10 ¿Qué es el verso?

No existen recetas para identificar —o escribir— un buen poema. Desconfía si encuentras un manual en el que, al estilo de los recetarios de cocina, te indiquen que añadas medio kilo de metáforas o una cucharada de rimas. Confía en la lectura de los clásicos, atiende a los genios de tu tiempo… pero no omitas la técnica, el molde en el que cuajan los textos. En poesía, ese molde básico se llama verso.

Cronología

siglo III a. C.
Livio Andrónico utiliza el verso más antiguo de la métrica latina: el saturnio
siglo III
La métrica acentual desplaza en latín a la cuantitativa
c. 1554
Henry Howard traduce la Eneida en verso blanco
1886
Arthur Rimbaud y sus Iluminaciones en verso libre

La RAE define «verso» como «palabra o conjunto de palabras sujetas a medida y cadencia, o solo a cadencia». Atención a esas claves: lenguaje y música y reglas que las rigen, hasta cierto punto o hasta cierto siglo. «También en sentido colectivo», puntualiza la academia, el verso existe «por contraposición a prosa». Ya te hemos contado que durante milenios las manifestaciones literarias solían plasmarse o recitarse en verso, y que en la Grecia clásica se denominaba «poeta» a todo aquel que escribiera, con independencia de la materia a la que se dedicara.

El verso —el «conjunto de palabras» que lo nutren— se alzaba, de esta manera, como la medida ideal para la literatura: una forma gráfica —por así decirlo, puesto que el verso no solo suena: se ve— que implicaba excelencia y creatividad. Y el verso se asocia, tras la separación cada vez más firme de los géneros literarios —unidos a la poesía desde sus orígenes [ver capítulo 2]—, al poema como expresión habitual, aunque el género poético también abarque propuestas como el poema en prosa [ver capítulo 21] o la prosa poética [ver capítulo 22].

El verso blanco

Por «versos blancos» entendemos aquellos que, en un poema de métrica definida, no presentan rima. No se trata de una excepción, igual que ocurre en el verso suelto, sino de una norma. ¿Un ejemplo cercano? El Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609), de Lope de Vega, compuesto en endecasílabos blancos. ¿Otro que no lo es tanto? Ulysses (1833), del británico Alfred Tennyson.

¿Qué es un metro? En algunas ocasiones escucharás o leerás el término «metro» utilizado como sinónimo de «verso». Ni sí, ni no: en teoría, el metro refleja la medida de un verso, lo que implica el verso mismo; se trataría de una metonimia [ver capítulo 25]. De este vocablo surge la métrica, esa disciplina que trabaja con la medida y la estructura de los versos y sus distintos tipos y formas. La métrica es la matemática de la poesía: gracias a ella —y también gracias a las figuras literarias [ver capítulo 25]— obtenemos la música del poema y logramos imprimirle el tono que suena en nuestra cabeza mientras lo pensamos. El verso se compondría de dos pasos diferentes: por una parte el número de sílabas, y por otra la acentuación de sus palabras.

Ten en cuenta que un verso no es una unidad de sentido: puede que contenga parte de un enunciado. Acércate a él —más bien— como a una unidad de ritmo, porque la poesía es palabra, pero también música e imagen, o como a una unidad métrica: la más pequeña del poema. Los versos se agrupan en estrofas [ver capítulo 15], y estas a su vez «generan» el poema [ver capítulo 17], que se considera la unidad superior del género. Por cierto: no parece muy ortodoxo considerar el verso como la «línea» de la poesía, pero lo aceptamos si el símil te ayuda a fijar el concepto.

El verso libre o versículo

El verso libre suele figurar como equivalente del «verso suelto». Nosotros le concedemos vida propia, puesto que entendemos que se inscribe en un poema que desobedece las normas de la métrica y la rima. Su disposición tipográfica lo acerca al poema en prosa y a la prosa poética. Lo utilizó Federico García Lorca [ver capítulo 42] en Poeta en Nueva York (1929-1930), y marca la poesía a partir del siglo XX.

Cómo medir un verso

¿Recuerdas tus clases de literatura? En ese caso, seguro que este gesto te resulta familiar: alguien declama un verso recreándose en cada sílaba, marcando un segundo de silencio entre una y otra, puede que tamborileando en el pupitre con los dedos o el puño. Los versos se miden por sílabas, por golpes de voz: un verso se compondrá de tantas sílabas como golpes de voz escuches al recitarlo.

Cuando la última palabra de un verso sea aguda —u oxítona—, es decir, cuando el golpe de voz —el acento de intensidad o la sílaba tónica, por emplear un lenguaje más técnico y fiel— recaiga en la última sílaba, deberás sumar una más al cómputo total. Si la última palabra del verso es llana —o paroxítona—, el número de sílabas permanece tal y como lo calculaste. Y en el caso de que el verso finalice con una palabra esdrújula —o proparoxítona—, tocaría restar una sílaba a tus cuentas. Aunque te parezca sencillo, no cantes victoria todavía, porque hay excepciones: las que posibilitan los recursos métricos [ver capítulo 12].

La herencia clásica

Si te interesa la arqueología literaria, seguro que te apetece echar un vistazo a los distintos tipos de versos de las tradiciones griega y latina, diferentes de la clasificación actual [ver capítulo 11], por mucho que la métrica española haya adoptado algunos términos. Esta tipología suele depender del número de sílabas, sí, pero también de la temática sobre la que verse —casi nunca mejor dicho— su contenido.

«Deshaced este verso. / Quitadle los caireles de la rima, / el metro, la cadencia / y hasta la idea misma. / Aventad las palabras, / y si después queda algo todavía, / eso, / será la poesía.»

León Felipe, 1884-1968

De un lado, los versos que nos permiten imaginar a los poetas de la Antigüedad recurriendo a sus dedos como a un ábaco; no olvides, eso sí, que no se guiaban por sílabas sino por pies: partes compuestas por varias sílabas. Se trata de métrica cuantitativa, no acentual. En este caso, entre muchos otros, el verso ropálico es aquel en el que cada palabra suma una sílaba con respecto a la anterior; al verso cataléctico le faltaba una sílaba, y el verso ecoi- co repetía las dos últimas.

El verso suelto

Quizá hayas escuchado la expresión «ser un verso suelto»: se refiere a alguien que rompe con la norma y va por libre. Ocurre igual en este tipo de metros. Llamamos «verso suelto» a aquel verso que, en una composición perfectamente medida —sílabas justas, rima precisa—, mantiene la constancia métrica pero no rima. Clásicos españoles como Boscán o Garcilaso [ver capítulo 19] experimentaron con él.

Y del otro, el tipo de verso que apela no tanto a cómo se cuenta, sino a lo que se cuenta: por ejemplo, el verso amebeo, que se utilizaba para la expresión de los pastores en las églogas; o el fescenino, proveniente de la ciudad de Fescenio —en la Antigua Etruria—, y al que se recurría para la poesía de carácter obsceno.

La idea en síntesis: el verso es la unidad mínima del poema