Cinco, siete y cinco: se trata de la combinación a la que obedece algo más que una estrofa, algo más que un poema. El haiku sintetiza no ya la poesía japonesa, sino una actitud que trasciende la creación y se instala en la vida. Tiene que ver no ya con una forma de concebir el arte, que busca la esencia desde la contemplación, sino con un modo de vida en el que prima lo espiritual.
Cronología
El haiku obedece a una estructura moraica, es decir: no se rige por nuestras sílabas [ver capítulo 10] sino por onji, por moras. Las moras son las unidades que miden la duración de una sílaba —sus segmentos fonológicos, para los amantes de la lingüística—, de ahí que en algunas lenguas se identifiquen con la misma sílaba. Así pues, este poema brevísimo se compone de diecisiete moras —de diecisiete sílabas, para quienes los escriben en castellano— que se distribuyen en tres versos: el primero consta de cinco moras, el segundo de siete, y el tercero finaliza con cinco.
Durante el siglo VII y la primera mitad del VIII se escribirán los textos difundidos en el Man’yōshū, una colección de wakas, que significa literalmente «poema japonés», y los enfrenta a la tradición de la poesía china. Aunque su extensión supera a la del haiku, en ellos se avanzan ya dos constantes de este poema: la combinación de versos de cinco y siete moras, y una actitud estética basada en la observación de la naturaleza, y la emoción que este hecho despierta en el haijin.
«Un viejo estanque. / Se zambulle una rana: / ruido del agua.»
Matsuo Bashō, 1644-1694
La trascendencia internacional del haiku ha eclipsado otros poemas tradicionales japoneses de igual originalidad e importancia. El más relevante de ellos es el tanka, un haiku con estrambote —dos versos de siete moras cada uno— y temática carnal, pero también encontramos los chōka, que tienen cierta voluntad narrativa, o los bussokusekika, con sus plegarias a Buda. De esta última forma, además de los incluidos en el Man’yōshū, destacan los que se conservan en el templo de Yakushi en la antigua ciudad de Nara.
Vocabulario clave
El haijin —haijine en femenino— es el escritor de haikus; a veces practica el haiga, pintura con la que se acompaña el poema. Se llama kigo a la palabra que designa la estación del año a la que se refiere el poema —los haiku sin él se denominan mu-kigo—, y kire a la pausa —equivalente a nuestra cesura— que dividiría el haiku en dos. Por otra parte, la delicadeza japonesa nos brinda tanto los haimi, el «alma» del haiku, como el haragei, la comunicación mediante el silencio.
Te hablamos de los otros poemas japoneses porque, aunque no existe una referencia firme en la que anclar el origen del haiku, parece claro que parte de varios de ellos. Del siglo VIII datan los primeros katautas, poemas en los que aparece ya la misma forma y que, combinados —con un primer katauta que formula una pregunta, y un segundo que la contesta— en el mondoo, podrían haber servido como inspiración para otro poema que habría dejado rastro en el haiku: el renga, que consiste en varios tankas encadenados, llamados haikai no renga cuando el contenido invitaba a la risa. El término haikai no renga evoluciona en haikai renga y este —a su vez— en haikai: el camino léxico hacia el haiku ya se ha iniciado.
Durante el shogunato Tokugawa —el shogunato es el gobierno militar que se impuso en Japón entre los siglos XII y XIX—, que abarcaría más de dos siglos de historia y finalizaría con la Restauración Meiji, muchos poetas adoptaron la costumbre de reunirse no ya para conversar sobre lecturas, sino para escribir. Esas sesiones de creación colectiva fructificaban en rengas, a los que cada uno de los participantes aportaba uno o varios tankas para continuar el propuesto por el haijin —una función asumida por el asistente con mayor trayectoria o prestigio—, y que generalmente versaba sobre el paisaje en el que se celebraba el encuentro o la estación en la que tenía lugar. Aquellos inspiradores versos iniciales, los hokku —ahí nos encontramos con otra posible referencia para el haiku—, pronto darían pie a una escritura independiente, ya en soledad. A finales del siglo XIX, el poeta y crítico Masaoka Shiki calificaría como «haiku» un tipo de poema con mucha historia, pero todavía sin nombre.
Haijin y haijines célebres
Se respeta a cuatro maestros: Matsuo Bashō (siglo XVII), Yosa Buson (siglo XVIII), Kobayashi Issa (siglos XVIII y XIX) y Masaoka Shiki (siglo XIX). El surgimiento de haijines esperará hasta el siglo XX, aunque en el siglo XVIII destacó Chiyo-Ni, con haikus muy cuestionados por reflejar su intimidad.
El haiku —o «haikú», o «jaiku»— no ha permanecido ajeno a nuestra lengua. Brillaría en las palabras de dos mexicanos: Juan José Tablada —el primero en escribir un libro de haikus en castellano, Al sol y bajo la luna (1918)— y Octavio Paz.
Tres versos —uno de cinco moras, otro de siete, otro de cinco— sin rima, hachô —haiku de metro roto— cuando varía su extensión, este poema se fija en un claro esquema temático. Su escritura nace tras el aware: la intensísima emoción que la observación de la naturaleza despierta en el haijin, y que se mueve entre los extremos de la melancolía o el entusiasmo. Los haikus quedan marcados por la despersonalización de quien los escribe, puesto que se despoja de cualquier opinión y actitud para asumir su papel como transmisor entre lo contemplado y el lector: no se trata de que el paisaje actúe como reflejo del sentimiento o de la condición humana, sino que tiene «vida poética» por sí mismo. Diríamos que el primer verso describe una situación, el segundo una acción —leve, casi imperceptible— y el tercero una sensación, derivada de la combinación de los dos primeros. El haiku, en cierto modo, atrapa el mundo en un instante.
Tradicionalmente se ha vinculado el haiku a la religión sintoísta y a la filosofía del budismo zen, por los elementos coincidentes entre todas ellas: el sintoísmo adora a los kami, a los espíritus de la naturaleza, territorio por excelencia del haiku; y muchos de los haijin principales —con Matsuo Bashō a la cabeza— practicaron la meditación zen, reflejando en sus textos esa intención de que la mirada prescinda de cualquier peso intelectual.
La idea en síntesis: el poema japonés por excelencia