09 Los ideales del Renacimiento

¿Con qué soñaba un poeta del Renacimiento? Con construir un discurso innovador—un «renacimiento» artístico— sin olvidar los orígenes del arte, la época clásica. Tomando las culturas griega y romana como modelo, los poetas de los siglos XV y XVI se aprendieron bien los versos de Virgilio u Horacio, y extrajeron de ellos los cuatro ideales que vertebrarían sus textos.

Cronología

29 a. C.
Virgilio escribe las Geórgicas
23-13 a. C.
Se publican los distintos volúmenes de Odas de Horacio
1527 (o 1528)
Nace fray Luis de León, poeta y traductor de Horacio y Virgilio
1543
La obra de Garcilaso, apéndice de las Obras de Juan Boscán

Gran parte de la poesía del Renacimiento se articula en base a cuatro tópicos [ver capítulo 8]: el beatus ille, «dichoso aquel…», o disfruta la vida sencilla; el carpe diem, «aprovecha el momento», o no malgastes tus horas en aquello que no te hará feliz; el locus amoenus, «el lugar idílico», o encuentra un espacio de seguridad y calma; y el tempus fugit, «el tiempo huye», o no dejes escapar ninguna ocasión.

El contexto

Para establecer el contexto de estos cuatro tópicos regresaremos una vez más a nuestro entorno: Europa. La sociedad de la Alta Edad Media se basa en el feudalismo y los estratos sociales —nobleza, clero y pueblo—, con una jerarquía firme e inexpugnable, que en el Renacimiento asentará una clase media: la burguesía. Quedan atrás —por unos años— las guerras y las plagas, y la devoción se centra en la parte más humana de Dios. El Renacimiento es la época del humanismo, de la educación y de las ciencias, del arte y de la literatura. Dejemos que se entusiasmen —y respiren tranquilos— durante unos siglos, y que quienes escriben durante ellos sueñen con cuatro ideales.

Beatus ille

Este tópico constituye una alabanza a la sencillez; un canto a las pequeñas cosas que idealiza la vida rural frente a los excesos de las cortes y las villas. De hecho, surge de unos versos que Horacio concibe como una crítica a quienes optan por la riqueza material frente a la riqueza del espíritu, mucho más edificante. Junto al locus amoenus, origina el subgénero lírico de la égloga: un monólogo o diálogo pastoril en el que el poeta asume el papel de pastor idealizado, y reflexiona sobre sus sentimientos.

«Dichoso el que de pleitos alejado, / cual los del tiempo antiguo, / labra sus heredades, no obligado / al logrero enemigo.»

Horacio, 65-8 a. C., traducido por fray Luis de León

En la poesía española, el tópico quedó reflejado en las obras de fray Luis de León, traductor además del propio Horacio y de Virgilio.

Carpe diem

Las Odas horacianas contienen los versos que originan el tópico del carpe diem, e incluso un refrán que nos sonará de las advertencias de nuestros mayores: «No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy». Esta locución, quizá la que más interpretaciones diferentes ha suscitado a lo largo de la historia —según el tono y la preocupación de cada época—, empuja justo a eso: a exprimir cada minuto como si fuera el último. Se vincula al tempus fugit, por su conciencia de que el tiempo no perdona y la muerte espera, y a otro tópico: «collige, virgo, rosas», o «niña, coge las rosas antes de que se marchiten». Su defensa de la vitalidad nos brindó un hermosísimo poema de Walt Whitman, popularizado gracias a la película El club de los poetas muertos (1989).

«Aprovecha el momento, no confíes en mañana.»

Horacio

Horacio

Junto a Virgilio —autor de la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas—, el poeta latino Horacio inspiró los cuatro ideales que guiaron a los creadores renacentistas. Su figura propone un curioso choque, más que encuentro: entre su faceta como poeta lírico, observador de los paisajes ideales, y su obra satírica, sin piedad con los analizados. Horacio promovió el epicureísmo, un movimiento que abogaba por la búsqueda de la felicidad y los placeres, inspirado en el discurso del filósofo ateniense Epicuro de Samos (siglo IV a. C.). Horacio estudió en Roma y en Atenas, y vivió de manera humilde. Su obra abarca dos períodos de escritura: el primero tiene que ver con la escritura social —y en él aparece ya el tópico del beatus ille—, y la lírica se desarrolla en el segundo, reflejando ya los principios del carpe diem.

Locus amoenus

Antes de la tan cacareada zona de confort, los poetas clásicos —de Homero a Virgilio— ya gozaban de un espacio ideal en el locus amoenus. El «lugar agradable» —traducción literal— se dispone para la felicidad y para la alegría, para el goce: un paraíso en la tierra que en la mayoría de ocasiones coincide con un bosque edénico, en conexión con el tópico del beatus ille.

Aunque en la Edad Media existen menciones a este tópico —en el poema épico anglosajón Beowulf (c. siglos VIII-XII d. C.) o en los Milagros de Nuestra Señora (c. 1260), de Gonzalo de Berceo—, su presencia literaria se amplía en el Renacimiento gracias a poetas como Garcilaso de la Vega. Una interpretación curiosa del locus amoenus se da en los poemas en prosa [ver capítulo 21] de la uruguaya Marosa di Giorgio, fronterizos entre géneros, y en los que el propio espacio se convierte en personaje.

«Cerca del Tajo, en soledad amena, / de verdes sauces hay una espesura / toda de hiedra revestida y llena.»

Garcilaso de la Vega

Tempus fugit

De la mano del carpe diem y su defensa de la necesidad de actuar antes de que el tiempo pase, y perdamos la oportunidad, gozando de los buenos momentos que nos brinda la vida, aparece el tempus fugit: justo ese tiempo que se escapa, que huye y que vuela, tal y como expresó Virgilio en las Geórgicas. Este tópico —que se inscribía de forma habitual en los relojes de sol— se hizo fuerte en la poesía en nuestra lengua, desde su aparición en las Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique, a su reflejo en los versos de los dos archienemigos de nuestro Siglo de Oro: Luis de Góngora y Francisco de Quevedo [ver capítulo 37]. El tempus fugit ha logrado trascender la poesía, con su presencia en obras cinematográficas y pictóricas.

«Pero mientras tanto huye, huye el tiempo irremediablemente.»

Virgilio, 70-19 a. C.

La idea en síntesis: la poesía renacentista miró al hombre