Una pareja sentada en un sofá. La habitación esta vacía de cualquier otro mueble. No hacen nada, no dicen nada y miran fijamente delante de ellos.
Ella – ¿Qué hay esta noche en la tele?
Él – No sé. ¿Por qué?
Ella – Por saber... (Un tiempo) ¿De veras no quieres que volvamos a comprar una?
Él – Cuando teníamos tele no podíamos dejar de mirarla.
Ella – ¿Está hecha para eso, no?
Él – ¡Éramos completamente adictos! ¡No hacíamos nada aparte de eso!
Siguen mirando fijamente delante de ellos.
Ella – ¿Y ahora qué hacemos ?
Él – ¿Qué quieres que hagamos?
Ella – Nada...
Él – Más vale, ya que mirar la tele... Cuando solo había una cadena, por lo menos... Pero ahora con el satélite...
Ella (nostálgica) – Cuando era pequeña no teníamos tele. Iba a mirarla en casa de mi vecinito...
Él – ¿Quieres que pregunte al vecino si puedes ir a su casa a mirar la tele?
Silencio.
Ella – Podríamos discutir.
El le hecha una mirada preocupada.
Ella – Ya que no tenemos la tele, podríamos aprovecharlo para discutir.
Él – Pues vamos. Tú empiezas.
Ella lo piensa.
Ella – ¿Me quieres?
Él (desconcertado) – Podríamos empezar un poco más progresivamente, ¿no?
Él lo piensa.
Él – ¿Qué hay de cena esta noche?
Ella – Miércoles, es el día del pescado.
Él – Normalmente es el viernes...
Ella – El viernes es conejo.
Él – No muy católico todo esto, ¿no?
Silencio.
Él – ¿Vamos a comprar pescado?
Ella – Iré. Tengo que comprar lentillas.
Él – ¿Lentejas, con el pescado?
Ella – Lentillas... de contacto. ¿Y si comprara bacalao, para cambiar?
Él – Es muy salado, ¿no?
Ella – Si lo pones en remojo toda la noche. Como la lentillas...
Silencio.
Él – Si un día me engañaras, ¿me lo dirías?
Ella le mira con sorpresa.
Ella – Quieres decir: ¿si tú me engañaras, querría yo que me lo dijeras o no?
Él – También, sí...
Ella – ¿Y por qué me preguntas esto?
Él – Pues eso. Para hablar... Como ya no tenemos la tele.
Ella lo piensa.
Ella – ¿Cómo quieres que conteste esta pregunta?
Él – Pues... sí o no.
Ella – ¿Tú crees realmente que es tan fácil?
Él – ¿No lo es?
Ella – Contestar es aceptar ya la posibilidad de que me engañes.
Él – ¿Y?
Ella – Es como si me preguntaras: ¿si te asesinara, preferirías que vaya a entregarme a la policía después o que intente escapar de la justicia?
El parece no entender la relación entre las dos cosas.
Ella – Esto supone que considere tranquilamente la posibilidad de que tú me asesines. Esta es la verdadera pregunta. la segunda... es secundaria.
Él – Pero el adulterio no es un crimen. ¿Verdad?
Ella – El adulterio es causa de muchos crímenes...
El lo piensa, un poco preocupado.
Él – ¿Así que si te engañara, podrías matarme?
Ella – En todo caso, si lo hiciera, sí que iría a entregarme a la policía después. la justicia siempre ha sido clemente con los crímenes pasionales...
Silencio.
Ella – Así que consideras tranquilamente la posibilidad de engañarme.
Él – El 95% de los animales son polígamos. Los demás viven en parejas solo el tiempo de criar los chavales. Es la prueba de que la fidelidad no es una cosa natural...
Ella – No somos animales.
Él – Queda un 5% de animales monógamos. Eso no hace de ellos seres humanos. ¿Por qué la fidelidad tendría que ser un criterio de humanidad?
Ella – Es el fundamento de la familia, que es el fundamento a su vez de la sociedad.
Él – ¿Así que no me engañas por civismo?
Silencio.
Ella – ¿Te cuesta tanto serme fiel?
Él – No... pero me estaba preguntando si la fidelidad tenía el mismo sentido para los hombres y para las mujeres.
Ella – ¿Y a tu parecer, por qué los hombres son fieles? Cuando lo son...
Él lo piensa.
Él – ¿Para evitar las complicaciones?
Silencio.
Él – Me estoy preguntando si no tendríamos mejor que comprar otra tele.