Chico conoce a chica. Chico ejerce como trovador [ver capítulo 5] de corte en corte, mientras chica se transforma en musa [ver capítulo 4] y a la vez en castigo. La historia de siempre, sí, porque en el concepto del amor cortés se enredan muchos de los poemas —y muchas de las historias— que todavía hoy leemos. Suele vincularse a un idioma, el occitano, y a una época, la medieval.
Cronología
Antes de profundizar en el amor cortés y sus características, parece aconsejable definir qué es un tópico literario. La expresión se refiere a aquellas fórmulas enraizadas en la literatura clásica —generalmente en la de lengua latina— que, por su uso habitual en obras literarias, se han transformado en clichés: nacen de la literatura y mueren —por así decirlo— en ella. Debido a su procedencia culta se sacuden la condición de lugar común o de proverbio. En este caso, el amor cortés enlaza de manera intensa con uno de los más populares: la religio amoris, la «religión del amor», en la que el hombre se considera al servicio de la mujer a la que ama, y a la que venera como se venera a un dios.
El concepto del amor cortés surge a finales del siglo XI —bajo el impulso de Guillermo IX, duque de Aquitania— en la región de la Provenza, al sureste de Francia, aunque se extenderá por todo el continente durante la Edad Media. Este trayecto lo demuestran testimonios fechados en el siglo XII, y recogidos en zonas próximas a la cuna del concepto. Se han conservado textos escritos en Borgoña, el reino de Sicilia o aquellas zonas con mecenas destacadas [ver capítulo 35], como Leonor de Aquitania o su hija mayor, María de Champaña. Ya en el siglo XIV, cercano el palidecer de la Edad Media, el discurso del amor cortés impregnó la poesía lírica [ver capítulo 3] del continente, según muestran versos recogidos en la poesía catalana, galaico-portuguesa y alemana, con los minnesänger [ver capítulo 5].
Manual de instrucciones
El proceso del amor cortés se dividiría en cuatro fases. En la primera, fenhedor, el trovador enamorado sufre por una pasión que no se atreve a compartir. Un silencio roto en el segundo paso, pregador, cuando ya ha confesado su amor a la dama, que en la tercera fase —llamada entendedor— ha mostrado cierta piedad al menos, con un gesto o una sonrisa para su vasallo emocional. Existe una cuarta fase que decreta el final del amor cortés, puesto que implica contacto físico: el drutz.
El término «amor cortés» —por su localización en la corte, frente a los amores villanos, propios del pueblo— data de finales del siglo XIX, puesto que durante la etapa de escritura se utilizaba fin’amors para referirse a estos poemas cargados de —en efecto— «amor puro», según el significado literal. Unos poemas en los que el trovador —el poeta que escribe sus versos; luego los recitará, o cederá el honor al juglar— expresa su amor por una dama de condición también noble. El enamorado se somete a las reclamaciones y a los deseos de la mujer —que no deja de considerarse un objeto—, en una relación de vasallaje. No en vano, ella suele corresponderse con la señora feudal, la midons, que oculta a su marido —el gilós— las atenciones que recibe por parte del poeta.
«Buena Dama, yo nada pido / sino ser vuestro servidor.»
Bernart de Ventadorn, c. 1130-1190
La figura de la mujer amada en el amor cortés no deja de ser una versión medieval de la musa, despojada del halo mitológico y convertida —a su vez— en predecesora de la donna angelicata, el símbolo de la perfección femenina del dolce stil novo [ver capítulo 36], heredada por el Renacimiento. El concepto del amor cortés se liga de manera directa al del amor platónico, basado en la visión que el filósofo arrojó en El banquete: nos enamoramos porque nos atrae la belleza en un plano espiritual, sin connotaciones sexuales. Así se comportan los trovadores, que en muchos casos se entregan al amor cortés para honrar a su propio señor, entendiendo que la alabanza a su esposa se trata de una alabanza a él mismo.
Subgéneros
El amor cortés forma parte de la literatura trovadoresca, característica de la poesía medieval y vinculada a la escritura lírica. Distinguimos varios subgéneros: la cansó, o la canción con la que el trovador se dirige a su amada; y el aube, la llamada alborada, en la que los amantes —una vez consumado el drutz— son traicionados por el tiempo mismo, en forma de nuevo día, y tienen que separarse.
El gran teórico del amor cortés vivió en el siglo XII y gozó de los favores —materiales— de María de Champaña: Andreas Capellanus resumió en De amore (c. 1174-1186) los aspectos fundamentales de esta poética, gracias a un texto que camufla como advertencia para un joven en edad de enamorarse y que se inspira en el Ars amandi (2 a. C.- 2 d.C.) de Ovidio. La Iglesia católica tardaría casi un siglo en arremeter contra los malos ejemplos plasmados en esta obra.
En cuanto a los versos, quizá la cumbre del amor cortés se halle en el poema «La belle dame sans merci» (1424), de Alain Chartier, que inspiraría en 1819 el mítico poema de John Keats [ver capítulo 38]. Se trata de un poema extensísimo, compuesto por un centenar de estrofas, en el que el trovador y la mujer amada dialogan sobre lo divino y lo humano, con una particularidad: la voz femenina se aleja de los cánones del concepto, ya en declive frente a los discursos renacentistas que empiezan a intuirse. Algunos años antes —entre 1361 y 1365—, el prolífico Guillaume de Machaut comenzará a recitar «Le Voir Dit», considerada también otra de las muestras más estimables del género, dentro de su anchísima producción.
Eso sí, no conviene a olvidar a los pioneros del siglo XII: Jaufré Rudel, «El príncipe de Blaye», protegido de Leonor de Aquitania y enamorado de una princesa a la que jamás conoció, y por cuya ausencia moriría; el humilde Marcabrú, que trovó en las cortes de Poitiers y León; Bernart de Ventadorn, que toma su apellido de su señor —y de cuya esposa se enamoró—, y de quien conservamos una quincena de poemas con música original; o Peire Vidal, sobre quien Martín de Riquer aseguró que se trataba de un poeta «rebosante de ingenio y agudeza».
La idea en síntesis: la versión lírica y medieval del amor platónico