El intransigente
Hablando con rigor, la intransigencia no es un defecto. Es un exceso. Un desbordamiento de la confianza en sí mismo. Una certeza desproporcionada de que las propias opiniones son absolutamente incontrovertibles y no están sujetas al cotejo con las del otro. La idea directriz de esta desmesura del carácter se condensa en el lema: “no cedo porque tengo siempre la razón”.
La intransigencia de tu amigo Vicente se distingue por dos peculiaridades que la atemperan sin hacerla menos irritante: 1) está restringida a temas relativos a la política, que pueden y deberían excluirse de toda conversación civilizada; y 2) es intermitente y sólo rebrota, como una enfermedad crónica, en las temporadas electorales.
Otro rasgo apenas comprensible de la intransigencia de Vicente es que tiene una historia. Vale decir: una caprichosa evolución.
En 1988 Vicente el intransigente votó por Cárdenas para la presidencia y retaba a duelo a quien negara el fraude; pero nadie, ni siquiera sus amigos partidarios del PRI, lo negó. En 1994, de manera sucesiva o simultánea, admiró al subcomandante Marcos, le dio a Colosio el beneficio de la duda, culpó a Salinas del magnicidio y creyó que el Error de Diciembre auguraba el fin del PRI; entonces tuviste tu primer gran pleito con él, al atreverte a opinar que Marcos es un buen aunque no un gran escritor. En 1997 no hubo bronca entre ustedes, porque tú también votaste por Cárdenas para el entonces D.F. En 2000, en cambio, se acercaron a la ruptura; pues mientras te resignabas al tercer voto cardenista, él predicó y ejerció el voto útil, y luego te insultó por no votar por el PAN. En 2006 estuvieron a punto de llegar a los golpes; no sólo porque no te convenció la teoría del nuevo fraude, sino porque reconociste haber votado por una candidata de izquierda que no podía ganar.
Con la alternancia electoral, Vicente contrajo los peores síntomas de la intransigencia. No satisfecho con descalificar las opiniones de sus interlocutores, dio en descalificar sus personas. Con el cuerpo echado para atrás en señal de desdén, la boca entreabierta en una sonrisa despectiva y la diestra afilada con un dedo incriminador, inicia sus vituperios con la frase: “lo que pasa es que tú eres…”. Imbécil y frívolo fue lo menos que te dijo, con tales desplantes, cuando no votaste por Fox. Vendepatrias, reaccionario y corrupto son algunas de las lindezas que mereciste por no creer en López Obrador.
En las elecciones de 2012 anulaste tu voto para, entre varias cosas, no volverte a pelear con tu amigo intransigente. Pero Vicente, en pleno delirio de otro fraude aún menos probable, te acusó de traidor a la causa de pueblo. De regalarle, por omisión, la victoria al PRI.
Tanto más te sorprendió que, hace poco, te reprochara con rabia inusitada que ahora, en vez de anular tu voto, hubieras votado por quien fuera con tal de votar. Furibundo, implacable, soberbio, olvidadizo de lo que pensaba sólo dos años atrás, a Vicente el incongruente se le ocurrió tacharte de ignorante.