9

- Estudiante de los cojones, te has puesto fino. Comiendo bollos con esa zorrona… ¿Qué cojones te ha dicho? ¿Seguro que ha aceptado que yo también entre en el trato?

Había pasado media hora y el Abuela y 21 iban sentados en un vagón medio vacío de la línea más antigua de la ciudad, camino del sureste de Madrid. Las distancias entre estaciones se iban espaciando. Dentro del vagón quedaba cada vez menos gente.

- He dicho que qué te ha dicho.

La muleta golpeó el suelo. El estruendoso chirrido del Metro entraba por las ventanas abiertas. Un par de mozas discutían a voces.

- Abuela, te estás poniendo pesado. Te he explicado que este es un caso complicado… Pero escucha. Nos necesitan. Eso es lo importante.

- Según lo que me dices, te necesitan. Y ya me has dejado tirado una vez… Nunca segundas partes fueron buenas. Así que explícamelo todo con pelos y señales.

- Esta es la nuestra. Ven, que te lo voy contando.

Faltaba poco para la terminal de la línea. Bajaron en su estación y esperaron a que el Metro desapareciera. Cuando el andén estuvo más o menos vacío, haciendo caso omiso de la gente, llegaron hasta el túnel, pasaron ante el monitor roto, el cartel amarillo de NO PASAR, y se descolgaron hasta la vía.

Faltaban quince minutos para el siguiente Metro y el camino era trabajoso pero las vías eran anchas. Había regularmente bordillos a los lados.

Durante el camino, 21 explicó que a la jueza le interesaba la información que iba a proporcionarle, que no había ningún problema.

Si todo cuajaba tendrían no solo una rescisión de condena (el Abuela frunció el ceño) sino también la eliminación del problema del Nazi, tema que tanto parecía preocuparle (el Abuela relajó el gesto) y el viaje a Brasil con todos los gastos cubiertos y toda la protección necesaria para hacer las Américas.

- En cuanto a ti, lo único que tienes que hacer es testimoniar pronto contra el Nazi, de manera secreta… Ya te dirían cuándo y dónde…-improvisó.

En ese punto, el Abuela se detuvo. Lo miró fijamente a los ojos en la oscuridad. A 21 el momento se le hizo eterno. Hasta que se dio cuenta de que el anciano tenía los ojos llorosos.

- Este es el regalo más hermoso que me han hecho nunca, Estudiante… No lo olvidaré jamás…

Se sorbió los mocos, se pasó el mango del gabán por los pliegues temblorosos de la cara, le dio un abrazo viril y prolongado, le palmoteó la espalda y los dos continuaron hacia la luz de la estación abandonada.

Instantes después, los ecos de voces histéricas les hicieron acelerar el paso:

- ¡Puto, ojalá te quemes to’ po’ dentro! ¡Mia que violal a esa pobre loca! ¡Puto, más que puto!

- ¡Si no la violé, Amanda!

En la esquina de Lanzallamas, su alcoholizada concubina levantaba un casco de botella decapitada sobre la cabeza pelada del malabarista que, descamisado, se protegía con sus fornidos brazos.

- ¡Puto más que puto! No se te pue’ dejar dos minutos solo, condenao, traidor, mal bicho, jodío mamón, abusador!…

El Abuela y 21 salieron del túnel y acudieron con el resto hacia la esquina del litigio. A Lanzallamas los hilillos de sangre le caían por la frente. Medio atontado, medio avergonzado, se volvía para mirar el bulto que yacía en la esquina y hacia el que se arrastraba mientras procuraba protegerse de los golpes.

- ¡Y cúbrete, desvergonzao, que estás enseñando tus partes, como los animales!

- ¡Qué coño ha pasao!

Se oyeron los tanteos de la varilla del Ciego, bajando las escaleras.

Los tres niños también contemplaban la escena. Se habían sentado junto a Yaman, quien le daba rítmicamente al tamtan, un mocho colgando del labio, los ojos explotados y la mirada ida.

El Abuela y 21 se encaramaron al andén justo a tiempo a evitar el Metro que, con su habitual estruendo de chirridos metálicos, ahogó los gritos. Cuando amainó el ruido, Amanda estalló en lágrimas. Se arrastró hacia la provisión de tetrabricks y el Profeta comprendió que había llegado el momento.

- ¡Paz en la podredumbre! –bramó, abriendo los brazos -. ¡Pido la paz y la palabra, hermanos! ¡Dejadme ser la voz de los Sin Voz y escuchad el eco de vuestra propia miseria!

Amanda mordía el infame tetrabrick. El vino se le caía por la barbilla. El Lanzallamas se frotó la ensangrentada cara, y 21 dirigió una aterrada mirada al bulto objeto de la tragedia doméstica.

- ¡He aquí al pueblo del subsuelo, devorándose a sí mismo! ¡Miraos! ¡El africano idiotiza nuestras mentes con nuevos opios y destroza nuestras cabezas con ritmos selváticos mientras los políticos, arriba, se comen el fruto de nuestro sudor, hermanos!

El dedo del Profeta apuntaba al techo.

- ¡Ellos prometen el paraíso capitalista del consumo mientras alimentan sus trastiendas con vuestros cuerpos esclavizados! ¡Vosotros, sus hermanos desahuciados, expoliados de vivienda y engañados por los ávidos banqueros, engendros del Averno que os tendieron miríficos espejismos para haceros caer en sus garras! ¡Y tú, la mujer ofendida, embrutecida por el alcohol y alienada por el sexo en una sociedad obscena que manipula tu cuerpo mientras tu prole anda descalza, mendigando y alimentando las contradicciones del Sistema! ¡Y tú, pobre diablo que ilusionas al burgués con vanos espectáculos en vez de quemar sus hogares! ¡Y tú, la recién llegada enloquecida, verdadera víctima del sistema siquiátrico del capital esquizoide, sufriendo en tus carnes las consecuencias de la frustración económica y síquica de un pueblo lumpenizado! ¡Y vosotros, retoños del futuro, contemplando con indiferencia el presente del que jamás escaparéis, soñando con paraísos artificiales vomitados en hipnóticas publicidades de un Sistema que permite que nos marginen y nos persigan mientras se rescatan bancos y se celebra la apoteosis dorada de sus directivos!…

El Abuela, apoyado en su muleta, miraba extrañado al Profeta. El Ciego permanecía al otro extremo del andén, a espaldas del orador. Y mientras tanto, la recién llegada seguía tiritando en posición fetal, con la piel cubierta de moretones y suciedad y el pelo corto y enmarañado, llamando sólo la atención de 21. ¿Era posible que fuera… ella?

- … ¡Y vosotros, expresidiarios, víctimas del orden represivo que moraliza el gran robo con amnistías fiscales mientras magnifica y criminaliza el pequeño y os condena por no adorar a los opresores! ¡Levantaos todos y uníos en un fraternal grito contra los bancos y los políticos corruptos que nos han relegado a sus cloacas económicas para ocultar sus propias heces! ¡Porque el capitalismo está condenado, hermanos, por sus propias contradicciones! ¡Viva Grecia! ¡Viva el 15M! ¡Viva la Revolución! ¡Viva Ben Laden!

Yaman silenció su música, mientras rulaba un nuevo peta de hierba. Ni él ni los niños encolados entendían nada lo que se decía.

- ¡Y nosotros saldremos de las cloacas, como los cristianos de antaño que precipitaron la caída de un imperio decadente y esclavista! ¡Opondremos nuestra dignidad de desposeídos a la sociedad de la opulencia de unos pocos y del bienestar financiero que no es sino terrorismo económico! ¡Nuestra solidaridad acabará con el individualismo capitalista! ¡Mujer, tira esa botella con la que amenazas a tu hombre, y daos un abrazo! ¡Unid vuestras carnes ante vuestra comunidad, en símbolo y emblema del lumpenproletariado reconciliado y eternamente fecundo!

Conmovida por las jeremiadas del Profeta, Amanda, sin soltar el cartón, se acurrucó contra el ensangrentado Lanzallamas, y ambos se besaron y acariciaron, sollozando, entre trago y trago. El tamtan de Yaman acompañó la reconciliación, mientras el Profeta extendía los brazos hacia el desconchado techo.

- ¡Sí, hermanos, eso es! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la breva con mimbre de la podredumbre sin nombre!