Ella llega, con una gran sonrisa.
Ella (alegre) – ¿Me conoces?
Él (volviéndose hacia ella) – No.
Ella (cómplice) – Fue hace años, pero bueno...
Él – ¡Ah, sí!, quizás...
Ella (un poco ofendida) – ¿Quizás?
Él – Sí, sí, ya me acuerdo, sí... ¿Qué tal?
Ella – Bien. ¿Qué haces aquí?
Él – Pues, nada. ¿Y tú?
Ella (preocupada) – ¿He cambiado tanto?
Él – ¡Qué va! ¡No! ¿Por qué?
Ella – Hace poco no me has conocido.
Él – Perdón, es que no esperaba volverte a ver aquí.
Ella – Tú no has cambiado, ¿eh?
Él – Gracias...
Ella – ¿Pues qué? ¿Qué ha sido de tu...?
Él – Bueno... Sigue igual.
Ella – Siempre tan hablador, ¿eh?
No sabe qué decir.
Ella – ¿Has vuelto hace mucho?
Él – ¿De dónde?
Ella – ¡Pues de allá!
Él – ¡Ah, sí...! Pues... no.
Se sonríen estúpidamente, confusos.
Ella (emocionada) – Me ha hecho mucha ilusión volver a verte.
Él – A mí también...
Ella – Me tengo que ir... Alguien me espera...
Después de una duda.
Ella – ¿Un abrazo?
Él – Ok...
Tomándole por sorpresa, ella le besa en la boca intensamente.
Ella (patética) – Hasta otro día, quizás.
Él (confuso) – Quizás, sí...
Ella – Bueno, pues... ¡adiós, Paulo!
Ella le suelta, casi llorando.
Él – Pues, sí... Adiós.
Ella se marcha. Intercambian señas de lejos para despedirse. El se queda solo.
Él (desconcertado) – ¿Paulo?