El rebelde oficial
Dice la leyenda (pero acaso él mismo la inventó y se afana en difundirla) que, por llevarle la contra a su madre, y a través de ella a todo el mundo, el futuro rebelde tardó más de nueve meses en nacer y sólo irrumpió en el mundo a regañadientes y luego de una enérgica cesárea.
Dice la leyenda (pero nadie sino él y su madre y algunos condiscípulos podrían desmentirla) que desde muy niño exigió que uno lo llamara por su apellido (Vandervelde, originario de Bélgica como su padre) y no por su nombre de pila (Marcial, ideado por su madre combativa) y que en ocasiones serias uno se refiriera a él primero por el apellido y después por el nombre, según se hacía en la escuela francófona donde cursó del kínder (o maternelle) al bachillerato.
Dice la leyenda (y en este punto sobran testigos para corroborarla) que fue un hijo rebelde y un estudiante rebelde, lo cual no le impidió usufructuar la idolatría de su madre (quien veía en ese hijo indómito al hombre que su esposo no había sabido ser) y la admiración de sus maestros de humanidades (quienes veían en ese discípulo indócil al artista que ellos hubieran deseado ser).
Como era de esperarse, empezó a escribir poemas en la adolescencia. Como era de temerse, pronto se juzgó genial. Dice la leyenda negra (pero él la descalifica) que en aquella época temprana le costaba trabajo distinguir a Rimbaud de Rambo. El hecho es que, lejos de entregarse a una vida caótica (profetizada con espanto por su madre y sus maestros), Vandervelde el rebelde terminó la licenciatura en letras francesas en la universidad más cara de México.
Entre los veinte y los treinta fue el poeta maldito por excelencia. Iconoclasta en sus versos y en su indumentaria, se presentaba borracho y sucio en las lecturas de poesía y al irse arrojaba al público las hojas vomitadas con los poemas que había leído con voz pastosa y gesto altivo. Para completar su currículum desafiante pasó de ser heterosexual sádico a ser homosexual masoquista y, por fin, ecuménico bisexual. Mientras tanto, obtuvo tres veces la beca del Estado a los creadores jóvenes y un premio al mejor primer poemario en toda la república.
Entre los treinta y los cuarenta (cuando el tiempo, como a todos, empezó a menguarlo) se escondió de la edad amparándose en las más recientes generaciones de poetas. A unos los rebajó en reseñas crueles, en sanguinarios tuits. A otros los encumbró en antologías y ensayos que lo convirtieron, de paso, en el maestro y vocero de la nueva juventud. Mientras tanto, se siguió portando como un niño malcriado en los festivales de poesía y ganó la beca nacional para creadores adultos y otro premio literario o dos.
En el camino a los cincuenta practica un fino equilibrio. Sin dejar de ser mal vestido y peor hablado, participa en los homenajes a los poetas mayores. Sin reformarse de sus poses agresivas, asiste a los banquetes y demás eventos donde las autoridades culturales se ufanan (o, cuando se emborracha, se ríen) de él.
Quién lo dijera, te dices sin decirlo. Vandervelde Marcial (que así firma sus obras) ya es nuestro rebelde oficial.