El espiritual
El reino de los espirituales no es de este mundo. O eso quieren hacernos creer.
La expresión “este mundo” se refiere a cualquier fenómeno o actividad ajenos por su naturaleza a las aventuras del espíritu. Verbigracia: el dinero y lo que se hace para ganarlo (principalmente, trabajar); el dinero y lo que se hace al gastarlo (pagar los impuestos y la luz y el agua y el teléfono y el seguro médico, o bien comprar alimentos, artículos de limpieza, enseres domésticos, ropa); el transporte privado (que supone saber manejar) o público (para el que se necesita sentido de la orientación), y un sinfín de exigencias de la cotidianidad susceptibles de compendiarse en la fórmula: “vida ordinaria”.
Pascual, poeta sublime, apenas se vale por sí mismo. Hijo de padre ausente, hasta los veintitantos años dependió de su madre y sus hermanas mayores para comer, para vestirse, para hacer las tareas escolares, para conocer a sus novias, para todo lo que no fuera fumar mariguana y beber alcohol, así como escribir sus primeros versos.
Sin haber concluido la carrera de filología, pasó de la casa materna a un dúplex que el primer suegro de Pascual le dio a la primera esposa de éste como regalo de bodas. El rico hombre también le obsequió a su hija querida una empresa editora no tan pequeña desde donde ella se dedicó a promover a su cónyuge. Pascual publicó allí su poemario inicial, Manifiesto del descarriado, al que siguió unos años después Manifiesto del desorientado y poco más tarde Manifiesto del desamparado.
Tanto descarrío (que lo llevaba a las peores cantinas), tanta desorientación (que le impedía encontrar el camino de vuelta a su casa) y tanto desamparo (que lo arrojaba en brazos de otras mujeres comprensivas) dieron pie al primer divorcio de Pascual.
Su siguiente esposa fue una funcionaria cultural de altos vuelos, a quien le dedicó el Manifiesto del agradecido. Tanta gratitud se debía, según él, a que la nueva cónyuge “me rescató de la cloaca / donde rumiaba cual vaca”; según su mujer, a las dos preciosas niñas que “ella le dio”; y según sus detractores, a que la dama en cuestión incluyó a Pascual en cuanta lectura de poesía mexicana se ofreciera, tanto aquí como en el resto del planeta, y además lo empujó, ayudándole a redactar su proyecto de trabajo, a pedir y obtener una beca de creador artístico.
Tantos viajes al extranjero se cobran sus réditos, y en una feria internacional de poesía Pascual conoció a quien iba a ser su tercera esposa. Dueña de una fortuna considerable, la señora no tiene mejor ocupación que la de dilapidarla. Con ella mantiene al poeta a cuerpo de rey. Y lo invita a viajar por todo el mundo. Y le compró un lujoso estudio en la colonia Condesa. Y no le importó que Pascual retribuyera tanta adoración con el Manifiesto del insatisfecho, donde asienta que “nada, ya nada a mi edad, / ni siquiera la opulencia,/ me da la felicidad”.
La última vez que supiste de él, Pascual el espiritual estaba reuniendo su obra poética en un volumen titulado Manifiesto de manifiestos.