El yo-yo

En el género de los protagónicos, la especie más perniciosa es la del yo-yo. No por nada se la designa con el nombre de un juguete cuya característica principal es la de girar y girar sobre sí mismo.

Si el protagónico aprovecha las anécdotas ajenas para narrar una propia, el yo-yo se apodera de la plática para referirse con fruición a su tema único: él. Del concepto o postulado o sonido hueco de “persona” (que en griego antiguo significa “máscara” y en francés moderno, “nadie”) deriva una de sus dos palabras favoritas. La otra, por supuesto, es “yo”.

Cuantas veces puede, el yo-yo esboza un autorretrato verbal no solicitado por sus interlocutores. Comienza con la declaración: “yo soy una persona”, seguida de complementos vacuos, si no de perogrulladas, como: “que no se deja engañar por las apariencias”; o bien: “que dice la verdad, cueste lo que cueste”; o con incómoda franqueza fisiológica: “que no puede hacer caca fuera de su casa”.

Y si ve que no rechazas sus banalidades, o sea, si no ve que sólo por timidez o por cortesía finges interesarte en ellas, el yo-yo extiende su persona a la tuya con formulaciones por el estilo de: “yo no te pruebo un marisco ni de relajo”; o quizá: “yo te duermo ocho horas de corrido cada noche”. Como si te hiciera el favor de comer o dormir por ti.

Sobre estos fundamentos generales Bedoyo ha desarrollado varias especializaciones que lo distinguen de otras personalidades yo-yoísticas.

La primera de sus conductas especializadas es quizá la más bedoyocéntrica. Apenas traes a cuento a Calero el tuitero, colega de ambos, Bedoyo te interrumpe para establecer: “yo lo conozco”. Si a tu vez le arrebatas la palabra para externar la pésima opinión que tienes de Calero, Bedoyo te reinterrumpe para advertir: “es mi amigo”. Y si entonces le contrarrebatas la palabra para enumerar las canalladas que te ha hecho Calero, Bedoyo te contrainterrumpe para encarecer los muchos favores que él le debe. Pero si ocurre que, meses después de esta disputa, Calero se ha portado mal con Bedoyo, éste olvida todo lo bueno que había dicho antes y habla pestes de su ahora examigo.

La segunda especialidad de Bedoyo es el arrinconamiento. Cuando por fin los otros siete comensales se han puesto de acuerdo en abordar un tema común, que además te interesa particularmente, él decide comentar contigo un asunto que no tiene nada que ver. Y si vuelves la cabeza para seguir escuchando a los demás, Bedoyo implacable te agarra el brazo y te obliga a mirarlo a los ojos y a oírlo sólo a él.

Su tercera especialidad son los obituarios. Siempre que muere alguien famoso, Bedoyo se las arregla para que lo entrevisten o le pidan un artículo y para que al lado de sus palabras figure una foto de él con (o sin) el difunto. Y en vez de aplaudir la vida y obra de éste, Bedoyo recuerda todo lo que él hizo para ayudarlo a triunfar.

Te enferma suponer qué dirá Bedoyo el yo-yo de sí mismo, pretendiendo hablar de ti, en el caso muy lamentable de que tú seas quien muera antes.