La mamá
Su nombre verdadero es Nadia, porque su madre (moderna en la década de 1960) leyó la novela homónima de André Breton y le habría gustado emular a la heroína de esa historia menos surrealista que romántica y, ya que ella no pudo, deseó que lo intentara su hija. Pero ésta, no tanto por desprecio al eterno femenino fabulado por Breton como por haber crecido en otra época más promiscua y más politizada que la de su progenitora, prefirió desde muy joven que la llamaran Naná, en alusión a la personaja arquetípica de Émile Zola.
Apenas cumplidos los catorce perdió la virginidad en una fiesta borrascosa donde circularon el alcohol y las drogas y arreciaron los besos y los manoseos hasta que, de pronto, ya la había penetrado quién sabe quién. Su vergüenza duró un año. Luego Naná se dedicó a coger (nunca en su adolescencia habría dicho “acostarse”, ni mucho menos “hacer el amor”) con cuanto hombre se le antojara.
En la Universidad (la Nacional Autónoma, pues sus principios le impidieron estudiar en una institución privada, como ya para entonces quería su madre) probó el sexo con otra mujer. O quizá fueran dos. O varias. Pero pronto, por motivos tanto intelectuales como anatómicos, terminó favoreciendo a los varones. Y en su tránsito por la Facultad de Psicología refrendó con creces el apodo prostibulario de Naná.
De acuerdo con su versión, no terminó los estudios universitarios por amor. De acuerdo con la de su exmarido, no obtuvo el título de psicóloga por necedad. Ambas explicaciones coinciden en que el hecho capital de la vida adulta de Naná es que a los 22 años se embarazó y no la dejaron (según ella) o no quiso (según él) abortar.
El vástago resultó muy bonito y muy inteligente, como creen todas las madres que son sus primogénitos. Y aunque el primer hombre que ella amó de verdad (y que parecía amarla también) no había querido tener ese hijo, Naná se empeñó en parir otro más.
La ocurrencia le sobrevino mientras veía en la televisión a una famosa actriz de Hollywood notoriamente embarazada que dijo, al recibir el Óscar, que ahora estaba lista para desempeñar el papel más importante de su carrera. De nada sirvió que su entonces marido se burlara, le rogara, la amenazara. Naná tuvo su segunda creatura (una niña menos bonita y menos inteligente que su hermano) y la pareja degeneró ya sin remedio en familia.
Las cosas van de mal en peor desde el divorcio. Naná (la mujer más perseguida y muchas veces alcanzada en su no remota juventud) es hoy una señora descompuesta. Quejumbrosa. Insufrible para su exmarido, que debe mantenerla a ella y a unos críos que dice adorar, pero que hubiera deseado no producir. Apenas tolerable para sus parientes y amigos y vecinos, a quienes les pide (les exige) solidaridad y auxilio para la madre abandonada que alega ser.
Y si insinúas que nadie le debe nada por haber procreado y que ella sola se buscó su amarga condición, Naná la mamá te escupe enfurecida que, de no ser por una madre como ella, tú ni siquiera estarías aquí.