La bebedora

Entre las muchas, muchísimas conductas públicas respecto de las cuales nuestra sociedad patriarcal (por no decir machista) privilegia injustamente a los hombres sobre las mujeres, se encuentra el consumo inmoderado de bebidas alcohólicas.

Si no estás de acuerdo con esta observación, consulta a tu amiga Nora. A ella no la molesta demasiado que la llames borracha, siempre que sea en la intimidad y con cariño. Es muy capaz, incluso, de usar por sí misma ese epíteto para definirse. Pero a la gente en general, y a las otras mujeres en particular, les tolera apenas, no sin levantar las cejas y dirigirles una mirada amenazante, que la califiquen de bebedora.

Uno de los argumentos recurrentes que emplea Nora al sentirse agraviada, y tener por eso un motivo más para tomar sin tregua, puede resumirse así: la respuesta social a las borracheras, según incurra en ellas un hombre o una mujer, es inversamente proporcional a la edad y al sexo del borracho.

Y en efecto: a un joven o no tanto se le perdona, y hasta se le festeja, que diga estupideces, que insulte al prójimo, que haga el ridículo y que termine vomitando en un baño ajeno. Mientras que a Nora, por hacer un patético striptease en una fiesta organizada para celebrar sus veintitrés años, se la critica desde entonces por borracha. Y, además, por puta.

No es que las cosas hayan mejorado mucho con la madurez. A Nacho, cincuentón como Nora y comparsa ocasional de sus borracheras, se le aplauden o por lo menos se le respetan las costumbres rígidas, burocráticas, que adopta para regimentar su afición desmedida al alcohol. Nora también puede ser sistemática en el beber y también suele llevar una vida ordenada en la sobriedad, pero nadie al hablar de ella a espaldas suyas la baja de vieja borracha.

Desde siempre, las demás mujeres han sido sus peores enemigas. La temían de joven, cuando Nora en su alegre desinhibición etílica se acostaba con todos los hombres, solteros o no. La desprecian a sus cincuenta y pico, cuando ya ningún hombre, ni siquiera el más urgido, el más feo, se anima a acostarse con ella.

Es probable que la misma Nora, al repasar en la cruda sus vagos recuerdos de lo que hizo en la víspera, se desprecie. Pero eso no impide, antes bien propicia, que vuelva a beber.

Coincidiste con ella hace poco, en una boda. Nora llegó como siempre: bien vestida y maquillada con profusión para disimular los estragos del alcohol. Comió como siempre: a regañadientes. Bebió como siempre: mucho y muy rápido. Bailó como siempre: cada vez peor. Acabó como siempre: con las medias rotas, el rímel corrido y los ojos hinchados de tanto llorar.

Es una de tus amigas más antiguas y quisiste darle algún consuelo. Tu acompañante, quizá celosa, te dijo que la dejaras en paz. Que así era cuando se emborrachaba y no había nada que hacer. Tú fuiste a abrazarla de cualquier modo y hasta brindaste con ella, porque en tu propia borrachera intuías que Nora la bebedora lloraba menos por el mucho alcohol que por la dura soledad.