Ella y él están sentados en el sofá.
Él – ¿Ya pasó el cartero?
Ella – ¿Esperas algo?
Él – Nada en particular... pero siempre espero un milagro al abrir el buzón. Me dirán que gané un concurso en el que no participé. Que una vieja tía muy rica, que no sabía que tenía, ha muerto sin heredero. Que el Nobel me fue atribuido con anticipación para premiar mi obra futura... Cada día, al abrir el buzón, me siento como un niño delante del árbol el día de Navidad.
Ella – Sí... al envejecer uno ya no cree en el Papá Noel pero sigue creyendo en el cartero. Además hay similitudes... Los dos llevan uniformes. Vienen con una mochila. Te llevan sorpresas que abrir y no se ven ni el uno ni el otro...
Él – Bueno, al cartero, precisamente, lo ves por Navidad. Cuando viene a por su regalo de Año Nuevo... (Suspiro) Odio la Navidad. Cada año hay menos cartas de Navidad en el buzón y más esquelas de defunción. ¿Pero por qué espero al cartero como si fuera el Mesías...? Bueno, el padre del Mesías era probablemente cartero, ¿no? Porque ese cuento de la Inmaculada Concepción... A menos de creer también en Papá Noel...
Ella – Para recibir cartas tienes que escribir algunas. la mayoría de la gente solo recibe respuestas. Si no envías nada, claro que no recibes nada... Creo que nunca recibí una carta de ti...
Él (irónico) – ¿Quieres que nos escribamos de vez en cuando?
Ella le mira molesta.
Él – ¿Que podríamos decirnos? Sería como escribirme a mí mismo, ¿no? De todas formas, cuando uno escribe, es siempre más o menos a si mismos. Hay gente a quienes escribes cartas interminables... Cuando les ves, te das cuenta que no tienes nada que decirles. Es muy onanista escribir...
Ella se sirve una copa y enciende un cigarrillo.
Él – ¿Fumas ahora?
Ella (sorprendida) – Sí... hace veinte años más o menos. ¿Nunca lo habías notado?
Un tiempo.
Él – Sabías que cada cigarrillo acorta la vida unos diez minutos? (Ella no contesta) ¿Cuántos cigarrillos fumas tú al día?
Ella (irónica) – Según lo que he calculado, tendría que haber muerto hace seis meses. ¿Qué raro, no?
Él – Igual con el móvil, ¿verdad? No es muy bueno para la salud. Dicen que más allá de un cuarto de hora al día puedes estar seguro de contraer un tumor en el cerebro. Mejor no tener una oferta ilimitada... (Un tiempo) A propósito, ¿sabes lo que me ha preguntado tu hija esta mañana mientras yo me estaba lavando los dientes?
Ella – No.
Él – ¿A dónde va uno cuando ha muerto?
Ella – ¿Y qué le has dicho?
Él – ¿Qué crees que le he dicho?
Ella – No sé.
Él – Pues eso. Le he dicho que no sé.
Ella – ¿Y qué?
Él – Me dijo: Pero papá, ¡cuando uno se muere va al cementerio!
Ella – ¿Y luego?
Él – Luego volvió a comer sus cereales. Parecía muy contenta de haberme enseñado algo. Y un poco sorprendida de que a mi edad todavía no sepa eso... Increíble, ¿no?
Ella – ¿Que te haya preguntado esto?
Él – Esa capacidad de los niños para aceptar explicaciones simples a interrogaciones simples. Un profesor de Filosofía hubiera hablado de metafísica, de trascendencia, todo el rollo... De Dios, en el peor de los casos. Los niños son mucho más pragmáticos. Además, son naturalmente ateos.
Ella – Creen en Papá Noel.
Él – Bueno... porque sus padres les dicen que va a traerles regalos. Si no, no se les hubiera ocurrido inventarle. Si a ti te dijeran que un bienhechor anónimo iba darte un sobresueldo cada año por Navidad, no tendrías prisa por cuestionar su existencia. Pero Dios nunca nos ha traído nada por Navidad y, a pesar de todo, unos adultos siguen creyendo que existe... ¿Tú crees que existe?
Ella – ¿Papá Noel?
Silencio.
Él – Lo increíble también es que no le de miedo la perspectiva de acabar enterrada. A nosotros nos aterroriza, ¿no? ¿Por qué a ella no le asusta? Tendré que preguntarle esta noche lo que entiende exactamente por “cuando uno se muere va al cementerio”... (Un tiempo) ¿Qué crees tú?
Ella le mira desconcertada.
Él – Quiero decir : ¿Qué crees que ella entienda por esto?
Ella – Pues... esto.
Él – ¿Cómo esto?
Ella – Cuando uno se muere va al cementerio.
El la mira sorprendido.
Él – ¿Así que tú también crees esto?
Ella – ¿Por qué? ¿No te lo crees?
Él – Sí... pero...
Se ríe.
Él – Espera. ¡No me digas que para ti también es tan sencillo!
Ella – Pues... en cierta manera, sí.
Él la considera con una sonrisa condescendiente.
Ella – Hace un rato encontrabas maravilloso no comerse el coco. Estar contento con explicaciones simples a cuestiones complicadas.
Él – Sí, pero... ¡no tienes cinco años!
Ella – Pues vamos. Te lo pregunto: ¿A dónde va uno cuando ha muerto?
El parece cogido desprevenido.
Él – Bueno... no es tan simple como parece, ¿no?
Ella – Te estoy escuchando...
Él – No sé, es.. la cuestión del sujeto...
Ella – ¿la cuestión del sujeto...? Mejor dirías el sujeto de la cuestión...
El parece desamparado.
Él (pensándolo) – ¿A dónde va uno cuando ha muerto? No va a ninguna parte.
Ella – Pues sí...
Él – Bueno, si quieres.
Ella – Incluso si no quiero...
Él – No, pero... uno va al cementerio... ¡no significa nada! También puedes ir al cementerio estando vivo. Dar un paseo, volver a salir e ir al bar a tomar una copa. ¿Qué quiere decir ir al cementerio? Además, puedes muy bien morir y no ir al cementerio. ¡Si no encuentran el cadáver! En este caso no se puede decir: cuando uno muere va al cementerio. ¡Ya ves que no es tan simple como parece!
Ella – Muy bien... y si tu hija vuelve a preguntártelo, ¿qué le vas a decir?
Él – Pues... no sé... le diré:... cuando uno muere va al cementerio... generalmente. Si encuentran el cadáver... Los vivos también pueden ir al cementerio, pero... cuando uno ha muerto es definitivo.
Ella (consternada) – Sí...