaba con la mirada por entre los diversos grupillos de contertulios.

Al cabo, enseñó las encías a nuestros cuatro filósofos cerveceros y se dirigió hacia ellos. Le pasó la mano por el cráneo afeitado al que le daba la espalda y le pilló la cerveza al más grandullón.

- ¿Cómo van mis cachorros, dispuestos a machacar pulgosos …?

Los cuatro skins se miraron entre sí.

- Mire, Casas, justamente estábamos hablando de cómo están de revueltas las aguas… Hemos pensado en que empezamos a tener mucha visibilidad y que, si quiere continuemos con esto, nos tiene que dar algunas garantías de su buena intención y discreción, ¿no le parece?

Casas enseñaba otra vez las encías.

- No hay mejor garantía que el que sigáis en la calle. No te preocupes que te enterarás cuando caduque. ¿Habéis pensado algo más? Porque no tenemos tiempo que perder. Pues entonces poneos en pie. Traigo un encargo muy especial. Y esta vez os va a gustar, os lo aseguro. Vamos, que tengo mi todoterreno cerca y es tarde.

Indicó el reloj del bar, que marcaba las once y media de la noche.

5 Episodio 4: Al servicio de su Majestad.